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Authors: Brad Ferguson

Tags: #Ciencia ficción

Una bandera tachonada de estrellas (5 page)

BOOK: Una bandera tachonada de estrellas
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Kirk dio media vuelta y miró a Riley mientras pensaba en la oferta. Una vez que el platillo abandonara el suelo, la nave pertenecería oficialmente a Will Decker. En aquel momento, la responsabilidad directa de Kirk sobre la
Enterprise
cesaría al fin, un largo, largo fin. Había planeado permanecer en su despacho y observar el lanzamiento en el trivisor, pero… maldición, tenía que verla partir con sus propios ojos.

Era lo correcto. Después de todo, en otra época había sido su novia.

—Muy bien —repuso Kirk—. Será mejor que nos demos prisa; no queda mucho tiempo.

—De acuerdo, señor. Tengo un ascensor retenido en esta planta.

—Estaré con usted de inmediato.

Kirk revolvió apresuradamente en uno de los cajones del escritorio y sacó de él un antiguo comunicador modelo almeja, por si Decker o MacPherson necesitaban hablar con él en el último momento. Había pasado bastante tiempo desde que Kirk había utilizado el aparato por última vez, y en el ínterin la Flota Estelar lo había cambiado por un modelo de pulsera más compacto y eficiente. Los comunicadores antiguos, de todas formas, eran compatibles con los nuevos. Se había llevado consigo aquél en particular al final de la misión de cinco años, y lo había conservado posteriormente como recuerdo. Kirk se lo colocó en el cinturón, cerca de la parte trasera de la cintura, bajo la chaqueta del traje gris pingüino.

Se encaminó hacia el estante de libros sobre el que tenía a
El Viejo Amarillo
, un armadillo embalsamado que conservaba como mascota y recuerdo, y le golpeó suavemente la coraza tres veces para que le diera buena suerte.

—Hola, Jimmy —dijo el armadillo con una voz profunda y dulce que sonaba como de Texas.

—Todo en orden —dijo Kirk—. Vámonos, señor Riley.

Él y Riley salieron del despacho y avanzaron por el corredor hacia la zona de los ascensores, donde entraron en el que estaba detenido.

—Azotea —ordenó Kirk. La puerta se cerró emitiendo un suspiro y, con una sacudida muy leve, se pusieron en camino.

Riley se tambaleó al recobrar el equilibrio.

—A veces me pregunto qué sucedería si yo estuviese en una de estas cosas y fallaran los amortiguadores de inercia.

—Pasta de dientes con sabor a Riley —repuso Kirk, sin mirar a Riley a los ojos. No estaba de humor para conversaciones frívolas. Finalmente lo había golpeado el pleno impacto de la pérdida de la
Enterprise
… y por alguna extraña razón aquello le había hecho pensar en Lori, como si también ella estuviera alejándose de él, escapándosele de las manos.

Riley alzó una ceja y apartó la mirada.

Kirk suspiró, instantáneamente arrepentido.

—Supongo que hoy me siento abatido. Lo siento.

—No tiene importancia, almirante —le respondió Riley en voz baja—. También yo voy a echarla de menos. Los dos hemos pasado mucho tiempo a bordo.

Kirk contempló ociosamente el indicador del suelo que contaba el piso ducentésimo y lo pasaba rápidamente.

—Ya lo creo que lo hemos hecho, comandante —dijo en voz baja—. Ya lo creo que lo hemos hecho.

—Azotea —anunció el ascensor, y la puerta se abrió deslizándose a un lado.

El Almirantazgo era enorme, lo bastante enorme como para que el alto y ahusado edificio tuviera una gran cima plana que albergara pistas de tenis y balonvolea, una pista para correr, una piscina y otras instalaciones de atletismo. La totalidad del área estaba cubierta por una cúpula de aluminio transparente que protegía la zona de recreo de los aullantes vientos y permitía que se la utilizara, fuera cual fuese el estado del tiempo. Aquella zona no se habría mojado en absoluto con la lluvia de la mañana aunque no hubiese tenido la protección de la cúpula, puesto que la cumbre del Almirantazgo estaba muy por encima de la capa de nubes.

Aquella mañana, la principal actividad que se desarrollaba en la azotea no era deportiva, sino que los presentes se dedicaban a contemplar la vista. Kirk y Riley avanzaron rápidamente hasta el extremo sur del área recreativa, y se reunieron con una pequeña multitud de empleados de la Flota Estelar que ya se encontraban allí.

Kirk advirtió que las nubes que estaban inmediatamente por encima de la ciudad ya habían desaparecido, y dejó que su vista vagara hacia el sureste, donde se encontraba el astillero de la Armada. Desde aquella altura descomunal, en un día perfectamente claro Kirk habría podido ver a más de trescientos kilómetros en cualquier dirección. Sin embargo, a causa de las nubes bajas que flotaban sobre la zona, la visibilidad de Kirk quedaba limitada principalmente a un San Francisco que no parecía haber cambiado mucho desde finales de los años mil novecientos, aunque El Gran Temblor de mediados del siglo XXI había derribado la antigua ciudad y la mayor parte del territorio circundante.

Mientras que los pueblos y ciudades más pequeñas de los alrededores de San Francisco habían desaparecido, la ciudad en sí había sido penosamente reconstruida en el curso de los veinte años siguientes. El crecimiento que San Francisco había sufrido desde la reconstrucción se había mantenido principalmente bajo tierra. Sub-San-Fran, la ciudad subterránea, penetraba bajo tierra más de veinte plantas en algunas zonas de la ciudad, y continuaba excavándose siempre a mayor profundidad y más extensamente.

—Buenos días, caballeros —dijo una voz engañosamente suave.

Kirk y Riley se volvieron como un solo hombre. De pie cerca del borde de la cúpula y mirando hacia la ciudad, había un hombre bajo, de estructura delicada, y muy anciano: el almirante supremo de la Flota Estelar, Heihachiro Nogura.

—¿Va a regalarme hoy una nueva nave, Jim? —Las plácidas facciones de Nogura se animaron con una sonrisa.

Kirk también le sonrió.

—Sí, señor. En cualquier caso, un buen trozo de una. El resto de ella estará lista dentro de poco.

—Espero ese día con impaciencia. ¿Sabe una cosa, Jim?. Cuando su propuesta para la renovación de la
Enterprise
llegó a mi escritorio, yo tenía ciertas dudas. Ha pasado mucho tiempo desde que construimos alguna parte significativa de nave estelar en la Tierra, en lugar de hacerlo en órbita.

—Ya lo sé, señor.

Nogura asintió con la cabeza.

—Honradamente, no creía que pudiera hacerse… al menos no dentro de los límites de coste y tiempo que usted sugería.

Kirk se encogió de hombros, interiormente impacientado. Aquel acontecimiento era para él algo solemne, y los halagos de Nogura parecían curiosamente inapropiados, como un chiste en un funeral. Quería aguardar en silencio a la
Enterprise
, quería prepararse para decirle adiós.

—Está funcionando.

—Usted lo ha hecho funcionar —declaró Nogura—. Usted está consiguiendo que el trabajo sea acabado a tiempo y dentro del presupuesto. Tuve que remendar en más de una ocasión nuestras deterioradas relaciones políticas con los altos oficiales de Construcción; no les gustó que les quitara de las manos a la
Enterprise
. Pero usted ha realizado un excelente trabajo, y nadie discute los resultados… al menos no se atreven a discutirlos conmigo. En un momento futuro lo haré más formalmente, pero ahora acepte mis sinceras felicitaciones. Buen trabajo. —Nogura le tendió la mano.

Kirk se la estrechó.

—Gracias, almirante. Acepto esas felicitaciones no sólo para mí, sino también para los equipos en órbita, que han estado rompiéndose el… quiero decir, que han estado trabajando muy duramente para cumplir con el plazo.

—Por supuesto. —Nogura miró al cielo con aire de expectación—. Kevin, ¿tiene usted un crono?

—Sí, señor. Humm, está a punto de llegar, dentro de diez minutos y treinta segundos exactos.

—En ese caso, caballeros, miremos el espectáculo.

El cielo sureste de la ciudad estaba ahora despejado. Kirk podía ver toda la urbe hasta el astillero de la Armada, y distinguía claramente la enorme forma del platillo dentro del mismo. Aquí y allá, en las zonas abiertas de la ciudad, se habían reunido numerosos grupos de personas. Al mejorar el tiempo, la gente había salido en muchedumbre al exterior. Y aglomeraciones aún más grandes estaban ya reunidas en la línea costera de la bahía, al este de la ciudad.

—Realice la cuenta atrás a partir de diez, señor Riley —pidió Kirk.

—Sí, almirante. Faltan trece segundos exactos. —Riley hizo una pausa y luego comenzó a contar.

A los cinco segundos exactos, el aire que había en torno al extremo de popa de la sección de mando, donde estaban emplazados los escapes de los motores de impulso, comenzó a rielar. El polvo voló alrededor del platillo cuando los poderosos impulsores de su vientre se aclararon la garganta. Kirk cerró los ojos durante un momento e imaginó el puente en ese momento, y vio mentalmente la silenciosa tensión y la calma profesional.

—Cero —dijo Riley por fin.

«Propulsores al máximo», pensó Kirk. Una de las manos de Kirk se cerró momentáneamente, como si estuviera aferrándose al brazo de una silla.

La sección de mando de la
Enterprise
se elevó verticalmente del suelo, muy despacio. Las patas de aterrizaje se retrajeron suavemente al interior de la cubierta, sacudiéndose el polvo de la Tierra de los abultados extremos. La sección en forma de platillo continuó elevándose.

Y por primera vez en medio año, la
Enterprise
se ponía en marcha, volvía a convertirse en una criatura del espacio.

—Se mantiene estable, capitán —informó Sulu—. Altitud actual cincuenta metros. Subiendo, según programa.

—Comience a hacerla girar a estribor —le ordenó Decker.

—Sí, capitán —contestó Sulu, y tocó un rápido toque de retreta en el panel de mandos. El curso que seguirían iba a llevarlos en torno a San Francisco por el camino más largo. Los astilleros de la Armada estaban situados en el extremo sureste de la ciudad. El platillo saldría primero en línea recta hasta la bahía y luego se dirigiría hacia el norte a lo largo de la línea costera oriental de la metrópolis, pasando por China Basin y North Beacli. Luego giraría hacia el norte por encima de Fisherman’s Wharf y navegaría por los cielos que estaban justo después de la Marina y el antiguo presidio, donde se alzaba el Almirantazgo. Después de eso, el platillo atravesaría el Golden Gate, continuaría hacia el oeste y se colocaría en posición para saltar a la órbita.

—Capitán, estamos a trescientos metros —informó Sulu—. Altitud de nivel uno. Continuamos ganando altitud hacia nivel dos, estado satisfactorio. Esperando nivel dos.

—Ajuste los escudos para la aerodinámica —le dijo Decker—. Motores de impulso a una décima. Continúe ganando altitud hasta nivel dos. Reduzca los propulsores. —Una décima parte del impulso total era todo lo que Decker ordenaría hasta que el platillo se hubiera apartado de la ciudad.

Algo superior a eso haría estremecer ventanas y causaría molestias a varios millones de tímpanos.

Sulu conectó suavemente los motores de impulso e hizo girar al platillo, sobre la bahía de San Francisco. La dirigió hacia el norte por el noroeste y, según las órdenes recibidas, permitió que el platillo continuara elevándose.

—Echemos una mirada hacia abajo, timonel —pidió Decker.

—En pantalla, capitán —respondió el interpelado—. Esta es una vista hacia abajo y en dirección babor. Aumento dos.

Decker pudo ver a la gente que se encontraba reunida a lo largo del lado este de San Francisco. Sacudían las manos, los brazos, banderas, chaquetas, e incluso sábanas. Una de cada dos personas parecía estar utilizando una cámara para grabar el lanzamiento. La muchedumbre parecía estar divirtiéndose bastante. «Bueno, también yo», pensó Decker, a la vez que luchaba por contener una sonrisa.

El ver todas aquellas cámaras en uso le recordó algo a Decker. En aquel momento el sol estaba alto en un cielo brillante; la parte inferior del platillo quedaría oscurecido por la sombra.

—Encienda todas las luces de navegación —le dijo a DiFalco—. Dejemos que vean quiénes somos.

—Luces de navegación a plena potencia, capitán —respondió DiFalco mientras pulsaba un botón.

La repentina aparición de las potentes luces obtuvo una instantánea y entusiástica respuesta por parte de la muchedumbre que estaba en tierra, cuando el orgulloso nombre y número de la
Enterprise
se hizo repentinamente visible. Decker ya no pudo ocultar por más tiempo la sonrisa. «Kirk tenía razón respecto al lanzamiento —pensó, feliz—. No hay nada como esto. ¡Nada!»

—Ésta es una vista hacia abajo y a estribor, capitán —dijo Sulu.

La escena de la pantalla cambió y se acercó más por efecto de un zoom para mostrar grupos de gente igualmente feliz que se encontraba en las lindes de los espesos bosques del área de New Oakland.

«Nos están aclamando incluso en Berkeley —comentó Decker para sí—. ¡Yo creía que todos esos «nuevos humanos» odiaban la Flota Estelar! ¡Fan-tás-ti-co!»

—Ángulo de visión adelante y abajo, por favor —pidió Decker, y Sulu obedeció.

La pantalla mostraba ahora la increíble extensión de bosques de secuoyas de Marin County y, más al norte, una gruesa e intacta alfombra blanca de nubes que se extendía hasta los límites de la visión. Decker buscó en vano la mancha de bosque ennegrecido dejado por el incendio de la mañana. Mill Valley estaba a sólo unos diez kilómetros al norte del Golden Gate, pero el área estaba oculta bajo una persistente capa de nubes bajas. Sin embargo, Decker creyó poder distinguir diminutas motas que revoloteaban por encima de lo que tenía que ser la zona quemada.

El platillo pasó por entre las torres del enorme y gris Bay Bridge al este de Rincon Hill, y giró hacia el oeste mientras continuaba ganando altitud. Luego pasó directamente por encima del centro recreativo de la isla de Alcatraz. Al mirar hacia el área de ejercicio, Decker vio a varios cientos de personas vestidas con el uniforme a rayas de los presidiarios, que blandían réplicas de armas de fuego hacia el platillo. A juzgar por los cuerpos que había desparramados por el suelo, aparentemente estaban en medio de otro motín recreativo. Decker nunca había comprendido la atracción de Alcatraz como centro de vacaciones —él prefería hacer surfing más abajo en la misma costa, en los alrededores de Big Sur—, pero la gente de la isla parecía estar pasando un buen rato.

Ahora el platillo estaba aproximándose al presidio.

—Almirantazgo a babor —anunció DiFalco.

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