Después de observar al pueblo de su abuela, el odio que sentía hacia ellos había disminuido; porque había llegado a darse cuenta de que la Federación no era una gigantesca entidad impersonal y malvada, sino miles y más miles de millones de individuos.
Como el anciano del edificio de apartamentos que le había sonreído a Klor con amistad. Los terrícolas eran más débiles, a menudo carentes del valor de un guerrero… pero no tan diferentes.
Los ojos de Klor recorrieron la pantalla de la consola. Se tensó cuando los monitores presentaron la parpadeante imagen de una nave que se les aproximaba rápidamente.
—¡Superior! Una nave se nos aproxima a la proa por sotavento. No estoy familiarizado con el diseño, pero es considerablemente más grande que ésta.
Keth levantó rápidamente la cabeza y abrió la boca para hablar, pero Klor lo interrumpió.
—Entra una comunicación, de la nave persecutora.
Klor pulsó el control y una potente voz llenó el interior de la nave.
—Atención, los de ahí delante. Soy el capitán James T. Kirk de la lanzadera
Enterprise
. Apaguen los motores y pónganse al pairo para que nos acerquemos. Vamos a remolcarlos.
La lanzadera moderna dio un salto repentino y comenzó a torcerse. Klor consultó la pantalla.
—¡La nave nos ha atrapado en un rayo tractor!
—¡No! —tronó Keth levantándose de un salto—. ¡No voy a permitirlo! —Dio un puñetazo sobre los controles de comunicación—.
Enterprise
, aquí Keth. Estaban advertidos. Puesto que se han negado a abandonar la persecución, ahora mataré a uno de los rehenes. —Volvió bruscamente la cabeza hacia Klor y cambió al idioma klingon—. Klor, el estudiante.
Klor no se levantó, sino que miró con incertidumbre a los dementes ojos de Keth.
—Pero superior —replicó en voz baja para que el científico no pudiera oírlo—, si el chico muere, ¿cómo vamos a ejercer presión sobre G’dath?
Los ojos de Keth se entrecerraron de cólera.
—¿Se atreve a cuestionar mis órdenes?
Klor bajó la cabeza. No tenía sentido negarlo… y discutir con Keth ahora resultaría fútil.
Con un solo movimiento fluido, Keth dio media vuelta, aferró al boquiabierto estudiante por la parte delantera de la camisa, y lo obligó a ponerse en pie.
G’dath se había reanimado lo bastante como para seguir la discusión de los klingon y volver a sentirse angustiado por la suerte de Joey… además de darse cuenta de que el rayo tractor ofrecía una oportunidad de distracción. Para cuando Keth dio la orden de la ejecución de Joey, G’dath ya se había puesto en movimiento hacia la consola. Estaba inclinándose para accionar un interruptor de dentro del globo, cuando vio un destello plateado. Keth había levantado el cuchillo, pronto a asestar el golpe, y se vio una mancha borrosa de gris y blanco al arrojarse Riley en su camino.
Al trabarse ambos en lucha cuerpo a cuerpo, G’dath introdujo un dedo en el globo y esperó que sucediera lo mejor.
—¡Maldición! —imprecó Kirk mientras se levantaba, con una mano apoyada sobre la consola de Friedman y la otra aferrada al respaldo del asiento de ella, y miraba la intermitente pantalla. Sólo era remotamente consciente de la presencia de Nan y Eddie, los cuales tuvieron el buen sentido de permanecer fuera de su camino.
Kirk podía imaginar qué estaba sucediendo en aquel momento a bordo de la lanzadera moderna: Riley —al menos el Riley que él conocía— estaba muriendo o discutiendo con los klingon para que lo matasen a él en lugar de a uno de los otros rehenes.
—Capitán Friedman, ¿está segura de que no podemos hablar con…?
Friedman negó sombríamente con la cabeza; en sus facciones regulares y fuertes se reflejaba el fulgor azul del panel.
—Nadie puede, almirante. Han cerrado el canal. Lo interesante, sin embargo, es que han perdido los escudos. Es difícil saber qué lo ha provocado. Es una verdadera lástima que no tengamos ningún equipo pesado a bordo…
—Un transportador —dijo de inmediato Kirk, mientras maldecía mentalmente el hecho de no estar a bordo de la verdadera
Enterprise
—. ¿Hay alguna nave de la Flota Estelar que les tenga dentro del radio de alcance de su transportador?
Friedman miró el panel.
—Ninguna de momento, al…
Kirk no oyó lo que venía a continuación. Al instante siguiente sintió como si hubiera sido arrebatado del espacio normal y lanzado hacia delante a una velocidad enorme… aunque su mente y su estómago habían quedado atrás. De alguna forma, Friedman y la lanzadera lo habían acompañado. El empuje le vació los pulmones de aire, le presionó las sienes hasta que gimió, mareado…
Y el interior de la lanzadera se oscureció.
A unos pocos millares de kilómetros de distancia, en un muelle espacial que describía una órbita baja en torno a la Tierra, otros oídos los estaban escuchando.
—¿Los ha perdido, teniente? —inquirió el capitán Decker desde su asiento de mando.
—No, señor —respondió Uhura—. Nadie está transmitiendo de nave a nave en este momento. En esas coordenadas no hay ninguna clase de comunicación. —El tono de su voz era preocupado—. Estoy conectada con el panel de sensores del oficial científico. Los sensores que están operativos muestran que el rayo tractor de la lanzadera
Entreprise
estuvo activado durante un breve período de tiempo, menos de medio segundo, y que luego falló, sobrecargado por una repentina descarga energética procedente de la lanzadera moderna. El tipo de fuente de esa energía es desconocido.
—¿Desconocido?
—Sí, capitán. Ahora todo está en silencio.
—¿Qué curso siguen?
Uhura parpadeó.
—Se dirigen hacia la Luna, señor. Las dos naves, quiero decir.
—¿Hora estimada de llegada?
—Prácticamente están allí, señor.
—¿Qué?
—Ya sé que es increíble, capitán. Ahora están aminorando… lo bastante como para entrar en órbita lunar.
—¿Señales de vida? —preguntó Decker.
—Sí, señor… no han cambiado respecto a las anteriores.
Decker asintió con la cabeza.
—¿Hay alguna otra nave?
—No puedo decirle mucho, capitán. Me temo que los aparatos sensores no están todavía en condiciones óptimas. Hay algunas naves pequeñas con capacidad espacial persiguiéndolos pero han quedado muy atrás. La lanzadera
Enterprise
es la única que está en posición de poder hacer algo respecto a la situación, hasta donde puedo decírselo… excepto una, señor.
El segundo oficial Sulu, vestido con un mono de trabajo, estaba acuclillado en la cubierta del puente junto al puesto del timonel. Había estado trabajando en los circuitos del timón, y varias unidades de circuitos integrados yacían desparramadas a sus pies. Sin decir una palabra, comenzó a ponerlas nuevamente en su sitio dentro de la consola.
—¿Ha terminado con su trabajo en los circuitos, señor Sulu? —le preguntó Decker.
—Lo suficiente por el momento, señor.
—Ya veo. —Decker hizo una pausa y pensó durante un momento. Luego agregó—: Uhura, ¿dónde está Scott?
—Lo buscaré, capitán.
Sulu ocupó el puesto del timonel y comenzó con la rutina de autocomprobación. Las luces se encendieron todas en verde, y él sonrió.
—Supongo que podría usted hacer algo si hubiera esa necesidad —observó Decker.
—Sí, señor —respondió Sulu.
—Scott por la dos, capitán —anunció Uhura.
—¿Scotty? —dijo Decker al aire.
—Sí, capitán.
—Rutina de partida. ¿Cuánto tiempo?
—¿Eh, capitán?
—Quiero realizar un viaje corto. ¿Se puede?
—Capitán…
—Scott —lo interrumpió Decker—, no tengo tiempo para escuchar una docena de razones por las que no podemos hacer algo que de todas formas vamos a llevar a cabo. —El tono de su voz se hizo firme—. Señorita Uhura, envíele una copia al ingeniero en jefe con un resumen de la situación. Adjunte una transcripción de las comunicaciones que ha estado escuchando. Scott, todo eso podrá leerlo más tarde. Vuelvo a preguntárselo: ¿cuál es nuestra situación? ¿Nos pondremos en marcha cuando yo diga «en marcha»?
—Bien, nos pondremos en marcha, capitán —contestó Scotty—. Pero no hasta muy lejos y a no demasiada velocidad, pero nos pondremos en marcha. Tenemos energía de impulso, por supuesto, pero nuestra velocidad máxima no será gran cosa… quizás un cero coma cero cinco de velocidad lumínica, tal vez menos. No esperaba tener que despegar del muelle espacial durante algún tiempo. La mayor parte del revestimiento del casco está en su sitio, y las partes de la nave más afectada tienen integridad medioambiental. Por supuesto, todo depende de hasta dónde queramos llegar.
—Quiero ir hasta la Luna.
—Eso podemos hacerlo —respondió Scotty—. El combustible está al mínimo, pero es suficiente, y nuestras baterías están en uso. Sistemas medioambientales, bien; transportador, bien; sensores, tal vez; armas, no; motores hiperespaciales, no.
—Timón, bien —dijo Sulu.
—Comunicaciones, bien —agregó Uhura—. Capitán, Di Falco no se encuentra a bordo en este momento. Yo podría ocupar su puesto como navegante…
—No —la interrumpió Decker—. La quiero exactamente donde está, Uhura. Yo mismo entraré en rumbo. Obtenga un permiso para nosotros de Tráfico de la Flota Estelar. ¿Scott?
—A la espera, señor.
—Una pregunta más. ¿Cuándo?
—No tiene más que darme la orden, capitán —contestó Scotty—. Los equipos de trabajo han regresado al interior de la nave o están bien alejados de ella.
—Un trabajo rápido, Scotty.
—Pasé la orden en el momento en que usted dijo que que
ría partir. No discuto más allá del punto de lo razonable. —Tomo nota. ¿Teniente Uhura? —¿Sí, señor?
—Resuma el plan de vuelo.
—¡Sí, señor! —Un momento más tarde, informó—: Tráfico de la Flota Estelar quiere hablar con usted, capitán. —Dígales que estoy ocupado. ¿Ya tenemos permiso para salir?
—Todavía, no. De eso quieren hablar con usted, señor. —Páselos a la radio, teniente. —Sí, capitán. Ahí los tiene. —
Enterprise
, aquí…
—Tráfico, aquí el capitán Decker. Estoy solicitando permiso para salir, emergencia de prioridad máxima. Veinte segundos a partir de que diga ahora. Ahora. Será mejor que mantenga a todo el mundo fuera de nuestro camino, Tráfico. Decker fuera. Uhura, cierre esa frecuencia.
Decker se encaminó al puesto de navegación y se sentó. Estudió brevemente el panel.
—Diez segundos. Uhura, dígale al director del muelle espacial que desactive todos los rayos tractores y presores.
—Rayos desactivados, señor. Tenemos libertad de movimiento.
—Supongo que alguien nos estará escuchando. Señor Sulu, impulsores y manteniendo posición.
—Impulsores manteniendo posición.
Decker tecleó un rumbo. Se preguntó fugazmente lo que el almirante Nogura tendría para decir cuando se enterara de todo eso… pero sabía que sería mejor para todos los implicados que el anciano se enterase sólo después de consumado el hecho.
—Para lo que sirve, capitán —comentó Uhura—, acabamos de recibir el permiso de partida.
—Adelante a máxima lentitud, señor Sulu —dijo, y no pudo evitar sonreír—. Sáquenos de aquí.
Kirk fue el primero de la lanzadera que recobró el conocimiento. Aún aturdido, se asomó a mirar por el puesto de observación frontal. Allí estaba la Tierra, en efecto. Una rápida mirada a la línea divisoria entre el día y la noche le dijo que no había pasado mucho tiempo.
Pero la Tierra se veía demasiado pequeña. Kirk miró por uno de los puestos de observación de estribor y vio la Luna. Estaba cerca.
Kirk observó el panel de instrumentos. Estaban en órbita lunar. «¿Cómo demonios ha sucedido esto?», se preguntó, confuso. Seguramente tenía algo que ver con el hecho de que la
Enterprise
estuviese unida a la nave que pilotaban los klingon… ¿pero cómo habían conseguido arrastrar a una nave espacial de muchas toneladas de peso tras de sí?
No se había movido en relación con ellos. Aún flotaba en el espacio a unos cincuenta metros a babor.
Con la vista turbia, Kirk estudió la consola. El rayo tractor de la lanzadera había quedado completamente descargado. Él lo puso a recargar, pero tardaría un rato en quedar restablecido.
Los demás comenzaron a agitarse.
—¿Están bien, ustedes dos? —preguntó Kirk en voz muy alta, y recibió lentos murmullos de asentimiento.
Friedman sacudió la cabeza para aclarársela, y gimió.
—Auh. —Se frotó una sien—. No debería haber hecho eso. ¿Qué ha sucedido?
—Quedamos unidos a su nave, de eso no hay duda —respondió Kirk—. Se ha producido algún tipo de retroalimentación energética, por lo que puedo ver. Hemos estado inconscientes durante algunos minutos.
Ella miró por la ventanilla.
—Esos asquerosos siguen ahí fuera. Déjeme… —La piloto miró el panel—. Oh-oh, olvídelo. No tenemos rayo tractor. Maldición. Ojalá tuviera una buena cuerda. Eh, ahí fuera hay otra sorpresa. Comunicación entrante, almirante.
—Pásela a audio —pidió Kirk mientras intentaba acorazarse contra las malas noticias. Sin duda, los klingon anunciarían que habían matado a uno de los rehenes. Pero la voz que llegó por el canal subespacial era conocida.
—Aquí el capitán Willard Decker de la
Enterprise
, llamando a la lanzadera espacial
Enterprise
. ¿Desean que les prestemos ayuda?
—¡Will! —En los labios de Kirk apareció una ancha sonrisa—. La verdad es que nos vendría bien una parte de su tecnología en este momento. Tenemos tres rehenes en la otra lanzadera, uno klingon y dos humanos, incluyendo a mi jefe de personal.
—Eso he oído.
—Necesitamos sacarlos de ahí. Nuestros monitores indican que sus escudos están inoperativos. ¿Pueden centrar el transportador sobre ellos?
—Afirmativo, almirante. Al menos sobre esos humanos. Pero no sé cómo podremos diferenciar a un klingon de otro.
Kirk suspiró. En la periferia de su campo visual, vio la desesperación que afloraba al rostro de Nan Davis.
—Saquen a los humanos, y luego intentaremos ingeniar una forma de sacar a G’dath.
—Lo haremos, señor.
—Será mejor que se den prisa. —Friedman levantó los ojos del panel; tenía la frente fruncida de preocupación—.Estoy leyendo otro aumento de potencia a bordo de la lanzadera de los klingon. Tiene el mismo aspecto que el que detecté antes de que acabáramos aquí.