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Authors: Javier Ugarte Perez

Una Discriminacion Universal (6 page)

BOOK: Una Discriminacion Universal
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Para concluir, se puede afirmar que el Estado Español y la Iglesia se mostraban recelosos ante las teorías de la transmisión de las taras físicas y morales de padres a hijos, así como de la degeneración subsiguiente que —según los expertos— se habría de producir. Existía inquietud por las implicaciones sociales de dichas teorías, ya que realzaban el papel de la ciencia y su evolución autónoma en la sociedad, al margen de la moral y la política. Para los poderes establecidos resultaba preferible que los homosexuales se casaran y tuvieran hijos a que permaneciesen solteros. En eso el franquismo fue diferente al nazismo, ya que no creyó durante mucho tiempo en los valores de una sangre y raza puras; al acabar la guerra, ya se había distanciado de esas doctrinas. Su divergencia con las democracias europeas consistió en la intensidad con la que utilizó los métodos de represión y adoctrinamiento para lograr sus objetivos. Si es un tema digno de estudio conocer hasta qué punto la población de Francia o de Gran Bretaña fue tratada como ciudadana o como súbdita a lo largo de gran parte del siglo XX, no cabe duda de que la ibérica estaba sujeta a las directrices que emanaban de las instancias de poder. Las personas hicieron lo único a lo que se les permitió optar, contraer matrimonio y alumbrar hijos. Tomaron ese camino con independencia de su inclinación a vivir en familia y del deseo de tener descendencia. De esa forma atenuaban las asperezas de una vida que era dura para casi todo el mundo; lo fue, en especial, para los sujetos que, además de estar discriminados, integraban los estratos humildes de la nación.

Esbozo de la situación de América Latina

En relación con las dictaduras latinoamericanas, es probable que la decisión de reprimir la homosexualidad y el aborto se realizase por motivos semejantes a los que se daban en España. Sin embargo, deben señalarse, al menos, dos diferencias, una formal y otra de contenido. La primera consistía en que muchos gobiernos no decretaron leyes específicas que permitieran la represión, sino que ésta se asentaba sobre normas de rango inferior, como los edictos que ordenaba el Jefe de policía para la zona que tenía bajo su jurisdicción. Quien los emitía estaba seguro de que se cumplirían porque se asentaban en una moral colectiva que condenaba la homosexualidad. Quizás esa falta de amparo legal sea una de las razones que explican el silencio que todavía pesa sobre las víctimas homosexuales de la represión bajo los gobiernos dictatoriales
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. Eso como si, al no aprobarse una ley formal, tampoco existieran damnificados; sería una de las razones para el silencio, pero no la única
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. La diferencia en el contenido se basa en que, más que la creación de una fuerza de trabajo al servicio de industrias, en gran parte de origen foráneo (como fue la situación de las naciones del sur de Europa), el factor determinante en la mayoría de dictaduras de América del sur sería la explotación de los recursos agrícolas, ganaderos, forestales, mineros, etc., que contiene su territorio; es decir, la obtención a precios competitivos de materias primas que podían ser exportadas o servir de base para el desarrollo de una industria de transformación.

En la consecución de ese objetivo, resultaba necesario incrementar el número de efectivos de poblaciones cuyos índices de densidad demográfica se encontraban por debajo de los occidentales: piénsese en el escaso número de habitantes que tiene Argentina, Perú, Brasil o Uruguay, en comparación con la extensión de su territorio y con la densidad, por ejemplo, de Estados Unidos. Es obvio que los militares también tenían la intención de reforzar el poder de los ejércitos que mandaban para hacer frente a las disputas territoriales con sus vecinos; enfrentamientos por la fijación de fronteras han tenido lugar a lo largo de los dos últimos siglos entre la mayoría de países sudamericanos. En ocasiones, han desencadenado conflictos armados (como el mantenido entre Chile, Perú y Bolivia, en el siglo XIX) o se han encontrado al borde de hacerlo (caso de la disputa entre Chile y Argentina, en 1978, por las tierras australes). Por ello, una tropa abundante constituía una tradicional garantía de éxito en caso de disputa.

La guerra es una posibilidad, pero la obtención de recursos ha de constituir el objetivo de quienes planifican el día a día de la nación si quieren continuar manejando las riendas del poder. Los bienes que obtengan de esa tarea se emplearán en elevar el nivel de vida de la población o en perseguir los objetivos políticos que defienden los dirigentes. Por ello, la expansión demográfica servía a la vez de garantía de éxito en caso de conflicto y de base para lograr un excedente superior, en términos absolutos, en el campo de la producción. A mayor población, más trabajo se realizaba; por esa razón, la burguesía obtenía un beneficio más elevado con un número superior de empleados, a la vez que una parte de los ingresos iban a los presupuestos que manejaban los dirigentes a través del pago de impuestos (en su mayoría, indirectos). Los gobernantes emplearían el dinero público en construir infraestructuras o en comprar armamento; por el segundo camino se convertían en clientes importantes de las industrias de las potencias que producían tanques, aviones y buques de guerra. Lo segundo constituía un camino para lograr las simpatías de sus dirigentes y superar el aislamiento internacional que ha conllevado, en el siglo XX, derrocar un gobierno democrático a través de un golpe de Estado.

Ahora bien, la situación ideal para la expansión demográfica es que se oferten abundantes puestos de trabajos que conllevan fuerza física y escasa preparación intelectual. Si se pretende desarrollar tecnología e industrias de vanguardia, el crecimiento de la población ha de ir acompañado de una buena formación, lo que choca con el control de los dirigentes sobre la libertad de pensamiento y acción de los sujetos, junto al hecho de que el presupuesto destinado a educación suele ser exiguo y los planes de estudio se encuentran sometidos a control. En coherencia con sus recursos, es difícil que una dictadura de corte (pseudo)fascista consiga el objetivo de convertir a la nación que gobierna en un Estado puntero. En el campo de la producción, sus metas tienden a ser más modestas que sus proclamas: animar a los jóvenes a que se dediquen a la agricultura, a ensamblar productos industriales, realizar tareas administrativas y, por supuesto, a servir a la patria a través de la carrera militar
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. Una vez decidida cuál de las actividades anteriores iba a ser su profesión, el siguiente paso consistía en casarse y alumbrar descendencia. La represión de la sexualidad no reproductiva se enmarcaba en la persecución de esos fines. Tanta hostilidad podía mostrar el gobierno con la mujer que abortaba ocultamente —aunque, al hacerlo, pusiera su vida en riesgo— como hacia el varón que se dedicaba a mantener relaciones con personas de su sexo.

LAS BASES IDEOLÓGICAS DE LA REPRESIÓN
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Javier Ugarte Pérez

Introducción

La sublevación del general Franco contra la Segunda República resultó más costosa en tiempo, dinero y vidas de lo que previeron los militares que la protagonizaron y de los civiles que le apoyaron, porque el gobierno republicano encontró un respaldo entre la población que sorprendió a sus atacantes. Así que el levantamiento militar, que al principio parecía ser uno más de los pronunciamientos que caracterizaron el siglo XIX español, acabó en guerra civil. Cuando ésta terminó, la nación estaba destrozada, económica, cultural y moralmente. La represión de los vencedores contra quienes habían apoyado al gobierno republicano empeoró, si cabe, la situación. Lo que tampoco previeron los dirigentes del bando nacional fue que el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial y el triunfo de los aliados sobre las potencias del Eje —con las que Franco había firmado acuerdos de amistad y cooperación— iban a llevar al régimen a una situación de aislamiento internacional que endurecería la posguerra. La exclusión del país de los centros económicos y políticos que movían el mundo duraría casi veinte años en su forma dura, los de la autarquía, y otros veinte en su forma atenuada, los que siguieron a ese periodo y llegaron hasta el final de la dictadura.

Al terminar la guerra, la economía y la sociedad del país se encontraban devastadas. La escasa clase media que se había formado durante un siglo de lento desarrollo quedó diezmada porque muchos de sus efectivos habían apoyado al gobierno republicano. Entre los represaliados se encontraban los obreros especializados y los maestros de escuela, a la vez que muchos docentes de niveles superiores. Estos últimos, que contaban con mayores recursos económicos y culturales que otros estratos de la clase media, lograron emigrar y asentarse al otro lado del Atlántico, especialmente en México, donde contribuyeron a revitalizar las instituciones educativas. En el país, la clase media no se recuperó y amplió sus bases hasta pasadas tres décadas. Cuando Antonio Machado habló de las dos Españas, una de las cuales habría de helar el corazón al español que viniera al mundo
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, describía un país que se polarizaba en torno a dos clases sociales con una visión del mundo que las enfrentaba. La religión, que en el pasado había velado los conflictos sociales, dejó de cumplir ese papel a medida que transcurría el siglo XIX y la población trabajadora se alejaba de sus postulados. Entonces se percibieron como injustos los mecanismos de un reparto de la riqueza que se perpetuaba desde hacía mucho tiempo; esa apreciación estimuló una lucha de clases similar a la que se vivía en otros países. La guerra terminó con el enfrentamiento social al verse desarticulada una de las facciones en conflicto, la que representaba el trabajo.

Al comenzar la década de los años cuarenta, la cultura se encontraba tan arruinada como la economía porque los intelectuales de relevancia habían desaparecido; unos fueron asesinados por apoyar al gobierno legítimo, como Lorca, y otros marcharon al exilio por su oposición al régimen militar, como Cernuda o Picasso. En un proceso de boicot económico y aislamiento internacional por parte de las naciones occidentales, Franco sólo encontró dos bases en las que sostener su gobierno. La primera era el ejército, en quien podía confiar porque los elementos de izquierda habían permanecido fieles a la República y, por lo tanto, figuraban en el bando de los derrotados. La segunda fue la Iglesia Católica, cuya defensa había constituido uno de los motivos del levantamiento porque se consideraba inaceptable el tratamiento dado por el gobierno al clero católico y a sus bienes. En el ejército se apoyaba la represión mientras que sobre los acuerdos con la Iglesia descansaba la legitimidad. Los sistemas políticos, para sobrevivir, necesitan justificar su poder por la autoridad que detentan porque, como meros administradores de violencia, carecen de futuro. Que Franco nunca proclamara a su régimen «el Imperio de los mil años», como hizo Hitler, muestra que era consciente de su debilidad y aislamiento; si duró más que el Reich alemán fue porque supo administrar sus escasos recursos.

La consecuencia del aislamiento fue la imposición de la autarquía, decisión según la cual la nación debía valerse de sus propios recursos para sobrevivir. Fue una política que convirtió la necesidad en virtud. Son conocidas sus consecuencias económicas y el sufrimiento material que conllevó para las clases humildes. En cambio, las repercusiones ideológicas han merecido menos atención; entre ellas se incluyen las ideas con las que el franquismo se acercó a la homosexualidad. Como el bando vencedor no tenía capacidad para crear una ideología propia que justificara sus acciones, dependió de la única institución que fue capaz de proporcionársela, la Iglesia Católica. Su unión y apoyo mutuo dio lugar a lo que el historiador H.R. Trevor-Roper ha calificado como «fascismo clerical», en oposición a los fascismos dinámicos
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. La institución religiosa aceptó apoyar de forma explícita al régimen, al que vio como garante de su bienestar tras las experiencias vividas durante la Segunda República, cuando se convirtió en el objetivo de las iras para una parte de la población. No obstante, impuso sus condiciones. Los requisitos quedan reflejados en el Concordato firmado el 27 de agosto de 1953, donde se establecía, en su primer artículo, que la religión católica era la única para la nación española y el Estado estaba obligado a protegerla
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.

La Iglesia demandó ser reconocida como la religión oficial del Estado, con la protección y los privilegios que ello implicaba en un régimen autoritario. Además, el Estado debía someterse a sus imperativos morales en lo relativo al matrimonio, familia, concepción y homosexualidad; al franquismo no le costó aceptar esas demandas porque formaban parte de su visión del mundo. Lo que necesitaba el régimen era que los entendimientos implícitos se volvieran explícitos ante la nación y el resto del mundo para adoptar la apariencia de legitimidad; el Concordato de 1953 fue parte de esa estrategia. Como consecuencia de los acuerdos, los intereses de quienes lo firmaron se solaparon casi cuatro décadas. Sólo mostraron signos de resquebrajamiento en los años setenta, cuando el arzobispo de Madrid, Monseñor Tarancón, presidía la Conferencia Episcopal, mientras la contestación interna al régimen crecía y el grave deterioro en la salud del dictador acercaban a éste a su final, y con él al sistema político que había levantado.

Por lo que tiene que ver con la visión que la medicina tiene de la homosexualidad, debe señalarse que desde finales del siglo XIX se había impuesto en el conjunto de Europa la convicción de que los homosexuales, a quienes se consideraba pervertidos, eran enfermos que debían ser tratados por esta ciencia. Había dos motivos para estudiarlos, uno era conocer la génesis de su inversión; el otro, estudiar la forma de curarla. Lo que se va a mostrar en las páginas que siguen es cómo se enfrentaron en el régimen de Franco ambas instituciones, la ciencia médica y la moral; esta última, de mano de la Iglesia. Entre ellas se da una coincidencia: la homosexualidad es sólo un caso de una tendencia general. Por eso, antes de entrar en ese tema, es necesario exponer las líneas generales en las que se mueven ambas instituciones. Se puede afirmar que la medicina y la Iglesia compitieron para lograr los favores del poder década a década, modificando sus posiciones a medida que cambiaban las circunstancias. En esa pugna, utilizaron a los homosexuales como peones de una partida de ajedrez tan abierta e interminable como la propia vida. Y, al tratarse de peones, carecían de importancia para los contendientes. El régimen buscó los apoyos de una —la Iglesia— e impuso los de la otra —los médicos que vivían en el país— según cambiaba la realidad española y la política alcanzaba los objetivos que se perseguían en otros frentes.

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