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Authors: Dora Heldt

Vacaciones con papá (6 page)

BOOK: Vacaciones con papá
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—A ver, jefe, vente a ver la casa con nosotras.

Él hizo una reverencia.

—Con mucho gusto. La verdad es que es bonita. Se nota en el acto que esa médica es una persona como Dios manda.

La casa tenía un pasillo largo del que salían dos dormitorios y el salón. El cuarto de baño estaba al lado de la primera habitación, la cocina enfrente. Por el salón se salía a la terraza, en la que tres peldaños conducían al jardín. Salí a la terraza y me volví hacia mi padre.

—¿Dónde quieres dormir?

—Me he instalado en la primera habitación. Así estoy más cerca de la puerta, por si alguien intenta entrar en la casa.

—¿Y si los ladrones entran por la terraza?

—En ese caso, saldrán por la puerta.

—Ajá. La primera habitación, ¿no será por casualidad la más grande?

Mi padre me miró con benevolencia.

—No, pero la cama es la que tiene el mejor colchón. También he probado la supletoria del salón, y es muy cómoda. Seguro que se duerme estupendamente.

Me vi fumando un cigarrillo a escondidas en los escalones de la terraza en unas noches de verano apacibles mientras mi padre dormía en el colchón bueno, y la perspectiva hizo que le sonriera.

—Bien, pues en ese caso me quedo con la supletoria.

Dorothea recogió sus cosas del pasillo y las dejó en la otra habitación. Mi padre la miró y se acercó un tanto a mí.

—Oye, Christine —dijo en voz baja—, ¿me podrías ayudar después con la maleta?

—Llevo todo el día ayudándote con la maleta.

—No, me refiero a deshacerla. Tu madre siempre me deja juntas las cosas que tengo que ponerme.

Parecía abochornado. Yo no quería ponérselo tan fácil, que me dijera lo que quería.

—Ya, ¿y?

—Bueno —se estrujaba el pulgar—, es que metí las herramientas encima y al hacerlo lo desordené todo un poco y ahora ya no sé muy bien qué pega con qué.

Me resultó conmovedor su esfuerzo por vestirse debidamente durante dos semanas sin mi madre.

—Vamos a echar un vistazo. Pero lo de deshacer la maleta lo tendremos que dejar para más tarde: Marleen ha reservado mesa a las ocho y ya casi son menos cuarto.

Lo seguí hasta su dormitorio, vi la maleta y la volví a cerrar. Mi padre había metido las herramientas en el medio y las había envuelto con toda la ropa.

—Sí, tienes razón, está todo un poco revuelto. Me encargaré después de cenar. De paso le preguntaré a Marleen si puede prestarme la plancha.

Mi padre se mostró aliviado.

—Muchas gracias, Christine. Pero mamá planchó todas las camisas, no hace falta que lo hagas tú.

Lo saqué al pasillo y llamé a Dorothea para que fuéramos a cenar.

Poco antes de las ocho entramos en el Milchbar, donde Marleen había reservado mesa. Ella ya había llegado; desde el asiento que ocupaba se disfrutaba de una vista increíble del mar. En la entrada mi padre miró a su alrededor con aire vacilante. Yo intuí lo que estaba pensando.

—Sólo se llama Milchbar
[1]
, papá, es un restaurante normal y corriente.

—O sea, que también tienen cerveza de trigo, ¿no?

—Claro.

Se relajó en el acto. Marleen se levantó al vernos entrar.

—Qué bien, me alegro de veros. ¿Ya habéis deshecho las maletas? ¿Os habéis arreglado con las camas? Si necesitáis cualquier cosa, decidlo.

Dorothea se dejó caer en una silla.

—Es una casa increíble. Me parece estupenda. Christine se ha ofrecido a dormir en la supletoria, Heinz y yo nos hemos quedado con las habitaciones.

Heinz se sentó primero junto a Dorothea, pero luego se levantó y se acomodó enfrente.

—Me gustaría ver el mar. —Nos sonrió a las tres—. Es casi como en casa.

Miró con nostalgia el agua, y yo recordé lo poco que le gustaba viajar. Y esa vez, para colmo, sin mi madre. Tal vez estuviera siendo demasiado impaciente con él. Parecía un tanto perdido. Marleen interrumpió la voz de mi mala conciencia.

—¿Qué queréis beber? Esto es autoservicio. ¿Os apetece una ronda de champán de bienvenida?

—Me da acidez en el acto. ¿Hay cerveza de trigo?

—Claro, así que una cerveza de trigo para Heinz y champán para nosotras.

Yo asentí, y Dorothea se levantó.

—Te acompaño para traer las cosas.

—¿Va todo bien? —pregunté cuando se hubieron ido las dos.

—Sí…, claro…, es sólo que se me han pasado algunas cosas por la cabeza.

Se me hizo un nudo en la garganta.

—Y ¿qué cosas son ésas?

—La isla no es tan grande como Sylt, en dos semanas me la habré recorrido cien veces. Espero no aburrirme mucho.

—Y ¿qué más?

—Si le preguntara a Marleen cómo están hospedadas la señora Klüppersberg y la señora Weidemann-Zapek, seguro que me diría que muy bien, ¿no? Qué otra cosa podría decir, al fin y al cabo es su pensión. Entonces, ¿cómo me entero yo de si es así?

—Preguntándoles a las señoras.

—Pero eso sería una impertinencia.

—Claro que también puedes sisar la llave de la habitación mañana por la mañana en recepción y verlo por ti mismo, papá. Así lo sabrás.

—Y ¿tú crees que sería muy descarado?

—¿Qué sería muy descarado? —Marleen dejó en la mesa la cerveza y mi champán.

—Mi padre… —Sentí un puntapié bajo la mesa—. ¡Ay! Mi padre estaba pensando si ir a ver a su viejo amigo Kalli mañana por la mañana, pero como se ha ofrecido a echar una mano en la obra, quería saber si sería muy descarado que se escaqueara el primer día. ¿No es verdad, papá?

—¿Quién se va a escaquear? —Dorothea dejó las otras dos copas de champán en la mesa con cuidado.

—Mi amigo Kalli no es viejo, en realidad es incluso más joven que yo, aunque no se nota, la verdad. Sólo tiene setenta y dos años.

—Bueno. —Marleen levantó su copa—. Bienvenidos. Brindo por unas bonitas vacaciones con algún que otro trabajillo. —Después de beber nos miró uno por uno—. Propongo que vayamos por la cena primero y luego os contaré lo que hay que hacer.

Heinz se negó a acompañarnos.

—Es que si quiero un autoservicio voy a un puesto de patatas fritas. Si me levanto, seguro que me quedo sin sitio. Y, además, me pondré a dar vueltas y no seré capaz de decidirme de prisa, y los empleados perderán la paciencia y…

—Papá, ya te traigo yo algo.

Él asintió.

—Me gustaría algo con patatas salteadas, pero no quiero más salchichas. Seguro que encuentras algo.

Poco después volvimos con arenques y patatas para todos. Heinz hablaba a voz en grito con la pareja de la mesa de al lado.

—Prefiero jugar en Sylt. Hay dos campos de dieciocho hoyos, lo de aquí me parece demasiado poco. ¿Aquí sólo hay uno de nueve hoyos? Para eso me voy a un minigolf.

El matrimonio nos saludó educadamente con la cabeza.

—Muchas gracias por la información —dijo la mujer—, lo hablaremos tranquilamente, pero probablemente tenga razón. Pásenlo bien y que aproveche.

Mi padre me miró primero a mí y luego miró el plato.

—Esto está muy bien. Tan sólo me pregunto por qué no te lo pueden traer a la mesa.

—Di, ¿qué les has contado?

Mi padre cogió el perejil y la ensalada del plato y los tiró al cenicero.

—Nada más. Sólo les he preguntado por qué han venido.

Marleen observaba la limpieza que estaba haciendo.

—Supongo que estarán de vacaciones. Como tantos otros.

—Pues no. —Señaló con el tenedor en dirección a Marleen—. Quieren jugar al golf.

Lo sospechaba.

—Y tú les has dicho que para eso Sylt es mejor, ¿no?

—Pues claro. Tenemos tres campos de golf y están construyendo el cuarto.

Dorothea sacudió la cabeza.

—No puedes espantar a los turistas.

—¿Por qué no? —Le dirigió una mirada inocente.

Marleen contenía la risa.

—Se podría considerar un consejo de golfista a golfista, en ese caso la intención no es mala.

—Mi padre no ha jugado al golf en su vida.

—Tampoco he dicho que lo haya hecho. Pero nuestros campos son bonitos. Yo siempre paso por delante. Y Uwe Seeler sí que juega.

Mi padre se metió el tenedor en la boca y asintió para ratificar lo dicho.

Después de cenar, Marleen sacó unos planos y fotos del bolso.

—Mañana por la mañana lo veremos todo, hoy es imposible: el entarimado todavía no está listo y no se puede pisar hasta mañana. Pero así es como debería quedar.

La palabra «bar» ya no era adecuada. En los planos aquello parecía más un
lounge.
Marleen quería poner sofás de piel y sillones junto a la barra, en medio iría una chimenea acristalada y en la habitación contigua habría mesas cromadas y sillas de rota; en ese espacio tenía intención de servir picoteo. Dorothea y yo estábamos impresionadas. Heinz, algo menos.

—Comerán la crema de guisantes y se limpiarán la grasa de los dedos en el sofá —vaticinó.

—Heinz, te garantizo que no habrá crema de guisantes.

Dorothea observaba concentrada los planos y muy pronto se le ocurrieron algunas ideas. Propuso a Marleen distintas combinaciones de colores y luego sacó un lápiz del bolso y garabateó colores y notas en los bordes. Mi padre miraba y no entendía nada.

—Pinta de blanco sin más, así se puede pintar encima. O bien puedes utilizar látex, que hasta se puede limpiar con un paño húmedo.

—¡Papá!

—Heinz…

—Sólo es una opinión. Además, ¿qué se supone que voy a hacer yo? Pintar no me gusta. Luego no hay manera de quitar la pintura de las manos.

Dorothea levantó la cabeza.

—De todas formas, eso preferiría hacerlo yo. Creo que también estaría bien intercalar algunos motivos marinos. Los iré pintando sobre la marcha. Marleen, espero que te fíes de mí.

La aludida asintió.

—Precisamente por eso te lo he pedido. He contratado a unos estudiantes que pueden encargarse de pintar las superficies grandes como tú les digas, así tendrás tiempo para los detalles.

—Genial. Será divertido.

Marleen volvió a mirar los planos.

—Bien, el principal problema es quién puede ayudar, cuándo y dónde. Tengo la pensión llena y no puedo ausentarme antes de las diez. La chica que se encarga de los desayunos por la mañana se ha hecho daño en un pie y estará tres semanas de baja. Puedes ocuparte tú, Christine, ¿no?

Asentí en silencio.

—Los obreros llegan al bar a las ocho de la mañana. Aún hay que alicatar los baños, y la instalación eléctrica tampoco está lista. Dorothea, no sé cuándo quieres empezar por la mañana, pero la cosa es que allí siempre tiene que haber alguien.

Dorothea se asustó.

—¿A las ocho? ¿Lo dices en serio? A esas horas no soy persona.

Mi padre se irguió.

—Vigilar a los obreros es cosa de hombres. Estaré como un clavo en el tajo a las ocho. No es ningún sacrificio.

Marleen le sonrió.

—Eso esperaba, Heinz. Tampoco hace falta que estés la mañana entera, sólo que haya alguien que les abra la puerta. Y por si surge algún problema.

—Conozco bien a los obreros. Hay que mostrarse autoritario, si no se te suben a la chepa. Seguro que tú eres demasiado amable, menos mal que he venido. —Parecía de lo más satisfecho—. Y a Kalli puedo ir a verlo por la tarde. Lo primero es la obra.

En el camino de vuelta mi padre habló con gran orgullo de sus experiencias con los obreros. Yo no decía absolutamente nada. Muchas de las historias ya las conocía por mi madre, habría sido de mala educación corregir las versiones de ese hombre autoritario. Delante de Haus Theda nos despedimos de Marleen.

—Hasta mañana —dijo ella—. Venid a desayunar a la pensión y después iré con Heinz y Dorothea al bar y le enseñaré a Christine lo que tiene que saber. Buenas noches.

—Buenas noches, Theda —respondió mi padre—. Uy, quería decir Marleen. Buenas noches, Marleen.

—Hablando de Theda. —Se me pasó por la cabeza que ni siquiera habíamos mencionado a la tía de Marleen y a su nuevo novio—. ¿No iban a venir Hubert y Theda?

—Sí, pero están en Constanza, a orillas del lago, y a Theda le encantan las flores de allí. Vendrán el próximo fin de semana. Los tortolitos están en camino.

—Bueno, yo siempre digo que viajando se aprende. —Heinz miró a Marleen dándose pisto—. Hala, buenas noches a todos.

Dio media vuelta y echó a andar hacia nuestra casa. Yo le di un beso a Marleen en la mejilla.

—Tengo que alcanzarlo, no tiene llave. Que descanses.

Antes incluso de que Dorothea se hubiera despedido, oí a mi padre:

—Christine, la puerta está cerrada.

A medianoche por fin me vi sentada sola en los escalones por los que se bajaba de la terraza al jardín fumando un cigarrillo. Reinaba un silencio absoluto, el aire era límpido, yo contemplaba el cielo estrellado.

Había deshecho la maleta de mi padre mientras él me miraba sentado en el borde de la cama.

—Puedes poner juntas las cosas que combinan bien, así no tendré que andar preguntándote a cada momento. Aunque siempre vamos a salir juntos de casa, ¿no?

¿Era miedo lo que percibía en su voz?

—Di, papá, ¿te arrepientes de haber venido?

Se paró a pensar un instante.

—Bueno, primero tengo que ver tranquilamente la isla. Pero, en cualquier caso, sin nosotros Marleen estaría lista. Y a veces hay que hacer sacrificios.

Acababa de fumarme el cigarrillo cuando oí pasos a mis espaldas.

—Hazme un sitio.

Mi padre, que llevaba un pijama de rayas azules y blancas, se sentó a mi lado.

—¿Están haciendo una parrillada? Porque huele a quemado. Mira, hay estrellas. Cuando se ve una estrella fugaz se puede pedir un deseo.

Estábamos sentados juntos mirando al cielo. De pronto vimos una estrella fugaz, e inmediatamente después otra. Ninguno de los dos dijo nada. Yo no quería romper un instante tan apacible. Mi deseo fue que pasáramos unas buenas vacaciones. Y que a mi madre le fuera bien en la operación. Al fin y al cabo, habíamos visto dos estrellas. Mi padre bostezó y se estiró.

—Bueno, ya está, ahora me voy a la cama. Pero no te voy a decir lo que he pedido, porque entonces no se cumple. —Soltó una risita y se levantó—. Ahora estaré en ascuas. Buenas noches, hija, que descanses. Si necesitas algo, estoy al lado.

Yo me quedé un instante. No cayeron más estrellas fugaces. Aunque, para empezar, dos no estaban nada mal, pensé, a saber qué pasaría esas vacaciones.

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