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Authors: Ian Fleming

Tags: #Aventuras, Intriga, Policíaco

Vive y deja morir (3 page)

BOOK: Vive y deja morir
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M abrió una carpeta marrón que lucía la estrella roja de alto secreto y de ella sacó una hoja de papel. Por transparencia, mientras M la sujetaba en el aire, Bond leyó el encabezamiento grabado: «Ministerio de Justicia. Oficina Federal de Investigación
[10]
».


«Zachary Smith
—comenzó a leer M—,
35 años, negro, miembro de la hermandad de mozos de equipaje de cochescama, domiciliado en el 90b de West 126th Street, Nueva York.»
—M alzó la vista y añadió—: Harlem
[11]
.
«El sujeto fue identificado por Arthur Fein (de las Joyerías Fein), del 870 de la avenida Lenox, como la persona que el 21 de noviembre próximo pasado le ofreció cuatro monedas de oro de los siglos XVI y XVII (se adjuntan detalles). Fein le ofreció cien dólares, precio que el hombre aceptó. Al ser interrogado más tarde, Smith declaró que se las había vendido en el Seventh Heaven Bar-B-Q (un bar de Harlem muy conocido), por veinte dólares cada una, un negro a quien nunca había visto antes ni se había encontrado otra vez desde entonces. El vendedor le había dicho que cada una valía cincuenta dólares en Tiffany's, pero que él (el vendedor) necesitaba dinero en efectivo con urgencia y Tiffany's quedaba demasiado lejos. Smith le compró una por veinte dólares, y cuando descubrió que en una casa de empeños del vecindario le ofrecían veinticinco dólares por ella, regresó al bar y compró las tres restantes por sesenta dólares. A la mañana siguiente se las llevó a Fein. El sujeto no tiene antecedentes penales.»

M guardó de nuevo la hoja dentro de la carpeta.

—Es un caso típico —repitió—. Varias veces han logrado dar con el siguiente eslabón de la cadena (el intermediario que las compró un poco más baratas), descubriendo que éste había adquirido un puñado de ellas, cien en un caso, de manos de algún otro hombre que presumiblemente las había conseguido por un precio aún más bajo. Estas transacciones de mayor envergadura han tenido lugar en Harlem o en Florida. Y en todos los casos, el siguiente eslabón de la cadena era un negro desconocido para el comprador, siempre bien vestido, de aspecto próspero, educado, que decía creer que las monedas procedían de un tesoro pirata escondido, del tesoro de
Barbanegra
.

»Esa historia de
Barbanegra
se sostendría ante la mayoría de las investigaciones que se realizaran —prosiguió M—, porque existen razones para creer que una parte de dicho tesoro fue desenterrado en torno a la Navidad de 1928, en un lugar llamado Plum Point. Se trata de una estrecha franja de tierra situada en el condado de Beaufort, en Carolina del Norte, donde el arroyo Bath Creek afluye al río Pamlico. No piense que soy un experto —añadió con una sonrisa—. Puede leer todo eso en el expediente. Así pues, en teoría, sería bastante razonable pensar que esos afortunados cazadores de tesoros escondieron entonces el botín en espera de que todo el mundo olvidara la historia, y ahora están introduciéndolo rápidamente en el mercado. O bien que se lo vendieron en bloque a alguien en aquel entonces, o más tarde, y que el comprador ha decidido transformarlo en dinero contante y sonante. En cualquier caso, es una tapadera bastante buena, de no ser por dos detalles.

M hizo una pausa para volver a encender la pipa.

—En primer lugar,
Barbanegra
estuvo activo entre 1690 y 1710, y resulta improbable que alguna de estas monedas haya sido acuñada después de 1650. Además, como he mencionado antes, resulta muy poco probable que en su tesoro hubiesen
Rose Nobles
de Eduardo IV, puesto que no existe constancia de que ningún barco inglés que transportara oro fuese capturado cuando iba hacia Jamaica. Los Hermanos de la Costa no los habrían atacado. Llevaban demasiada escolta. Si uno navegaba «en nombre del saqueo», como decían en aquella época, había presas mucho más fáciles.

M alzó los ojos al techo y luego volvió a posar su mirada sobre Bond.

—En segundo lugar —prosiguió—, yo sé dónde se halla ese tesoro que va saliendo a la luz. Al menos estoy bastante seguro de saberlo. No se encuentra en Estados Unidos, sino en Jamaica, y es el de Morgan
el Sanguinario
, y calculo que se trata de uno de los tesoros más valiosos de la historia.

—Buen Dios… —dijo Bond—. ¿Y cómo… dónde entramos nosotros en todo esto?

M alzó una mano.

—Encontrará todos los detalles aquí —anunció al tiempo que dejaba caer la mano sobre la carpeta marrón—. En pocas palabras, el puesto C se ha interesado por un yate diesel, el
Secatur
, que ha estado navegando desde una pequeña isla del norte de Jamaica, a través de los cayos de Florida, al interior del golfo de México, hasta un lugar llamado St. Petersburg, una especie de complejo de veraneo cercano a Tampa, en la costa occidental de Florida. Con la ayuda del FBI, hemos descubierto que el propietario del yate y de la isla es un hombre a quien llaman señor Big, un gángster negro. Vive en Harlem. ¿Ha oído hablar de él?

—No —respondió Bond.

—Y hay algo bastante curioso. —La voz de M se hizo más suave y queda.— Uno de los billetes de veinte dólares con que uno de esos negros inocentes había adquirido una moneda de oro, y cuyo número había anotado para el Peaka Peow (el juego de los números), fue usado por un ayudante del señor Big. —M señaló a Bond con la boquilla de la pipa.— Y lo usó para pagar la información recibida de un agente doble del FBI que es miembro del Partido Comunista.

Bond emitió un suave silbido.

—En resumen —continuó M—, sospechamos que ese tesoro jamaicano está siendo usado para financiar el sistema de espionaje soviético, o una parte importante del mismo, dentro de Estados Unidos. Y nuestra sospecha se transforma en certidumbre cuando se sabe quién es ese señor Big.

Bond aguardó con los ojos fijos en M.

—El señor Big —declaró M, sopesando sus palabras— es, probablemente, el delincuente negro más poderoso del mundo. —Enumeró con sumo cuidado cada título—: jefe del Vudú de la Viuda Negra, y ese culto cree que es el propio barón Samedi. Encontrará la información referente a eso aquí dentro —añadió dando unos golpecitos a la carpeta—, y sentirá un miedo cerval. También es agente soviético. Y por último, algo que a usted le interesará de modo particular, es un destacado miembro de SMERSH.

—Sí —asintió Bond con lentitud—. Ya veo.

—Se trata de un caso muy serio —comentó M, mientras lo miraba fijamente—. Y ese señor Big es todo un personaje.

—Creo que nunca antes había oído hablar de un gran delincuente negro —dijo Bond—. De chinos, por supuesto que sí, los hombres que están detrás del tráfico de opio. Ha habido algunos peces gordos japoneses, sobre todo en el tráfico de perlas y drogas. Hay muchos negros que están mezclados en el tráfico de diamantes y oro de África, pero siempre se trata de cuestiones de poca monta. No parecen dedicarse a ese asunto a gran escala. Son tipos bastante respetuosos de la ley, diría yo, excepto cuando beben demasiado.

—Nuestro hombre es algo así como una excepción —explicó M—. No es un negro puro. Nació en Haití. Tiene una buena dosis de sangre francesa. Y las razas negras están comenzando a dar genios en todas las profesiones: científicos, médicos, escritores. Ya era hora de que produjeran un gran delincuente. Al fin y al cabo, hay doscientos cincuenta millones de ellos en el mundo. Casi un tercio de la población blanca. Tienen cerebro de sobras, y capacidades, y agallas. Y ahora Moscú ha enseñado la técnica a uno de ellos.

—Me gustaría conocerlo —comentó Bond. Luego, con voz suave, agregó—: Me gustaría conocer a cualquier miembro de SMERSH.

—Muy bien pues, Bond. El caso es suyo. —Le entregó la carpeta marrón.— Hable del asunto con Plender y Damon. Quiero que esté preparado para empezar dentro de una semana. Es un trabajo conjunto con la CIA y el FBI. Por el amor de Dios, tenga cuidado de no pisarle los pies al FBI. Los tiene cubiertos de callos. Buena suerte.

Bond había bajado directamente a ver al capitán de fragata Damon, jefe de la sección A, un canadiense despierto que controlaba el enlace con la Agencia Central de Inteligencia, el servicio secreto estadounidense.

Damon alzó la vista del escritorio.

—Veo que lo ha traído —comentó mirando la carpeta—. Ya suponía que lo haría. Siéntese. —Con un gesto señaló un sillón que se encontraba junto a la estufa eléctrica.— Cuando haya acabado de leerlo, le daré la información adicional.

Capítulo 3
Una tarjeta de visita

Y ya habían pasado diez días desde aquello, y la conversación con Dexter y Leiter no había añadido mucho a lo que ya sabía, reflexionó Bond cuando despertó lentamente en el lujoso dormitorio del hotel St. Regis a la mañana siguiente de su llegada a Nueva York.

Dexter disponía de datos abundantes sobre el señor Big, pero ninguno de ellos arrojaba una luz nueva sobre el caso. El señor Big tenía cuarenta y cinco años, había nacido en Haití, y era medio negro y medio francés. Debido a las iniciales de su fantástico nombre, Buonaparte Ignace Gallia, y a causa de su estatura y corpulencia enormes, la gente acabó llamándolo, ya en la juventud, «Big Boy», o simplemente «Big». Más tarde el mote se convirtió en «The Big Man» o «señor Big»
[12]
, y sus nombres y apellido reales sólo permanecieron en el registro parroquial de Haití y en el expediente del FBI. No tenía ningún vicio conocido excepto las mujeres, de las que echaba mano en abundancia. No bebía ni fumaba, y su único talón de Aquiles parecía ser una cardiopatía crónica que, en los últimos años, le había conferido aquel tono grisáceo que se apreciaba en su piel.

De niño,
Big Boy
fue iniciado en el vudú; luego se ganó la vida como camionero en Puerto Príncipe, y, más tarde, emigró a Estados Unidos, donde prosperó trabajando con un grupo de salteadores de camiones que transportaban alcohol ilegal para la banda de Legs Diamond. Con el fin de la ley seca, se trasladó a Harlem y compró participaciones en un pequeño club nocturno, y una buena serie de prostitutas de lujo negras. Encontraron a su socio dentro de un tambor de cemento en el río Harlem en 1938, y el señor Big pasó a ser automáticamente el único propietario del negocio. En 1943 fue llamado a filas, y a causa de su excelente dominio de la lengua francesa, atrajo la atención de la oficina de Servicios Estratégicos, el servicio secreto estadounidense durante la guerra, que lo entrenó de modo minucioso y lo trasladó a Marsella como agente contra los colaboracionistas de Pétain. Se integró con facilidad en el grupo de estibadores negros del puerto y realizó una buena labor, proporcionando a su departamento una información naval valiosa y precisa. Trabajaba en estrecha colaboración con un espía soviético que realizaba un trabajo similar para los rusos. Cuando la guerra finalizó quedó desmovilizado en Francia, fue condecorado por los estadounidenses y los franceses, y luego desapareció durante cinco años, que probablemente pasó en Moscú. En 1950 regresó a Harlem y muy pronto llamó la atención del FBI como sospechoso de ser agente soviético. Pero jamás se incriminó ni cayó en ninguna de las trampas preparadas por los federales. Compró tres clubes nocturnos y una próspera cadena de burdeles en Harlem. Parecía contar con fondos ilimitados, y a todos sus ayudantes les pagaba, sin excepción, un sueldo de veinte mil dólares al año. Consecuencia de ello, y como resultado de las depuraciones mediante asesinato, era servido con pericia y rapidez. Se sabía que había fundado un templo vudú clandestino en Harlem, estableciendo lazos entre éste y el culto original de Haití. Comenzó a correr el rumor de que era el zombi o el cadáver viviente del mismísimo barón Samedi, el temido príncipe de las tinieblas, y él alimentaba la historia de modo que a esas alturas era una idea aceptada por todos en las capas más bajas del mundo negro. Como resultado, inspiraba un miedo auténtico que era sustentado con fuerza por la inmediata, y a menudo misteriosa, muerte de cualquiera que lo enfureciera o desobedeciera sus órdenes.

Bond había interrogado a Dexter y Leiter con gran minuciosidad acerca de las pruebas que relacionaban al gigantesco negro con SMERSH. Sin duda parecían concluyentes.

En 1951, mediante la promesa de un millón de dólares en oro y de un refugio seguro después de trabajar seis meses para ellos, el FBI había por fin persuadido a un conocido agente soviético del MVD
[13]
para que se convirtiera en agente doble. Todo marchó bien durante un mes, y los resultados superaron las máximas expectativas. El espía ruso ocupaba el cargo de especialista económico de la delegación soviética en Naciones Unidas.

Un sábado fue a coger el metro para trasladarse al campo de descanso de fin de semana que los soviéticos tenían en Glen Cove, la antigua propiedad de Morgan en Long Island. Cuando se encontraba en el andén, un negro enorme, identificado positivamente mediante fotografías como
Big Man
(hombre grande), se detuvo junto a él cuando el tren entraba en la estación, y luego lo vieron caminando hacia la salida incluso antes de que el primer coche se hubiese detenido sobre los ensangrentados restos del ruso. Nadie vió como empujaba al agente doble, pero a cubierto de la multitud no le habría resultado difícil hacerlo. Los testigos declaraban que no podía tratarse de un suicidio. El hombre había proferido un grito horrible al caer y llevaba (¡toque melancólico!) una bolsa de palos de golf colgada del hombro.
Big Man
, por supuesto, tenía una coartada tan sólida como Fort Knox. Lo habían detenido e interrogado, pero el mejor abogado de Harlem logró su pronta libertad.

Las pruebas eran válidas para Bond. Se trataba del hombre perfecto para SMERSH, con el entrenamiento ideal. Un arma auténtica y dura para el terror y la muerte. ¡Y qué montaje tan brillante para aprovechar a los peces pequeños del submundo negro y mantener en condiciones satisfactorias una red de información integrada por negros! ¡El miedo al vudú y a lo sobrenatural, aún profunda y primitivamente arraigado en el subconsciente negro! ¡Y qué genialidad la de empezar por tener bajo vigilancia a la totalidad del sistema de transportes de Estados Unidos: trenes, mozos de equipaje, camioneros, estibadores! Disponer de toda una hueste de hombres que no tendría ni idea de que las preguntas que respondían habían sido formuladas por la Unión Soviética. Profesionales de escasa importancia que, si se les ocurría pensar en el asunto, conjeturarían que la información referente a fletes de mercancías y horarios estaba siendo vendida a empresas de transporte rivales.

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