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Authors: Dustin Thomason

Tags: #Intriga, #Ciencia Ficción, #Policíaco

21/12 (10 page)

BOOK: 21/12
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—Adentrarse en la selva sin miedo, como hacía yo.

—De pequeño, cuando te adentrabas en la selva sin miedo, ¿cómo sobrevivías?

—Sobrevivía gracias a la voluntad de los dioses.

—¿Los dioses te protegían en la selva cuando eras pequeño?

—Hasta que los ofendí de mayor, me protegieron.

—¿Qué pasó cuando dejaron de protegerte de mayor?

—En la selva no me dejaron pasar al otro lado.

—¿Al otro lado?

—No permitieron que mi alma descansara o hiciera acopio de fuerzas en el mundo de los espíritus.

Chel interrumpió el interrogatorio. Quería asegurarse de que le había entendido bien, y se acercó más.

—Volcy, ¿no pudiste entrar en el mundo de los sueños desde que fuiste a la selva? ¿Desde que robaste el libro antiguo?

El hombre asintió.

—¿Qué está pasando? —preguntó Stanton.

Chel no le hizo caso. Tenía que saber la respuesta.

—¿Dónde estaba ese templo de la selva? —preguntó a Volcy.

Pero el hombre se había vuelto a sumir en el silencio.

Stanton esperaba impaciente.

—¿Por qué ha dejado de hablar? ¿Qué le ha dicho usted?

—Ha dicho que se puso enfermo en la selva —explicó Chel.

—¿Por qué estaba en la selva? ¿Vive allí?

—No. —Calló un segundo—. Fue a practicar una especie de meditación. Dice que fue durante este ritual cuando empezó a padecer insomnio.

—¿Está segura de eso?

—Estoy segura.

¿Qué más daba si había mentido sobre sus motivos de ir a la selva? Tanto si fue a robar el libro como si fue a meditar, había enfermado.

—¿Después se fue de la selva en dirección al norte? —preguntó Stanton.

—Eso parece.

—¿Por qué cruzó la frontera?

—No lo ha dicho.

—¿No habría explotaciones ganaderas cerca de la selva donde estaba… meditando?

—No sé de qué parte del Petén está hablando —dijo Chel con sinceridad—. Pero hay explotaciones ganaderas por todas partes en las tierras altas.

—¿Qué debió comer durante ese ritual de la selva?

—Lo que cazara o encontrara.

—Así que está acampado, vive en la selva o en las afueras de una de esas explotaciones ganaderas. Pasa semanas allí, y ha de comer algo. De modo que quizá decide matar una vaca.

—Supongo que es posible.

Stanton le dijo que continuara haciendo preguntas en esa línea de interrogatorio, empleando la técnica de asociar palabras. Cosa que ella hizo, eliminando de la conversación cualquier pregunta sobre los motivos que impulsaron a Volcy a ir a la selva.

—¿Comiste carne de vaca en la selva?

—No había carne de vaca para comer.

—¿Comiste carne de pollo en la selva?

—¿Qué pollos se encuentran en plena naturaleza?

—Hay venados en plena naturaleza. ¿Comiste carne de venado?

—Nunca he cocinado carne de venado en mi hogar.

—Cuando estabas en plena naturaleza, ¿te llevaste un comal para cocinar?

—Preparábamos tortillas en el comal.

—En tu pueblo, ¿utilizabas este comal para preparar carne?


Chuyum-thul
no permitía carne en el hogar. Yo soy
Chuyum-thul
, quien preside la selva desde el cielo, el que ha guiado mi forma humana desde que nací.

Chuyum-thul
era un halcón, y debía ser el espíritu animal de Volcy, que el chamán del pueblo le habría asignado. El
wayob
de un hombre era el símbolo de lo que era: el hombre valiente, como un rey, era un jaguar; el hombre gracioso, un mono aullador; el hombre lento, una tortuga. Desde los mayas antiguos a los modernos, el nombre y el
wayob
de un hombre podían intercambiarse, tal como estaba haciendo Volcy ahora.

—Yo soy
Pape
, la mariposa con las franjas de un tigre —dijo Chel—. Mi forma humana rinde tributo a mi forma
wayob
cada día.
Chuyum-thul
sabe que le has mostrado reverencia, si has seguido sus consejos sobre lo que debes preparar en tu hogar.

—He seguido sus consejos durante doce lunas —contestó Volcy, y sus ojos se suavizaron de nuevo cuando vio que ella le entendía—. Me ha enseñado las almas de los animales de la selva y cómo cuida de ellas. Me contó cómo impedir que los humanos las destruyan.

Stanton interrumpió.

—¿Qué está diciendo?

Una vez más, Chel no le hizo caso. Se había ganado la confianza de Volcy, y necesitaba respuestas antes de que volviera a perder el conocimiento.

—¿Fue el halcón quien te condujo al gran templo, al lugar donde encontrarías algo con lo que mantener a tu familia? ¿A Janotha y Sama?

El hombre asintió despacio.

—¿A qué distancia del pueblo estaba el templo hasta el que te guió
Chuyum-thul
?

—Tres días a pie.

—¿En qué dirección?

Volcy no contestó.

—Por favor, has de decirme en qué dirección caminaste tres días.

Pero Volcy se había replegado de nuevo.

Frustrada, Chel cambió de táctica.

—¿Seguiste los consejos de
Chuyum-thul
durante doce lunas? ¿Cuáles fueron sus consejos?

—Ordenó que subsistiera durante doce lunas, que él me aconsejaría cómo devolver el esplendor al pueblo. Después me guió hasta el templo.

Cuando oyó las palabras, Chel se quedó confusa.
¿Subsistir durante doce lunas
?

¿Cómo era eso posible?

La subsistencia era una práctica que se remontaba a los antiguos. Consistía en que los chamanes se retiraban a sus cuevas para comunicarse con los dioses, y sobrevivían sólo a base de agua y algo de fruta durante varios meses.

—¿Has subsistido durante doce lunas, hermano? —preguntó a Volcy despacio—. ¿Y has sido fiel a tu juramento?

El hombre asintió.

—¿Qué demonios está diciendo? —preguntó Stanton.

Chel se volvió hacia él.

—Ha dicho que la enfermedad se transmitía a través de la carne, ¿verdad?

—Todas las enfermedades priónicas no genéticas se transmiten por la carne. Por eso necesito saber qué tipo de carne ha consumido. Hasta donde pueda recordar.

—No ha comido carne de ningún tipo.

—¿Qué está diciendo?

—Ha seguido una dieta de subsistencia. Para nuestro pueblo, eso significa nada de carne.

—Eso no es posible.

—Se lo repito: dice que ha seguido una dieta vegetariana durante todo el último año.

7

Volcy sentía la boca, la garganta, incluso el estómago secos como si hubiera arado campos dos días seguidos. Como la sed que había experimentado Janotha cuando había dado a luz a Sama, una sed insaciable. Las luces se encendían y apagaban a medida que abría y cerraba los ojos, mientras intentaba comprender cómo había llegado a aquella cama.

Nunca volveré a ver a Sama. Moriré de sed, y ella no sabrá que cogí el libro de los antiguos para ella, sólo para ella
.

Cuando llegó la sequía, el chamán cantó e hizo ofrendas a Chaak cada día, pero la lluvia no llegó. Las familias se separaron, enviaron a los niños con parientes de otras ciudades, los viejos murieron a causa del calor. Janotha estaba preocupada por si se le secaba la leche.

Pero tú, el halcón, nunca permitirás que eso suceda, nunca
.

Cuando Volcy era pequeño, y su madre pasaba hambre para alimentar a los niños, gateaba a través del suelo de la cabaña mientras sus padres dormían, salía a hurtadillas de la casa y robaba maíz a una familia que tenía más del que necesitaba.

El halcón nunca tiene miedo
.

Años después, Volcy había obedecido la llamada de su wayob cuando su familia tuvo necesidad de ayuda una vez más. Mientras ayunaba, el halcón oyó la llamada que le conduciría a las ruinas. Él y su socio, Malcin, viajaron tres días a través del bosque en su busca. Sólo Ix Chel, diosa de la Luna, les proporcionaba luz. Malcin tenía miedo de incurrir en la ira de los dioses, pero fragmentos de cerámica se vendían por miles a los hombres blancos debido a que el ciclo de la Cuenta Larga llegaba a su fin.

Los dioses los habían guiado hasta las ruinas y, entre altísimos árboles, encontraron el edificio de muros derruidos por el viento y la lluvia. Dentro de la tumba reinaba la gloria: hojas de obsidiana, calabazas y cristales pintados de estuco, cuentas y vasijas. Calaveras con máscaras y dientes de jade. Y el libro. El libro maldito. No tenían ni idea de qué significaban los dibujos o palabras que adornaban el papel amate, pero se quedaron fascinados.

Ahora, estaba solo en la oscuridad, pero ¿dónde? El hombre y la mujer quiché se habían ido. Volcy alargó la mano hacia el vaso de agua una vez más. Pero el vaso estaba vacío.

Apoyó las piernas en el suelo y caminó con paso vacilante. Le fallaban los miembros tanto como la visión. Pero tenía que beber. Arrastró el palo al que estaba sujeto hasta el cuarto de baño, llegó al lavabo, abrió los grifos y hundió la cabeza bajo el chorro, tragando toda el agua posible. Pero no era suficiente. El agua empapaba su nariz y la boca, resbalaba por su cara, pero necesitaba más. La maldición del libro le estaba dejando seco, resecaba cada centímetro de su piel. Había permitido que la obsesión del hombre blanco por la Cuenta Larga le impulsara a sacrificar el honor de sus antepasados.

El halcón se elevó de debajo del grifo y vio su cara en el espejo. Tenía la cabeza mojada, pero la sed no se había calmado.

Stanton paseaba de un lado a otro del patio que había delante del hospital mientras hablaba por teléfono con Davies. Luces rojas y azules destellaban por todas partes. Habían llamado a la policía para que mantuviera a raya a la prensa omnipresente. La filtración sobre Juan Nadie y su misterioso estado médico que había conducido a la prensa hasta Havermore Farms procedía, al parecer, de un camillero. Había oído a Thane cuando hablaba con un médico, y colgó algo en un chat sobre vacas locas. Ahora, todos los servicios informativos del país habían enviado reporteros al hospital.

—¿Y si Juan Nadie miente? —preguntó Davies.

—¿Por qué iba a mentir?

—No sé… Tal vez su esposa es una vegetariana furibunda, y no quiere que nadie se entere de que ha estado empapuzándose de Big Macs.

—Venga ya.

—Vale, pues tal vez enfermó antes de que dejara de comer carne.

—Ya viste las muestras. Enfermó hace muy poco.

Sólo contaban con el testimonio de un paciente contra décadas de investigación, y Stanton se sentía todavía escéptico sobre cualquier vector que no fuera carne. Pero tenían que explorarla posibilidad. Habían encontrado
E. coli
, listeria y salmonela en la leche de vaca, y temía desde hacía tiempo que los priones pudieran introducirse en los productos lácteos. El consumo per cápita de ganado vacuno en Estados Unidos era de unos dieciocho kilos al año; el de productos lácteos superaba los ciento treinta y cinco. Y con frecuencia se utilizaba la leche de una sola vaca en miles de productos diferentes a lo largo de su vida, de manera que encontrar la fuente era muchísimo más complicado.

—Diré a los guatemaltecos que comprueben su infraestructura de seguimiento de productos lácteos —dijo Davies—, pero estamos hablando de un servicio de salud del Tercer Mundo, encargado de investigar una enfermedad de la que no quieren airear que se inició dentro de sus fronteras. No es la receta ideal para un buen seguimiento epidemiológico.

—¿Cómo va la investigación del hospital?

—Todavía nada —dijo Davies—. El equipo llamó a todas las urgencias de Los Ángeles, y yo envié a Jiao a echar un vistazo a un par de pacientes sospechosos, pero resultaron ser falsas alarmas.

—Que los investiguen de nuevo. Cada veinticuatro horas.

Stanton colgó y rodeó corriendo el edificio. Los periodistas no eran los únicos que abarrotaban el aparcamiento. Un desfile de ambulancias se hallaba delante de urgencias con las luces encendidas. Había paramédicos por todas partes, y médicos y enfermeras bramaban órdenes, mientras descargaban pacientes en camillas. Se había producido un grave accidente de tráfico en la autovía 101, y habían transportado al hospital a docenas de pacientes en estado grave.

Stanton hizo otra veloz llamada mientras se encaminaba hacia la puerta principal del edificio.

—Soy yo —dijo en voz baja cuando le respondió de nuevo el correo de voz de Nina. Miró a su alrededor para cerciorarse de que nadie le estaba escuchando—. Hazme un favor y tira también por la borda la leche y los quesos.

En el interior de urgencias, Stanton se aplastó contra la pared para dejar paso a las camillas de los accidentados. Un anciano, con el brazo envuelto en gasas y un torniquete, chillaba de dolor. Los cirujanos estaban operando en la sala de urgencias no esterilizada a los pacientes demasiado graves para trasladarlos a los quirófanos. Dio gracias en silencio a que el proceso de clasificar a heridos o enfermos graves privilegiando a los que tuvieran mayores posibilidades de supervivencia no fuera su especialidad.

De nuevo en la sexta planta, encontró a Chel Manu en la sala de espera. Era diminuta incluso con tacones, y descubrió de nuevo que sus ojos exploraban la nuca de la joven, sobre la cual caía su pelo negro. No cabía duda de que era muy inteligente. Ya había conseguido extraer información importante de Volcy, y por eso le había pedido que se quedara.

—¿Le apetece un café mientras esperamos a que terminen las enfermeras? —preguntó, e indicó la máquina dispensadora con un ademán.

—No, pero un cigarrillo me sentaría de maravilla.

Stanton introdujo monedas de veinticinco centavos en la ranura y llenó un vaso de porexpán. No era el mejor café de California, pero tendría que conformarse.

—No creo que encuentre mucho tabaco por aquí.

Chel se encogió de hombros.

—De todos modos, me prometí que lo dejaría a finales de año.

Stanton bebió el aguado café.

—Deduzco que no cree en la inminencia del apocalipsis maya.

—Pues no, la verdad.

—Yo tampoco. —Sonrió, convencido de que estaban bromeando, pero no dio la impresión de que ella estuviera por la labor. Tal vez se trataba de algo sobre lo que no quería bromear.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó ella de sopetón.

—En cuanto las enfermeras hayan terminado, intentaremos que Volcy nos hable de todos los productos lácteos que ha consumido durante el último mes o así.

—Haré lo que pueda, aunque no estoy segura de que confíe en mí por completo.

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