Clinton Brown es inteligente, bien parecido y el mejor encargado de reescribir material del
Pacific City Courier
. Su mujer, de la que está separado, todavía está enamorada de él, al igual que una atractiva y adinerada viuda que hará cualquier cosa para que sea feliz. Pero a Brown le falta algo, una cosa sin la que es posible ser feliz —no hay posibilidad de nada, si exceptuamos el alcohol y el tener que castigar a cualquier estúpido que trate de quitarle su soledad—. La carencia de Clinton Brown puede ser motivo suficiente para inducirle al asesinato.
¿Es Brown un asesino o la víctima de un sádico embuste? Y, si él es inocente, ¿por qué se empeña en que lo atrapen? Tortuosamente trazado, con un terrible conocimiento de la psicología de la rabia y de la culpa,
El asesino burlón
es una muestra más de la maestría de Jim Thompson dentro del género del crimen.
Jim Thompson
Asesino Burlón
ePUB v1.0
JackTorrance05.07.12
Título original:
The nothing man
Jim Thompson, 1953
Traducción: Gerardo Di Masso
Editor original: JackTorrance (v1.0)
ePub base v2.0
«Mi autor favorito de novela criminal —a menudo imitado, pero nunca igualado— es Jim Thompson.»
S
TEPHEN
K
ING
El director de cine Stanley Kubrick escribió sobre la novela de Jim Thompson The Killer Inside Me: «probablemente sea la más escalofriante y creíble historia escrita desde la primera persona de una mente criminal con la que me he topado». El novelista y crítico R. V. Cassil definió a Thompson como su preferido entre los autores «originales». De The Killer Inside Me, Cassil dijo: «es exactamente lo que los entusiastas franceses de la violencia existencial norteamericana habían estado buscando en los trabajos de Dashiell Hammett, Horace McCoy y Raymond Chandler. Ninguno de estos hombres escribió nunca un libro que se acerque siquiera a una milla de distancia de los de Thompson». Y Anthony Boucher, él también un maestro en el género negro, escribió en el New York Times: «Jim Thompson debe ser considerado un primera clase. Les urjo fervientemente a que no se pierdan ninguno de sus libros.»
Contundentes palabras éstas, proferidas por tres hombres que saben lo que están diciendo y de qué hablan, pero ¿quién es Jim Thompson? ¿Por qué razón sus libros no han estado al alcance del lector medio en los Estados Unidos durante más de diez y, en algunos casos, hasta veinte o treinta años? Autor preferido en Francia, donde muchas de sus obras se venden sin interrupción, publicadas en la Série Noire de la Editorial Gallimard, a menudo las novelas de Thompson trasuntan una pasión perversa y aterradora.
Originalmente, fueron publicadas con profusión durante las décadas de los años cuarenta y cincuenta. Las editoriales, hoy desaparecidas, eran Lion, Pyramid y Regency. Thompson fue un maestro de la forma en cada una de sus veintinueve novelas, muchas de las cuales fueron llevadas al cine: The Getaway (La huida), con Steve McQueen como protagonista, dirigida por Sam Peckinpah; Pop 1280 (1280 almas), dirigida por Bertrand Tabernier; The Killer Inside Me (El asesino dentro de mí), dirigida por Burt Kennedy, con Stacy Keach en el papel de protagonista y A Hell of Woman (Un infierno de mujer), mi novela preferida entre todas las de Thompson, dirigida como Série Noire por Alain Corneau.
James Myers Thompson nació en Oklahoma en 1906. Durante la década de los años treinta, fue director del Federal Writer’s Projects (Proyecto Federal de Escritores) en aquel estado. Más adelante, escribió para varios periódicos, entre los que estaban el New York Daily News y Los Angeles Times Mirror, así como para las revistas True Detective (a la cual vendió su primer relato cuando sólo tenía catorce años) y Saga, de la que llegó a ser editor-jefe durante un breve período. Thompson trabajó también en un oleoducto en Texas, usado como ámbito de ficción en su novela South of Heaven (Al sur del Paraíso), trabajó como reparador de chimeneas, fue actor cómico y jugador profesional. Escribió los guiones de dos películas de Stanley Kubrick (The Killing y Paths of Glory) y, ya cercano el fin de su vida, actuó en el filme Farewell my Lovely (Adiós, muñeca), dirigido por Dick Richards, sobre la historia homónima de Raymond Chandler. Hasta 1977, el año de su muerte, ninguno de sus libros había sido publicado en su país de origen.
En las novelas de Thompson el mundo es un lugar inhóspito y corrupto: Doc McCoy en The Getaway, Lou Ford en The Killer Inside Me, Nick Corey en Pop 1280 y Roy Dillon en The Grifters son asesinos impenitentes, personajes tristes y viciosos que poseen lo que sólo puede describirse como el más extraño sentido del humor en los anales de la ficción criminal. El más atroz de ellos, Lou Ford, sheriff de una pequeña ciudad, se caracteriza por fastidiar mortalmente a la gente antes de, efectivamente, asesinar a algunas personas. Su arma más peculiar son las frases hechas, repetidas una y otra vez mientras la víctima de Ford, demasiado asustada como para echarse a correr o cobrar ánimos, grita en su interior.
Son los franceses quienes mejor parecen apreciar el tipo de terror de Thompson. Román Noire, literalmente «novela negra», es una expresión reservada por ellos de manera especial para novelistas como Jim Thompson, Cornell Woolrich o David Goodis. Sin embargo, sólo en Thompson convergen plenamente la noción francesa tanto de «noire» como de «maudit»; es maldito y autodestructivo. Lo que Thompson presenta es un retrato impío. Como escribió el crítico británico Nick Kimberley: «Éste es un mundo impío, poblado por personas para las que el asesinato es una tarea tanto casual como rutinaria.»
El aspecto más revelador del trabajo de Thompson es aquel en que a menudo él se desvela a sí mismo como algo más que un estilista. Puede ser un escritor excelente, capaz de crear diálogos tan cortantes como los de Hammett, frases descriptivas en una prosa tan convincente como la de Chandler. Pero entonces, sin previo aviso, hacen irrupción dos o tres capítulos cuya escritura es desechable, típica de los libros de bolsillo de la escuela de ficción Trash and Slash. Los protagonistas masculinos de Thompson son casi siempre esquizofrénicos, plagados de conductas erráticas, poseídos por un demonio impredecible; esta personalidad escindida emerge asimismo en la escritura, al marcar y definir al autor con tanta precisión como la que él mismo usa para con sus confusos personajes.
Como Thompson mismo testificaba: «Un hombre se arrastra una milla con el cerebro fuera. Una mujer llama a la policía después de haber recibido un disparo en el corazón. Un hombre ha sido colgado, envenenado, le han disparado, y continúa viviendo.» Nadie más ha vuelto a escribir nunca libros como éstos.
B
ARRY
G
IFFORD
Bueno, ahora todos se han marchado, todos excepto yo: todas esas personas perspicaces y esclarecidas —gente que tiene la cabeza en las nubes y los pies firmemente asentados en la tierra— que integran el equipo de redacción del Courier de Pacific City. Reconfortados con la certeza de un trabajo bien hecho, todos se han marchado a sus hogares. Se han largado rumbo al dulce refugio de sus familias, a los reconfortantes brazos de sus esforzadas mujercitas y al feliz abrazo de sus sonrientes niños. Y con ellos se ha marchado el más perspicaz, el más esclarecido de todos, Dave Randall, nada menos que el redactor de locales del Courier.
Randall se detuvo un momento junto a mi escritorio antes de marcharse, con los pies bien plantados en la tierra —o, mejor dicho, en el suelo de la sala de redacción—, pero no levanté la vista inmediatamente. Me sentía demasiado embargado por la emoción. Como sin duda habréis sospechado, tengo corazón de poeta; me gusta pensar alegóricamente. Y tenía en la mente la imagen de innumerables pájaros que agitaban sus cansadas alas en dirección a los nidos donde les esperaban las pacientes hembras y los diminutos pajarillos. Y —lo digo sin ningún pudor— no pude alzar la vista. Todos los pájaros volando hacia sus nidos, mientras yo…
Bueno, hice un esfuerzo por sonreír jovialmente. Yo también tenía una familia; era miembro de la feliz familia del Courier, perspicacia, mente clara. ¿Y qué novia podía ser más bonita que la mía, qué mejor que estar casado con el propio trabajo?
Dave se aclaró la garganta, esperando que fuese yo quien hablase primero; luego extendió un brazo por encima de mi hombro y cogió una galerada de la noche anterior de mi columna,
Por la ciudad con Clinton Brown
. El Courier es muy generoso en estos asuntos; piensa que debe dar a sus empleados una oportunidad de «crecer». Así, los redactores de mesa pueden hacer reportajes; los reporteros pueden hacer trabajo de mesa; y los encargados de reescribir el material, como yo, damos rienda suelta al talento que, en tantos otros periódicos, está restringido y atrofiado por las severas disposiciones de la Asociación de la Prensa.
No recibimos órdenes de nuestros jefes. Nuestro protector, nuestro fiel amigo y consejero, es Austin Lovelace, editor del Courier. La puerta de su despacho siempre está abierta, hablando figuradamente. Uno siempre puede llevarle sus problemas al señor Lovelace con la seguridad de que serán solucionados rápidamente. Y sin «interferencias externas».
Pero volveré sobre estas cuestiones más tarde. Deberé mencionarlas, ya que todas ellas forman parte, hasta cierto punto, de aquello que las principales plumas llamaron los crímenes del Asesino Burlón, y ésta es la historia de esos asesinatos. Por el momento, sin embargo, volvamos a Dave Randall.
Randall depositó la galerada sobre mi escritorio y volvió a aclararse la garganta. El siempre —bueno, casi siempre— había tenido problemas para hablar conmigo; y, no obstante, insistía en hablarme. A veces pienso que tiene la conciencia llena de culpa.
—Trabajas hasta muy tarde, ¿verdad, Brownie?
—¿Tarde, coronel? —dije. Finalmente, logré controlarme y me esforcé en ofrecerle una sonrisa inteligente—. Bueno, sí y no. Sí, para un pájaro que tiene un nido. No, para un pájaro que no tiene nido ni pajarillos. Mi trabajo es mi novia y estoy consumando nuestro matrimonio.
—Oh… veo que tu fotografía está borrosa. Ordenaré un nuevo cliché para tu columna.
—Preferiría que no lo hiciera, coronel —dije—. Pienso en todas esas pájaras, atraídas irresistiblemente por mi inmaculado y cincelado perfil, desplegando las plumas de la cola en un claro estado de deliciosa espera. Pienso en su desilusión final… perdone el juego de palabras, coronel. En realidad, creo que debiéramos eliminar mi fotografía por completo, reemplazándola por algo más adecuado, como, por ejemplo, un escudo de armas…
—Brownie… —Estaba retrocediendo. Yo apenas había alzado mi arpón y Randall ya estaba retrocediendo. No sentía ya ninguna satisfacción en ello, si es que alguna vez la había sentido, pero continué.
—Algo simbólico —dije—. Un asno, por ejemplo, campeando sobre el cartel de un prestamista, un limpio y sabio asno. En cuanto a la divisa… ¿cómo anda de latín, coronel? ¿Puede traducirme la frase, «Lamento haber tenido tan sólo su polla para ofrecerle a mi país»?
Randall se mordió el labio, su rostro delgado parecía enfermo y terriblemente preocupado. Cogí la botella de mi escritorio y bebí ávidamente.