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Authors: Jim Thompson

Tags: #Novela negra

Asesino Burlón (8 page)

BOOK: Asesino Burlón
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—Eso fue lo que sucedió, Lem —dije—. Tuvo que ser un maníaco, porque, de otro modo, no tiene ningún sentido.

—¿Llamas sentido a eso? —gruñó.

—Tratándose de un maníaco, de un sádico asesino, sí. Por cierto, supongo que los transbordadores han reanudado el servicio, ¿verdad? Bien, entonces has permitido que el tipo se evaporara. Seguramente ya no se encuentra en la isla.

En sus ojos claros había algo parecido al miedo. Miedo, curiosidad y admiración.

—Tú —se aclaró la garganta ruidosamente—, te lo estás tomando con mucha calma, chico. Tu esposa ha sido asesinada de un modo horrible, y tú te quedas ahí sentado, sonriendo y…

—Ella no era mi esposa —dije—. Hacía mucho tiempo que ya no era mi esposa. En cuanto a mis reacciones ante el… el…, bien, no llevo mis emociones en la manga, Stuke. Mi conducta no refleja necesariamente mis sentimientos.

—Sí —gruñó—. Me doy por vencido. A veces me quedo sentado escuchándote, parloteando contigo, y me pregunto qué diablos…

Alcé una mano, interrumpiéndole.

—Te diré lo que te conviene hacer, Stuke. Lo mejor será que comiences a formularte algunas preguntas. En este caso has metido la pata desde el principio hasta el final. Mi esposa ha sido brutalmente asesinada por un maníaco, y tú le has dejado escapar. Sería mejor que comenzaras a preguntarte cómo vas a hacer para conservar tu puesto.

—¿Eso crees? —Se echó a reír nerviosamente—. Mira, Brownie, como te dije hace un momento, ella no merecía la pena.

—No estoy de acuerdo contigo… ¿Qué les dijiste a Dave Randall y al señor Lovelace cuando hablaste con ellos esta noche? ¿Alguna cosa insinuante, eh, cargada de aviesas implicaciones?

—¿Yo? ¿Yo perjudicar a un amigo? —Hizo un gesto como de ofenderse y, a la vez, de negación—. Tú bien sabes que jamás haría algo así. Todo lo que hice fue mencionar que tu esposa había sido asesinada, y que yo… bueno, estaba tratando de encontrarte para darte la mala noticia. Eso es todo lo que dije, Brownie. Así que ayúdame.

Me encogí de hombros. No me interesaba particularmente lo que había dicho. No le dejaría salir todavía del apuro en que se había metido. El señor Lem Stukey tendría que trabajar, después de mucho tiempo de no hacerlo. Tendría que hacer en la ciudad una limpieza largamente postergada. No solamente por la diversión que eso iba a representar para mí, no únicamente por eso. De paso, con ello yo obtendría una compensación: podría compensar con un bien la crueldad de la muerte de Ellen.

—Te lo estoy diciendo, Brownie —dijo—. No te he perjudicado. No hay ninguna razón para que saquemos las cosas de quicio. Ahora bien, he estado pensando en todo este asunto y creo que los dos estamos equivocados. Fue un accidente.

—No pudo ser un accidente. Tú mismo lo dijiste.

—¿Acaso no puedo cambiar de idea? ¿Un accidente tiene que ser lógico? Ella estaba bebiendo. El whisky se derramó sobre su cuerpo. Ella misma se prendió fuego al encender un cigarrillo. Se cayó al suelo y se golpeó la cabeza. Ella…

—¿Antes o después de prenderse fuego? ¿Y qué me dices del poema?

—Mira, Brownie —se inclinó hacia adelante, implorando—, todos los días se nos presentan casos como éste. Más o menos como éste. Alguien se queda tieso en su habitación del hotel, se emborracha y se acuesta en la cama fumando, luego se despierta ardiendo y, en la habitación hay tanto humo que no puede ver. Y… bueno, tú sabes como es. El tipo trata de salir, pero quiere llevarse el dinero con él, así que…

—Entiendo —asentí lentamente—. ¿Piensas que eso es lo que Ellen trató de hacer? Trató de coger su dinero y, en cambio, cogió el poema. Mmmm, supongo que puede haber pasado de ese modo. Pero eso no explica lo del poema.

—¿Qué hay que explicar? Cientos de personas llevan poemas. En la oficina tenemos a un tipo —tú lo conoces, es Stengel, que trabaja en identificación— y él también anda en eso. Los recorta de los periódicos o tal vez los oye por la radio y los copia. Y siempre intenta leerte alguno de los poemas que lleva en la billetera.

—Pero este poema en particular…

—Mira, Brownie, amigo —sus ojos se movían con evidente disgusto—, me estás cansando. Era muy profundo, ¿verdad? Algo que a una mujer le gusta… algo con lo que podría disfrutar. Tal vez lo copió de la pared de un retrete. Tal vez en algún lugar donde estaba trabajando, de camarera, por ejemplo, y una de las chicas los pasó de mano en mano y ella lo copió. Lo importante es que no significa nada, de modo que no debemos darle importancia. Ni siquiera pienso mencionarlo en mi informe.

—Bien… —le miré con aire ausente.

—¿Bien? —dijo—. Fue un accidente, ¿eh? Lo dejamos así. Yo no te causo problemas y tú no me los causas a mí.

Dudé un momento. Estaba tratando de recordar algo. Todo era razonable y claro hasta cierto punto: yo podía recordar que la había golpeado con la botella, que había rociado su cuerpo con whisky, que había dejado caer las cerillas. Pero después de eso…

Después de eso, desde ese momento hasta que llegué al bote, nada.

Si Stukey no hubiese estado tan seguro de sí, si no hubiese actuado tan precipitadamente, podría haberme cogido en una mentira en una docena de lugares.

—Hace un rato estabas muy seguro de que ella había sido golpeada violentamente —afirmé— no había ninguna duda en tu mente. ¿Qué fue lo que te hizo estar tan seguro, Stukey? ¿Solamente el hecho de que ella no pudo golpearse la parte superior de la cabeza contra algo?

—Ese era el detalle más importante, por supuesto, pero también estaba lo de la botella de whisky sobre la cama y…

—Comprendo. Pensaste que la habían golpeado con la botella. ¿Cuál era la marca del whisky?

—No podría decirlo. Estaba carbonizada, la etiqueta se había quemado y…

—¿Y las huellas dactilares? ¿Hiciste que examinaran la habitación?

—Mmm… Los chicos la revisaron de arriba abajo, y las únicas huellas que encontraron eran de ella y algunas de la mucama. Me imagino que limpió bien el lugar antes de comenzar la fiesta. Una mujer limpia, ¿verdad? —Guiñó un ojo—. Parece que incluso limpió la perilla de la puerta.

—¿Supongo que los chicos también buscaron huellas afuera de la cabaña?

—¿Huellas? Mira, chico, podría haber pasado una manada de elefantes por ese lugar y, con esa lluvia sus huellas no hubiesen durado ni cinco minutos.

—Ese poema…

—Olvídalo. Quítatelo de la cabeza, amigo. Escrito a máquina… Dios sabe cuándo o dónde. El papel podría ser de cualquier lugar. Un almacén de artículos baratos o un estanco…

—¿Estabas completamente equivocado en tus primeras sospechas? ¿No hay absolutamente nada que pueda relacionarme con este asesinato?

—Absoluta y positivamente, Brownie. Estaba equivocado. Pero no uses esa palabra, ¿eh? No hables de asesinato. Fue un accidente y…

Un coche se aproximaba a la casa. Stuke hizo una pausa, lanzándome una mirada inquisitiva.

—Debe ser mi jefe de redacción —dije—, y mi editor. Han venido a ofrecerme sus condolencias. Y también sospecho que —al menos por parte del señor Randall— a ofrecerme su apoyo moral.

—¿Sí? Bueno, eso está muy bien. —Se puso de pie, alisándose los pantalones—. Bien, yo me marcho y…

—Tú te quedas aquí —le dije.

—Pero, amigo… Oh, está bien. Quieres que deje las cosas aclaradas con ellos, ¿verdad? No recuerdo haber dicho nada inconveniente, pero…

—Tú serás quien aclare algunas cosas con ellos —dije—. Explicarás qué es lo que piensas hacer para coger al asesino de mi esposa.

Capítulo 7

Era evidente que el señor Lovelace no estaba con el mejor de los humores. Era un hombre de hábitos regulares, un hombre al que, como tantos otros animales inferiores, le gustaba dormir diez horas por la noche. Y ahora ese sueño se había visto perturbado. ¡El, Austin Lovelace, había sido molestado dos veces en una sola noche! Y, según creía, sin causa muy razonable.

Era la vieja historia de siempre. Como se trataba de un hombre fuerte y sabio —una torre de solidez entre los pigmeos—, estaba constantemente agobiado. Todo el mundo descargaba sus insignificantes problemas sobre sus espaldas.

Estaba adormilado, confundido, irritable. Muy, muy irritable. Como se trataba de mí, el leal, el trabajador y agradecido sirviente, logró articular unas palabras de condolencia y un apretón de manos casi paternal. Pero, obviamente, era un gran esfuerzo.

—Muy triste. Trágico… Insisto en que se tome el resto de la semana libre, ¿me entiende? Tómese todo el tiempo que necesite… dentro de lo razonable.

—Gracias, señor —dije—. Creo que dos o tres días serán suficientes. Tengo una parcela en un cementerio de Los Ángeles y pensé…

—Por supuesto. Será mucho mejor que un entierro local.

Por cierto, señor Brown —sus labios se fruncieron con irritación—, me sentí bastante sorprendido al enterarme de que un hombre de su valía estaba casado con… con…

—Lo comprendo, señor —murmuré—. Pero era muy joven en aquella época, y fue mucho antes de entrar en el Courier. Aún no había tenido la suerte de trabajar con usted.

—Bien… yo, naturalmente, no desearía reprenderle en un momento de dolor como este. ¿Estoy en lo cierto al suponer que ustedes no habían vivido como marido y mujer durante algún tiempo?

—Desde hacía varios años, señor, desde que ingresé en el ejército.

—Ummm. Ya veo. —Ahora su mirada era muchísimo menos quisquillosa—. Un matrimonio tan sólo de nombre, ¿eh? ¿Un error de juventud del que se sentía incapaz de liberarse?

—Sí, señor —dije—, podría decirse de este modo…

Era desagradable, vergonzoso, hablar de ella en esos términos. Pero ella ya no estaba. Ahora se trataba simplemente de un problema, y no hay mal que por bien no venga.

Me palmeó la espalda a modo de disculpa. Luego, después de mirar a Lem Stukey con disgusto, se volvió molesto hacia Dave Randall.

—¿Bien, Randall? Creo que ya no hay nada más que hacer o decir, ¿eh?

—N-no, señor —dijo Dave nerviosamente—. Creo… creo que realmente no era necesario que usted… supongo que no debí molestarle para que viniera hasta aquí, señor.

—Eso es lo que yo pienso. ¿Por qué lo hizo, Randall? Me parece recordar que usted mencionó que luego me explicaría la necesidad de mi presencia en este lugar.

—Bueno, yo… yo…

—¿Sí? ¡Hable de una vez, hombre!

Lovelace se alimentaba del nerviosismo, del mismo modo que de las lisonjas. Si te sorprendía tenso, intranquilo, se lanzaba sobre ti como un sabueso hambriento. Y Dave, naturalmente, no podía explicarle nada. No podía decirle lo que había pensado…, que estaba seguro de que yo me encontraba metido en un agujero y que iba a necesitar mucha ayuda para salir de él.

Cuando llegó a mi casa estaba terriblemente pálido de miedo y luego se mostró lastimosamente aliviado al comprobar que yo aún estaba muy lejos de la sombría cámara de gas. Eso fue todo lo que pudo pensar: que yo no era culpable; que lo que él me había dicho, merced a un grave error de cálculo cuando era mi comandante, no había provocado un asesinato.

Ahora se veía obligado a pensar otra cosa. El viejo le estaba exigiendo una explicación. Y lo único que podía hacer Dave era retorcerse y balbucear desvalidamente.

—¡Señor Randall! ¿Acaso me está ocultando algo?

—N-no, señor. Yo… supongo que estaba un poco excitado, señor.

—¿Sí? Yo no hubiera dicho jamás de usted que era una persona excitable, señor Randall. ¿Usted? ¿Acaso las obligaciones de su puesto son excesivas para usted? ¿Le gustaría tomarse un descanso?

Decidí intervenir. Entiéndaseme bien, no porque me preocupase la situación delicada en que se había metido Dave. El buen coronel —que había sido tan seguro, tan autoritario al impartir sus órdenes— se retorcería aún mucho más antes de que yo acabara con él. Intervine porque me convenía. Había llegado el momento de comenzar a extraer lo bueno de lo malo.

—Creo que yo puedo explicárselo, señor —dije—. Queremos que toda la historia aparezca en nuestra primera edición. Me imagino que Dave pensó que sería mejor discutir la forma de desarrollarla.

—¿Oh? ¿Por qué no lo dijo entonces? No hay ninguna razón para que… ¿Historia? —Tragó en seco y sus ojos se abrieron en una aterrorizada reacción tardía—. ¿Ha dicho usted historia, señor Brown? Seguramente no estará pensando en…

—Tenemos que hacerlo, señor. Es una historia que no podremos enterrar. Es otro caso Dalia Negra. Los periódicos de Los Ángeles armarán un buen jaleo con esta noticia. Será una historia de primera plana en todos los periódicos de aquí a Los Ángeles. No podríamos ignorarla, aunque lo quisiéramos.

—¿Aunque lo quisiéramos? ¿Aunque, señor Brown? Usted conoce muy bien la política del Courier. Un periódico de familia y para la familia.

—Aunque lo quisiéramos —repetí, y Lem Stukey carraspeó.

—En cuanto a esos otros periódicos —dijo—, no publicarán una historia que no existe. Nosotros nos mantendremos tranquilos —diremos que ha sido un accidente— y no tendrán nada que…

—Pero no fue un accidente —dije—. Fue un asesinato. Y conociendo al señor Lovelace como le conozco, estoy seguro de que no lo pasará por alto. No silenciará esta historia, dejando intactas las condiciones que provocaron un asesinato.

Al señor Lovelace se le aflojó la mandíbula. Se hundió lentamente en el sillón.

—Lo siento, señor —añadí—. Estoy seguro de que sabe que tengo razón.

—¡P-pero el Courier… Pacific City! Yo… Uh, ¿a qué se refiere, Brown, con eso de las condiciones que provocaron el asesinato?

No contesté inmediatamente. Le serví un trago y apreté el vaso en su mano, y él lo cogió como un niño coge un caramelo. Tragó la bebida, tembló, y volvió a beber. Me senté y comencé a hablar.

Stukey clavó la mirada en el suelo sin disimular su malhumor. Dave me escuchaba, observándome con curiosidad, pero asintiendo ocasionalmente a lo que yo decía.

—Hay una situación bastante nociva en esta ciudad desde hace algún tiempo, señor Lovelace. La clase de situación que engendra el asesinato. Gentuza que llega de todas partes a causa del clima. Ladrones, carteristas, prostitutas, estafadores. Piense en ello, en esa gente, y luego recuerde que tenemos una gran población turística flotante, gente con mucho dinero y…

—Pero… ¡no le entiendo! —Lovelace frunció el ceño hacia Lem—. ¿Por qué hemos permitido esta situación, señor? ¿Ignoraba la presencia de estos indeseables entre nosotros? ¿Qué clase de jefe de Detectives es usted?

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