Read Asesino Burlón Online

Authors: Jim Thompson

Tags: #Novela negra

Asesino Burlón (12 page)

BOOK: Asesino Burlón
8.39Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—No te preocupes. Tu comportamiento fue absolutamente normal. No has tenido muchos buenos momentos, y menos después de que ayer por la mañana yo te llamara periodista despreciable e hijo de puta. ¿Por qué no desquitarse pasando un buen rato con mi esposa?

Sacudió la cabeza lastimosamente.

—Brownie, eso… eso no es así exactamente…

—Es bastante aproximado. ¿Qué respondió ella a tu proposición?

—Bueno… ella no dijo nada. Se echó a reír.

—¿Y tú lo tomaste como una invitación? Continúa.

—¿Qué… continúe?

—Cuéntamelo. Cuéntamelo todo. Adelante y continúa. Quiero que hables…

Me dio pena, me sentía responsable por él. Pero Tom no necesitaba que yo pareciera el doble de duro actuando como si fuese un retardado mental de Piltdown.

—Fuiste a la isla —dije—. Empieza desde allí y continúa con la historia.

—Yo… bueno, fui a la isla alrededor de las cuatro. Supongo que era un poco después de las cuatro. Un poco antes de que se desatara la tormenta. Aún había luz, por supuesto, y yo no quería… no quería llegar temprano, de modo que me metí en un bar. Bebí un par de tragos y…

—¿Viste a alguien conocido?

—Huh-uh. Quiero decir, creo que no había nadie que me conociera. No hablé con nadie ni… Bien, comenzó a llover torrencialmente, pero en ese bar la bebida era muy cara y alguien dijo que el transbordador estaba fuera de servicio y yo no sabía qué hacer. Estaba muy nervioso. Me había puesto a pensar en que todo era una locura —yo con una esposa y un hijo, y tú, un compañero de trabajo— y con los problemas que eso podía acarrearme. Y… y estuve a punto de dejarlo. ¡Te lo juro, Brownie! Si el transbordador hubiese estado en servició o si hubiese tenido dinero suficiente para quedarme en el bar, yo… ¡Jesús, Jesús! ¿Por qué no pudo haber sido de ese modo? Por qué…

—Eso me pregunto —dije—. Continúa, Tom.

—No podía hacer otra cosa, de modo que lo hice. Compré una botella en el bar… tequila, la bebida más barata que tenían. Luego me dirigí hacia su cabaña. Pensé que nosotros… bueno, que podíamos tomar unos tragos y conversar un rato hasta que pasara la tormenta… Está bien, está bien —hizo una pausa y suspiró—, puedes reírte.

—Ha sido una mueca de auténtico dolor —le repliqué.

—¿Sí? Bien, de todos modos supongo que sabes perfectamente lo que ocurrió. Ella no me dejó entrar. Me gritó que estaba muy equivocado y me cerró la puerta en las narices. Yo… Dios, Brownie, ¡eso no estuvo bien! Si ella no hubiese querido que yo fuera a visitarla, debió habérmelo dicho. No debió echarse a reír y actuar como si, bueno como si no hubiese ningún problema.

—Muy pocos actúan tan bien como deben hacerlo —afirmé—. Me imagino que… no teniendo ningún otro lugar adonde ir, te refugiaste debajo de las cabañas.

—Sí, mierda. Qué desastre era aquello. Empapado y sin un céntimo, tuve que quedarme en ese lugar como si fuese una maldita rata o algo parecido. Ni siquiera podía sentarme erguido, y allí abajo no estaba más seco que afuera. Seguí arrastrándome debajo de las cabañas, tratando de encontrar un lugar seco. Supongo que casi todas las cabañas estaban vacías, pero había una… bueno, se podía oír la cama que subía y bajaba, y luego la gente que se levantaba e iba al cuarto de baño y… y yo ahí abajo, como si fuera una rata, como una maldita rata ahogada. Tú… supongo que a ti no te hubiese importado nada, Brownie. Pero… diablos, ¿cuál es la diferencia? Abrí la botella de tequila y comencé a beber. Y seguí bebiendo, me sentía tan miserable, todo empapado y… De pronto perdí el conocimiento. Fue como si algo me hubiese golpeado la cabeza. No sé cuánto tiempo transcurrió. Volví en mí y no sabía dónde me encontraba. Estaba aterrorizado y oí a alguien que hacía una ronda y a un grupo de personas que gritaban. Y luces de linternas que iluminaban el lugar. Entonces recordé donde estaba y sentí un escalofrío de muerte. Sólo pude pensar que estaban registrando toda la zona, y que qué iba a decirles si me encontraban. Me arrastré hasta la calle y corrí hacia ese pequeño parque y… no sé adónde fui. Todo estaba oscuro como los mil demonios y llovía torrencialmente. Creo que me desmayé un par de veces. Luego… no sé cuánto tiempo transcurrió, pero oí la sirena del transbordador y me dirigí al embarcadero. Había una verdadera multitud, y todos estaban mojados también… quiero decir que estaban empapados por la lluvia. Casi todos estaban bastante bebidos después de haber vagado por los bares toda la tarde. Me metí en el transbordador con ellos y fui directamente al lavabo. Estaba allí, en uno de los retretes, bebiendo un trago cuando…

—¿Tenías la botella de tequila contigo? Eso está muy bien.

—Sí, de algún modo la había conservado. De modo que pensé que podría salir de todo aquel embrollo sin ningún problema, y estaba tratando de serenarme, cuando entraron esos dos sujetos. Eran tripulantes del transbordador. Hablaban de una mujer que había sido asesinada en las cabañas, y… y yo no pensé que se tratara de ella, p-pero, Dios, yo había estado allí, arrastrándome por todas partes y… y… Y entonces regresé a casa y Midge y yo pusimos la radio, y…

—¿Cómo llegaste a casa?

—Cogí un taxi… salvo las últimas cinco manzanas. Sólo tenía sesenta centavos, de modo que hice una carrera de cincuenta y le dejé diez de propina al conductor, y el resto del camino lo hice andando.

—¿No le diste tu dirección?

—No. Sólo le dije que cogiera por Main y luego por Laurel hasta que el reloj marcara cincuenta centavos, y luego me bajé.

Eso era, en cierto modo, bueno y, en cierto modo, malo. El taxista no sabía adonde había ido Tom, pero seguramente se acordaría de él. Y un vecindario como éste, en especial uno como éste, recibiría un buen peinado por parte de los chicos de Stukey.

—T-tú… —Dos grandes lágrimas asomaban en los costados de sus ojos—. Te… te he dicho la verdad, Brownie. Yo no… no necesito… Tú sabes que yo no la maté, ¿verdad?

—Sí, Tom —dije—. Yo sé que tú no la mataste.

—¡P-pero ellos piensan que sí! ¡Tienen pruebas! Ellos saben que yo estuve en la isla. Ellos me conocen. Ellos…

—No —dije—. ¿Me entiendes? Ellos saben que un tipo de tu complexión y estatura estuvo en las cabañas, pero eso es todo lo que saben.

—¡Es todo lo que necesitan! El taxista y mis señas y… ¡Tengo que largarme de aquí! ¡Es lo único que puedo hacer!

—Es lo único que no puedes hacer —dije—. Estarán vigilando los trenes y los autobuses. Si consigues huir de la ciudad, seguirán tu pista. Será como si llevaras un cartel encima.

—P-pero…

—El taxista podría estar equivocado… Y cuando te encuentren, será tu palabra contra la de él. La tuya y… ¿Qué me dices de tu esposa? ¿Ella lo sabe? ¿Sería capaz de jurar que estuviste en casa toda la tarde?

—E-ella —su voz se convirtió en un susurro—. Ella lo sabe. Ella lo juraría. Pero…

—Bien. Eso sería suficiente. Ambos os aferráis a esa historia y no hay ninguna maldita cosa que ellos puedan hacer. Lo intentarán, naturalmente, si te encuentran. —Sí, ¡diablos! Le encontrarían, pero yo no quería que estuviera más asustado de lo que ya estaba—. Limítate a negarlo todo y sigue negándolo y no tendrán más remedio que dejarte en paz.

Levantó la botella y volvió a bajarla sin haber bebido.

—Yo… yo n-no creo que pueda hacerlo, Brownie. Comenzarán a interrogarme y…

—Tienes que hacerlo. Una vez que hayan establecido que estuviste en la isla, una vez que hayan logrado que reconozcas que la viste, que ella se negó a dejarte entrar y que tú te quedaste merodeando por las cabañas y bebiendo…

—Lo sé. ¡Jesús! —Se echó a temblar—. Es lo único en lo que he estado pensando. Pensarán que estaba furioso con ella. Pensarán que me quedé merodeando por la cabaña para… para…

—Exacto, de modo que harás lo que te he dicho. No admitas nada, ni una maldita cosa.

—P-pero… ¡ellos me presionarán! Yo… ¡no creo que pueda soportarlo!

—¿Qué me dices de la cámara de gas? ¿Crees que podrás soportarla?

Enterró la cabeza entre los brazos y comenzó a llorar. Le observé durante un minuto y luego le cogí por el pelo y le obligué a levantar la cabeza.

—Ahora escúchame —dije—. Tú no la mataste y no permitirás que nadie te persuada de lo contrario. Estás completamente a salvo. Setenta y dos horas de intensos interrogatorios es lo que peor puede pasarte. Eso es todo, y luego todo habrá terminado. Puedes soportarlo. Sé que puedes hacerlo. Lo sé, Tom, ¿me entiendes? ¡Si no lo creyera, no te lo diría!

Trató de forzar una sonrisa, sin demasiado éxito, pero era mucho mejor que el llanto.

—T-tú eres de primera, Brownie. ¿Realmente crees que yo puedo…?

—¿Acaso no te lo he dicho? Ahora aféitate y haz lo que tengas que hacer y acompáñame. Te dejaré en la oficina.

—¿Oficina? Oh, Dios, no, Brownie. A la…

—Sí, a la oficina. Te necesitan. No es bueno abandonar el servicio. —Me puse de pie y le empujé—. Muévete. Puedes decirle al coronel que tu teléfono estaba averiado si te pregunta. Es probable que se sienta tan feliz de tener a alguien que le ayude, que no dirá nada.

No fue fácil ponerle en movimiento. Incluso cuando ya nos encontrábamos en el coche y viajando hacia la oficina, Tom seguía protestando y rogando que lo dejara bajar. «No podré hacerlo» y «todo el mundo lo sabrá» y «me siento enfermo, Brownie», etcétera, hasta que estuve a punto de decidir llevarle de regreso a su casa y que fuera lo que Dios quisiera. No porque estuviese irritado con él —que lo estaba— sino porque temía que todos mis esfuerzos hubiesen sido en balde. Porque si Tom no tenía más resistencia que ésta, si se comportaba de este modo ahora, no resistiría cinco minutos delante de Stukey. Se derrumbaría en un segundo, y puesto que ese era el caso…

Pero, quizá se recuperara; tal vez, en un par de días, volviera a recobrar su resentimiento habitual, su condición de hombre dedicado a decir que no automáticamente a cualquier cosa que se le pidiera. Tal vez la misma arrogancia y el mismo malhumor que le había metido en este lío, le ayudaran a salir de él. Parecía lógico que así fuera. El destino tendría que ser demasiado cruel para alterar ahora su espíritu estúpidamente obstinado.

De modo que resistí sus ruegos. Le di un trago para su estómago y una conversación estimulante para sus nervios, y si la botella estaba vacía —como realmente lo estaba— al llegar al Courier, en mi estómago no había una sola gota.

Suspirando profundamente, Tom abrió la puerta y, lentamente, colocó un pie en el bordillo. Vaciló un momento y se volvió hacia mí.

—Brownie. Yo…

—No —dije—. ¡No, no, no! Piensa en esa valiente mujercita. Piensa en el niño. ¡Y sube esa maldita escalera!

—Lo haré, Brownie. Pero tal vez no vuelva a verte y te has portado tan bien conmigo…

Lancé un gruñido. Me quité el sombrero y me golpeé en la frente con la palma de la mano.

Tom frunció el ceño, pero no se movió.

—Se trata de Dave. Él siempre ha sido amable conmigo, y tú… bueno, tú sabes como has sido conmigo. Pero ahora las cosas son diferentes. Tal vez Dave nunca haya hecho nada contra mí, pero tú has hecho mucho por mí. Estamos en el mismo lado, y cualquiera que te busque dificultades…

—¿Buscarme dificultades a mí? —pregunté—. No es que en mis bromas con el coronel haya nada serio —el coronel entiende mi naturaleza jocosa— ¿pero no estás un poco confundido?

—Lo sé. —Asintió con la cabeza—. Te estás burlando de él todo el tiempo, y tal vez te lo estés buscando. Pero eso a mí me importa un pimiento. Debes empezar a darte cuenta de algunas cosas acerca de Dave. Cómo te agobia de trabajo cuando hay otros que no hacen nada. Y siempre te hace salir de la oficina, enviándote a cumplir algún encargo. Él no quiere que estés en el periódico para que no conquistes la amistad del viejo. Está celoso y…

Le interrumpí. Extrañamente, o tal vez no tan extrañamente, estaba furioso por lo que Tom había dicho.

Dave era mi mejor blanco particular y no permitiría que nadie más arrojara sus dardos contra él. No tenían ningún motivo; había algo que se llamaba justicia. Si Dave me llenaba de trabajo, era simplemente debido a la gran cantidad de incompetentes como Tom Judge. Si trataba de mantenerme alejado del camino del señor Lovelace, era debido a su justificado temor de que yo pudiera hacer o decir algo irreparablemente embarazoso.

Dije todo eso, pero de un modo adecuadamente tangencial.

—Quiero que entiendas muy bien lo que te voy a decir, Tom —dije con firmeza—. Dave es la última persona en el mundo que haría algo para causarme daño. Es tan íntegro que se sentiría personalmente responsable por cualquier desgracia que yo sufriera. Lo sé; lo ha demostrado muchas veces. Cada vez que he perdido un trabajo, él también lo ha dejado y me ha contratado en su nuevo periódico.

—Tal vez lo hacía por miedo. Podrías haberte dedicado a beber y a fastidiarle hasta que le echaran de su trabajo.

Yo no hubiera hecho eso. Dave no hubiese tenido que soportarlo si yo lo hubiera hecho. Todo lo que tenía que hacer era revelar un pequeño secreto, y yo jamás hubiera asomado la nariz en ningún otro periódico… Por supuesto, si él lo revelase alguna vez…

Era como si Tom estuviera leyendo mi mente, leyendo un pensamiento que, hasta ahora, jamás había estado ahí.

—No es de mi incumbencia, Brownie… pero ¿has tenido algún problema con él? Quiero decir, ¿Dave metió la pata alguna vez…?

Sacudí la cabeza, tanto para mí como para él. Una metedura de pata, sí, pero había habido cientos y miles de meteduras de patas, y hacía mucho tiempo que la guerra había terminado. Se había tratado simplemente de un error. Por lo tanto nadie había tenido la culpa y, ciertamente, nadie podía tenerla ahora.

Dave no tenía nada que temer de mí. El me soportaba exclusivamente por su dolorida conciencia. Naturalmente, él no deseaba…

—Dave está muy nervioso, Brownie. No pasará mucho tiempo antes de que pierda los papeles. Tiene mucho dinero metido en la hipoteca de su casa, y ya no es un muchacho, y los periódicos están cerrando en todo el país. Si él pensara que puede perder este trabajo…

—No lo perderá. No hay ninguna razón para que eso suceda —dije—. Estás completamente equivocado, Tom. De hecho, Dave y yo somos muy buenos amigos. Si no fuese así, me hubiera despedido hace mucho tiempo.

—No, nunca haría eso. El viejo no se lo permitiría. Apuesto a que sí se te ocurriera criticarlo delante de Lovelace él…

BOOK: Asesino Burlón
8.39Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Ghost in the Flames by Jonathan Moeller
No Other Gods by Koetsier, John
Another Life by David, Keren
Pray for the Dying by Quintin Jardine
Napoleon's Woman by Samantha Saxon
The Fat Innkeeper by Alan Russell
My Year of Meats by Ruth L. Ozeki
Vendetta: Lucky's Revenge by Jackie Collins