Asesino Burlón (16 page)

Read Asesino Burlón Online

Authors: Jim Thompson

Tags: #Novela negra

BOOK: Asesino Burlón
8.04Mb size Format: txt, pdf, ePub

Y tuve visiones de una tierra reseca y marchita, un vasto desierto vacío donde un hombre muerto caminaba hacia la eternidad.

No creía que pudiera matarla.

Resultaba difícil creer que lo hiciera.

Incluso ahora, ahora más que nunca, mientras permanezco sentado solo en la sala de redacción del Courier, y estoy por encima del autoengaño y más allá de cualquier reproche —ahora cuando mi única tarea consiste en contar correctamente esta historia— me resulta difícil creer que llegara a matarla.

Me descubro pensando que debe haber sido otra persona, alguien que la conocía y…

Pero, por supuesto, lo hice yo. El hecho de matar a alguien no puede olvidarse rápidamente, y recuerdo perfectamente los actos de este asesinato. Lo hice… pero no en ese momento. Entre tanto pasaron dos tercios del día, y creo que deberíais saber lo que ocurrió.

Pienso que deberíamos mantenerla con vida todo el tiempo posible…

Aparqué el coche a un costado de la casa y entramos. Deborah se metió en el cuarto de baño mientras yo cerraba las persianas; entonces ella salió y yo entré.

Ella había dormido durante la última hora del viaje y se encontraba totalmente despierta.

Estaba de pie en el centro de la sala, sonriéndome con cierta timidez; entré y me dijo: apuesto a que estoy horrible, ¿verdad?

—Horrible —dije, y la besé en la boca y le di una palmada en el trasero—. Una desvergonzada con resaca. Debes tomar un trago y recobrarte.

—Oh… uh… —vaciló un momento—. ¿Quieres un trago, Brownie?

—Siento náuseas de sólo pensarlo —dije—. Pero haré un esfuerzo para tragarlo. No permitiré que bebas sola.

Preparé dos tragos y los llevé al sofá. Ella se acurrucó a mi lado, obligándome a abrazarla, y nos quedamos bebiendo y hablando. Y diciendo muy poco. Un tren pasó rugiendo y haciendo temblar la casa. Se aferró a mi brazo, apretando mi mano contra sus pechos.

—Brownie. Tú… ¿ya no tienes miedo? Quiero decir, ¿crees que no estaría bien que lo hiciéramos?

—Estoy seguro de que estará bien —dije—. En ese envase, sólo puede prevalecer la calidad.

—No, de verdad, cariño. Si tú…

—De verdad —dije—. Honesta y sinceramente. Y tienes toda la vida para demostrármelo.

—Mmmm —dijo ella, y se agitó ligeramente—. Brownie, quiero que me prometas una cosa. No te mueras antes que yo. ¡No quiero vivir sin ti, cariño! Sin tu amor.

—Te lo prometo —dije. Y, un momento después, añadí—. Moriremos juntos, Deborah. Así es como será. Cuando tú mueras, yo también moriré.

—¿Lo harás, Brownie? ¿Realmente quieres hacerlo?

—No creo —dije— que sea una cuestión de voluntad.

Bebimos. Yo seguí llenando los vasos. Ella me preguntó si no tenía las piernas entumecidas por haber conducido tanto tiempo y si no estaba terriblemente cansado. Le dije que tenía las piernas entumecidas y que no estaba tan cansado como tenso. Tan pronto como me calentara un poco y lograra relajarme…

—Brownie —dijo ella.

—¿Sí?

—Yo… nada.

Pasaron varios minutos; cinco, o tal vez fueran diez.

—Brownie…

—¿Sí?

—Nada.

Continuamos bebiendo. Comencé a tener problemas para seguir el paso. Finalmente murmuró algo sobre una píldora para dormir e intentó ponerse de pie. Pero cayó hacia atrás y su cabeza reposó sobre mi regazo.

Me miró con los ojos bizcos, soñolienta y aturdida. Uno de sus dedos oscilaba apuntando hacia mí.

—¿S-sabes qué? T-tú s-sólo tienes un ojo. P-pobre Brownie, sólo t-tiene un ojo…

—El otro está vuelto hacia adentro —dije—. Está examinando mi alma.

—¿Mmmmmm? —murmuró—. Sólo… tiene un…

Sus parpados se cerraron y sus labios se abrieron y quedaron abiertos. Dormía.

La llevé al dormitorio y la acosté en la cama. Le aflojé el sujetador, le quité los zapatos, y la cubrí con la manta. Luego regresé a la sala.

Me serví otro trago, pero no lo bebí. El agotamiento me invadió súbitamente y, en un segundo, estaba completamente dormido…

Cuando desperté, el teléfono estaba sonando y ella estaba arrodillada junto al sofá, sacudiéndome.

Intenté sentarme. Volví a derrumbarme sobre el sofá, bostezando y frotándome los ojos. La miré, torpemente, preguntándome quién era y cómo diablos había llegado a mi casa.

—El teléfono, querido —dijo—. ¿No sería mejor que contestaras?

—¿El teléfono?

—Ha estado sonando mucho tiempo, Brownie. ¿Quieres que conteste por ti?

Eso acabó de despertarme, o me despertó mucho más de lo que estaba. La memoria volvió a mí. Le pregunté la hora y me dijo que eran las tres y cuarto.

—Probablemente sea del periódico. —Me senté sin dejar de bostezar—. Déjalo que suene. Saben que he regresado a la ciudad; seguramente se preguntarán por qué no he ido a trabajar. Quizá me necesiten para algo incluso a esta hora.

—Está bien, Brownie. ¿Quieres volver a dormir?

—Sí… no —dije—. ¿Qué te parece si tomamos un poco de café?

Se fue a la cocina. El teléfono dejó de sonar. Permanecí sentado con la vista clavada en el suelo, en la manta que debía haberme cubierto.

No significaba necesariamente nada. Y tampoco el hecho de que no tuviera los zapatos puestos y que el cinturón estuviera desprendido. Cuando has bebido tanto como yo, haces muchas cosas sin pensar en ellas, y sin recordarlas después. Lo haces automáticamente. Muchas veces me he desvestido y me he metido en la cama sin saber que lo había hecho.

De modo que esto, las condiciones en que me había despertado, era algo sin importancia. Pero en la medida en que ella también estuviera despierta, a mí me parecía una buena idea estarlo también. Ella podía sentir curiosidad. Podía volverse muy curiosa si tenía la oportunidad. Tal vez ya la había tenido.

Me lavé mientras el café se calentaba y mantuve una breve y silenciosa confabulación con el extraño del espejo. Esta mañana tenía un aspecto demacrado —sospechaba que se trataba de un incipiente caso de cirrosis del alma— pero, sin embargo, parecía razonablemente en paz. Él era de la opinión que Deborah no debía ser asesinada.

—Innecesaria, mi querido amigo —me aconsejó él—. Sospecho que, como lo imaginaste desde un comienzo, ella no tiene el don de la agudeza. No es estúpida, desde luego; puede no ser aguda, pero tampoco estúpida. Se trata simplemente de una mujer muy natural, muy encantadora, muy simple y directa.

—Sí, seguro. Pero ella dijo…

—Es una forma de hablar, todos decimos cosas como ésas. Pero… supón que no fuera así. Digamos que ella descubrió la conexión entre ese poema y la muerte de Ellen. Eso no ha cambiando el amor que siente por ti. Ella continúa amándote y teniéndote confianza. ¿Piensas que sería capaz, sintiendo lo que siente, de volverse súbitamente contra ti por algo que no puedes controlar? Y… —para hacer otra suposición improbable— supón que lo hiciera. Tú tienes una excelente coartada, ¿verdad? Tú no pudiste cruzar la bahía aquella noche. Así que, qué pasaría si ella…

—No lo sé, no lo sé, dije a todas las preguntas. Todo este asunto está tan endemoniadamente enredado, y… y no puedo correr riesgos… y también está Tom Judge. No sé por qué diablos no le han cogido aún.

—¿Qué pasa con Tom Judge? El hecho de que se produzca otro asesinato y aparezca otro poema, mientras él se encuentra detenido, no demostraría necesariamente su inocencia del primer asesinato.

—Pero arrojaría dudas considerables sobre el tema de su culpabilidad. Yo me encargaré del resto. Después de que hable con el señor Lovelace, y el señor Lovelace hable con el señor Stukey, el señor Judge será puesto en libertad. Inmediatamente.

—Bueno… supongo que sí. Pero… ¿quieres que hagamos una pequeña apuesta? Te apuesto a que no la matas. No puedes hacerlo.

—Crees que no, ¿eh?

—Sé que no puedes hacerlo. No puedes matarla, Brownie. Si ella es asesinada, el responsable no serás tú.

Deborah acompañó el café con tostadas y huevos revueltos, y sabía mejor que cualquier comida que yo hubiese probado en mucho tiempo. Dijo que ella ya había comido, pero tomó una taza de café. Nos sentamos a la mesa, fumando y bebiendo, hablando mucho pero sin decir apenas nada. Dijo que no había podido dormir bien. En los últimos años había tenido problemas para conciliar el sueño y tenía una gran dependencia de las píldoras somníferas. Como no había tomado ninguna antes de echarse, se había mantenido completamente despierta a pesar de la bebida.

Después de un rato nos sentamos en el sofá y ella se acomodó con la cabeza apoyada en mi hombro.

—Brownie —dijo—. ¿Estoy impidiendo que hagas algo? Si hay alguna cosa que debes hacer…

—La estoy haciendo —dije—. Esto es lo que debo hacer en este momento.

—Pensaba que podrías traerme un cepillo de dientes… si piensas salir. Podría usar uno.

—Tal vez deba salir más tarde —dije—. Entonces te traeré todo lo que necesites.

De pronto se me ocurrió que tal vez era Stukey quien había telefoneado un rato antes. Tal vez ya hubiese arrestado a Tom Judge. Pero… no, no era probable; debía tratarse de alguien del periódico. Stukey no se hubiese conformado con una llamada. Conociéndome como me conocía, habría venido a mi casa para ver si yo estaba.

Bebimos o, mejor dicho, bebí. Deborah apenas lo hizo. La tarde —lo que quedaba de ella— huyó y cayó la noche. Y ella nunca me dijo que… que fuésemos…

Deborah se movió perezosamente. Se estiró, arqueando los pechos, y se puso de pie. Me preguntó si quería que preparase algo de comer y yo dije que tendría que pensarlo. Estábamos hablando de ello cuando sonó el teléfono.

Eche un vistazo al reloj: las siete en punto. En el periódico hacía varias horas que no habría nadie.

Levanté el auricular. Era Stukey.

—Le hemos cogido, chico. Te caerás de espaldas cuando sepas de quién se trata.

Me dijo de quién se trataba. Era Tom Judge. No me sorprendió lo más mínimo.

—¡Buen Dios! —dije, colocando un gran signo de interrogación al final de la frase—. Es increíble. Nunca me gustó ese imbécil bastardo, pero jamás se me hubiese ocurrido pensar… ¿Ha confesado, Stukey?

—Aún no hemos tenido tiempo. Acabamos de traerlo. Pero es nuestro hombre; sin duda, compañero. Encaja con todas las descripciones y lleva la culpa escrita en todo el cuerpo.

—Y, por supuesto, ha sido identificado por el taxista.

—Bu-bueno, no. —Vaciló—. La cuestión del taxi no dio resultado. Le cogimos por una llamada anónima. Llegó a la centralita y ese retardado que tenemos trabajando allí no investigó…

—¿Qué hay de su esposa? —pregunté—. ¿Ha admitido que él no se encontraba en casa aquella noche?

—Bu-bueno —otra pausa—, no. Pero, naturalmente, está mintiendo… Miente, Clint; podría jurarlo sobre una pila de Biblias. ¿Cuánto tardarás en venir?

Era mi turno de dudar, y lo hice, largamente. Entonces dejé que oyera mi forzada risa.

—No es una situación fácil para mí, Stukey —dije—. Si se tratara de otra persona y no de él… un empleado del Courier. ¿Entiendes lo que quiero decir? ¿No hay ninguna prueba definitiva contra él? Supón que tuvieras que dejarle en libertad, y yo tuviera que seguir trabajando con él…

—Bueno, sí. Pero, chico, yo sé que este tío es…

—Tú sabías lo mismo sobre mí. ¿Recuerdas?

—¡No! No, no fue así —protestó—. No podía encontrarte en ninguna parte y pensé que tú eras el único que tenía un motivo, y… y estaba enfadado. Pero supe que tú no lo habías hecho tan pronto como logré tranquilizarme. No tenía esa corazonada que tengo con este sujeto. Diablos, Clint, yo…

—No te estoy reprochando nada —dije—. Sólo estoy señalando la posibilidad de que te equivoques acerca de Judge… Creo que lo mejor será que me mantenga al margen de este asunto por ahora, Stukey. De todos modos —a menos que Judge se derrumbe— quiero hablar con el señor Lovelace antes de verme implicado personalmente.

—Está bien —dijo de mala gana—. Te entiendo.

—Se pondrá furioso si resulta que Judge no es culpable. En cualquier caso, se enfadará terriblemente. La idea de que un hombre del Courier sea un asesino no le sentaría nada bien al viejo.

—No… —Hubo un silencio reflexivo—. Supongo que no le gustaría nada. Pero, mira, chico, yo no estoy para andar con remilgos con un asesino sólo porque…

—Tienes razón en eso —afirmé—. Porque si lo hicieras, me tendrías pisándote los talones. Todo lo que digo es que será mejor que yo me mantenga alejado del asunto hasta que hable con el señor Lovelace, a menos que Judge confiese antes. Puedes retenerle setenta y dos horas, ¿verdad?

—Sí, por supuesto. Pero…

—Lo dejaré correr entonces —dije—. Hablaré con el señor Lovelace por la mañana y después me pondré en contacto contigo. Lo haría esta misma noche, pero no podemos divulgar la historia antes de mañana y, de todos modos, al señor Lovelace no le gusta nada que le molesten por la noche.

Stukey gruñó y maldijo por lo bajo.

—Bien, chico, odio tener que… ¿Qué piensas, chico? ¿Debo comportarme amablemente con este sujeto hasta que tú hayas hablado con el viejo? ¿Dejarle solo y que se cocine a fuego lento?

—No quisiera darte ningún consejo —dije—. Judge nunca me ha caído bien y… bueno, mi esposa y todo eso. Podría darte un dato equivocado.

—Uh-huh. Seguro. Bueno —suspiró—, ¿entonces me llamarás por la mañana?

—Tan pronto como haya hablado con Lovelace.

Nos dijimos buenas noches y colgué. Estaba razonablemente seguro de que esta noche no le traería a Judge demasiados problemas. Y mañana…

¿Mañana?

Ella se arrodilló delante de mí, con los codos sobre mis rodillas.

—Brownie. Acaso… ¿ocurre algo malo?

—Creen haber cogido al hombre que mató a Ellen —dije—. Uno de los chicos del periódico. Yo… resulta difícil creer que sea culpable.

—Pobre Brownie. Una cosa tras otra, ¿verdad? ¿Quieres otro trago, cariño? Algo para comer.

—No —le respondí—, creo que no.

—Cariño, ¿por qué no sales un rato? Te haría bien dar un paseo y tomar un poco de aire fresco. Debes estar terriblemente inquieto.

—Bueno, yo…

—Haz lo que te he dicho, Brownie. —Inclinó la cabeza hacia un lado y me sonrió—. ¿Por favor? Me acostaré un rato cuando te vayas.

La estreché entre mis brazos. La abracé, hundiendo el rostro en su pelo.

—Dios —dije—. Dios mío, Deborah, si supieras…

—Lo sé —dijo—. Me amas. Yo te amo. Lo sé, y… es suficiente.

Other books

Hard Rain by Darlene Scalera
Reckoning by Lili St Crow
The Margrave by Catherine Fisher
Understanding Sabermetrics by Costa, Gabriel B., Huber, Michael R., Saccoma, John T.
Warriors Don't Cry by Melba Pattillo Beals
Raisonne Curse by Rinda Elliott
You Belong to Me by Jordan Abbott
Taking Lives by Michael Pye
Blue Adept by Piers Anthony