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Authors: Jim Thompson

Tags: #Novela negra

Asesino Burlón (2 page)

BOOK: Asesino Burlón
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—¡Brownie, por el amor de Dios! ¿Es que no piensas dejarlo nunca?

—Sí —asentí—. Palabra de honor, coronel. En cuanto esta botella se haya acabado, no volveré a probar una sola gota.

—No estoy hablando de eso. No sólo de eso. Es… ¡todo lo demás! Te estás volviendo demasiado vulgar. El señor Lovelace está resuelto a…

—El señor Lovelace y yo —repliqué— somos hermanos espirituales. Estamos unidos como dos pajarillos en el nido. El señor Lovelace pensaría que mis razones son justificadas aunque me convirtiese en una paloma y cagara sobre sus blancos cabellos.

—Probablemente lo harías —dijo Dave, amargamente.

Detesto ver a un hombre amargado. ¿Cómo se puede tener esta tranquila objetividad, tan necesaria para los logros literarios, si se está amargado?

—Sí, lo harías —repitió—. No pararás hasta que te despidan. Insistirás hasta que te echen a la calle, y yo debo…

—¿Sí? —pregunté—. ¿Quiere decir que usted también sentiría la necesidad de marcharse? Qué conmovedor, coronel. Mi cáliz rebosa de amor… de una naturaleza, debo decirlo, estrictamente platónica.

Le ofrecí un trago, apartando bruscamente la botella cuando intentó arrebatármela de las manos. Bebí otro trago y le aconsejé que volara hacia el seno de su familia.

—Eso es lo que necesita, coronel —dije—: la mano cálida de su mujercita, mitigando las preocupaciones de un largo día. La luz de amor y credibilidad que irradia la mujer de un revendedor.

—¡Maldito seas, cierra la boca!

Gritó con toda la fuerza de sus pulmones. Luego se inclinó sobre mi escritorio, apoyándose en las manos, y sus ojos y su voz parecían torturados por la súplica, la impotencia y la furia. Y las palabras brotaban de su boca en su balbuceo apenas coherente.

Maldita sea, ¿acaso no había dicho que se trató de un error? ¿No había admitido un millar de veces que había sido un disparate? ¿Acaso yo creía que él era un sujeto capaz de enviar deliberadamente a un hombre a caminar por un campo minado…? Era una tragedia. Era lo peor que le podía suceder a cualquier hombre, y debía de ser diez veces peor cuando se trataba de un hombre joven y bien parecido como él… Y, para colmo, la culpa había sido suya. ¿Pero qué más podía hacer, aparte de lo que ya había hecho? ¿Qué era lo que yo quería que él hiciera?

Se reprimió súbitamente. Luego se irguió, dirigiéndose hacia la puerta. Le llamé.

—Un momento, coronel. No me ha dejado terminar.

—¡Estás acabado! —Se volvió para mirarme—. Te lo advierto, Brownie, si vuelves a llamarme coronel, yo… yo… Bien, ¡sigue mi consejo y no lo hagas!

—No lo haré —dije—. Eso es lo que quería decirle: estoy decidido a cambiarlo todo. Todo. Al fin y al cabo, no ha sido más que un error en una guerra llena de errores. Nunca más volverá a tener problemas conmigo, Dave.

Randall resopló y cogió el pomo de la puerta. Se detuvo y me miró, frunciendo el ceño como si vacilara.

—Suena como si… hablaras en serio.

—Así es… Palabra, Dave.

—Bueno —me estudió cuidadosamente—, no me lo creo, pero…

Intentó sonreír, sin dejar de estudiarme. Lentamente, la sospecha desapareció de su mirada y la tenue sonrisa se convirtió en una risa amplia que iluminó su rostro.

—¡Eso es maravilloso, Brownie! Lamento haber perdido los nervios hace un momento, porque sé cómo te sientes, pero…

—Seguro —dije—. Seguro que sí. Está bien, Dave.

—¿Por qué no dejas el trabajo por esta noche y te vienes a casa conmigo? Abriré una botella y le diré a Kay que nos prepare unos buenos bistecs. Ha estado insistiendo para que te invitase a cenar.

—Gracias —afirmé—, pero esta noche no. Debo terminar una historia.

—¿Algo tuyo?

—Bueno… sí —asentí—. Sí, es algo mío. Una especie de melodrama que estoy escribiendo en torno a los crímenes del Asesino Burlón. Supongo que confundirá por completo al lector de novelas policíacas, pero tal vez lo que necesita es precisamente que lo confundan. Quizá su sed de diversión lo lleve al terrible trabajo de pensar.

—¡Magnífico! —Dave asintió con entusiasmo. Naturalmente no había oído nada de lo que yo acababa de decir—. ¡Magnífico!

Parecía más feliz de lo que yo le había visto en mucho tiempo. Creo que no se hubiese sentido más feliz si yo hubiese aceptado su invitación a cenar.

—Bueno…, ja…, ja… No trabajes toda la noche —dijo.

—Ja, ja —respondí—. Lo intentaré…

Me palmeó torpemente la espalda. Me dijo buenas noches, yo le contesté buenas noches y se marchó.

Estudié el folio que tenía en la máquina de escribir, lo quité y coloqué otro.

Había comenzado con el pie equivocado, iniciando la historia con Deborah Chasen cuando, naturalmente, la historia debía comenzar conmigo. Yo… sentado solo en la sala de redacción, con una colilla apagada entre los labios y casi un cuarto de whisky en la botella que estaba sobre el escritorio.

Los dos teletipos comenzaron a funcionar. Primero las noticias de Associated Press, luego las de United Press. Fui a echar un vistazo.

Pacific City, en palabras de nuestro editor, es una «ciudad de hogares, iglesias y personas», que, traducido de su lengua franca de cámara de comercio, significa que es una ciudad pequeña, una ciudad no industrial, y una ciudad donde, habitualmente, suceden muy pocas cosas que sean de interés para el mundo exterior. El Courier es el único periódico. Los servicios cablegráficos de noticias no mantienen corresponsales aquí, pero, cuando es necesario, el servicio lo cubren nuestros redactores.

Arranqué los finos papeles amarillos de los teletipos y leí:

LOS ANG 601 PM SBL AP A COURIER

JEFE DET PACIFIC LEM STUKEY DESAPARECIDO MÁS DE 24 HORAS. ¿VERDAD? ¿INUSUAL? ¿POSIBLE RELACIÓN CON CASO ASESINO BURLÓN? ESPERAMOS NOTICIAS COURIER. THATCHER AP LA

LA CAL 603 PM A COUR

RADIO INFORMA DESAPARICIÓN JEFE DET LEM STUKEY. ¿QUÉ HAY AL RESPECTO, COURIER? ¿POR QUÉ NO SE HA MENCIONADO EN NINGUNA DE SUS EDICIONES? ¿NO ES IMPORTANTE? ¿DESAPARECE A MENUDO? RESPUESTA A DALE (SIG) LOS ANG UP

Arrojé los papeles a una papelera y fui hasta la ventana… ¿Era cierto? Sí, la noticia era verdadera. El Jefe de Detectives de Pacific City, Lem Stukey, había desaparecido desde hacía más de un día… ¿Inusual? Bueno, apenas. El departamento de policía no estaba alarmado por ello. No habían podido localizarle en ninguno de los garitos o burdeles donde acostumbraba a esconderse, pero tal vez había encontrado un nuevo sitio. O, quizás, alguien había encontrado un sitio para él…

De todos modos, los servicios cablegráficos de noticias no podían pretender que nosotros empezáramos a hacer indagaciones y preguntas a esta hora de la noche. El nuestro era un periódico vespertino. La edición del «mediodía» llegaba a las calles a las diez de la mañana, la «local» al mediodía y la de «última hora» —una especie de refrito— a las tres de la tarde. Y de esto ya hacía más de tres horas, así que al diablo con la A.P. y U.P. Al diablo con ellos, qué caray.

Miré a través de la ventana, hacia la calle, diez plantas más abajo. Me sentía triste; más que triste, amargado. Y en realidad, por nada, absolutamente por nada. Sólo el simple hecho de que la última línea de esta historia debería ser escrita por otro.

Me alejé de la ventana y regresé a mi escritorio. Me serví dos tragos y bebí un tercero, por cortesía hacia la casa.

Eché un vistazo a lo que había escrito. Luego, apoyé las manos sobre el teclado y comencé a escribir:

El día que conocí a Deborah Chasen fue el mismo que recibí la carta de la Administración de Veteranos. Fue hace un par de meses, aproximadamente a las nueve de la mañana, y Dave Randall…

Capítulo 2

Aquella mañana, Dave me trajo la carta a mi escritorio. Luego, permaneció un momento junto a mí, tratando de mostrarse amistoso e interesado. Murmuró algo acerca de «Buenas noticias, espero». Abrí la carta.

Era, como ya he dicho, de la Administración de Veteranos. Me anunciaban que mi remuneración por incapacidad había sido aumentada a unos ochenta dólares mensuales.

Aparté la silla, me puse de pie, junté los talones con fuerza y me cuadré militarmente ante Dave.

—¡Un comunicado oficial, señor! ¡El sargento Brown solicita respetuosamente las instrucciones del coronel!

—Continúa con tu trabajo. —Miró nerviosamente alrededor de la oficina, con esa sonrisa enferma dibujada en el rostro—. Brownie, quisiera…

—Gracias, coronel. Se acerca la hora de la patrulla matutina. ¿Tengo permiso del coronel para…?

—Puedes hacer lo que te dé la jodida gana —dijo, y regresó a su escritorio.

Me senté nuevamente. Le hice un guiño a Tom Judge, que trabajaba en el escritorio de enfrente. Le sonreí, con una sonrisa bastante amable si tenemos en cuenta que no había probado un trago desde el desayuno.

Tom no sonrió.

—¿Por qué sigues burlándote de él? —Me miró con severidad—. ¿Por qué le pones las cosas tan difíciles a un buen tipo?

—Pero, Tom —le dije—, ¿quieres decir que tú y el coronel sois… así?

—Quiero decir que me cae bien. Pienso que si yo estuviese en su lugar te pondría en tu sitio o te echaría de una patada en el culo. Chico —sacudió la cabeza con desagrado—, ¿dónde está la justicia? ¿Cómo diablos has conseguido esa pensión?

—Es incomprensible —dije—, ¿verdad? Obviamente no estoy incapacitado para trabajar. Además, no estoy desfigurado. Incluso soy más atractivo que el día en que nací, y eso que mi madre se jactaba —creo que con bastante fundamento— de que yo era la criatura más bonita de la ciudad.

Sus ojos se entrecerraron.

—Ya lo entiendo. Eres maricón, ¿verdad?

—¿Es una afirmación, o simplemente una presunción? —le pregunté.

—¡No pienses que te tengo miedo, Brown!

—¿No? —dije—. Entonces, a ver qué haces con esto que te digo ahora: eres un entrometido hijo de puta, un estúpido y un periodista totalmente despreciable.

Se puso pálido y se levantó rápidamente de su silla. Yo me puse de pie y me dirigí al retrete.

Un momento más tarde, Tom me siguió.

Pude ver que aún estaba furioso, pero trataba de disimularlo. Esperaría una mejor ocasión para desquitarse.

—Escucha, Brown. Yo no pretendía…

—Y yo —le dije— te pido disculpas por haberte llamado hijo de puta.

—En cuanto a la pensión, Brownie, no es asunto mío, pero… bueno, supongo que tiene que ver con tus nervios, ¿verdad?

—Eso es —asentí seriamente—, exactamente eso, Tom. Gran parte de mis nervios —una especie de centro nervioso— resultó completamente destruida.

Le observé cuidadosamente, temiendo por un instante haber hablado demasiado, y preguntándome qué haría él —y qué haría yo— si comenzaba a comprender la verdad. Porque en este tipo de cosas hay algo horriblemente divertido. La gente se ríe de ellas, en privado tal vez, pero se ríe. Te sonríen y te miran compasivamente, con los rostros tensos por la risa contenida. Y cuando no se ríen, puedes oírles… ¡Pobre hombre! Qué cosa tan extraordinaria… ja, ja, ja… me pregunto qué hace cuando tiene que…

No puedes trabajar. No puedes vivir. No puedes morir. Tienes miedo de morir, miedo a la total vulnerabilidad ante la risa que supondrá la muerte.

Pero no debí haberme preocupado por Tom Judge. Él no tenía una mente inquisitiva ni la capacidad para seguir una pista. Era, para mencionar una afirmación de la que no me había retractado, un periodista totalmente despreciable.

—¡Por Dios, lo lamento, Brownie! Supongo que eso te alterará bastante. Sigo pensando que eres muy duro con Dave, pero…

Le dije que mi intención no era molestarle.

—Dave no sólo es mi amigo —le dije—, sino que le respeto profesionalmente. No quisiera que le hicieras sentir incómodo repitiéndole el cumplido, pero creo que Dave representa cabalmente el estilo Courier. Perspicaz, con una mente despierta, los pies firmemente plantados en la tierra y la cabeza…

Tom se echó a reír fríamente.

—Está bien —dijo—, tú ganas.

Regresó a su escritorio.

Yo, como el plazo para cerrar la edición ya se había cumplido, salí a hacer mi ronda matutina.

Fue una de mis mejores rondas. El oficial de guardia estaba en su puesto, y la artillería pesada se encontraba preparada y a la espera.

—¿Todo tranquilo? —pregunté.

—Todo tranquilo —dijo Jake, el barman del Club de Prensa.

—Proceded con las maniobras —dije.

Jake dobló la muñeca con elegancia. La botella se inclinó sobre el vaso con un movimiento bellamente ejecutado.

—Excelente —exclamé—. Ahora, creo que deberíamos realizar un ejercicio de formación cerrada.

—Lo siento, señor, pero…

—¿Sí?

—Usted sólo ha… quiero decir que no ha completado la andanada.

—Una nueva táctica —dije—. El resto de la andanada queda para después del ejercicio.

—Muy bien, pero si se cae de bruces, no…

—De frente… ¡Marchen!

Jake dispuso tres vasos de una onza sobre la barra, colocó otro vaso de dos onzas en el extremo de la formación y los llenó todos.

Me bebí los cuatro con diligencia y hundí mi nariz en el bol de las especias.

—¿Alguna pregunta o curiosidad? —pregunté.

—No sé cómo lo hace —dijo—. Se lo prometo, señor Brown, si yo lo intentara…

—Ah —afirmé—, tengo la juventud a mi favor. La prodigiosa juventud, con todo el velamen de la vida desplegado delante de mí.

—¿Siempre bebe de ese modo?

—¿A ti qué te importa? —le contesté, y regresé a la oficina.

En ese momento estaba comenzando a sentir ese peculiar doble sentido que se me había manifestado con creciente intensidad y frecuencia en los últimos meses. Era una mezcla de calma y ansiedad, de resignación y rechazo furioso. Simultáneamente, yo deseaba emprenderla a golpes contra todo y no hacer absolutamente nada. El resultado lógico del conflicto debiera haber sido un cierto punto muerto; sin embargo no era así. Las emociones positivas, el impulso a actuar, superaban a todo lo demás. Las negativas, la calma y la resignación no ejercían directamente su fuerza coercitiva, sino que lo hacían de un modo tangencial. Eran más preventivas que restrictivas.

Me estaban empujando hacia un lado, llevándome en una dirección que estaba completamente fuera del mundo, aunque dentro de él.

Pensé si no estaría bebiendo demasiado.

Me pregunté cómo sería —cómo me las arreglaría para comer y dormir y hablar y trabajar: cómo vivir— si bebiese menos.

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