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Authors: Herman Koch

Tags: #Intriga, Relato

Casa de verano con piscina (28 page)

BOOK: Casa de verano con piscina
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—¿Julia? —preguntó Caroline con ternura, mientras se inclinaba hacia ella y le ponía la palma en la mejilla—. ¿Puedes explicarnos qué ha ocurrido? ¿Puedes decirnos con quién… quién te acompañaba cuando te has ido del bar? ¿Con quién ibas?

Julia negó con la cabeza.

—No lo sé —dijo.

Caroline le acarició la mejilla.

—Primero estabas con Alex. ¿Y luego? ¿Qué pasó luego?

Julia parpadeó. Volvieron a aparecer lágrimas en las comisuras de sus ojos.

—¿Estaba con Alex? ¿Dónde estaba con Alex?

Caroline y yo nos miramos.

Julia volvía a llorar.

—No lo sé —gimoteó—. No lo sé, de verdad…

Stanley volvió más tarde esa noche. Había regresado a pie, nos dijo. Al no ver ningún coche conocido en el aparcamiento, había creído que nos habíamos olvidado de él.

Entró un momento para saludar. Emmanuelle ya le había informado, y habían decidido que aquella noche nosotros nos quedáramos en su apartamento y ellos durmieran en nuestra tienda. Normalmente, ante una oferta así, primero aseguras un par de veces que «no hace falta, en serio»; pero la situación no era normal. Nada era normal. No discutimos y aceptamos enseguida su propuesta.

Algo más tarde fui con Stanley a la tienda a fin de sacar unas cuantas cosas para que tuviesen más sitio. Stanley me abrazó. Repitió que lo sentía mucho. Por nosotros, por Julia. Soltó improperios en inglés. También en inglés, dijo qué pensaba que debía ocurrirles a los hombres que hacían cosas así. Yo estaba de acuerdo.

Entonces me retuvo un momento. Sacó un paquete de cigarrillos y me ofreció uno.

—Una cosa más… —dijo.

Fumamos delante de la tienda mientras Stanley narraba su camino de vuelta desde la playa. Había regresado por la misma carretera que tomamos a la ida. Por tanto, pasó por el lugar donde habíamos sacado de la carretera al propietario del camping ecologista.

—Su coche seguía ahí —dijo—. Exactamente en el mismo lugar. Es muy raro. Quiero decir, parecía que nadie hubiese pasado por allí. Pero la cosa no acaba ahí… —Lanzó una mirada en dirección a la casa—. He intentado abrir la portezuela —continuó, casi susurrando—. Estaba abierta. Y la ventanilla bajada. ¿No te parece raro? Quiero decir, ¿quién abandona su coche de ese modo? He mirado bien por todas partes, pero no parecía que hubiese quedado atrapado ni nada de eso. Creo que habría podido irse con el coche tranquilamente…

—A lo mejor no ha podido ponerlo en marcha…

Stanley negó con la cabeza.

—No, no era eso. Escucha, he hecho algo que tal vez no debería. He metido la cabeza por la ventanilla y he visto que la llave estaba puesta.

Por primera vez sentí un ligero escalofrío en el cuello. El tipo de escalofrío que sientes en el cine, cuando la película da un giro inesperado.

—Joder.

—Me he metido en el coche y he girado la llave. Se ha puesto en marcha sin más…

No dije nada. Di una calada tan honda que me hizo toser.

—He vuelto a salir, y hasta he hecho lo que hacen en las películas. Como no llevaba ningún pañuelo, me he quitado la camiseta y la he usado para limpiarlo todo: la llave, el volante, la puerta. Luego he rodeado el coche. Al otro lado había una cuesta con bastante pendiente. He bajado un poco, pero casi me he resbalado. He tenido que agarrarme a una mata. Además, estaba oscurísimo. He gritado una vez, y luego he venido hacia aquí.

—Pero ¿crees que…?

—No lo sé, Marc. Me parece raro que haya dejado el coche así. Y si por algún motivo no podía sacarlo y ha decidido irse a pie, es raro que lo haya dejado abierto y con la llave puesta. Algo no encaja.

Sentí un segundo escalofrío. Pensé en el propietario del camping, que por algún motivo había rodeado su coche y se había despeñado.

—A lo mejor estaba confundido —dijo Stanley, como si adivinara mis pensamientos—. A lo mejor lo hemos asustado más de lo que pensábamos. Quién sabe qué pensará alguien a quien acaban de sacar de la carretera… Sólo quería que lo supieses. Incluso en estas circunstancias. Especialmente en éstas. —Ahora fui yo quien adivinó los pensamientos de Stanley. Pero no dije nada. Dejé que lo dijera él—. Tarde o temprano encontrarán el coche, Marc. Tal vez no esta noche, pero sí mañana, a la luz del día. A lo mejor el hombre está tranquilamente en su casa, pero si no… Descubrirán los daños en la parte trasera de su coche. Tu coche también tiene marcas. Pero ese tipo no tiene ni idea de quiénes somos. Yo que tú me iría. Quizá no esta misma noche, pero sí por la mañana.

Capítulo 34

Julia dormía. Caroline y yo habíamos sacado dos sillas y nos habíamos sentado delante de la puerta entreabierta del apartamento. Fumábamos. Caroline miró su reloj.

—Tenemos que ir a la policía, Marc —susurró—. Debemos denunciarlo cuanto antes. Tal vez ahora mismo. ¿O crees que es mejor esperar a la mañana?

—No.

Mi esposa me miró.

—¿No qué?

—No quiero. No quiero ir con Julia a una comisaría. Todo lo que van a preguntarle… Quiero decir, ha ocurrido algo. Sabemos qué. Tú y yo lo sabemos, y ella también, aunque ahora no se acuerde. Tal vez sea lo mejor, que por ahora no lo sepa.

—Pero, Marc, ¡no puede ser! Quién sabe si el tipo no sigue por aquí. Siempre se dice que cuando se comete un delito hay que actuar con rapidez. Las primeras veinticuatro horas son las más importantes. Cuanto antes vayamos, menos podrá huir ese cabrón. Más posibilidades habrá de que lo atrapen.

—Claro. Tienes razón, Caroline. Toda la razón. Pero ahora no podemos llevar a Julia a una comisaría. No querrás hacerle algo así, ni yo.

—Pero podemos ir nosotros, ¿no? O al menos uno de nosotros. Uno va a la comisaría y el otro se queda con Julia.

—Vale. Yo me quedo con ella.

—No; yo.

Nos miramos. Caroline se había enjugado las lágrimas. Irradiaba, sobre todo, determinación.

—Marc, no tengo ganas de dar la murga sobre a quién necesita más, a su padre o a su madre. Creo que a su madre. Tú puedes ir a la policía.

Podría haber replicado que en ese momento lo que nuestra hija más necesitaba era un médico. Tal vez no necesitaba tanto a su padre como al médico que daba la casualidad que yo también era. Un médico que estuviese a su lado cuando superara el primer shock y empezara a recordar. Pero en el fondo sabía que Caroline tenía razón. Julia tenía que poder agarrar la mano de su madre. La mano de su madre, que también era una mujer. Una mujer. En ese momento no necesitaba hombres. Ni siquiera si el hombre era su padre.

—No lo sé, Caroline. Quiero decir, imagínate que voy: me preguntarán si pueden interrogar a Julia. Y no queremos, ¿verdad?

—Pero si no tiene sentido interrogarla. No se acuerda de nada.

—¿Crees que se van a conformar con eso, con que digamos que no se acuerda de nada? Por favor, Caroline. Van a entrar en estampida con todo el CSI. Con psicólogos y expertos. Con mujeres policía comprensivas que ya han intervenido en casos similares. Que supuestamente saben cómo tratar a víctimas de violaciones con amnesia para hacerlas recordar y hablar.

—Y eso es justo lo que queremos.

—¿Cómo?

—Que se acuerde de algo. Que se acuerde de lo ocurrido. De qué aspecto tiene el hijoputa.

Intenté recordar qué sabía sobre la amnesia. Qué había aprendido sobre el tema, hacía mucho, en la universidad. Recordaba que a menudo es selectiva. El cerebro bloquea una experiencia traumática. A veces, esa experiencia no vuelve nunca más. Se almacena en un lugar del cual sólo se puede extraer bajo los efectos de medicamentos o hipnosis.

Sí, así era la cosa, ahora me acordaba: la experiencia casi nunca se borra. El cerebro no es muy exacto: a menudo también bloquea acontecimientos cercanos a la experiencia traumática. En la playa, Julia me había reconocido inmediatamente, así como luego a Judith, a su hermana, a Thomas, a Alex, a su madre, a Emmanuelle y a Ralph. Cuando la amnesia es total, el afectado ni siquiera sabe quién es: no reconoce su propio rostro en el espejo, por no hablar de intentar ubicar los rostros de otras personas.

Debido a las circunstancias, todavía no había querido preguntárselo, pero parecía que el bloqueo de Julia afectaba a cosas anteriores a lo sucedido. «¿Estaba con Alex? —había preguntado—. ¿Dónde estaba con Alex?» Sabía quién era Alex, pero no se acordaba de haberse ido con él al otro bar.

Y había otra cosa. La tarde y la noche anterior, mi hija había intentado ignorarme todo lo posible. Apenas respondía a mis preguntas. Creo que no me había mirado directamente ni una sola vez.

Desde que me había visto en la cocina. Con Judith.

Pero a partir de que la encontré en la playa, mientras cargaba con ella hasta el coche, y allí, en el apartamento de Stanley y Emmanuelle, mientras la exploraba, sólo me había mirado con dulzura. Triste, pero dulce.

¿Era posible? ¿Era posible que la pérdida de memoria de Julia abarcase hasta la tarde anterior, o incluso antes, y que hubiese olvidado que me había visto en la cocina con Judith?

No debía preguntárselo directamente, sino como de pasada. Preguntando alguna otra cosa del sábado. Reconstruí el día desde la mañana. El pajarito. Lisa había encontrado un pajarito que se había caído del árbol. El desayuno. Luego fui con Lisa al zoo. Y cuando volví… Cuando volví Caroline se había ido. Ralph, Stanley y Emmanuelle también. Subí a la cocina. Miré hacia fuera por la ventana de la cocina junto a Judith y a su madre… ¡Sí, exacto! El concurso de Miss Camiseta Mojada… Julia y Lisa habían recorrido el trampolín por turnos, mientras Alex las rociaba de agua con la manguera… Pensé en mi hija mayor, en su pose coqueta, en cómo se había recogido el pelo en una coleta con las manos para luego volver a soltárselo…

Sobre eso debía preguntarle a Julia cuando despertara. Intenté formular mentalmente una frase aparentemente inocua («¿Te acuerdas de esta tarde/ayer, cuando Alex te remojaba en la piscina? ¿Te acuerdas de lo bien que lo estabais pasando?»), pero no acababa de convencerme. Especialmente el tema de «pasarlo bien» me parecía fuera de lugar.

—Estaba pensando que tal vez tienes razón —dijo Caroline—. A lo mejor deberíamos proteger a Julia de las preguntas por ahora. No lo había pensado de ese modo, no había tenido en cuenta que querrían preguntarle todos los detalles. Seguramente sólo serviría para confundirla aún más. Lo de la policía y tal. Pero entonces, ¿qué hacemos? Algo tenemos que hacer, ¿no crees? Quiero decir, no podemos dejar que un cabrón así siga libre, ¿no?

—Podemos llamar. Podemos hacer una llamada anónima y decir que hay un violador suelto.

Caroline suspiró, y al momento yo también entendí lo inútil que sería esa llamada. Pensé otra vez en Alex y en su comportamiento en la playa. No creía que pudiese haber sido él, pero seguía con la incómoda sensación de que no nos lo había contado todo.

—Marc —dijo mi mujer, y me puso la mano en el antebrazo—. Tú eres médico. Puedes saberlo. ¿Es grave lo de Julia? ¿Tenemos que llevarla al hospital? ¿O lo mejor es que la dejemos en paz en la medida de lo posible? Que descanse un par de días, y luego nos vamos a casa.

—No hace falta llevarla al hospital. No sabe qué ha pasado. Quiero decir, sabe que ha pasado algo. Seguramente también sabe qué. Tiene trece años. Le he dado un medicamento para que no le duela. Pero está… nota…

Sentí que se me rompía la voz, me salía cada vez más chillona y tuve que carraspear. Caroline me apretó el brazo.

—Vale, pues hagámoslo así. Démosle un día de reposo. Mañana. Y el lunes nos vamos, si crees que aguantará el viaje en coche. Podemos hacerle una cama en el asiento de atrás…

—Más vale que nos vayamos mañana… —Miré mi reloj. Eran las dos y media de la madrugada—. Quiero decir, hoy. Dentro de un rato, cuando salga el sol.

—¿No es demasiado precipitado? Ni siquiera hemos dormido. Y Julia…

—Es lo mejor para ella —la interrumpí—. Tenemos que irnos de aquí cuanto antes. A casa.

Capítulo 35

Unas horas más tarde (yo seguía sentado en la silla delante del apartamento, fumando; Caroline se había metido en la cama con Julia), Ralph salió a la terraza.

—He pensado que a lo mejor te apetecería esto —dijo; llevaba una botella de whisky bajo el brazo y dos vasos con cubitos de hielo en las manos.

Nos quedamos un rato sentados en silencio. En algún lugar de los matorrales secos del otro lado de la piscina, un grillo testarudo no paraba de frotarse las patas traseras. Eso y el tintineo de los cubitos en nuestros vasos eran los únicos sonidos en el jardín silencioso. Por el este empezaba a aclararse el cielo. Me quedé mirando el agua inmóvil de la piscina, iluminada desde abajo. Después miré el trampolín. Era el mismo trampolín del día anterior, pero aun así era otro trampolín. El jardín y la casa también eran otro jardín y otra casa. Y no sólo eso. No quería ver ningún jardín, ninguna casa de vacaciones ni ninguna piscina en los próximos días. Quizá no querría nunca más. Quería irme a casa.

Ralph se frotó la rodilla derecha.

—Me diste una buena patada, Marc. ¿Dónde aprendiste? ¿En la mili? ¿Cuando estudiabas?

Le miré la rodilla. Desde fuera no se notaba nada, era una simple rodilla peluda masculina, pero yo sabía que por dentro todos los músculos y tendones estaban tensados al máximo. No me había fijado mientras bajaba las escaleras y venía a sentarse a mi lado, pero seguramente cojearía unos días.

—¿Qué hiciste después? —pregunté—. ¿Volviste a casa enseguida?

—Primero paseé un poco por la playa siguiendo el mar. Bueno, más que pasear, fui dando traspiés. Al principio no me dolía mucho, pero luego empecé a sentir palpitaciones y temblores aquí dentro —explicó, tocándose la rodilla—. Y pensé: «¿Qué estoy haciendo aquí? Me voy a casa.»

Debo reconocer que en mis anteriores cálculos de tiempo no había tenido en cuenta la rodilla de Ralph. Había calculado si podría haber ido y vuelto del otro bar y estar en casa cuando Judith lo llamó. Pero no había pensado en la rodilla.

¿Por qué habría caminado Ralph Meier un largo trecho hasta el otro bar con una rodilla temblorosa y dolorida? Y luego deshacer lo andado. Parecía no solamente muy poco probable, sino además casi imposible físicamente.

—Lo más importante es que no pares de mover la rodilla —dije—. Si la dejas en reposo, se te agarrotará.

Estiró la pierna derecha. Movió los dedos gordos en la chancla de plástico. Gruñó. Al volver la cabeza hacia él, vi que se mordía el labio. Si era todo fingido, fingía muy bien. Lo tuve todo en cuenta. Siempre me planteé la posibilidad de que fingiese lo de la rodilla, que la usara como coartada.

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