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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Ciudad abismo (49 page)

BOOK: Ciudad abismo
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Me tocaba sonreír a mí.

—Casi parece que las admires.

—Lo hago. La pureza del proceso… ¿quién no lo admiraría?

No estoy seguro de lo que pasó después. Estaba mirando a Cahuella sin perder del todo de vista a Gitta, cuando Vicuna hizo algo. Pero el primer movimiento no parecía haber surgido de Vicuna, sino de mi hombre, Rodríguez.

Vicuna se metió una mano en la chaqueta y sacó una pistola.

—Rodríguez —dijo—. Aléjate del árbol.

Yo no tenía ni idea de lo que pasaba, pero en aquel momento vi que Rodríguez también tenía la mano en el bolsillo, como si hubiera estado a punto de coger algo. Vicuna agitaba la pistola categóricamente.

—He dicho que te alejes.

—Doctor —dije yo—, ¿te importaría explicarnos por qué amenazas a uno de mis hombres?

—Con sumo gusto, Mirabel. Después de que me haya encargado de él.

Rodríguez me miró con los ojos muy abiertos, al parecer de confusión.

—Tanner, no sé qué le pasa. Solo iba a coger mi ración de comida.

Miré a Rodríguez y después al engendro.

—¿Y bien, doctor?

—No tiene la ración de comida en el bolsillo. Iba a coger un arma.

No tenía sentido. Rodríguez ya estaba armado… tenía un rifle colgado al hombro, como Cahuella.

Los dos hombres se quedaron frente a frente, helados.

Tenía que tomar una decisión. Hice un gesto con la cabeza a Cahuella.

—Deja que me encargue de esto. Tú y Gitta marchaos; alejaos lo más posible de la línea de fuego. Me encontraré con vosotros en el campamento.

—¡Sí! —siseó Vicuna—. Salid de aquí antes de que Rodríguez os mate.

Cahuella cogió a su esposa y se alejó vacilante del escenario.

—¿Hablas en serio, doctor?

—A mí me parece lo bastante serio —murmuró Dieterling. Él también empezaba a retirarse.

—¿Y bien? —dije dirigiéndome al engendro.

La mano de Vicuna temblaba. No era un pistolero… pero no hacía falta mucha puntería para derribar a Rodríguez a aquella distancia. Habló lentamente y con calma forzada.

—Rodríguez es un impostor, Tanner. Recibí un mensaje de la Casa de los Reptiles mientras estabais aquí.

Rodríguez sacudió la cabeza.

—¡No tengo por qué escuchar esto!

Me di cuenta de que era perfectamente posible que hubiera recibido un mensaje de la Casa de los Reptiles. Normalmente me ponía el brazalete de comunicaciones antes de salir del campamento, pero se me había olvidado con las prisas de la mañana. Si alguien hubiera llamado de la Casa solo podría haberse comunicado con el campamento.

Me volví a Rodríguez.

—Entonces, saca la mano lentamente del bolsillo.

—¡No me digas que crees a ese cabrón!

—No sé qué creer. Pero si dices la verdad, ahí solo tendrás tu ración.

—Tanner, esto es…

Alcé la voz.

—¡Hazlo, joder!

—Ten cuidado —dijo Vicuna entre dientes.

Rodríguez sacó la mano del bolsillo con lentitud majestuosa, sin dejar de mirarnos a Vicuna y a mí. Lo que sacó, cogido entre el pulgar y el índice, era delgado y negro. Por la forma en que lo sostenía y con la oscuridad perpetua del suelo del bosque, casi era posible creer que se trataba de sus víveres. Durante un instante, lo creí.

Hasta que vi que se trataba de una pistola, pequeña, elegante y cruel; diseñada para el asesinato.

Vicuna disparó. Quizá yo había subestimado la habilidad necesaria para dejar incapacitado a alguien incluso estando tan cerca, porque la bala del doctor le dio a Rodríguez en el hombro del otro brazo, lo que hizo que diera un paso atrás y gruñera, pero nada más. La pistola de Rodríguez se iluminó y el doctor cayó de espaldas en la maleza.

En el borde del claro, Cahuella se quitó el rifle y se preparó para disparar.

—¡No! —Empecé a gritar, deseando que mi jefe se salvara alejándose lo más posible de Rodríguez pero, como descubrí demasiado tarde, Cahuella no era de los que se alejaban de una pelea, ni siquiera de una que pusiera su vida en peligro.

Gitta le gritó a su marido que la siguiera.

Rodríguez levantó la pistola en dirección a Cahuella y disparó…

Y falló, la bala atravesó la corteza de un árbol cercano.

Intenté encontrarle algún sentido a lo que estaba pasando, pero no había tiempo. Parecía que Vicuna llevaba razón. Todo lo que Rodríguez había hecho en los últimos segundos coincidía con la afirmación del engendro… lo que quería decir que Rodríguez era un… ¿qué?

¿Un impostor?

—Esto es por Argent Reivich —dijo Rodríguez mientras volvía a apuntar.

Yo sabía que aquella vez no cometería el mismo error.

Levanté la guadaña de monofilamento, puse el cable de corte casi invisible al máximo de su longitud mantenida piezoeléctricamente: una línea molecular hiperrígida que se alargaba quince metros desde mi posición.

Rodríguez vio por el rabillo del ojo lo que yo iba a hacer y cometió el error que lo delató como un aficionado y no un asesino profesional.

Vaciló.

Lo rebané con la guadaña.

Cuando fue consciente de lo que había pasado (no podía sentir ningún dolor inmediato, ya que el corte había sido de una limpieza quirúrgica), soltó la pistola. Se produjo un terrible momento de quietud, uno en el que me pregunté si no habría cometido yo un error tan grave como su vacilación y no habría alargado la línea invisible de la guadaña tanto como imaginaba.

Pero no había cometido ningún error.

Rodríguez cayó al suelo, partido en dos.

—Está muerto —dijo Dieterling cuando volvimos a la única tienda del campamento que todavía no estaba desinflada. Habían pasado tres horas del incidente junto al árbol y Dieterling estaba inclinado sobre el cuerpo del doctor Vicuna—. Si supiera cómo funcionan esas herramientas suyas… —Dieterling había colocado junto al engendro una pila de juguetes quirúrgicos avanzados, pero sus sutiles secretos no se le habían querido revelar. Los suministros médicos normales no habían sido suficientes para salvarlo tras el disparo de Rodríguez, pero habíamos esperado que la propia magia del doctor (obtenida de los comerciantes Ultras a un precio considerable) fuera lo bastante poderosa. Quizá, en las manos adecuadas, lo hubiera sido… pero el único que podría usar aquellos instrumentos de forma provechosa era el que más los necesitaba.

—Has hecho lo que has podido —le dije a Dieterling mientras le ponía una mano en el hombro.

Cahuella miró el cadáver de Vicuna con una furia evidente.

—Típico de este cabrón morirse antes de que pudiéramos usarlo como es debido. ¿Cómo demonios vamos a ponerle esos implantes a la serpiente?

—Quizá capturar la serpiente no sea nuestra prioridad absoluta en estos momentos —dije.

—¿Crees que no lo sé, Tanner?

—Entonces, actúa como si lo supieras. —El me lanzó una mirada furibunda por mi insubordinación, pero seguí hablando—. No me gustaba Vicuna, pero arriesgó su vida por ti.

—¿Y quién coño tiene la culpa de que Rodríguez fuera un impostor? Pensaba que filtrabas a tus reclutas, Mirabel.

—Lo hice —respondí.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Que el hombre que he matado no podía ser Rodríguez. Vicuna parecía estar de acuerdo con eso.

Cahuella me miró como si yo fuera algo que se le hubiera pegado en la suela del zapato, después salió hecho una furia y me dejó solo con Dieterling.

—¿Y bien? —me preguntó Dieterling—. Espero que tengas alguna idea sobre lo que ha pasado aquí, Tanner. —Puso una sábana sobre el cadáver de Vicuna y después comenzó a recoger los ordenados y relucientes instrumentos quirúrgicos.

—No la tengo. Todavía. Era Rodríguez… al menos, tenía el mismo aspecto.

—Intenta llamar de nuevo a la Casa de los Reptiles.

Llevaba razón; hacía una hora que no lo intentaba y no había sido capaz de comunicar con ellos. Como siempre, el cinturón de satélites de comunicación que rodeaba Borde del Firmamento era poco regular y sufría constantes interferencias militares, las piezas se rompían misteriosamente y volvían a conectarse según los nefarios intereses de las diferentes facciones.

Sin embargo, aquella vez el enlace funcionó.

—¿Tanner? ¿Estáis todos bien?

—Más o menos. —Ya les explicaría mejor nuestras pérdidas más adelante; en aquellos momentos solo necesitaba saber lo que le habían dicho al doctor Vicuna—. ¿Cuál era la advertencia que nos disteis sobre Rodríguez?

El hombre con el que trataba se llamaba Southey; alguien a quien conocía desde hacía años. Pero nunca lo había visto tan desconcertado como en aquellos instantes.

—Tanner, espero por Dios que… recibimos una advertencia de uno de los aliados de Cahuella. Un soplo sobre Rodríguez.

—Sigue.

—¡Rodríguez está muerto! Encontraron su cadáver en Nueva Santiago. Lo mataron y lo dejaron tirado.

—¿Estás seguro de que era él?

—Tenemos su ADN en el archivo. Nuestro contacto en Santiago le hizo un análisis al cadáver… coincidencia total.

—Entonces el Rodríguez que volvió de Santiago debía ser otra persona, ¿es eso lo que dices?

—Sí. Creemos que no era un clon, sino un asesino. Lo modificarían genéticamente para que pareciera Rodríguez; tuvieron que alterar hasta su voz y su olor.

Pensé en ello unos segundos antes de contestar.

—No hay nadie en Borde del Firmamento con la habilidad para hacer algo así. Especialmente en los pocos días que Rodríguez estuvo fuera de la Casa de los Reptiles.

—No, estoy de acuerdo. Pero los Ultras pudieron hacerlo.

Aquello ya lo sabía, Orcagna casi nos había restregado por la cara su ciencia superior.

—Tendría que ser algo más que un tratamiento cosmético —dije.

—¿Qué quieres decir?

—Rodríguez, el impostor, se comportaba como él. Sabía cosas que solo Rodríguez sabía. Lo sé… hablé con él a menudo durante los últimos días. —Pero, al pensar en aquellas conversaciones, me di cuenta de que Rodríguez respondía con evasivas, aunque obviamente nada demasiado grave como para despertar mis sospechas por aquel entonces. Había estado muy dispuesto a hablar sobre muchas cosas.

—Así que también usaron sus recuerdos.

—¿Crees que lo rastrearon?

Southey asintió.

—Debió de ser cosa de expertos, porque no había señales de que lo hubiera matado el rastreo. Pero, como hemos dicho, hablamos de Ultras.

—¿Y crees que tienen los medios para implantar recuerdos en su asesino?

—He oído cosas por el estilo —respondió Southey—. Máquinas diminutas que se introducen en la mente del sujeto y establecen nuevas conexiones neuronales. Lo llaman impresión eidética. La CN lo intentó para los entrenamientos, pero nunca consiguieron que funcionara bien. Pero si hay Ultras involucrados…

—Sería un juego de niños. Pero no era solo que el hombre tuviera acceso a los recuerdos de Rodríguez, era algo más profundo. Como si casi se hubiera convertido en Rodríguez en el proceso.

—Quizá por eso resultaba tan convincente. Aunque las nuevas estructuras de memoria tendrían que ser frágiles… la personalidad del asesino hubiera comenzado a surgir tarde o temprano. Pero para entonces Rodríguez ya se habría ganado tu confianza.

Southey llevaba razón: Rodríguez solo se había mostrado más evasivo de lo normal el día anterior. ¿Fue aquel el momento en el que la mente enterrada del asesino comenzó a atravesar el velo de recuerdos de camuflaje?

—Se la ganó bastante bien —dije—. Si no fuera porque Vicuna nos avisó… —le conté lo que había pasado alrededor del árbol.

—Trae de vuelta los cadáveres —me dijo Southey—. Quiero ver si de verdad han disfrazado tan bien a su hombre… si ha sido solo algo cosmético o si también le intentaron cambiar el ADN.

—¿Crees que se tomaron tantas molestias?

—Esa es la idea, Tanner. Si fueron a la gente correcta, no les supuso ninguna molestia.

—Por lo que sé, en estos momentos solo hay un grupo de Ultras en órbita alrededor del planeta.

—Sí. Estoy bastante seguro de que la gente de Orcagna debe estar involucrada. Tú te reuniste con ellos, ¿no? ¿Piensas que son de fiar?

—Eran Ultras —dije, como si fuera suficiente respuesta—. No podía interpretar su comportamiento como con los contactos normales de Cahuella. Aunque eso no significa que tengan que traicionarnos a la fuerza.

—¿Qué ganarían por no hacerlo?

Me di cuenta de que aquella era la única pregunta que nunca me había hecho. Había cometido el error de tratar a Orcagna como a cualquier otro contacto comercial de Cahuella… como a alguien que no descartaba volver a hacer tratos con Cahuella en el futuro. Pero ¿y si la tripulación de Orcagna no pensara volver a Borde del Firmamento hasta dentro de algunas décadas, o incluso siglos? Podían quemar todos sus puentes con impunidad.

—Puede que Orcagna no supiera que el asesino iría a por nosotros —dije—. Puede que un socio de Reivich les llevara a un hombre que necesitara cambiar de aspecto; otro hombre que necesitaba transferir sus recuerdos al primero…

—¿Y crees que a Orcagna no se le ocurriría hacer preguntas?

—No lo sé —respondí; hasta mi propia teoría sonaba débil.

Southey suspiró. Yo sabía lo que estaba pensando. Que era lo mismo que pensaba yo.

—Tanner, creo que tendremos que ir con cuidado a partir de ahora.

—Al menos ha salido algo bueno de todo esto —dije—. Ahora que el doctor está muerto, Cahuella tendrá que abandonar la búsqueda de su serpiente. Aunque todavía no se ha dado cuenta.

Southey forzó una leve sonrisa.

—Ya casi tenemos cavada la mitad del pozo.

—No me preocuparía por acabar el resto antes de que lleguemos. —Hice una pausa y comprobé de nuevo el mapa, con el punto parpadeante que representaba el progreso de Reivich—. Acamparemos de nuevo esta noche, a unos sesenta klicks al norte de aquí. Mañana estaremos de vuelta en casa.

—¿Esta noche es la noche?

Con Rodríguez y el doctor muertos, tendríamos poco personal para la emboscada. Pero bastaría para asegurar la victoria con una certeza casi matemática.

—Mañana por la mañana. Reivich debería meterse en nuestra trampa antes del mediodía, si sigue su avance.

—Buena suerte, Tanner.

Asentí y cerré la conexión con la Casa de los Reptiles. En el exterior, encontré a Cahuella y le dije lo que me había contado Southey. Cahuella se había calmado un poco después de nuestra última conversación, mientras sus hombres trabajaban alrededor de nosotros empaquetando el resto del campamento. Estaba ajustándose una cartuchera negra de piel desde la cintura al hombro, con numerosos bolsillos para cartuchos, cargadores, células de energía y otra parafernalia.

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