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Authors: Andrei Rubanov

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

Clorofilia (28 page)

BOOK: Clorofilia
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«Y pensar que una vez nos sentimos orgullosos de ellos —pensó—. Increíble. Un atractivo único en esta ciudad. Una curiosidad incomparable. Moscú, la única ciudad del planeta completamente invadida por esta gigantesca maleza. Y a nosotros, los que habitamos aquí, nos da todo igual. Tal como vivimos antes, así vivimos y seguiremos viviendo. Los tallos, el calentamiento global, nos traen al pairo. “Mientras crezca la hierba…”, nos decimos a nosotros mismos.»

Y creció.

Se puso más cómodo y estiró las piernas. Cuando llegaron a su destino no quería salir, y estuvo a punto de pedir que lo llevara a cualquier otra dirección, al otro extremo de la hiperpolis, simplemente para estar cómodo un cuarto de hora más, medio tumbado. Después se dio cuenta de que todo lo que le estaba pasando se llamaba resaca.

Maldiciendo entre dientes, salió del coche a la fría acera.

En el ascensor sintió debilidad, y se sentó en el suelo. No quería dormir, pero tampoco estar despierto. No quería nada. Consiguió llegar de algún modo hasta las conocidas puertas y abrió. En las salas vacías y oscuras olía a plástico recalentado y fotografías recién reveladas. Sin embargo, también le daba pereza reconocer los olores. Pasó cruzando entre las mesas. Se detuvo ante el lugar de trabajo de Filippok. Allí reinaba el desorden. El chico trabajaba mucho y bien, escribía unos artículos vivaces, irónicos pero no ofensivos, llenos de maximalismo juvenil. Filippok también era herbívoro, se dijo Hertz a sí mismo. Se lo veía siempre contento y amigable.

Se acercó a la mesa de Valentina, donde todo estaba en orden, donde no sobraba ni faltaba nada, con una pequeña fotografía enmarcada de su hijo. «Pero en el rincón se divisa una botella de agua medio vacía, lo que significa que Valentina también toma hierba. O puede ser que no. Eso ya no importa. ¿Qué importa quién y qué come cada uno? Sólo importa el crecimiento. Lo importante es enraizarse bien en el suelo y que arriba no falte la luz transparente.

»Y aquí está la mesa poco común del poco común Prizhunov. Superficie esterilizada. Prizhunov la limpia con una bayetita especial varias veces al día. Y si le encanta lo limpio, significa que respeta lo concentrado. No hace mucho estuvo gritando a Filippok, pálido de rabia. Se dejó llevar por el nerviosismo. Eso pasa a veces con los herbívoros, cuando intercambian la novena destilación con, supongamos, la cuarta, más barata…»

Un poco después se encontró atornillado en la entrada, en el famoso sillón donde se sientan los invitados de honor.

«¿Cuántos años llevo sin tener una resaca en condiciones? —se preguntó a sí mismo Hertz—. Resulta que me había olvidado por completo de lo que era eso. Una serenidad fascinante. Alegría en forma pura. Los niñitos verdes hacen bien: no miran a nada porque no hay ni habrá nada nuevo bajo el sol. Todos los días son iguales, aunque tengamos la vista estropeada, y el negro nunca se convertirá en blanco. Esos pequeñines verdes no se mueven, porque no tiene sentido. Es una idiotez ir de un lado a otro cuando hay una sola dirección auténtica de movimiento: de abajo arriba. Hacia el centro del cielo, allí donde está la estrella amarilla.

»Ilona dijo que la fase de salida es mejor que la de movimiento. Ella no come nada desde la infancia, tan sólo pulpa de tallo, y no puede equivocarse. Tiene razón. Una planta sólo se mueve en la primera fase de su crecimiento. Cuando vive aún en forma de semilla, como un granito pequeño. Siendo semilla cae a tierra, la lleva el viento, la roban las aves y los animales. Y la gente también, por cierto. Pero cuando el grano penetra en la tierra fértil, entonces ya no se mueve, sólo crece y se alegra.»

Con gran esfuerzo salió del estado de sopor y miró el reloj. Quedarse en la redacción no tenía sentido. Pronto empezaría a llegar gente. No podían ver a su jefe con ese aspecto medio beodo tan vergonzoso. Tenía que encontrar un hotel express, meterse cuan largo era en la bañera, incluso echar una cabezadita, volver al estado normal, e intentar recordar qué era eso del estado normal.

«No soy un diente de león verde. No soy un vegetal. Soy un depredador, un antropófago, soy una persona. He sido creado para triturar carne caliente con los dientes. Saldré de esto. Godunov se desenganchó, y yo no soy peor que Godunov…»

Recordar la forma de su viejo colega ayudó mucho a Saveliy. Con un esfuerzo de voluntad imaginó que justamente el larguirucho y grosero Garri lo lleva por pasillos y escaleras, sosteniéndolo, manteniéndolo despierto y tomándole el pelo; justamente Garri arrastra al lánguido redactor jefe a un establecimiento desconocido, le reserva una habitación individual con aislamiento acústico total, lo lleva hasta la cámara, donde sólo está iluminado con una luz de color limón claro el cabecero de la cama.

Silencio, calma. El suelo está ligeramente templado. Alegría en forma pura. «Descansa, Saveliy. Crece y hazte grande.»

• • •

Después de despertar, permaneció bastante tiempo tumbado sin moverse. Abrió los ojos, vio las cortinas iluminadas por el sol, se levantó a rastras, descorrió las cortinas y quedó sumido en corrientes de luz intensa pero al mismo tiempo suave. La idea de salir de esos rayos amarillos calentitos le pareció una estupidez, pero quedarse ahí era peligroso: Saveliy no estaba en condiciones, pero aun así recordó que no era en absoluto un tallo verde, sino el redactor jefe de una conocida revista.

Era ya mediodía. Hertz rechazó la idea de tomar una ducha, beber agua, y a duras penas se encaminó al trabajo. Comprendió con asombro que seguía estando borracho. En la redacción todo estaba anormalmente en calma, y la mitad de los empleados no estaba en su lugar de trabajo. Después, en cuanto apareció el jefe, se pusieron en movimiento o, como mínimo, cambiaron de postura. Hertz se dio cuenta de que había dos extraños vestidos con trajes modestos, con una fisonomía dura e inexpresiva.

Valentina se le acercó corriendo y le reprochó con voz tensa:

—¿Cómo puedes desaparecer por segundo día consecutivo? Te estamos buscando por todas partes. Y tienes el móvil desconectado.

—A la mierda el móvil —dijo Hertz como si le rechinara la voz—. ¿Qué pasa aquí?

—Nos están haciendo un registro. Es la policía de conductas morales.

—Que se vaya a tomar por el culo la policía moral.

—Eso díselo tú mismo.

Los inexpresivos se adelantaron saliendo de la multitud.

—¿Por qué habla de esa forma tan vulgar, señor Hertz?

Le mostraron sus placas.

—¿Podemos hablar con usted en su despacho?

—No podemos. —Saveliy se metió las manos profundamente en los bolsillos—. Yo no tengo secretos con mi gente.

—Pero nosotros sí tenemos secretos sobre usted —dijo con voz autoritaria uno de los inexpresivos, un tipo encorvado vestido con unos pantalones baratos de plástico. Imitando a Hertz, también hundió las manos en los bolsillos, un gesto que, por cierto, resultó mucho más amenazante que el del redactor jefe.

Valentina, que estaba detrás de los indeseados huéspedes, puso ojos de terror. Los demás —chicos, chicas, secretarios, fotógrafos— miraban a Saveliy como al padre de la patria.

—¿Qué exactamente? —preguntó Hertz—. Vamos.

Una vez en el despacho, el encorvado echó un vistazo a su alrededor con curiosidad y se sentó en el borde de una silla. El segundo se quedó al lado de la puerta. Tras una atenta observación resultó que ambos maderos apenas podían tenerse en pie del cansancio, iban mal afeitados, olían a pies, tenían una mirada salvaje y grandes ojeras. Por lo demás, estos rasgos les cuadraban bien. Siempre era agradable ver cansado a un combatiente de la delincuencia. Cansado significa que lucha, que no es un vago.

—¿Está usted bien? —preguntó con precaución el encorvado—. Tiene bastante mal aspecto…

—Ustedes también —rezongó Saveliy.

—Nosotros hemos estado trabajando toda la noche.

—Pues yo he estado bebiendo.

—Entendido —asintió lentamente el encorvado—. En realidad… su empleada se ha acalorado un poco. No hemos hecho ningún registro. En este caso concreto sólo se ha llevado a cabo la retirada de sustancias prohibidas. Por desgracia, hemos tenido que detener a dos… Garri Godunov y Filipp Mironov. No tenemos nada que decir sobre los demás ciudadanos.

—Trabajan ustedes bien —comentó Hertz automáticamente.

El encorvado frunció los labios. Estaba sentado justamente entre Saveliy y la ventana, tapando todo el sol.

—Bien o mal, eso no importa. En este caso concreto recibimos una señal y nos vimos obligados a actuar.

—Ya veo —dijo Hertz sonriendo—. Una señal. De eso se trata. Espero que fuera un anónimo.

—Ahora mismo eso no tiene ninguna importancia. En este caso concreto concurren los hechos. La sustancia conocida como pulpa de tallo ha sido descubierta en un cajón de la mesa de trabajo de Filipp Mironov. Su segundo empleado, Garri Godunov…

—No es mi empleado —lo interrumpió Hertz—. Es mi amigo y un escritor famoso. Sólo trabaja temporalmente en mi revista. Voluntariamente, por principios. Y, por cierto, gratis.

El encorvado se sorprendió mucho.

—¿Gratis? ¿Voluntariamente? Pero… ¿para qué?

—Pregúnteselo a él.

—Ya se lo hemos preguntado. —El encorvado intercambió unas miradas con su compañero—. Pero su amigo… Es difícil dialogar con él. Habla mucho, pero… eh… en general, de todo lo que ha dicho hemos entendido muy poco.

Hertz mostró una sonrisa lúgubre.

—No me sorprende.

El encorvado imitó su sonrisa lúgubre, pero añadiéndole tenebrosidad.

—Sin embargo, ese… eh… escritor…, como usted lo llamó, declaró que las cápsulas de la llamada pulpa encontradas en el cajón de Filipp Mironov no son del joven, sino que le pertenecen a él.

Sin duda, pensó Saveliy sintiendo tristeza y dolor de cabeza. No podía ser de otra forma.

—¿Qué quieren ustedes de mí? —preguntó arrugando el ceño.

El policía cambió de postura dejando abierto el borde de su chaqueta, y Saveliy vio que de la funda de la hombrera sobresalía la empuñadura desgastada de una pistola.

—Mañana —anunció— tiene que presentarse usted ante nosotros. Más o menos a eso de las seis de la tarde. Le enviarán la dirección y la citación. En este caso concreto tenemos un delito penal. Posesión de pulpa de tallo. Lo interrogaremos en calidad de testigo.

—Me alegraré de poder ayudarlos —dijo Saveliy—. ¿Saben?, no me gustan los herbívoros. Por lo que yo sé, en mi plantilla nadie ha jugado nunca a este juego. Si leyera nuestra revista vería que nosotros defendemos el estilo de vida saludable.

—No la he leído —respondió tranquilamente el encorvado—. Veo que se siente usted realmente mal. Tiene que quitarse la resaca.

—Acabo con ustedes y me pongo a ello.

El encorvado ahogó un bostezo y preguntó:

—Por cierto, ¿no le estoy quitando el sol?

—A la mierda el sol —respondió Hertz disfrutando de la oportunidad—. ¿Desea algo más?

—De momento eso es todo. Una sola pregunta más… Su… eh… opinión subjetiva sobre esto… ¿Qué piensa usted? ¿De quién pueden ser realmente esas cápsulas, en este caso concreto?

—No lo sé —respondió Saveliy con convicción—. Palabra de honor. Escuche, a los herbívoros se los puede analizar. En el organismo quedan restos de pulpa. Hagan unos análisis de sangre o algo parecido y todo se aclarará.

El encorvado se puso de pie.

—Naturalmente. Además… me temo que vamos a tener que hacer análisis a todos los empleados de su revista, incluido usted. Por supuesto, ese control es estrictamente voluntario. Como sabe usted bien, en nuestro país nadie debe nada a nadie. Pero en este caso concreto tomaremos nota de todo el que se niegue…

—Lo comprendo —asintió Hertz—. Yo estoy dispuesto a dar sangre inmediatamente. Póngame el primero de la lista.

El encorvado lo miró casi con simpatía, aunque al despedirse no le estrechó la mano.

—Espere —dijo Saveliy, deteniendo a sus visitantes—. Quiero pedirle algo. Favor por favor. Dígame adónde se han llevado a mi gente y los ayudaré. Yo mismo aclararé cuál de los dos es herbívoro. Lo único que necesito es hablar con ambos a solas. Y usted, a cambio… —El redactor jefe le guiñó un ojo, como se suele decir, sin cumplidos, y en seguida sintió asco de sí mismo— no difunde la historia del registro. De lo contrario, nuestros colegas de la prensa amarilla nos van a hacer papilla… Se montará un escándalo, sufrirá la reputación de la revista…

—Lo siento —respondió el encorvado sin la más mínima compasión—. Pero el departamento policial de protección de la moral tiene contrato con once canales por cable. En este caso concreto nuestra reunión se está transmitiendo en directo. Y después… —El encorvado imitó nuevamente a Saveliy y le guiñó llanamente un ojo, lo que le pareció repugnante—. Créame, señor Hertz…, no pasará una semana antes de que a todos les dé igual la reputación de cualquier cosa. Sólo en las últimas veinticuatro horas hemos efectuado diecisiete confiscaciones. Diecisiete reputaciones que ya… —El policía hizo una cruz en el aire con el dedo—. Unos más, otros menos… Relájese. Sus empleados detenidos aún están en comisaría. Por la tarde los llevaremos a la cámara de infectados. Naturalmente, no puede ponerse en contacto con ellos. Además, ¿para qué? Soltaremos al jovencito, y ese amigo suyo, el escritor… tendrá que declarar ante un juez. Hasta pronto. ¿Tiene alguna queja, observaciones sobre el tema de la conversación, o sobre la conducta y el aspecto exterior de nuestros oficiales de policía? ¿Quejas? ¿Sugerencias?

—No.

Apenas salieron los policías, Hertz llamó a Valentina, quien conseguía mantenerse calmada. Saveliy se acordó de su mujer y suspiró. Tenía una capacidad de control impresionante. Y luego dicen del sexo débil.

—Ahora voy a desaparecer —anunció—. Tengo que quitarme la resaca urgentemente. Y llamar a alguien. Tú averigua adónde han llevado a nuestros chicos.

Valentina bajó la mirada y dijo en voz baja:

—Saveliy, no te metas en esto.

—¿Por qué motivo?

—Desaparecerás tú también.

—Si desaparezco o no desaparezco no tiene importancia.

—¿Y qué es para ti lo más importante, Saveliy?

—¿Lo importante? —respondió vivamente Hertz—. Es muy sencillo, Valentina: lo importante es que nada nos impida mantener la comodidad psicológica personal.

—Basta ya —dijo ella—. Olvídate de eso inmediatamente. ¿Acaso no sientes nada? ¡Está ocurriendo algo! No te hagas el supermán, Saveliy. Piensa en los demás, en Bárbara, en nosotros. Tenemos que salvarnos nosotros y conservar la revista.

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