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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

Danza de dragones (9 page)

BOOK: Danza de dragones
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«¿O será alguien de quien jamás he sospechado? ¿Ser Barristan? ¿Gusano Gris? ¿Missandei?»

—Os agradezco vuestro consejo, Skahaz —le dijo al Cabeza Afeitada—. Reznak, a ver qué conseguimos con mil honores.

Daenerys se sujetó el
tokar,
pasó ante ellos y emprendió el descenso por la amplia escalinata de mármol. Iba pasito a pasito; de lo contrario se enredaría con los flecos y caería rodando hasta el patio.

Missandei era la encargada de anunciarla. La pequeña escriba tenía una voz dulce y potente.

—¡De rodillas todos para recibir a Daenerys de la Tormenta, La que no Arde, reina de Meereen, reina de los ándalos, los rhoynar y los primeros hombres,
khaleesi
del Gran Mar de Hierba, Rompedora de Cadenas y Madre de Dragones!

La sala estaba abarrotada. Los inmaculados estaban firmes, con la espalda contra las columnas, escudos y lanzas en ristre, las púas de los cascos enhiestas como una hilera de cuchillos. Los meereenos se habían agrupado bajo las cristaleras del lado este, y los libertos de Dany, tan lejos como podían de sus antiguos amos.

«Mientras no se mezclen, Meereen no conocerá la paz.»

—Levantaos.

Dany se acomodó en su banco. En la sala, todos se incorporaron.

«Mira, al menos una cosa que hacen igual.»

Reznak mo Reznak tenía una lista. La tradición exigía que la reina empezara con el enviado astapori, un antiguo esclavo que se hacía llamar lord Ghael, aunque nadie sabía de qué era señor.

Lord Ghael tenía los dientes negros y cariados, y el rostro amarillento y afilado de una comadreja. También tenía un regalo.

—Cleon el Grande envía estas zapatillas como prueba de su amor hacia Daenerys de la Tormenta, la Madre de Dragones —anunció.

Irri tomó las zapatillas y se las puso a Dany. Eran de cuero laminado en oro, con adornos de perlas verdes de agua dulce.

«¿Acaso cree el Rey Carnicero que conseguirá mi mano a cambio de un par de zapatillas?»

—Qué generoso es el rey Cleon —dijo—. Dadle las gracias por tan hermoso regalo.

«Hermoso, pero de la talla de una niña.» Dany tenía los pies pequeños, e incluso así, las puntiagudas zapatillas le apretaban los dedos.

—Cleon el Grande estará satisfecho de que os hayan gustado —dijo lord Ghael—. Su magnificencia me ordena deciros que está preparado para defender a la Madre de Dragones de todos sus enemigos.

«Como me vuelva a proponer que me case con Cleon, le tiro una zapatilla a la cabeza», pensó Dany; pero por una vez, el enviado astapori no mencionó el matrimonio.

—Ha llegado la hora de que Astapor y Meereen pongan fin al cruel dominio de los sabios amos de Yunkai, enemigos acérrimos de todos aquellos que viven en libertad. El Gran Cleon me ordena deciros que pronto atacará con sus nuevos Inmaculados.

«Sus nuevos Inmaculados son un chiste obsceno.»

—El rey Cleon haría mejor en cuidar de sus jardines y dejar que los yunkios se ocupen de los suyos. —No era que sintiera el menor cariño por Yunkai. Cada día lamentaba más no haber tomado la Ciudad Amarilla después de derrotar a su ejército en el campo de batalla. Los sabios amos habían vuelto a capturar esclavos en cuanto les dio la espalda, y estaban muy ocupados recaudando impuestos, contratando mercenarios y pactando alianzas contra ella. Pero Cleon, autodenominado el Grande, no les iba a la zaga. El Rey Carnicero había reinstaurado la esclavitud en Astapor; el único cambio consistía en que los antiguos esclavos eran los amos y los amos se habían convertido en sus esclavos.

—Solo soy una niña y desconozco el arte de la guerra —dijo a lord Ghael—, pero ha llegado a nuestros oídos que Astapor se muere de hambre. Que el rey Cleon alimente a su pueblo antes de llevarlo a la batalla. —Hizo un gesto con la mano, y Ghael se retiró.

—Magnificencia —entonó Reznak mo Reznak—, ¿queréis escuchar al noble Hizdahr zo Loraq?

«¿Otra vez?» Dany asintió, e Hizdahr dio unos pasos adelante; era un hombre alto, muy esbelto, con la piel ambarina impoluta. Hizo una reverencia en el mismo lugar donde no mucho antes yacía Escudo Fornido.

«Necesito a este hombre», tuvo que recordarse. Hizdahr era un comerciante adinerado que tenía muchos amigos, tanto en Meereen como al otro lado del mar. Había estado en Volantis, en Lys, en Qarth; tenía parientes en Tolos y en Elyria; incluso se decía que contaba con ciertas influencias en el Nuevo Ghis, donde los yunkios estaban intentando reavivar la enemistad hacia Dany y su reinado.

Y era rico. Increíble, espeluznantemente rico.

«Y será aún más rico si accedo a su petición.» Después de que Dany cerrara las arenas de combate de la ciudad, el valor de los títulos de propiedad de los reñideros había caído en picado. Hizdahr zo Loraq los había comprado a manos llenas, y en aquel momento era propietario de la mayor parte de las arenas de Meereen.

El noble tenía el cabello peinado en forma de alas que le brotaban de las sienes, de tal modo que su cabeza parecía a punto de emprender el vuelo. El rostro alargado resaltaba más aún a causa de la barba adornada con anillos de oro. Los flecos de su
tokar
morado eran de perlas y amatistas.

—Vuestro esplendor ya conocerá el motivo de mi presencia.

—Desde luego —respondió ella—. El motivo es que no tenéis nada que hacer aparte de importunarme. ¿Cuántas veces os he dicho que no?

—Cinco, magnificencia.

—Con esta serán seis. No pienso permitir la reapertura de las arenas de combate.

—Si vuestra majestad tuviera la benevolencia de escuchar mis argumentos…

—Ya los he escuchado. Cinco veces. ¿O traéis argumentos nuevos?

—Los argumentos no cambian —reconoció Hizdahr—, pero sí su exposición. Os traigo palabras hermosas, corteses, más adecuadas para inclinar el ánimo de una reina.

—El problema está en la causa que defendéis, no en la cortesía que empleáis. He oído tantas veces esos argumentos que yo misma podría defender el caso. ¿Os lo demuestro? —Se inclinó hacia delante—. Los reñideros forman parte de Meereen desde su fundación. Los combates tienen una naturaleza esencialmente religiosa: son un sacrificio de sangre a los dioses de Ghis. El «arte mortal» de Ghis no es una simple matanza, sino una exhibición de valor, fuerza y habilidad que complace sobremanera a vuestros dioses. Los luchadores victoriosos reciben agasajos y homenajes; a los héroes caídos se los honra y recuerda. Si permitiera la reapertura de las arenas, demostraría al pueblo de Meereen que respeto sus costumbres y tradiciones. Estas arenas son famosas en todo el mundo: atraen comercio a Meereen y llenan las arcas de la ciudad de moneda procedente de los lugares más distantes. Todo hombre tiene sed de sangre, y los reñideros contribuyen a saciarla, lo que hace de Meereen un lugar más pacífico. Para los criminales condenados a morir en las arenas representan un juicio por combate, una última oportunidad de demostrar su inocencia. —Volvió a apoyarse en el respaldo—. Ya está. ¿Qué tal he estado?

—Vuestro esplendor ha presentado el caso mucho mejor de lo que yo mismo lo habría hecho. Salta a la vista que sois tan elocuente como hermosa. Me habéis convencido.

—Lástima que a mí no. —Dany no pudo por menos que reírse.

—Magnificencia —le susurró al oído Reznak mo Reznak—, permitidme que os recuerde que, según la costumbre, a la ciudad le corresponde una décima parte de todos los beneficios que se generen en las arenas de combate, tras descontar los gastos. Es un impuesto. Se podrían dar muchos usos nobles a ese dinero.

—Es posible —reconoció—, aunque si decidiéramos reabrir los reñideros, deberíamos cobrar el diezmo antes de descontar gastos. Solo soy una niña y desconozco el arte del comercio, pero he tratado con Illyrio Mopatis y Xaro Xhoan Daxos lo suficiente para saber al menos eso. Hizdahr, si dominarais los ejércitos igual que domináis los argumentos, podríais conquistar el mundo…, pero la respuesta vuelve a ser que no. Por sexta vez.

El hombre hizo una reverencia tan pronunciada como la primera. Las perlas y las amatistas tintinearon suavemente contra el suelo de mármol. Hizdahr zo Loraq era, también, muy flexible.

—La reina ha hablado.

«Si no fuera por ese peinado tan ridículo, sería atractivo.» Reznak y la gracia verde habían intentado persuadirla para que tomara como esposo a un noble meereeno, cosa que la reconciliaría con la ciudad. Si al final se veía obligada a transigir, valdría la pena tener en cuenta a Hizdahr zo Loraq. «Mucho mejor que Skahaz.» El Cabeza Afeitada le había ofrecido repudiar a su esposa para casarse con ella, pero la sola idea le provocaba escalofríos. Al menos Hizdahr sabía sonreír.

—Magnificencia —dijo Reznak tras consultar su lista—, el noble Grazdan zo Galare quiere dirigirse a vos. ¿Deseáis escucharlo?

—Será un placer —dijo Dany mientras contemplaba el brillo del oro y el lustre de las perlas verdes de las zapatillas de Cleon y hacía lo posible por no pensar en cómo le apretaban los dedos.

Ya le habían advertido que Grazdan era primo de la gracia verde, cuyo apoyo le estaba resultando de gran valor. La sacerdotisa era la voz de la paz, la tolerancia y la obediencia a la autoridad legal.

«Quiera lo que quiera su primo, lo escucharé con respeto.»

Resultó que lo que quería era oro. Dany se había negado a resarcir a ninguno de los grandes amos por el precio de los esclavos que había liberado, pero los meereenos no dejaban de idear maneras de arañar unas monedas. El noble Grazdan pertenecía a aquella categoría. Según le explicó, en otros tiempos había sido dueño de una esclava que era una tejedora maravillosa; los productos de su telar se valoraban enormemente, y no solo en Meereen, sino también en el Nuevo Ghis, en Astapor y en Qarth. Cuando la mujer se hacía mayor, Grazdan compró media docena de chicas y le ordenó que las instruyera en los secretos de su arte. La anciana ya había muerto, y las jóvenes, una vez libres, habían abierto un taller junto al puerto, donde vendían sus telas. Grazdan zo Galare quería que se le concediera un porcentaje de sus beneficios.

—Si tienen esa capacidad, es gracias a mí —recalcó—. Yo las saqué del mercado de esclavos y las senté ante el telar.

Dany lo escuchó en silencio, con el rostro impenetrable.

—¿Cómo se llamaba la anciana tejedora? —le preguntó cuando hubo terminado.

—¿La esclava? —preguntó Grazdan, oscilando, con el ceño fruncido—. Creo que era… Elza, me parece. O Ella. Hace ya seis años que murió. He tenido muchos esclavos, alteza.

—Pongamos que se llamaba Elza. —Dany alzó una mano—. Este es nuestro veredicto: las chicas no tienen que pagaros nada. Fue Elza quien las enseñó a tejer, no vos. Sin embargo, les entregaréis un telar nuevo, el mejor que podáis encontrar. Eso, por haber olvidado el nombre de la anciana. Podéis retiraros.

Reznak iba a llamar a continuación a otro
tokar,
pero Dany ordenó que compareciera un liberto. A partir de aquel momento fue alternando entre antiguos amos y antiguos esclavos. La mayoría de los asuntos que le planteaban tenían que ver con desagravios e indemnizaciones. Tras la caída de Meereen, el saqueo había sido brutal. Las pirámides escalonadas de los poderosos se habían librado de lo peor, pero en las zonas más humildes hubo una auténtica orgía de pillaje y asesinatos cuando se levantaron los esclavos y las hordas hambrientas que la habían seguido desde Yunkai y Astapor entraron como una avalancha por las puertas derribadas. Al final, sus Inmaculados habían restablecido el orden, pero el saqueo había dejado a su paso todo un reguero de problemas. Por tanto, la gente iba a ver a la reina.

Se presentó ante ella una mujer adinerada cuyo esposo e hijos habían muerto defendiendo la muralla de la ciudad. Durante el saqueo, impulsada por el miedo, había huido a casa de su hermano. Al regresar se encontró con que habían convertido su hogar en un burdel, y las prostitutas se engalanaban con sus joyas y vestidos. Quería recuperar la casa y las joyas.

—La ropa se la pueden quedar —concedió.

Dany ordenó que le devolvieran las joyas, pero dictaminó que al huir había abandonado la casa y ya no tenía derecho a ella.

Un antiguo esclavo se presentó para acusar a un hombre de la familia Zhak. Se había casado poco tiempo atrás con una liberta que, antes de la caída de la ciudad, servía al noble de calientacamas. El noble la había desvirgado, la había utilizado a su gusto y la había dejado embarazada. Su nuevo marido quería que se castrara al noble por el delito de violación, y también una bolsa de oro como pago por criar al bastardo como si fuera su propio hijo. Dany le concedió el oro, pero no la castración.

—Cuando se acostó con ella, vuestra esposa era de su propiedad; podía hacer lo que quisiera. Según la ley, no hubo violación.

Le resultó obvio que la decisión no lo dejaba satisfecho, pero si castraba a todos los hombres que alguna vez se habían acostado con una esclava, no tardaría en reinar sobre una ciudad de eunucos.

A continuación se adelantó un muchachito más joven que Dany, flaco y lleno de cicatrices, que vestía un
tokar
raído con flecos plateados que arrastraban por el suelo. Se le quebró la voz al relatar cómo dos esclavos de la casa de su padre se habían rebelado la noche en que cayó la puerta. Uno asesinó a su padre, y el otro, a su hermano mayor. Ambos violaron a su madre antes de matarla también. El muchacho había conseguido huir con tan solo una cicatriz en la cara, pero uno de los asesinos seguía viviendo en la casa de su padre, y el otro se había alistado con los soldados de la reina y era uno de los Hombres de la Madre. Quería que los ahorcaran a los dos.

«Reino en una ciudad con cimientos de polvo y muerte.» Dany no tuvo más remedio que negarse. Había decretado un indulto general para todos los delitos cometidos durante el saqueo, y desde luego, no iba a castigar a un esclavo por alzarse contra sus amos.

Cuando se lo dijo, el muchacho se abalanzó hacia ella, pero se le enredaron los pies con el
tokar
y cayó de bruces contra el suelo de mármol. Belwas el Fuerte se echó sobre él. El corpulento eunuco de piel oscura lo levantó en vilo con una sola mano y lo sacudió como un mastín a una rata.

—Ya basta, Belwas —ordenó Dany—. Suéltalo. —Se volvió hacia el chico—. Conserva ese
tokar
como un tesoro, porque te ha salvado la vida. No eres más que un niño, así que olvidaré lo sucedido hoy aquí. Te recomiendo que hagas lo mismo.

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