Diario de una buena vecina (15 page)

BOOK: Diario de una buena vecina
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Al cabo de un mes.

¡Nunca he trabajado tanto! Si al menos pudiera continuar con este diario de forma esquemática, tal vez más tarde...

Joyce se muestra entera, pero no está con nosotras. Llevo a cabo las entrevistas, las reuniones sociales, voy de aquí para allá, almuerzos, conferencias. La mayor parte del tiempo la mantenemos alejada. Se defiende interiormente, no como en mi caso, que es externo: ropa, pelo, etc. Tiene un aspecto terrible, desastroso. Aparte de eso: la serie de artículos sobre ropa como expresión del ambiente de los años setenta, sesenta, cincuenta. Querrían más. Parece que no soy capaz de perder nunca, aun infravalorándome. Ni se me hubiera ocurrido que era capaz de escribir para una seria revista sociológica, pero aquí estoy. Por lo tanto, me levanto a las seis para trabajar en esto.

Veo a Maudie cada tarde o, si no, me aseguro de que sabe que no voy a ir. Voy, agotada, pero hago compras y limpio un poco; luego me dejo caer y atiendo, atiendo. A veces me lo cuenta bien y se ríe, sabe que me gusta. Otras, masculla, se muestra fiera y no quiere mirarme, mientras estoy allí con mi bonita ropa. Me he comprado un conjunto nuevo, muy caro, siento que es como un bastión contra el caos. Se estira y toca la seda de mi blusa, nada de cosa china barata, no. Acaricia mi falda y, luego, me mira a la cara, con un suspiro, porque sabe que todo es de gran calidad, ¿quién mejor? Más tarde vuelve su carita y se pone una mano encima para protegerla, mira hacia el fuego. Me deja fuera. Luego empieza de nuevo, me perdona con una breve risa: ¿Qué ha hecho hoy? Pero no quiere saberlo, mi mundo es demasiado para ella, quiere hablar...

—Un día me abandonó, me dijo, Ya no te importo porque lo tienes a
él
, cogió sus herramientas y se largó. No podía creerlo. Esperé que regresara, durante años, como fue el caso. Allí estaba yo, sin nada con que pagar el alquiler. Me dirigí a los Rolovsky y les pedí, ah, fue tan duro, jamás había solicitado algo de ellos. Les había dicho que me casaba, ve, y
ella
me lo había puesto difícil, me hacía trabajar a todas horas, para sacarme tanto como pudiera antes de perderme. Allí estaba de nuevo, cuando ni siquiera habían transcurrido dos años. Me lo hizo en plan favor. La encargada era otra persona y ya no era lo mismo en el taller. Por una parte, yo no tenía ánimos ni para cantar ni para bailar. Dejé a Johnnie al cuidado de una mujer. No era una mala persona, pero no era lo que yo quería para él. Estaba enferma de preocupación, ¿le habrá dado el medicamento o la leche? Era un niño frágil, siempre tenía tos. Pero yo tenía lo suficiente para mantenernos a los dos. Luego la gente de la casa dijeron que querían mi habitación para ellos. No querían a un niño, esto es lo que pasaba. Y querían aquel bonito dorado y azul para ellos. Entonces me vine aquí. A la propietaria no le importaba un niño, pero tenía que estar en silencio, me dijo. Entonces vivía en el último piso, en la pequeña habitación de la parte trasera. Era barata y veíamos árboles desde allí, era encantador. Pero todo me resultaba muy caro. Visité a mi tía, pero apenas si podía mantenerse ella. Me dijo: Visita a tu padre. Pero él había dicho que si me casaba con Laurie no debía traspasar nunca más el umbral de la puerta de su casa. Por una vez, estuvo en lo cierto... ¿Le he contado lo de mi boda?

Y Maudie rió, rió y tiró de un cajón y me mostró una fotografía. Una mujer menuda, bajo un enorme sombrero floreado, con un vestido tubo muy aseado.

—Sí —dice ella—. Tenía un aspecto espantoso. Había dicho consecutivamente sí y no, sí y no, porque lo que sucedía es que yo decía: No y, entonces, él empezaba a pellizcarme y a insistir, y yo le decía: Sí, y él decía: Supongo que Harry (había otro muchacho que me cortejaba) no te tendrá, a lo que yo decía: No. Pero al final dijimos sí al mismo tiempo. Pedí prestado el mejor sombrero de mi prima Fio y sus guantes de iglesia. El vestido era mío. Mandé un recado a mi padre y le dije que me casaba el domingo. Compareció en casa de mi tía y Laurie estaba allí, se plantó en la puerta y me dijo: Si te casas con él, será la última vez que me verás. Bien, la verdad es que no lo había visto desde hacía casi diez años. Le dije: Por lo menos ¿vendrás a ver mi boda?

Aquella mañana, Laurie se comportó peor que nunca, dispuesto a estallar con miradas atroces, pellizcos y gruñidos. Fuimos a la iglesia con mi tía y nos peleamos durante todo el trayecto. Allí estaba mi padre, con su mejor chaqué y su sombrero de copa, ¡oh, menudo presumido para la ropa! También estaba
ella
, había engordado tanto que no pude dejar de alegrarme interiormente, apenas podía caminar, totalmente vestida de color morado y con plumas negras y, por aquel entonces, yo ya sabía lo que era verdaderamente bueno y lo que no, y vi que ella no era nada, ni la habríamos admitido en mi taller. Pero yo tampoco era nada, aquel día, porque podía haber conseguido un sombrero del taller para casarme, pero no quería favores de los Rolovsky. Y así nos casamos, enfadados y sin mirarnos. Después de la boda, un fotógrafo hizo esta foto y mi padre se dirigió a su coche con
ella
, corrí tras ellos y les dije: ¿Puedo ir con vosotros? Pero si te acabas de casar, dijo ella, muy sorprendida, y no la critico. Mi padre dijo: Muy bien, ven y no pierdas el tiempo con él. Me metí en el coche y dejé a Laurie en la iglesia... —al decir esto, Maudie ríe y ríe, con su risa fuerte, de muchacha.

»Después de pasarlo muy bien en mi casa durante un tiempo, y comer hasta saciarme, pensé, Tengo un marido, y les dije: Gracias, pero será mejor que me vaya a casa, y me fui, con mi padre que dijo, No traspases nunca más el umbral de mi puerta. No lo hice, porque él murió poco después, de un ataque al corazón. Y no me avisaron del entierro.

»Pero mi hermana estaba allí, muy adecuadamente. De repente empezó a presumir y a comprarse vestidos y se mudaron a una casa mejor. Sabía que mi padre nos había dejado algo a las dos y me dirigí a
ella
y le dije: ¿Dónde está lo que me ha dejado papá? Ella no podía mirarme a la cara. ¿Qué te hizo pensar que te caería algo?, me dijo. Nunca nos visitabas, ¿cierto? Pero, ¿quién me echó?, le dije. Nos peleamos y peleamos y ella me chilló. Fui a ver a mi hermana, me forcé en hacerlo porque siempre me había tratado tan mal, y le dije: Polly, ¿donde está el dinero que me corresponde?
Ella
se lo ha quedado, me dijo mi hermana. Tendrás que ver a un abogado. ¿Cómo puedo hacerlo? Se necesita dinero para los abogados. Por aquel entonces con Laurie éramos como un par de tórtolos y a ambos nos parecía un cambio maravilloso, no queríamos perder nada de ello.

»Mucho más tarde, cuando estaba tan deprimida y pobre y lo necesitaba todo, fui a ver a mi hermana y debió de contárselo a
ella
, porque un día al volver del trabajo la dueña me dijo que una mujer muy gorda y llena de plumas había estado allí y me había dejado un paquete. Eran vestidos de mi madre, esto era todo, y su viejo bolso de mano con un par de guineas dentro. Y esto fue todo cuanto conseguí de mi padre. A
ella
no la vi nunca más.

La época muy mala de Maudie.

—Trabajaba tanto. Me levantaba muy temprano y dejaba a Johnnie con la mujer que lo cuidaba, luego al trabajo, hasta las seis o las siete. Luego recogía a Johnnie y la mujer estaba molesta, a menudo, porque yo me retrasaba y ella quería perderlo de vista. Al llegar a casa no había comida para los dos. Ganaba muy poco entonces. La señora Rolovsky no me había perdonado que la dejase para casarme y haber vuelto luego. Ya no era la niña mimada y se aprovechaba de cualquier ocasión para castigarme, o darme un sombrero que requería el doble de tiempo que los demás. Nos pagaban por pieza, ve. Y nunca he sido capaz de hacer un trabajo chapucero. Tenía que hacerlo bien aunque padeciera. Luego nos echaban a la calie. Nos echaban en verano. Oh, entonces no existía seguro de paro. Decía: Coged vuestras cartillas al salir y dejad vuestra dirección, ya os avisaremos cuando haya trabajo.

»Se aproximaba la guerra, ya la teníamos encima, era una época dura. Yo no sabía qué hacer. Había ahorrado un poco, no demasiado. Podía tener a Johnnie conmigo, que era algo, porque apenas si lo veía despierto cuando trabajaba, pero ¿cómo alimentarlo? La dueña me dijo: Nada de crédito para el alquiler. Pagaba el alquiler, pero muy a menudo me metía en la cama con agua fresca para que Johnnie tuviera una taza de leche. La situación se prolongaba, y era un verano maravilloso. Enloquecía de hambre. Iba a los jardines y miraba si había pan que los pájaros no hubieran comido. Pero otros tenían la misma idea y estaba allí la primera, disimulando, fingiendo no mirar cuando la gente tiraba pan para los pájaros. En una ocasión le dije a una anciana: Lo necesito más que los pájaros. Pues trabaje, me dijo. No lo he olvidado ni nunca lo olvidaré. No había trabajo. Intenté conseguir un trabajo de limpieza, pero no me querían con un niño a cuestas. No sabía qué hacer.

»Luego, de repente, compareció Laurie, me encontró metida en la cama un domingo por la tarde, abrazada a Johnnie. Me sentía tan débil y mareada, sabe. ¡Oh, menuda conmoción, qué jaleo! Primero, naturalmente, gritos. ¿Por qué te mudaste sin decírmelo? Y, luego: ¡Ya sabes que nunca dejaré que te falte nada! Entonces, demuéstralo, le dije, salió a la calle y volvió con comestibles. Me hubiera bastado con galletas y té, guisantes en lata y conservas, pero no, como se trataba de Laurie, todo eran pasteles extravagantes y jamón. Bien, comí y Johnnie comió, y luego salimos todos a comprar comida. Soy tu papaíto, le decía a Johnnie, y naturalmente el niño estaba satisfecho. Luego, se largó. Volveré mañana, dijo Laurie, pero no lo vi en meses.

»Mientras, toqué fondo. Fui a la oficina de caridad. En aquellos días había una junta llena de damas y caballeros tirando a snobs, te plantabas allí, te decían: ¿Por qué no se vende su medallón, si es tan pobre? —era de mi madre—, si tiene bienes personales, no podemos mantener a gente que tiene recursos propios. ¡Recursos propios! Les dices que tienes un hijo de corta edad y te dicen: Debe obligar a su marido a que colabore. No les puedes explicar a gente así cómo es la gente como Laurie. Bien, dijeron que me darían un par de chelines a la semana. Estábamos aún en pleno verano y no se vislumbraba el final. Mandaron a un inspector. Yo lo había empeñado todo, excepto la manta de Johnnie, porque yo dormía bajo mi abrigo. Entró en nuestro dormitorio. Una cama con un colchón pero sin sábanas, una mesa de madera... ésta de aquí, la que le gusta. Un par de sillas de madera. Una alacena con un poco de azúcar y una barra de pan. Se quedo plantado allí, con un buen traje, nos miró a Johnnie y a mí, dijo: ¿Ha vendido todo cuanto puede venderse? Así era, incluso el medallón de mi madre. Se inclinó hacia adelante y me señaló esto... —Maudie mostró el negro bastón de madera con el que abre y cierra las cortinas—. ¿Qué hay de esto?, dijo el hombre. ¿Cómo abriré y cerraré las cortinas?, le dije: ¿Espera que venda también las cortinas? ¿Qué le parece si vendo la cama y duermo en el suelo?

»Ya estaba algo avergonzado, no demasiado, porque su trabajo consistía en no avergonzarse de lo que debía hacer. Y de esta manera recibí dos chelines a la semana.

—¿Podía vivir con eso?

—Se sorprendería de lo poco con que se puede vivir. Johnnie y yo comíamos pan y había un poco de leche para él, y así vivimos hasta el otoño y llegó una nota de los Rolovsky: me contrataban pero por menos dinero. Debido a los tiempos difíciles. Hubiera trabajado por la mitad de lo que me pagaban. Poco a poco, recuperé las mantas de la tienda de empeño, para el invierno, y mis almohadones, y luego... Un día, cuando llegué a casa de la niñera, nada de Johnnie. Se había presentado Laurie y se lo había llevado. Supliqué, lloré, supliqué, pero la mujer me dijo que era el padre de la criatura, que no podía negarle un niño a su padre... enloquecí, corrí por las calles, fui a todas partes. Nadie había oído nada. Nadie sabía nada. Yo, entonces, enfermé. Yacía en la cama, no me importaba, creía morir y no me importaba. Me quedé sin mi empleo con los Rolovsky, así se acabó todo con ellos, por lo que a mí se refiere. Cuando me levanté, conseguí un trabajo de limpieza, para ponerme al día, porque sin un niño me empleaban. Cuando conseguí ahorrar lo suficiente, vi a un abogado. Le dije: ¿Cómo puedo recuperar a mi hijo? Pero, ¿dónde está su marido?, me dijo. No lo sé, le dije. Debe poner un anuncio, me dijo. ¿Dónde?, le dije. ¿No hay manera de saber dónde está la gente? Sí, pero cuesta dinero, dijo. Y yo no tengo ni cinco, le dije.

»Se me acercó y me puso las manos encima y me dijo: Muy bien, Maudie, ya sabe lo que puede hacer si quiere que la ayuden. Y salí corriendo, corriendo, lejos de aquella oficina y me entró el pánico de acercarme de nuevo a un abogado.

»Durante aquella época, Laurie tenía a Johnnie en el campo, en el oeste, con una mujer que él tenía entonces. Mucho más tarde, cuando encontré a Johnnie, me dijo que la mujer se portó bien con él. No su padre, porque se largó muy pronto, con otra mujer, no podía estar nunca con una sola mujer. No, aquella mujer lo crió. Y él no sabía que tenía una madre, no sabía de mí. No hasta hace muy poco, pero se lo contaré en otra ocasión, en otra ocasión, me sulfura y me atormenta pensar en todo aquello, y quería contarle algo agradable esta noche, una de las épocas en las que me gusta pensar, no una mala época...

Una época bonita.

Maudie iba por la calle mayor y vio unos sombreros en un escaparate. Se horrorizó al ver cómo estaban hechos. Entró y le dijo a la mujer que estaba haciendo un sombrero: ¿No sabe confeccionar un sombrero? Y la mujer le dijo: No, se había quedado viuda y tenía algo de dinero y pensó en hacer sombreros. Bien, dijo Maudie, tiene que aprender a hacer un sombrero, de la misma manera en que se debe aprender a barrer el suelo o a amasar una barra de pan. Se lo enseñaré. En un principio, se mostró algo malhumorada, pero quiso aprender.

—Solía ir allí y me mostraba lo que había hecho y yo la obligaba a que lo deshiciera todo, puesto que yo aún era hábil con las manos, aún lo soy, sabe. Y sí, puedo adivinar por su cara lo que piensa, está en lo cierto. No, no me pagó nada. Pero me encantaba, ve. Naturalmente, no era como con los Rolovsky, no era el West End, nada que se pareciera a auténticas sedas y satenes, material barato. Pero no importaba, entre las dos hacíamos unos bonitos sombreros y ella se hizo famosa. Pronto se vendió la tienda por el buen nombre, pero el buen nombre se debía a mí, la verdad, pero no constaba en ningún contrato y, por lo tanto, no sé qué pasó después...

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