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Authors: María Gudín

Tags: #Fantástico, Histórico, Romántico

El astro nocturno (19 page)

BOOK: El astro nocturno
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Al amanecer, el canto del muecín llega a sus oídos. No entiende las frases, pero aquel sonido le proporciona esperanza.

Pasan los días con una rutina, que al principio es paz y vida sosegada, pero que acaba siendo monotonía y aburrimiento para un hombre tan activo como lo es Tariq. Se alojan en el palacio del gobernador, tienen todo lo que desean: buena mesa y mujeres, quizás el gobernador quiere que estos molestos visitantes abandonen las ideas de atacar Hispania, y los trata con especial benevolencia; además, bajo los muros de la ciudad acampa un enorme ejército, no le conviene desairar a sus capitanes.

Ziyad conversa a menudo con su hijo, al que nombra ya siempre como Tariq. Con sus ojos brillantes de visionario, Ziyad le ordena que conduzca a su pueblo hacia una vida mejor. Los bereberes buscan un lugar en el mundo y él, Tariq, la estrella, la roca, deberá guiarles, liderarles en la conquista siendo su caudillo y adalid. La mirada hipnotizadora de su padre penetra en su interior, y Tariq llega a sentirse responsable de aquellos hombres, hombres de su misma raza con idéntica sangre, que le seguirán ciegamente más allá del mar.

Transcurren lentamente los días, esperan que Musa tome una decisión con respecto a la campaña hacia tierras ibéricas. El árabe les pone la excusa de que espera órdenes de Damasco, éstas se demoran día tras día.

La tranquilidad enerva a Tariq, que trata de acostumbrarse a la vida en Kairuán, a las llamadas a la oración, a los rumores del palacio, a los gritos bajo la muralla de la fortaleza. Las callejas de la ciudad están llenas del sonido de los vendedores ambulantes, del ruido de los juegos de los niños, de olores a almizcle y a especias. Se siente encerrado, deseoso de reemprender su camino. A Ziyad le ve poco, su padre se aísla a menudo con las esposas que han llegado a la ciudad para acompañar a su señor; ahora se debe también a ellas.

Para evitar el aburrimiento, por las mañanas, Tariq se dirige al lugar donde acampan los bereberes, a las afueras de la ciudad. Se va haciendo con las mesnadas del ejército de su padre, con los guerreros que le acompañarán en la campaña a Hispania. A algunos como Altahay y Kenan o Samal ben Manquaya ya los conoce de cerca, han luchado con él. Otros como Ilyas al Magali, y Razin al Burmussi, son sus hermanos de sangre, cada uno tiene su clientela, las tropas que les sirven. De todos ellos, es Samal el que le es más cercano, le está agradecido por haberle salvado la vida; acata sus órdenes con devoción.

Con los bereberes, entrena técnicas guerreras, Tariq les enseña a esgrimir la larga espada forjada en las herrerías de Toledo, un arte que aprendió en las Escuelas Palatinas.

Samal le pregunta sobre las tierras donde podrán asentarse, fértiles campos más allá del estrecho. Está cansado de una vida de vagabundeo en las montañas del Atlas, en el desierto sahariano… Ziyad les ha prometido una nueva vida y Tariq le confirma que Hispania ha sido despoblada por la peste; también le explica que en el país más allá del estrecho hay multitud de campos sin dueño donde aquellas gentes podrían desarrollar una nueva vida, terrenos inmensos en los que criar ganado.

Atanarik se va haciendo poco a poco uno más de ellos. Varias veces al día escucha gritar a los hombres de su padre las mismas plegarias a las horas acostumbradas. Un día, aquellas palabras, que en árabe suenan hermosas, se van extendiendo por el recinto y llegan a sus oídos de un modo nuevo. No consigue comprender las frases que resuenan en árabe en una dulce armonía. Está aprendiendo aquel nuevo idioma, la lengua en la que está escrito el mensaje de Allah, la lengua del Corán.

Samal se le acerca y le traduce despacio:

Alabado sea Dios, Señor del Universo
,

el Compasivo, el Misericordioso
,

Soberano del día del Juicio
.

A Ti solo servimos y a Ti solo imploramos ayuda
.

Dirígenos por la vía recta
,

la vía de la que Tú nos has agraciado
,

no de los que han incurrido la ira

ni de los extraviados
.

—Son los primeros versículos del Corán —le explica—. Los recitamos varias veces al día. Creemos en un Único Dios… buscamos el camino recto a Sus Ojos.

—Son palabras hermosas —dijo Atanarik—, pero… ¿cuál es la vía recta? Todos buscamos hacer lo recto, pero no siempre es fácil conocer el camino…

Durante todo el día las aleyas coránicas, de ritmo suave y a la vez ardiente, se van repitiendo una y otra vez en el interior de Tariq. Las recita en árabe y se las va traduciendo a sí mismo; tal y como Samal ha hecho. Si aquel Dios, Clemente y Misericordioso, dominase las tierras más allá del estrecho: las tierras adonde mira la mujer muerta, quizá la corrupción que deshace el reino godo podría desaparecer.

Pensó en el penúltimo versículo: los que han incurrido en la ira de Dios; los que asesinaron a Floriana, los que destrozan el reino godo con sus afanes mezquinos.

En cambio, al escuchar el último versículo, el que habla de los extraviados, su mente se dirige a Floriana. Ella también se extravió en un camino errado que la condujo a la perdición.

Al fin, el hijo de Ziyad se pregunta cuál es su camino, nunca había querido escuchar la voz de aquel Dios Clemente y Misericordioso. Ahora, el godo Atanarik se hace llamar según el nombre que le ha dado su padre, Tariq. Sí, ha mudado su nombre, y con él poco a poco va cambiando su modo de ser, su forma de pensar, sus creencias. Quizá su camino sea abandonar al pueblo de su madre, sus costumbres, su religión y hacerse uno más en la
umma
, en la comunidad islámica.

Recuerda su infancia. De niño, en Septa, le había educado un fámulo cuya familia había mantenido el arrianismo, la religión propia de los godos. Aquel fámulo decía que Dios era Único y que Cristo no era Dios sino un profeta. La misma fe profesaban los islámicos. Aquellos hombres que Tariq comienza a admirar —intrépidos en la batalla, rápidos, sin miedo a la muerte, audaces— piensa que quizá creen lo mismo que sus antepasados visigodos.

Recuerda a Alodia. Ella creía también en un Único Dios, Todopoderoso, que no podía compartir su poder con nadie. Alodia le hablaba del Único Posible, del Dios de los cristianos, aquel al que su hermano Voto había encontrado.

—Yo busco la luz de la verdad. Vos, mi señor Atanarik, sois cristiano. ¿Quién es el Dios de los cristianos?

»Se dice que es el Padre de Jesucristo, que también es Jesucristo y que hay un Espíritu.

»Sé que hay un Espíritu de Fuego, yo lo he notado. Un día se apoderó de mí.

Él la observó sonriente, cuando ella hablaba de aquellas cosas, de nuevo le parecía que la mente de la sierva estaba trastornada. «Un espíritu de fuego», ¿qué cosa era aquélla? Aquellas expresiones le sonaban a insania, a una mente perturbada. Alodia continuó:

—A través del Espíritu os vi… Os vi mucho antes de conoceros.

Atanarik sonrió de nuevo, mirándola con una cierta simpatía, ella prosiguió:

—También sé que ese Dios es Padre. Yo siempre he querido tener un padre, pero no lo tengo, ni lo tendré jamás. Voto me explicó que el Único Posible era mi Padre. Sé que el Espíritu y el Padre son lo mismo, pero a la vez son diferentes. No lo entiendo muy bien, forman parte del Único, son el Único. Vosotros, los cristianos creéis además en Jesucristo.

Atanarik había crecido en una sociedad aparentemente cristiana, pero nadie le había explicado demasiadas cosas. No podía solucionar los problemas religiosos que a Alodia se le planteaban. Ahora, ella le preguntaba sobre Jesucristo. Atanarik se sintió confuso, no sabía explicarle lo que la sierva precisaba conocer; por lo que le respondió.

—Me educó un preceptor arriano, él decía que Jesús es un semidiós, alguien entre el Dios Todopoderoso y los hombres.

—No puede ser así. Mi hermano me explicó que Dios es el Único. Un hombre dios, un semidiós es algo absurdo… Si no es Todopoderoso no es Dios, y si es Todopoderoso, no puede existir otro que limite su poder.

—Para los católicos, Cristo es Dios.

—¿Entonces hay dos dioses, el Creador, y Jesucristo? Eso es imposible…

Callaron. Él, divertido por la conversación, sin darle demasiada importancia. Ella, preocupada porque el espíritu le había hablado, le había inundado, le había dicho que le encontraría en los cristianos. Atanarik no podía ayudarla.

—Una vez le pregunté a Floriana.

Siempre que se nombraba a Floriana, el rostro de Atanarik cambiaba y se ensombrecía.

—Floriana nunca me ayudó en esto que tanto me preocupa. En primer lugar, porque soy una sierva y la hija del conde Olbán no podía perder el tiempo conmigo…

Alodia se detuvo un momento como dudando.

—¿Hay algo más?

—Había otras razones, las mismas que la condujeron a la muerte.

—¿Cuáles?

—Floriana creía en una sabiduría antigua, la Gnosis de Baal. La había introducido su padre en Septa. Baal es un dios andrógino, mitad hombre, mitad mujer, la primera emanación de la divinidad; un supremo principio femenino, el antecedente pasivo de toda la creación. De Baal dimanaban otros dioses. Algo muy complicado, algo que no consigo entender. Sólo los privilegiados podían acceder a ese conocimiento profundo. Yo nunca podría porque soy únicamente una sierva.

Atanarik se extrañó de aquello en lo que creía su amada muerta:

—Sólo ahora sé que Floriana pertenecía a una secta gnóstica, pero ella nunca me habló de sus creencias.

—Sí. Pude saber que Floriana se denominaba a sí misma como la sacerdotisa de Baal. A menudo venían hombres con aspecto extraño. Todo se oscurecía en las habitaciones de Floriana e iniciaban un rito complejo… Cantaban en una lengua antigua, vestían con capas oscuras y llevaban la cara cubierta. A mí aquello me asustaba mucho.

—¿Crees que esa secta tuvo que ver con la muerte de Floriana?

—He estado pensando en ello.

Se calló, entonces Atanarik la apremió a que siguiese hablando.

—¿Y…?

—Unos días antes de la noche en que murió Floriana… De nuevo se detuvo, no sabía cómo seguir—. Vinieron hombres, eran gnósticos, vestían con capas oscuras. La amenazaron… Uno de ellos se parecía al asesino…

—¡Habla!

—Llevaba una capa oscura… era alto.

—¿Pudo ser Roderik?

—Mi señor el rey Roderik vino alguna vez, creo que vestía la capa oscura de los gnósticos.

—¿Crees que Roderik pertenecía a la secta?

—Una vez le pregunté a Floriana por quién pertenecía a la secta, ella me dijo que a la Gnosis sólo pertenecen los elegidos. Ella era uno de la secta, aunque era extraño tratándose de una mujer. No pude ver más mujeres que ella; todos eran hombres. Floriana tenía poder sobre todos ellos.

—¿Uno de ellos pudo ser Roderik?

—Tal vez… No os lo puedo asegurar.

La sangre de Floriana clamaba venganza. La mente de Tariq retornó a las palabras del Corán: un Dios Clemente y Misericordioso, pero también el que mata y da vida, el Vengador. Pensó en cuantos dioses habría, el Dios de Floriana no era ahora el suyo, quizá tampoco lo era el Dios de Alodia. El Dios de Tariq era un Dios Vencedor, un Dios Dominador y Todopoderoso. Quizás el mismo Dios al que cantaban las aleyas del Corán.

11

El tabí

La noche cálida de Ifriquiya envuelve a Tariq. El cielo sin nubes deja paso al fulgor de mil puntos de luz. Una noche sin luna, en la que todavía se mantienen resplandores rojizos, cárdenas luces de un tórrido ocaso. Una estrella rutilante, la estrella del crepúsculo va descendiendo lentamente hasta desaparecer en el horizonte, sin que Tariq pueda darse cuenta de cuándo.

El palacio del gobernador árabe, un edificio cuadrangular de piedra y adobe, encalado en blanco, con tres plantas, mide unos cien pasos por cada lado. Las plantas superiores están algo retiradas con respecto a las de abajo, por lo que el palacio está rodeado de azoteas. Las habitaciones de Tariq se encuentran arriba, por ello se ha asomado a la terraza y observa el cielo. Se apoya en el pretil y se llena de los sonidos y olores de la noche.

Tariq abandona la terraza y retorna a su aposento. Musa celebra aquel día un banquete para mostrar su poder; a él le gustaría quedarse en su cámara, dormir y beber de la copa, mirar a las estrellas, pensar en el pasado y en el futuro. Sin embargo, no debe desairar al gobernador de Ifriquiya, por lo que se viste con una túnica blanca, se ciñe un cinturón labrado en oro y se atusa el cabello. Sale de la cámara. Fuera, un criado armado custodia la entrada del que un día fuera gardingo real en la corte de Toledo. El guardia conduce a Tariq hacia el interior. Atraviesan una gran puerta con herrajes, que se abre a un corredor de suelo enladrillado. A derecha e izquierda del corredor, que termina en un patio interior con cisternas y comederos para animales, están las habitaciones de la servidumbre. Tariq y el criado franquean un segundo corredor abierto al cielo y rodeado de parterres. Desde allí, bajan por una escalera de mármol verde que conduce a la primera planta. El guarda guía a Tariq a través de un pasillo que termina en una galería. En las paredes unos grandes salientes de hierro sostienen antorchas, que jóvenes esclavas de piel azabache están encendiendo para iluminar el crepúsculo.

Al finalizar la boca del pasillo, una sala amplia se abre a los invitados, que van entrando por el lado opuesto al que entra Tariq. La sala, iluminada tenuemente por hachones llameantes y lámparas de líquido oleoso, resplandece riqueza; en las paredes hay tapices con dibujos geométricos y florales; en el suelo, losetas de barro cocido, cubiertas a retazos por alfombras traídas de Oriente.

A ambos lados de la sala, se distribuyen decenas de divanes de ébano, con patas en forma de serpientes. Sobre los divanes, mantas de color rojizo de la más fina lana, vellosas por ambos lados. Alfombras persas protegen el suelo. Los invitados, al entrar, saludan al wali de Ifriquiya, inclinándose con una reverencia hasta los pies. Poco a poco, van tomando asiento, dejándose caer sobre los divanes, que forman un semicírculo que circunda a Musa. El gobernador se sienta en un estrado, cubierto por cojines de seda, ligeramente más elevado que el resto, rodeado por ulemas y alfaquíes, expertos en la ley. Sus capitanes se sitúan cerca del wali, colocándose por orden de preeminencia. Entre ellos, el tabí, un hombre respetado por haber sido discípulo de los compañeros del Profeta, su nombre es Alí ben Rabah. Junto a él, un bizantino converso Mugit al Rumí, poderoso guerrero,
mawla
, vasallo directo del califa Al Walid.

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