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Authors: María Gudín

Tags: #Fantástico, Histórico, Romántico

El astro nocturno (8 page)

BOOK: El astro nocturno
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Al llegar a lo alto de la cuesta divisaron las luces de la ciudad de noche. En el lado opuesto, el palacio del rey. Abajo en la vega, la nueva ciudad construida en tiempo de Wamba, los puentes con las luces de la guardia, el de San Servando y el antiguo acueducto romano que aún transportaba agua. No había luna. Cruzaron por delante de la iglesia de San Pedro y San Pablo, sede de concilios. Al fin, muy cerca de la iglesia de Santa Leocadia, una hermosa casa de dos pisos, cerrada por un enorme portón: un palacio de piedra de muros altos, allí moraba Sisberto, hermano de Witiza y enemigo del rey Roderik.

Alodia llamó con el mismo toque que el día anterior, un ritmo doble, que fue contestado desde dentro con la misma señal. Se abrió el portón que dio paso a una estancia abovedada, al fondo una escalera formaba un medio arco y conducía hacia el piso superior. Una gran lámpara de hierro con múltiples velas iluminaba la entrada. La panoplia ofensiva de la familia de Sisberto colgaba en la pared: espadas y hachas, arcos y venablos: todo de buena factura.

La sierva habló con el criado que le había franqueado la puerta, y éste condujo a Atanarik por las escaleras dejando a Alodia atrás. Llegaron a una sala amplia, con las contraventanas de madera cerradas y en la que, al fondo, alumbraba una gran chimenea. En las paredes, grandes hachones de madera encendidos proporcionaban una luz tenue. Varios hombres se hallaban sentados en torno a una mesa. Un noble, con ricas vestiduras bordadas en oro y manto cerrado por una fíbula aquiliforme, presidía una animada conversación. Al escuchar que alguien entraba, cesaron las voces y se hizo el silencio. Atanarik se despojó de la capucha, irguiéndose.

—Un campesino… —dijo Sisberto irónicamente, como si no le conociese—, ¿qué hace un campesino en una reunión de nobles?

Atanarik se enfureció:

—No soy un campesino. Soy gardingo real, jefe de una centuria. Me han quitado las armas.

Sisberto hizo una seña al criado, que se retiró de la estancia. Al cabo de poco tiempo el fámulo volvió a entrar con una fina espada, labrada en el Norte de África.

—Podría ser un tanto peligroso que un campesino, después de cerrar la muralla, caminase por la ciudad armado, por eso os hemos retirado vuestras armas —afirmó el obispo—. Así, que… decís que sois noble.

Atanarik se enfadó por el sarcasmo en la afirmación de Sisberto y airado exclamó:

—Sabéis bien que pertenezco a una noble familia goda, soy de estirpe balthinga. He sido educado en las Escuelas Palatinas. Olbán de Septa me prohijó.

—No sois hijo de Olbán. Vuestro padre es un jeque bereber.

Atanarik se sintió molesto y confundido, contestó:

—Así es.

—No os avergoncéis de ello. Tenemos nuestros espías y sabemos que vuestro padre moviliza más hombres que todos los que el tirano Roderik manejará en su vida.

—Nunca he sabido nada de mi padre.

—Pero nosotros, sí. Estamos bien informados. Vuestro padre se oculta en el interior del Magreb pero, de cuando en cuando, ataca las costas de la Bética. Hace un año, uno de sus lugartenientes, Tarif, desembarcó cerca del Mons Calpe y se llevó rehenes y cautivos, sobre todo mujeres, que han sido vendidos a muy buen precio en los mercados magrebíes. Sí. Estoy seguro de que vuestro padre ayudaría a su hijo a atacar este reino, no sólo por amor filial, sino sobre todo, porque le gustan las mujeres hermosas y nuestras hispanas lo son mucho. Le gusta el botín. Sois un tipo interesante, Atanarik. No es fácil ponerse en contacto con Ziyad, que se oculta en las montañas del Atlas y es libre e indómito. Sin embargo, estamos seguros de que no desoirá la voz de su hijo.

—¿Por qué iba a llamar a mi padre?

—Porque ahora mismo vos sois un proscrito, que quiere vengar la muerte de vuestra amada Floriana. Una mujer admirable que nos ayudó contra el tirano. Porque vuestra familia…, ¿me equivoco?, fue sometida a una de las purgas de Chindaswintho y os interesa recuperar las posesiones que os pertenecen. Además sé que sois un hombre justo que estáis asqueado con la política de ese bastardo de Roderik que lleva el reino a la ruina.

—Sólo os importa el poder…

—No. Defiendo mis intereses. Por un lado, Roderik confía aún en mí. Pero por otro, me debo a mi estirpe. Habéis de saber que mi sobrino Agila se ha proclamado rey en la Septimania y en la Narbonense. Estos que me rodean le apoyan. ¿Los conocéis?

—Veo a mi antiguo comandante Vítulo… —respondió con sorna Atanarik.

Un hombre de cabello cobrizo plagado de canas, muy fuerte, le hizo una señal amistosa.

—Veo a mi buen amigo Wimar —sonrió suavemente el joven gardingo.

Un hombre rubio de ojos claros sin pestañas, fríos pero de expresión aparentemente amigable, le devolvió la sonrisa a su vez.

—Allí está Audemundo… y muchos otros más.

El tal Audemundo, un hombre calvo con expresión seria y digna, le tendió la mano, que Atanarik estrechó.

Tras las presentaciones, Sisberto prosiguió:

—Sé que, en el fondo, sois de los nuestros. Por lo tanto, es importante que conozcáis nuestra posición. Es prioritario para nosotros y para el reino derrocar a Roderik. La muerte de mi hermano Witiza se produjo en extrañas circunstancias. Uno de los allegados de Roderik, Belay…, ¿le conocéis?

—Fuimos compañeros en las Escuelas Palatinas. Ahora es el Jefe de la Guardia. Hemos sido amigos y somos parientes lejanos, en los últimos tiempos he estado a sus órdenes. —Recordó Atanarik.

—Belay odia a Witiza, que ha causado la muerte de sus padres, juró que se vengaría de él. Participó en la conjura que le derrocó. Ahora es el Conde de la Guardia Palatina. Le han asignado una misión, buscar al asesino de Floriana, es decir, buscaros a vos y conduciros ante el rey para daros un escarmiento público.

Atanarik se sorprendió mucho, por lo que exclamó:

—¡Belay y yo hemos sido hermanos de armas, compañeros en muchos frentes de batallas! ¡No es posible que vaya contra mí!

—Se debe al cargo que le proporcionó Roderik tras su traición a Witiza. Belay es un hombre eficaz, os encontrará, cumple diligentemente sus deberes para con Roderik.

Ante aquel nombre, el joven gritó:

—¡No mencionéis al tirano! ¡Le mataría con mis propias manos!

Sisberto se sintió satisfecho y le contestó:

—Entonces estáis en nuestro lado. La elección de Roderik es ilegal y perjudica a nuestros intereses. Somos ya muchos los descontentos…

—Es decir, estáis descontentos porque no se os reconocen vuestros privilegios —le interrumpió con sarcasmo Atanarik.

—Porque corremos el riesgo de perder lo que nos ha costado tantos años conseguir.

El joven espathario real sabía bien que las luchas entre nobles habían devastado un país que se derrumbaba. Por un momento, recordó lo que había visto poco tiempo atrás, cuando había regresado del Norte, y lamentándose les advirtió:

—El campo está famélico. A pesar de las leyes, los siervos huyen y las tierras de cultivo se desertizan, el país está devastado. Una nueva guerra entre nobles traerá más pobreza y desesperación. Hundirá más al reino. ¿Eso no os importa?

—Digamos que sí, pero no entendéis bien nuestro punto de vista, Roderik, un necio arribista, está hundiendo al país, no nosotros, y además —repitió— favorece a los que se oponen a nuestros intereses. ¿Con quién estáis vos? ¿Con los asesinos de Floriana o con aquellos en los que ella confiaba?

El cadáver de Floriana, sus heridas, sus ojos muertos fijos en él, retornaron a su mente, Atanarik bajó la cabeza. Sisberto continuó:

—¿Quién os importa más? Nosotros, que podemos ayudaros… o Roderik, que os cortará las manos, os arrancará los ojos y os ejecutará.

Al huido de la persecución real no le quedaba otra salida, pero todavía arguyó:

—Sabéis muy bien que la ley, que rige desde tiempos de Ervigio, sólo permite que yo sea juzgado por mis iguales.

—¿Confiáis en un juicio justo? ¿Confiáis en que el que mató a Floriana garantizará que testifiquéis contra él?

El gardingo real negó con la cabeza, mientras el witiziano se expresó tajantemente:

—Vuestra única salida es colaborar con nosotros.

Atanarik no tuvo más remedio que asumir su destino:

—Lo haré —afirmó con rabia.

—Bien. Os buscan por todas partes. Os ayudaremos a salir de aquí, pero será más seguro si os dirigís al Sur tal y como vais, vestido de campesino. Si vais como lo que sois, un noble gardingo real, os reconocerán y os detendrán. No podemos proporcionaros hombres, no queremos despertar las sospechas del rey, sus espías nos vigilan continuamente. Si os atrapasen, acompañado de hombres de mi clientela, sería vuestro fin pero también el mío y el de los fieles a los hijos de Witiza. Recordad que mi sobrino Agila ha sido proclamado ya rey en la Septimania. A cualquiera que tenga algún vínculo con él, se le considera un enemigo potencial. La salida de Toledo de una tropa de witizianos, aunque fuera pequeña, sólo llamaría la atención de la guardia y os relacionarían conmigo. Os proporcionaremos ayuda económica ahora, pero debéis ir solo hasta Hispalis. Allí, buscaréis el palacio episcopal y os presentaréis a mi hermano, el noble obispo Oppas, que os facilitará un barco que os conduzca a Septa. Olbán estará preparando ya su venganza. Al conde de Septa le importa mucho la muerte de su hija; pero le importan aún más sus contactos en el Mediterráneo. Roderik le ha cortado sus aprovisionamientos en las costas de Hispania. Olbán necesita un gobierno más afín a sus intereses y a los de los árabes. El quiere seguir negociando entre los puertos del Levante y las islas del Norte. Su enclave es estratégico para el comercio. Con un gobierno como el de Roderik los negocios no le irán nunca bien. A vuestro amigo Samuel, el judío, le ocurre lo mismo; además quiere vengarse de las humillaciones sufridas por su raza.

Atanarik le contestó con una voz llena de rabia y amargura:

—¡Y a vosotros! ¡Sólo os importan vuestras prebendas!

Sisberto haciendo caso omiso a las razones del godo, siguió desarrollando su plan:

—Iremos preparando el terreno. Enviaremos a Roderik hacia el norte. Aunque parezca raro, Roderik confía en mí. En el momento de su elección, le apoyé. No me quedaba otro remedio. A veces Roderik duda de que yo le sea realmente leal, pero de momento no le queda más remedio que soportarme. Además quizás ahora mismo esté sumido en los remordimientos tras la muerte de…

—Floriana… —susurró Atanarik.

—Sí, de esa bella dama que pertenecía a nuestro partido.

El witiziano se detuvo un momento en sus reflexiones, para proseguir después con una voz que parecía complaciente.

—Amigo mío, si desempeñáis bien vuestro cometido, en menos de un año Roderik habrá caído en vuestras manos; un nuevo orden se avecina en la península.

—Sí. Un nuevo orden… —dudó Atanarik.

—Sois hijo del hombre que controla los destinos de África.

—Lo soy, pero nunca he visto a mi padre.

—Según Olbán, Ziyad podría colaborar si su hijo se lo pide…

Atanarik no se fiaba de los bereberes y expuso su opinión:

—Los bereberes sólo nos ayudarán si les pagamos con oro. Se necesita un buen capital para levar hombres en África.

—Si es cuestión de oro, eso no constituye un gran problema. Pongo toda mi fortuna para derrocar al rey, para expulsar a los que atentan contra mis intereses…

Sisberto llamó a uno de los criados, y le susurró algo al oído. El criado salió. Los witizianos comenzaron a discutir aspectos de la próxima campaña. Cuando el criado entró de nuevo, traía en sus manos un pequeño cofre, que presentó a Atanarik. El godo lo abrió. Estaba lleno de monedas de oro.

—Con este caudal podréis atravesar las tierras hispanas, llegaros a África y levar las tropas bereberes necesarias.

Sisberto llenó con aquellas monedas una bolsa de cuero y se la entregó a Atanarik.

Brilla el sol en lo alto del Aurés, el mismo brillo de aquel oro que un día le diera Sisberto. A Atanarik no le importa el oro, le importa cambiar un reino corrupto, vengarse y, ahora, cada vez más conducir a aquellos hombres, bereberes y africanos, que le siguen en su camino hacia el norte.

5

La berbería occidental

Siguiendo su camino, Atanarik ha dejado atrás el desierto, busca sus raíces ocultas quizás en algún campamento bereber, allá en las montañas del Atlas. Atraviesan valles poblados por encinas y alcornoques, laderas de pinares y, en lo alto, algún cedro. Los bosques no son espesos y en ellos se ven charcas por las últimas lluvias.

Busca a su padre.

La luz roja que reaparece en su interior cuando recuerda a Floriana se extiende de nuevo sobre el ánimo de Atanarik, pero tras unos breves instantes, rechaza la amargura del recuerdo, y el pensamiento se le escapa hacia los compañeros de las Escuelas Palatinas, sus amigos. Como en un espejismo retornan a su mente los rostros de los que ha dejado atrás quizá ya para siempre. Hermanos de armas, colegas, rivales; con ellos había luchado contra los vascones, los francos, había sofocado revueltas y sediciones. ¿Qué pensarían de él, cuando la acusación de que había asesinado a Floriana se extendiese por la corte?

Unos, los más, lo creerían culpable. Recordarían su genio vivo, pronto para la trifulca, su carácter visceral, que amaba apasionadamente y odiaba de modo vehemente, sus bruscos cambios de humor…

Otros, los menos, los verdaderamente íntimos, rechazarían la acusación, no podrían creerlo. Los verdaderos amigos conocían bien el fondo de su carácter, su corazón compasivo, que a veces se airaba, pero capaz también de contenerse, y que buscaba siempre la justicia. De ellos, algunos sabían de su amor por Floriana. Belay, Casio y Tiudmir, además, sospechaban que ella era su amante.

Belay le perseguía. ¿Cómo había podido creer que él era un vulgar asesino? Pero Belay, a quien se había sentido tan unido, con quien tenía lazos de parentesco, era fiel a Roderik y obedecía sus órdenes.

Todo le era indiferente, una insensibilidad dolorosa se extendía sobre su espíritu, lacerándolo. Hubiera preferido un fuerte dolor físico, enfrentarse a alguien, ser golpeado, a aquella conmoción gélida que se extendía por su ánimo y lo llenaba todo de una indiferencia sobrecogedora. Floriana era su única familia, la sensación de soledad le deshacía por dentro.

El afán de venganza lo mantenía vivo. Sí. Vengar la muerte de Floriana, pero también sanear el reino, limpiando de corrupción y podredumbre las tierras hispanas.

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