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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

El Dragón Azul (6 page)

BOOK: El Dragón Azul
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Animada por el creciente volumen de las voces de los wyverns, Ampolla respiró hondo y se adentró con determinación en las profundidades de la cueva.

* * *

«Debería haber ido con ellos —pensó Jaspe Fireforge—. No es que me guste el desierto, pero a su lado no estaría preocupado.»

Se inclinó sobre la batayola del
Yunque
y alzó la vista a las estrellas mientras se mesaba la barba.

«Feril sabe cuidarse. Rig también. Y Palin es el hechicero más poderoso de Krynn. Pero llevarse a la kender... Menuda imprudencia. Debería haber protestado y ocupado su lugar. Al fin y al cabo, prometí a Goldmoon que ayudaría a Palin y a sus amigos.»

El enano oyó un crujido en el suelo de la cubierta y miró por encima del hombro.

—Buenas noches, Groller —dijo Jaspe, y de inmediato frunció los labios y sacudió la cabeza—. Lo siento —musitó el enano, flexionando los dedos de la mano derecha a modo de saludo.

El corpulento semiogro sonrió.

—¿Jas... pe no está can... sado?

El enano alzó las manos y las movió frente a su cara.

—Estoy preocupado, amigo. No puedo dormir.

Groller hizo un gesto de asentimiento.

—Rig fuerte, nece... sitar viaje. Él, bien, nece... sitar esto. —La voz del semiogro era monocorde y nasal y sus palabras se confundían unas con otras.

—¿Quieres decir que necesitaba los tesoros del dragón? Bueno; más bien los quería. —Jaspe ahuecó la palma de la mano izquierda y colocó encima el dorso de la derecha. Levantó esta última unos centímetros, la giró y flexionó los dedos. Era un signo que le había enseñado Groller y que significaba dinero. Hizo la pantomima de recoger piezas de metal y guardarlas entre sus rechonchos dedos de enano.

El semiogro negó con la cabeza.

—No. Rig nece... sitar esto por... que amaba a Shaon. Sentir da... ño dentro.

—Que yo sepa, la quería mucho —dijo para sí y luego hizo un gesto de asentimiento a Groller.

—Sentir daño den... tro porque Shaon está muer... ta —prosiguió Groller—. Creo que Rig quiere teso... ro porque los dra... gones aman tesoros. El dragón cogió a Shaon. Ahora Rig coge teso... ro.

—¿Una especie de represalia, a pesar de que el dragón ha muerto? —Jaspe suspiró—. Bueno, supongo que es posible. Espero que Rig encuentre lo que busca. Pero ningún tesoro hará resucitar a Shaon o a Dhamon. Y ningún tesoro lo compensará por la pérdida. Lo sé. Yo mismo me sentí vacío durante un tiempo después de la muerte del tío Flint.

Groller arqueó las cejas e inclinó la cabeza hacia un lado.

—Lo siento, pero no conozco todos tus gestos —gruñó el enano. Volvió a reproducir el signo de la riqueza, luego unió las puntas de sus dedos índice y los puso delante del pecho. Era el signo del dolor. A continuación sacudió ferozmente la cabeza.

—Lo sé —dijo Groller. Jaspe nunca había visto tanta tristeza en sus ojos—. Tesoro no cura na... da. Tesoro no hace ol... vidar.

—Eh, ¿dónde está tu lobo? —preguntó el enano, decidido a cambiar de tema. Curvó los dedos de la mano derecha, los puso delante del pecho y los abrió con fuerza... Era el signo que representaba a
Furia,
el lobo de pelo rojizo de Groller.

Groller señaló hacia abajo y apoyó la cabeza en una mano.

—Dormir abajo —respondió—. Jas... pe también debe... ría dormir. Necesitar desean... so. Mañana ayu... darme a reparar velas.

—La costura no se me da nada bien —replicó el enano. Cerró la mano en un puño, lo puso junto a su sien y negó con la cabeza. Había aceptado la tarea—. Sí —dijo simulando coser—. Te ayudaré por la mañana. Pero todavía no quiero acostarme.

Volvió a mirar hacia los Eriales del Septentrión.

—Me quedaré aquí preocupándome un rato. Debería haber ido con ellos. Menuda imprudencia llevar a la kender con ellos.

4

Un destino siniestro

—Todavía atrapado —gruñó el wyvern más grande mientras luchaba contra el suelo de piedra que le inmovilizaba las zarpas.

—¿Atrapados para siempre? —preguntó el otro.

La molesta charla de los dragones despertó a Feril. Estaba rodeada por una oscuridad absoluta, casi tangible. Le latía la cabeza y le dolía mucho el hombro donde había recibido el rayo del drac, pero al menos estaba viva. Había supuesto que el drac la mataría y que quizá se reuniría con Dhamon allí donde habitaban los espíritus. Pero por alguna razón le habían perdonado la vida.

La kalanesti tenía las manos atadas a la espalda con una soga fuerte y gruesa, tan apretada que le laceraba las muñecas y se le habían dormido los dedos. Sus tobillos también estaban atados, y la habían apoyado contra un muro en una posición sumamente incómoda.

Se concentró en los olores del aire quieto y de inmediato reconoció el hedor de los wyverns... Estaba a pocos metros de ellos. El fino olfato de la elfa percibió también el aroma ligeramente almizcleño del marinero y los olores a sudor, sangre y cuero; este último seguramente procedente de las sandalias y los cinturones de sus amigos. Había otra emanación fétida que no podía identificar, pero que flotaba pesadamente en el aire. El drac, pensó. Aguzó el oído, procurando abstraerse del absurdo parloteo de los wyverns. Oyó una respiración regular, humana. Rig y Palin seguían vivos. También reparó en un sonido tenue, como el de unos pies que se arrastraban. Y estaba cada vez más cerca.

Feril se concentró en los pasos, miró en esa dirección y forzó los ojos en busca de señales de calor. Su excepcional vista de elfo atravesó el manto de la oscuridad y vislumbró dos grandes manchas grises —los wyverns— y un pequeño bulto que parecía avanzar a tientas junto al muro y en su dirección. Su vista todavía no se había recuperado de la enceguecedora explosión del drac.

—¿Feril? —murmuró el bulto.

—¿Ampolla?

—Oír algo —anunció el wyvern más grande.

—¿Prisioneros despiertos?

Feril oyó un gruñido... Era la voz de Rig.

—El oscuro despertar. ¿Ves? —observó el wyvern—. El oscuro moverse.

La kalanesti hizo una mueca de disgusto. Los wyverns podían ver en la oscuridad, lo que significaba que también verían a la kender avanzando hacia ella.

—Feril...

—Chist —respondió la elfa en voz baja.

—Elfa despierta —gruñó el wyvern más pequeño—. Odiar elfa. Hacer que el suelo tragara pies. Elfa mala.

Feril sintió a Ampolla a su espalda y oyó sus suaves gemidos de dolor mientras se esforzaba por desatar las muñecas de la kalanesti. Feril cambió de posición para interponerse entre ella y los wyverns, con la esperanza de que éstos no vieran a la diminuta kender a su espalda.

—Al principio pensé en regresar al barco —susurró Ampolla— y traer a Jaspe y a Groller para que os ayudaran. Luego se me ocurrió que quizá no pudiera encontrar el barco, puesto que no tengo el mapa. Antes tenía muchos mapas, pero eran de otros lugares. En fin; no podía pedir consejo a nadie: No sé hablar con los animales y no quería deambular a solas por el desierto.

—Elfa hablar mucho —observó el wyvern más pequeño.

—Hablar consigo misma —sentenció el otro.

—¡Elfa silencio! —bramó el wyvern más pequeño.

—¿Queréis silencio? —gruñó Rig—. Entonces venid aquí e intentad hacernos callar. Porque yo pienso hablar tanto como me dé...

Un rayo y el rugido amortiguado de un trueno lo interrumpieron en mitad de la frase.

Una bola formada por rayos crepitó, como docenas de furiosas luciérnagas, sobre la mano abierta del drac que se aproximaba. Su resplandor permitió a Feril distinguir los objetos que la rodeaban.

Los wyverns estaban a varios metros de distancia. Pero a pocos pasos vio a Rig y a Palin, atados espalda con espalda y unidos por el cuello con una cadena dorada. Habían usado collares con dijes del tamaño de pulgares para amarrar las manos y las piernas de los dos hombres y los habían envuelto por la cintura con el fajín de Rig, que finalmente habían atado con un gran nudo. La camisa y las dagas del marinero habían desaparecido. El drac era listo y no le había dejado ninguna arma. El torso musculoso de Rig estaba cubierto por una brillante película de sudor. Todavía sufría los efectos del veneno del wyvern.

La kender trabajaba afanosamente. Feril sintió un hormigueo en los dedos; la sangre volvía a circular. Casi estaba libre.

Rig forcejeó con sus ataduras y la cadena de oro se clavó en su garganta mientras miraba a la elfa. El hechicero soltó un gemido de dolor, pues los movimientos de Rig también hacían que la cadena le lastimara la piel. El drac se acercó más a los hombres, y la luz brilló con mayor intensidad en su mano.

—Si lucháis sólo conseguiréis haceros daño —silbó.

—Viejo vivir —dijo el wyvern más grande—. ¡Ver! Drac decir que ninguno muerto. Tú decir viejo muerto. Drac no como tú. Drac listo.

El centinela de escamas azules dio una vuelta completa alrededor de Palin y Rig y luego se acercó a los wyverns, de espaldas a los prisioneros.

—Iré a buscar a nuestro amo, Tormenta sobre Krynn —dijo—. Tormenta se alegrará de lo que hemos capturado.

—¿Tú marchar? —preguntó el wyvern más grande—. ¿Quién vigilar?

—Mis hermanos custodiarán a los prisioneros.

—¿Todos los dracs vigilar?

—No —el drac negó con la cabeza—. Sólo dos... éstos. —La criatura hizo un ademán con la mano cargada de rayos. Otros dos dracs salieron de una gruta sombría y flotaron hacia Rig y Palin—. Tienen fuerza de sobra para controlar a los prisioneros. El resto de mis hermanos permanecerá abajo.

—Suéltanos —suplicó el más pequeño de los wyverns mirando primero a sus pies y luego a los ojos dorados del drac—. Por favor.

El drac silbó y echó a volar. En unos segundos recorrió la cuesta que conducía al desierto y desapareció, llevando su luz consigo.

—¿Te encuentras bien, Feril? —preguntó Rig.

—Cierra el pico, humano —riñó el más bajo de los dracs. La criatura tenía un torso como un barril y gruesas piernas de aspecto fuerte. Sus escamas brillaban tenuemente en la penumbra. Dirigió una mirada perversa al hechicero y frunció el labio superior en una sonrisa de desprecio. Los pequeños rayos que irradiaban sus dientes iluminaron parcialmente la cueva—. Tormenta sobre Krynn regresará pronto. Os convertirá en seres como nosotros y pasaréis a formar parte del ejército que está abajo. Conoceréis el poder y la satisfacción de ser un drac.

A Feril se le erizaron los pelos. Conque era por eso que les habían perdonado la vida: los transformarían en dracs. Sintió un último tirón en las muñecas y las ataduras cayeron. Feril flexionó los dedos, llevó las manos al frente con cautela y fue bajándolas centímetro a centímetro hacia sus tobillos. Ampolla seguía acurrucada a su espalda.

—¿Cuántos dracs hay abajo? —preguntó Palin.

—Eso no es asunto tuyo —respondió con frialdad el drac más alto.

—Tendréis que disculpar nuestra curiosidad —dijo Rig con ironía.

—Vuestra única preocupación será servir al amo.

Feril terminó de desatar la ristra de perlas que le sujetaba los tobillos y advirtió que el marinero también desataba en silencio uno de los collares que unían sus manos con las de Palin.

—Nosotros orgullosos de servir al amo —interrumpió el wyvern más grande—. Sólo dos como nosotros. Wyverns especiales.

—Muchos dracs —dijo el wyvern más pequeño—. Muchos humanos en el fuerte esperando ser dracs. Ejército grande. Pero sólo dos especiales como nosotros.

—¿Qué fuerte? —preguntó Rig.

—Fuerte en desierto cerca... —El wyvern se interrumpió al ver que los dos dracs le dirigían una mirada fulminante—. Fuerte secreto.

El marinero no estaba dispuesto a cambiar de tema.

—¿Para qué necesita el dragón un ejército tan grande?

A Rig sólo le faltaba desatar un collar, y sus ágiles dedos no tardaron mucho en conseguirlo. Se llevó la mano a la cinturilla del pantalón y tiró en silencio de la costura hasta que ésta se soltó. De inmediato sacó una navaja de seis centímetros que había escondido allí y comenzó a cortar el fajín que lo mantenía unido al hechicero.

—Basta de preguntas —gruñó el drac más alto. Un rayo salió disparado de sus garras, chocó en el techo y estalló en una bola de luz que bañó la cueva con un resplandor blanco.

—¡La elfa está suelta! —exclamó el drac más bajo, señalando a Feril—. Y hay una pequeñina con ella.

—¡Una pequeñina que no podréis coger! —los provocó Ampolla mientras salía de detrás de Feril. Giró la honda encima de la cabeza y, tirando de la cuerda, arrojó una lluvia de perlas sobre los dracs.

Las criaturas se volvieron hacia ella y dispararon sendos rayos; dos flechas gemelas atravesaron el aire quieto, pero Ampolla los esquivó arrojándose al suelo. Rig partió la cadena que unía su cuello con el de Palin y con un firme tirón rompió el collar atado alrededor de sus tobillos. Se separó del hechicero, se lanzó sobre los dracs y les hizo errar el tiro en la segunda andanada de rayos.

Se agachó para eludir un rayo dirigido a él, que pasó a pocos centímetros de su cabeza. Dio un paso a un lado para sortear otro y arrojó la navaja al drac más alto. La hoja del pequeño cuchillo se hundió en el cuello de la criatura, que lanzó salvajes aullidos de dolor. Sus fauces desprendieron las escamas que rodeaban la herida, buscando desesperadamente la cuchilla. Su musculoso pecho se cubrió de sangre negra. El drac cayó de rodillas, respiró con dificultad y estalló en una bola de luz.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Ampolla, que estaba pendiente de Feril y sólo había visto un resplandor por el rabillo del ojo—. Vaya. ¡Uno menos!

—Ven aquí, Palin —llamó Rig.

Aunque el hechicero no había mirado directamente a la criatura, la explosión prácticamente lo había cegado. Cerró los ojos con fuerza y dio un par de pasos vacilantes hacia el marinero.

—¡No poder ver! —exclamó el wyvern más pequeño, que había estado absorto en la pelea—. ¡Luz brillante! ¡Doler ojos! ¡No poder ver!

—Drac estallar —gruñó su compañero—. ¡Prisioneros malos!

—¡Palin! —gritó Rig. Cogió al desorientado hechicero del hombro y lo guió hacia él.

—¡Asesinos! —bramó el otro drac. Batió las alas, se elevó a varios palmos del suelo de piedra y escupió a Rig y a Palin—. No puedo mataros porque el amo se enfadaría —silbó—. Pero puedo haceros mucho daño. Os haré tanto daño que desearéis morir.

—¡Mis bolsillos! —gritó Rig a Palin—. ¡Busca en ellos! ¡Deprisa!

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