El enviado (33 page)

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Authors: Jesús B. Vilches

Tags: #Fantástica

BOOK: El enviado
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Junto a las brasas había además un cuenco de repleto de bayas, moras y otras frutas de pequeño tamaño y de brillante aspecto. Cerca, unas láminas de corteza parecidas a planchas de pan salvado acompañaban a varias jarras con líquido.

—Vaya esto tiene una pinta deliciosa —exclamó.

En una de ellas había un líquido lechoso de penetrante aroma, otra de las jarras contenía un jugo de frutas de exquisito sabor. la última era un extraño néctar claro y pegajoso. Odín no había pudo evitar la tentación ni la curiosidad de probarlas todas y confesó a su amiga lo difícil que podía resultar desprenderse de los dedos un poco de este último brebaje.

—No te preguntaré si has descansado —añadió el pelado gigante —por tu aspecto es obvio que no —y le gesticuló un ademán para compartiera lugar junto a él. Ella se arrodilló junto a los restos del fuego amoldando su larga falda para que recogiera sus piernas con toda esa coquetería de la que hacen gala las mujeres.

—Si no supiera que no sabes freír un huevo te preguntaría si lo has hecho tú. ¿Llevas mucho tiempo despierto?

—El suficiente —aseguró—. Le he echado un vistazo al lugar... y creo que volvemos a estar solos.

—¿Se han ido? —preguntó ella con signos de inquietud en su rostro aunque se disiparon pronto en cuanto su compañero le entregó parte del banquete. Claudia aceptó el enorme trozo de carne que le ofrecían y le dio un buen mordisco. Sus ojos se abrieron como si no pudieran creer lo que experimentaba. La carne había sido regada con una extraña pero acertada mezcla de plantas aromáticas, especias y quizá vino. No es que el olfato le permitiera desgranar con tanta seguridad los ingredientes, sino que, Odín le confesó pronto que a punto estuvo también de beberse la cuenca de barro en la que se había preparado la sazón, confundiéndola con otra bebida de las jarras.

—¡Muy bueno! —exclamó ella con la boca rebosante de comida—. ¿Qué es? —Odín se encogió de hombros y arrugó el gesto.

—No tengo ni idea; pero es un animal grande, parecido a un gamo. Hay una segunda hoguera —aseguró señalando con su brazo extendido la dirección. La cabeza de la chica se giró en un movimiento reflejo pero no logró ubicarla con exactitud en los primeros momentos—. Lo han despiezado entero. Las vísceras, el esqueleto y la cabeza están por ahí. Yo no me acercaría. No resulta un espectáculo agradable, sobre todo mientras comes—. Claudia arrugó el rostro al oír aquello, pero el enorme muchacho continuó hablando—. Han cubierto las brasas con maderas húmedas y ramas verdes. Despiden un olor intenso. Yo diría que el resto de la carne está ahí. Supongo que la están ahumando o secando... o vete a saber.

Mientras daba buena cuenta de la carne, Claudia alzó la vista para contemplar el resto del campamento. Lo que vio le recordó más a las historias de celuloide que a la vida real: el trino de los pájaros y el intenso perfume de flores seguía envolviendo los sentidos, tan poco acostumbrados a esos placeres. Una docena de caballos permanecían inmóviles cerca de la carreta, con sus bridas aseguradas en varios troncos de árboles y sus petates y sillas aún colocados. Los ojos de Claudia buscaron a los dos jóvenes en todas direcciones sin lograr hallarlos.

—¿Dónde crees que estarán? —preguntó dubitativa.

—No te preocupes —se apresuró a decir Odín, imaginando dónde se habían quedado los interrogantes de su amiga—. Creo que volverán. Me ha parecido ver demasiadas cosas suyas por los alrededores—. Aquello pareció tranquilizar por el momento a la joven. Un rato después apareció Alexis, aún más desastrado que Claudia.

—¡Dios, Alex! ¡Cómo tienes la nariz! —dijo Odín al descubrir la enorme contusión en su cara.

—Ohhgg, no me lo recuerdes —protestó el aludido—. Me duele incluso al pensar en ella.

—Uuuuf —arrugó el rostro la chica al verle—. ¿Mucho?

—Como si ahí dentro tuviera una cuadrilla de enanitos con un clavo enorme y estuvieran martilleando, una y otra vez, una y otra vez—. Las expresiones cómicas de Alex bastaron para raptar la sonrisa de sus amigos—. Bueno, ¿Y todo esto? Los chicos del catering han sido generosos esta vez.

—Es lo que tiene fichar por una buena firma, chaval —comentó Claudia mientras le hacía sitio—. Ponte las botas.

—¡¡Ja!! —exclamó el joven vocalista—. La dama se levantó de humor. Dale un azucarillo, Odín.

—Seguimos aquí. Pero al menos nos han preparado el almuerzo. Algo es algo.

—Si te soy sincera, Alex, preferiría estar desayunando en casa—. Aquel comentario hizo cruzar una sombra de nostalgia sobre los rostros de aquellos amigos.

Aunque parecía que no lo iban a hacer nunca, al fin se decidieron por probar la fruta, la bebida y aquello que parecía corteza de pan.

La leche estaba deliciosa, auque estaba claro que no se trataba de leche. El néctar, quizá algo empalagoso. El jugo de frutas era una perdición. El pan... bueno, el pan sabía raro. Más tarde nos enteraríamos que no era comestible y que molido con los dedos, servía para avivar las brasas. El precio a pagar de la ignorancia. Para Claudia lo mejor de todo fueron las frutas.

—¿Dónde están nuestros misteriosos salvadores? —preguntó el chico al no verles por allí.

—No deben andar muy lejos —confesó Odín mientras cortaba un nuevo pedazo para Alexis —Sus... arreos están ahí —le aseguró alargando la mano con la que le ofrecía una buena tajada de carne a su amigo.

—¡Buenos días! —les dije. Por las caras que pusieron al saludarme supuse que mi aspecto no debía ser mejor que el suyo. Como a ellos, el inusual trino de los pájaros, el fragante olor a comida y sobre todo sus voces habían alejado mi sueño a patadas.

—¡Tienes que probar esto! —Claudia sonreía con dulzura mientras se empeñaba en que probara la fruta, como un niño pequeño que tira con afán del padre para que le siga. De hecho, casi no había terminado de despertarme cuando, sin saber cómo habían llegado hasta ahí, me encontré con el cuenco de frutas de la chica, el vaso de extraña leche que me daba Alexis y el trozo de carne que Odín ya había colocado en mis manos. Me acoplé en el suelo con ellos y me dispuse a comer.

Durante esos momentos hablamos de cómo habíamos descansado —es un decir—, de la deliciosa comida y un par de bromas a expensas de Falo, ahora que la dulzura de aquel cálido bosque parecía desvanecer los angustiosos momentos vividos durante nuestra primera jornada. Sin embargo, no hacía falta ser un gran observador para saber que bajo aquella conversación que se esforzaba por ser natural seguían enquistados los verdaderos temas que nos rondaban la cabeza y el ánimo. Como si, con el silencio, tan incómodas cuestiones sencillamente desaparecieran y no hubiese necesidad de enfrentarse a ellas. Seguíamos allí y eso era básicamente el problema. Nada de un sueño, como creo que todos teníamos la esperanza que fuese. Tampoco se hizo el menor comentario a las terribles escenas de nuestra escapada y a todos los dramáticos e inexplicables sucesos que nos estaban sucediendo.

La chica había terminado antes que ningún otro. Mientras los más rezagados aún nos despachábamos el generoso desayuno, ella se dedicó a curiosear por el campamento comentando en voz alta cuando encontraba algo que le llamaba la atención y dedicándose a sí misma el comentario la mayoría de las veces.

—¿Adónde va? —preguntó muy serio Alex cuando se percató de que se adentraba demasiado en el bosque. Odín miró a su amigo aún con la vista perdida en el lugar en la que la silueta de Claudia se había perdido. Balanceó la cabeza en un intento de restarle importancia al asunto.

Alex miró fijamente a su corpulento amigo, luego tornó los ojos de nuevo hacia el bosque, buscando la figura ya ausente de la joven. Me miró a mí, como si buscase algo en la expresión de mi cara y regresó sus ojos de nuevo hacia Odín.

—¿Soy el único que piensa que no es buena idea que ande por ahí sola? —Esperó unos momentos de cortesía, por si alguno de nosotros apostillaba algo. Ante nuestro silencio, añadió:

—No sabemos qué demonios puede rondar por ahí fuera. Esto no es ningún camping de verano, tío. Ya hemos visto qué clase de bestias rondan por aquí—. Por unos momentos hubo un silencio intenso y cómplice.

—Alguien debería, al menos, no perderle la pista.

El terreno boscoso, aunque no abrumado, sí estaba bastante tupido y lleno de vegetación. La muchacha seguía una vereda natural entre árboles, setos y arbustos. Algunos de ellos diminutos como setas y otros gigantes como torres. La temperatura era cálida, muy agradable, de manera que pasear se estaba convirtiendo en todo un placer y un bello espectáculo. El bosque rebosaba de color y verdor; como si la naturaleza desplegara a los pies de Claudia un hermoso cortejo con el que seducirla. Ella marchaba feliz, descubriendo flores de llamativas tonalidades y extraña forma. De vez en cuando, su paso alertaba a algún ave que, alzando el vuelo revelaba su escondite y el colorido que impregnaba su plumaje. Quizá resultaba una temeridad aventurarse sola por los alrededores. Tal y como Alex había apuntado, no había ninguna garantía de que aquel bosque fuese seguro. Sin duda, la explicación para aquella inconsciente decisión se debía al efecto tranquilizador que producía aquel florido paraje, muy amable a la vista y mucho más cercano en nuestros recuerdos a nuestros propios bosques, donde poco o nada suele perturbar al curioso visitante. También se debía, estoy completamente seguro, a que nuestro subconsciente había decidido cerrarse con obstinación a aceptar la verdadera dimensión de lo ocurrido. Trataba de borrar la tremenda experiencia vivida, como si ignorándola pudiésemos desembarazarnos de ella.

El bosque pareció aclararse y no es que hubiera caminado en exceso. En realidad se había alejado apenas unos centenares de metros del campamento. Sólo que cómo iba deteniéndose en cada árbol y cada arbusto a ella le pareció una eternidad. Sus ojos, libres ahora de la tupida cubierta de ramas que abovedaba el bosque, distinguieron en el raso cielo dos manchas brillantes presidiendo la escena. Aquello era y seguiría siendo una visión extraña a la que tardaríamos en acostumbrarnos. Algunos, como quien en un tiempo escribió las líneas que leen, nunca llegaron a hacerlo. Quedó, así. Quieta un instante, con la mirada perdida en aquel lienzo y sus dos brillantes soles. Hubo de ser en esos instantes de silencio cuando se percatara de un rumor creciente de agua cercana.

—Tienes la nariz fatal —volvió a comentarle Odín antes de que Alex abandonase definitivamente el lugar. Ese morado estaba extendido y parecía preocupante. Alex le apartó la mano a su amigo y se cubrió con las suyas.

—Creo que está rota —sin embargo, no pudo evitar que su amigo volviera a tocarle el apéndice lo que provocó un quejido de dolor. Odín retiró su mano algo asustado.

—Sí, creo que está rota—. Yo aún seguía comiendo cuando el altísimo batería se acercó a mí preguntando por el último de los nuestros.

—Sigue durmiendo como una marmota —dije—. Si no se despierta pronto solo podrá chupar los huesos.

Exageraba evidentemente. Había gamo o lo que quiera que fuese nuestro almuerzo para alimentarnos varios días. Sólo quise hacer una broma, pero Odín no la tomó como tal.

—Por mí como si no se despierta nunca—. Aquella frase me pareció dura incluso tratándose de Falo. Cuando me miró creo que supo reconocer ese detalle en la expresión de mi cara—. No pienso hacer ninguna concesión a ese malnacido. Ayer casi nos matan por su culpa. Quizá deba tener una charla de hombre a hombre con ese tipo. Si va a seguir con nosotros habrá unos límites que no pienso regatear.

La mano de la muchacha apartó las últimas ramas. Intrigada, había seguido el sonido hasta donde le pareció ser más intenso. Su búsqueda había dado fruto. Frente a ella se extendía un pequeño estanque de cristalinas y tranquilas aguas enterrado entre unas peñas, el cual recibía el preciado líquido del salto de agua de una cascada. Claudia abrió los ojos asombrada dejándose llenar por la belleza agreste del cuadro. Pronto, un movimiento en el ángulo muerto del ojo le advirtió que no estaba sola. A algunos metros de ella, mostrando el pálido color de su espalda, una figura surgía del fresco manto de las aguas. Una muchacha, parecía, cuyo dorado torrente de cabellos se sumergían en el agua y flotaban sobre ella como una alfombra de líquenes de oro. No estaba sola en aquel baño. Parecía que enjuagaba el negro y largo torrente de cabellos de otra mujer, cuya cabeza era lo único que asomaba sobre la cristalina superficie del agua. Rociaba con sus manos el transparente líquido del estanque con una delicadeza casi sensual. Claudia, al instante, y con el ánimo de revelar la identidad de las mujeres, volvió rauda a internarse entre ramas y arbustos que le ocultaran de la vista. Ello le dio  la posibilidad de observar sin ser descubierta. La curiosidad le mataba.

Sus ojos descubrieron lo que parecían las ropas de aquella pareja y que descansaban a pocos metros de la orilla, medio ocultas a la visión por unas rocas. Al volver la vista, los cuerpos del estanque se habían alzado, mostrando ambos, más centímetros de piel y toda la longitud de sus hermosas cabelleras. en verdad que eran hermosas. Una de vigorosos húmedos bucles y tirabuzones como el sol, que caía en corte triangular hasta la mitad de su espalda. La otra, brillante y oscura como las mismísimas tinieblas. Sobrepasaban la cintura y quedaban, aun en pie, nadando sobre la superficie acuosa del estanque. Cabellos hermosos, tal vez demasiado hermosos para no ser de mujer.

El improvisado campamento pareció ser un lugar más que propicio para descubrir cosas. A juzgar por la cantidad de objetos que encontramos, aquel lugar estaba plagado de sorpresas. Desde útiles de cocina, todos tallados a mano en madera, hasta los petates. Hallamos interés en un millar de cosas pero sin duda fueron las monturas y las armas lo que más ocupó nuestro tiempo.

Visto desde tan cerca como yo lo contemplaba, el caballo es un animal de noble estampa... Emana poder y está lleno de brío incluso calmado. Es mucho más alto de lo que pudiera imaginar alguien poco habituado a su presencia. Despedían ese característico olor de animal que quienes nacemos y vivimos en ciudad hemos prácticamente olvidado, pero que en el fondo nos transporta inconscientemente a nuestras raíces. Sentía sus bufidos, veía sus altivos movimientos y es que rezumaban ese aire de majestuosidad en la línea que siempre impresiona.

La mayoría de aquellos corceles eran de los orcos pues todavía llevaban impregnados en sus pelajes el penetrante hedor de esos seres. Sin embargo, supimos al instante cuáles pertenecían a nuestros misteriosos jóvenes.

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