El enviado (65 page)

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Authors: Jesús B. Vilches

Tags: #Fantástica

BOOK: El enviado
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—Aceptaré los riesgos —aseguró el elfo.

—Tú tienes el mando. Tuya es la decisión. No me pidas opinión si no vas a escucharla.

—¿No te parece acertada?

—Yo no estoy aquí para juzgarte, Akkôlom. Sino para cumplir tus órdenes—. El elfo pareció desesperarse y sujetó a la joven pintada que comenzaba a caminar dando por concluida la conversación.

—Sólo quiero saber tu opinión—. Forja se detuvo.

—Ya te la he dado. Dame tú una razón, Akkôlom, para pensar que nos interesa correr ese riesgo.

El elfo retuvo un instante la respuesta con las pupilas distantes y el gesto descuidado.

—Su memoria —reveló al fin con gesto dubitativo—. Quizá fuera del bosque sea capaz de ver o sentir cosas que le devuelvan algo de sus recuerdos perdidos—. La respuesta quedó en el aire, como si los se hubiera de entresacar de ella algún significado aún más oculto.

—¿Qué quieres decir?

—Ese chico llegado de algún lugar olvidado en su memoria y allí ha sobrevivido todo este tiempo. Quizá existan más como nosotros. Más cerca de lo que imaginamos —añadió mirando hacia las infinitas copas de los árboles—. Tal vez encontrarles dependa de que nuestro joven amigo recupere su memoria.

—¿Ha sido idea de Gwydeneth? —preguntó ella con cierta malevolencia. El marcado elfo contestó con una lenta negación de su cuello—. Entonces... ¿Qué te hace pensar que debamos encontrarlos? Es tu grupo. Tú estás al mando. Tú sabrás lo que haces—. Y esta vez Akkôlom ni siquiera hizo el intento de detenerla.

—¿Qué son aquellas figuras de allí? —Pregunté. Forja, que se encontraba a mi lado respondió con rapidez.

—Orcos. Son orcos del Belgarar. Resultan la dotación más numerosa por estos lugares—. Sus siluetas corpulentas y gruesas, de andares pesados, sus armaduras llenas de pelo y metal les hacían inconfundibles.

—No, no, no. No me refiero a ellos —repliqué—. Sino a
esas
figuras. Las que labran en los campos. Parecen... hombres—. Humanos hubiese sido la expresión correcta. Junto al perímetro de la villa había suelo fértil para el laboreo. En ellas podía divisarse sin error figuras que trabajaban en ellas sin descanso. Figuras que difícilmente hubieran podido ser confundidas con las siluetas corvas y rudas de los orcos. Forja quedó un instante en silencio, incómoda, como guardando una respuesta que no quisiera dar.

Mi pregunta atrajo a otros curiosos, entre ellos Alann. Éste observó la escena por encima de mi hombro mientras su brazo rodeaba mi espalda en un apretón.

—Créeme, amigo —escuché su voz sobre mi cabeza—. No son humanos.

Pasamos la mayor parte del día preparando el asalto. El lugar en el que aquella madrugada desmontamos no resultó casual como en un principio imaginé. El saliente propiciaba un parapeto natural, una trinchera de piedra en un inmejorable punto alto, ideal para la observación. Además, se habían construido artificialmente algunos añadidos más para cubrir ciertas deficiencias que la naturaleza no había previsto. Se había, asimismo, excavado en la roca una oculta cámara y se apilaba en ella cierta cantidad de provisiones duraderas, munición para los arcos y algunas armas para poder ser reemplazadas en caso de imprevistos de última hora. Existía más de una de estas trincheras repartidas por ambas caras del desfiladero y se habían allanado algunos senderos para hacer más fácil y fluida la comunicación entre ellas. Nosotros nos encontrábamos en la de mayor altura, habitualmente utilizada como punto de observación. Así pasamos la mayoría del día poniendo a punto las armas, repasando el plan de asalto y observando los movimientos enemigos en el pueblo.

El día avanzó lento y caluroso. Al fin llegó la noche de nuevo. Cenamos ligero y nos repartimos las guardias. No sé si por suerte o por deferencia de mis compañeros mi turno sería el primero, algo que agradecí a la suerte o a quien interviniese para que así sucediera. Sin posibilidad de encender un fuego, tan cerca del enemigo y agotado por el extraño día, mi guardia concluyó entre vaivenes de cabeza y frotamiento de ojos.

Había hogueras en Plasa, y de cuando en cuando, lograba ver las figuras porcinas de los orcos entre las proyectadas sombras que emitían. Sin embargo, lo que sin duda clamaba mi curiosidad llegando incluso a inquietarme era saber que las extrañas figuras que descubrí en la mañana continuaban entre las parcelas de tierra, también durante la noche. Me sobrecogía pensar quién podía trabajar de sol a sol de aquella inagotable manera, sin pausa, sin descanso, sin demora; como si fuesen esclavos. La guardia concluyó. La noche pasó lenta y armoniosa. Aún se encontraban allí aquellas delgadas y leales figuras, al pie de la tierra cuando los soles volvieron a brillar en el cielo.

El venidero día trajo entre otras cosas una momentánea despedida. El amplio grupo se dividió en varias formaciones con objeto de cubrir la mayoría de las trincheras y posiciones. Se preparaban ya para lo que debería ser una inminente emboscada. Así sólo Alann y Akkôlom aguardaron conmigo sobre nuestro avanzado puesto. El resto marchó para repartirse en el resto de los lugares ocultos en las rocas. Mi misión sería avisar desde mi privilegiado punto de vista si algo extraño ocurría una vez comenzado el asalto. Conmigo se encontraría Alann, en calidad de tutor y responsable de mi seguridad. Akkôlom nos acompañaría hasta que las carretas de suministros partieran de Plasa. Entonces acudiría a algún punto en primera línea de disparo.

Pero ninguna carreta partió de la aldea en los siguientes tres días. Sin embargo, mis incansables campesinos continuaban con su interminable trabajo sin demora o pausa. Esto acrecentaba mi curiosidad hasta el punto de invertir mucho más tiempo en observar su mecánica labor que en mis tareas como vigía.

Justo cuando nuestra larga espera comenzaba a resultar insoportable, el primero de los envíos de suministros partió de la escondida aldea. Aquello nos devolvió unas energías perdidas durante el largo periodo inactivo, pero acaso aquella carreta no se incluía dentro de nuestros objetivos. Supe que jamás se atacaba el primer envío. Aquél resultaba idóneo para observar la organización, el número de los soldados y la ruta seguida. En definitiva un inmejorable referente para el posterior asalto. Tampoco se debía esperar al último puesto que jamás podías asegurar cuál de ellos sería y se corría el riesgo de quedar sin presa por aguardar demasiado. De este modo, fijamos el objetivo en el segundo de los cargamentos, que probablemente partiera al siguiente día. Comprobamos con suerte que el número de su escolta no resultaba siquiera amenazador para casi nuestra docena de arcos, así que un tanto de la tensión acumulada se liberó entonces. Sólo restaba aguardar por fin a que partiera el segundo de los convoys en las próximas horas.

Pero eso no ocurrió...

Contra todo pronóstico nada cruzó los límites de la aldea en las sucesivas horas ni al siguiente día, ni en la noche en la que ese día expiró. Sólo una cosa ocurrió que convirtiese aquel espacio muerto de tiempo en algo digno de mención. Aquellos extraños agricultores, esas incansables figuras que trabajaban sin tregua se retiraron. Lo hicieron de pronto y a la vez, como si obedecieran las órdenes de algún pensamiento colectivo. Se perdieron entre las construcciones de la villa. Los campos quedaron desiertos, mudos y aquellas misteriosas figuras no volvieron a aparecer...

Siendo tres, las guardias se prolongaban mucho más. Esta vez la suerte no estuvo tanto conmigo y aquella noche yo completaba la última de ellas. Millares de pensamientos se habían colado en mi cabeza en esos momentos de extraña lucidez en las que los sueños y la realidad se mezclan de manera prodigiosa. Es en esos instantes en los que la cabeza y el sueño batallan por ganar un puesto en la conciencia, cuando la puerta que separa un mundo del otro se entreabre y deja pasar a algunos de sus fantasmas y brumas.

Me hallaba perdido en esas divagaciones cuando algo en el exterior capturó mi atención. ¡Las figuras! ¡Los campesinos! Regresaban. Como si fuesen un grupo de hormigas que abandonan su agujero, algunas decenas de ellos se encaminaban sin orden pero con marcada precisión de nuevo hacia los terrenos de cultivo. Observé su caminar de autómatas, su rígida compostura y su férrea disciplina ante el trabajo. Como si estuviesen programados para ello, sin detenerse o conversar, sin casi dirigirse una mirada cada uno se dispuso en su lugar y comenzaron su incesante labor.

—Tengo que verles —me dije. Algo dentro de mí, mucho más poderoso si cabe que la curiosidad me impulsaba a mirarles más de cerca. Aquello me aterraba de la misma manera que me llamaba y atraía sobremanera —Tengo que verles —me repetía con la intención de convencerme.

Eran humanos, no podían ser otra cosa. Pero decían que los humanos habían sido exterminados, que apenas se sospechaba hubiese algunas decenas dispersas y escondidas como lo hacían aquellos que se ocultaban del exterior en el legendario bosque tumba de los elfos. —He de verles. Tengo que hacerlo—. Pero poner en peligro la misión, decepcionar a aquellos que confiaban en mí por un mero capricho pesaba mucho en mis espaldas. Les miré mientras dormían, temiendo que abriesen los ojos y cualquier intento de evasión se esfumase. De hecho, por un instante deseé que lo hicieran y así poder disponer de una excusa para no cometer una tontería, pero ninguno de los dos abrió sus ojos. Yelm rozaba con su cresta las frentes del Belgarar y yo me prometía a mí mismo que estaría de vuelta antes de que el gigantesco orbe acabase de surgir.

Mientras descendía por la agreste y serpenteante ladera el corazón golpeaba en mi pecho con una furia desatada. A cada una de mis zancadas se aceleraba un tanto más, ya fuese por la excitación de saberme cerca de mi peligroso objetivo o por el temor que supone desobedecer una orden y recibir la merecida reprimenda. Llegué abajo donde una arboleda salvaba el valle entre lomas antes de llegar a los campos de cultivo y a las inmediaciones de la aldea. Nada más alcanzar ese punto me detuve a recuperar el aliento. Había sido un descenso apresurado, mucho más de lo que fui consciente. Desde allí, las formas y siluetas de la aldea no sólo se divisaban mucho más cercanas, sino que cambiaba la perspectiva, puesto ya no gozaba de la ventajosa altura. Comenzaba a ser consciente de mi delicada situación, pero no podía volverme tan cerca de mi meta. Acariciando la empuñadura de mi acero corto en un vago intento de emular a aquél elfo que era mezcla de enanos, emprendí de nuevo el avance, ahora entre los árboles.

Alann abrió los ojos despacio descubriendo el avanzado amanecer. Incorporándose, divisó a lo lejos cómo el orbe amarillento de Yelm ya sobrepasaba en medio cuerpo las altas cimas tras cuyas espaldas surgía. Respiró hondo tratando de despabilar su cuerpo lo más rápidamente posible y pronto cayó en la cuenta de no haberme visto. No le dio demasiada importancia. Sí lo hizo más tarde cuando al incorporarse y preparar sus arreos siguió sin tener noticias mías. Salió al exterior, al borde del saliente y comprobó que no estaba allí. Tampoco en los alrededores cercanos, ni sobre o bajo la cornisa.

—¡¡Akkôlom, Akkôlom!! ¡Tenemos un problema!

—¿Qué ocurre? ¿Dónde está el joven Jyaëromm? —Exclamaba el viejo elfo momentos después de levantarse y encontrarse solo.

—¡Jyaër es el problema! No sé dónde está. Ha desaparecido —Akkôlom barbotó algo en algún dialecto elfo que el joven Alann desconocía y se asomó al borde apresuradamente. Desde su avanzado puesto dispuso su único pero aguzado ojo en busca de algún indicio que pudiera delatarme. Mientras Alann continuaba hablando...

—Eso no es todo, Akkôlom. El cargamento parece a punto de partir. He visto movimiento en los límites del pueblo.

El elfo se apremió en comprobarlo. No había duda, todo apuntaba a que aquellas palabras resultaban más que probables. Una carreta esperaba custodiada a las afueras de la villa aguardando una partida inmediata. El rostro de Akkôlom demostró su disgusto pero tampoco en esta ocasión perdió los nervios.

—Alann, ¡¡baja, aprisa!! Informa a Forja de lo sucedido y dile que olvide mi cobertura. Voy a buscarle. Que continúen con el plan trazado y vuelvan al bosque con los suministros. Yo estaré de vuelta en cuanto atrape al pequeño fugitivo.

Sin decir nada más Alann se volvió y emprendió una veloz marcha desfiladero abajo. Akkôlom por el contrario se mantuvo firme y quieto y con gran aplomo continuó sondeando la distancia en busca de la más leve de las señales.

—¡¡Ahí está!!

Me detuve exhausto sobre un tronco de árbol al borde mismo de la arboleda.

Había mucho más trayecto del que había calculado a golpe de vista, pero al fin, aunque con demora, llegaba al límite. Más allá, los árboles se dispersaban hasta desaparecer para dejar paso a los campos y al emplazamiento de la aldea, aunque el bosque continuaba anillándola más allá del terreno desbrozado. A pesar de eso, el objeto de mi interés aún se encontraba a cierta distancia y no entraba dentro de mis planes corretear por ahí sin la protección de los árboles. Al tiempo de recobrar el aliento repasé mis opciones. Una fugaz mirada al cielo pronto me advirtió que resultaría imposible cumplir la palabra antes dada, así que apartando los pensamientos de un negro futuro, planeé qué paso dar a continuación. El bosquecillo continuaba a mi izquierda ascendiendo sobre una pequeña loma cuyo borde quedaba justo sobre los campos labrados y aquellos misteriosos personajes, así que me dispuse a alcanzar aquella posición.

También invertí más tiempo que el proyectado en salvar aquel desnivel pero al fin logré situarme a tan sólo unos metros de ellos. Echado en tierra, me dispuse a espiarles en silencio. No podía ver sus rostros pues mi ángulo de visión, en la altura, sólo me permitía contemplarlos desde arriba. No había duda respecto a un asunto, no necesitaba ver sus rostros para saber que realmente se trataba de humanos.

Tenían los cuerpos delgados y se movían como si no existiera el mundo a su alrededor. Tenían una dedicación absoluta al trabajo. Un trabajo que realizaban con movimientos lentos y continuos como si siguiesen algún tipo de patrón. El más próximo a mí apenas si distaba unos cuatro o cinco pasos después de salvar la pendiente que nos separaba en altura. El resto, aunque cercanos, todavía se hallaban demasiado lejos como para que pudiera apreciarlos con detalle.

Quedé congelado observando a tan extraños personajes. Mi nerviosismo crecía por momentos y no sólo empezaba a sentirme inseguro en aquel lugar, sino que presagiaba encontrarme en un grave peligro. Mis ojos, casi sin control se dirigían de aquí para allá buscando quizá alguna huella de peligro pero se encontraban tan alterados que lo único que conseguía era confundirme aún más.

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