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Authors: Ignacio Aldecoa

Tags: #Clásico, Drama

El fulgor y la sangre (2 page)

BOOK: El fulgor y la sangre
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El segundo plano de la ficción, el tiempo evocado, se descompone en cinco historias, las de las cinco mujeres que habitan la casa-cuartel y son cinco historias que intercalan en las horas del tiempo vivido del mediodía al crepúsculo y esto permite al narrador evocar las biografías de las cincos mujeres, que son las protagonistas de lo evocado. En el paso de la narración del tiempo vivido al evocado no se da ningún tipo de cambio de perspectiva narrativa, es el mismo narrador en tercera persona, situado fuera del relato (heterodiégetico). Se trata, pues, de un narrador objetivo de la novela moderna, que renuncia a la omnisciencia narrativa, que no sabe más que los personajes.

Las analepsis permiten introducir, en las horas de espera monótona del cuartel, la vida de las cinco mujeres, de sus familiares y de los guardias. Los relatos evocados empiezan en la infancia de las mujeres y el narrador da noticia de tres hitos importantes de la España reciente: la proclamación de la Segunda República en 1931; la revolución de octubre de 1934 y la guerra civil de 1936.

El narrador observa el mundo a través de sus ojos —y con la memoria— de sus personajes, de esta forma nos ofrece la vivencia que de esos hitos históricos ha tenido cada uno de los personajes y su pervivencia en la memoria y en el destino posterior de los mismos.

Conocemos la historia de todos los habitantes del cuartel a través de las cinco analepsis, pero falta la «pre-historia» del cabo Francisco Santos, el único soltero de los guardias del cuartel; por tanto la vida del cabo tendrá que contárnosla él mismo. Así pues, en el último capítulo, «Crepúsculo», el cabo Santos cuenta a su pareja, el número Guillermo Arenas, la historia de su infancia cuartelera, de su vocación de músico militar truncada por la guerra civil. Pero en el tiempo vivido del último capítulo el cabo Francisco Santos está muerto y no es verosímil que los muertos cuenten historias. Aldecoa recurre a una anacronía de segundo grado: desde el tiempo vivido, al crepúsculo cuando la comitiva fúnebre penetra en el cuartel, retrotrae la ficción a la mañana de ese mismo día, cuando las dos parejas (Baldomero y Cecilio), Francisco Santos y Guillermo descienden del cuartel para la feria y el cabo Francisco Santos distrae la monotonía de la marcha con el recuerdo de la adolescencia. Sería, pues, un relato dentro del relato.

El ritmo narrativo es uno de los recursos que Ignacio Aldecoa utiliza para reflejar la monotonía y la lentitud de la espera. El ritmo del tiempo vivido es lento, mientras que el del tiempo evocado es mucho más rápido, pues es el relato por lo menos de unos 20 años, desde la infancia de las mujeres hasta sus bodas. El relato del tiempo vivido es continuamente suspendido por el relato evocado y así prolonga su duración y hace que el tiempo vivido tenga un ritmo todavía más lento.

El espacio

La acción de la novela se desarrolla en un pueblo de Castilla, dentro del perímetro de un castillo convertido en casa-cuartel de la Guardia Civil, situado en lo alto de una loma y cerca del pueblo. Tan sólo el asesinato se produce en la feria del pueblo vecino.

Luego a través de las evocaciones de los personajes, sobre todo de las cinco mujeres y el cabo, se nos presentan otros espacios tanto rurales como urbanos. Cabría destacar entre ellos a Madrid. Esos dos espacios nombrados tienen un valor simbólico importante para la novela. El castillo simboliza la monotonía, la soledad, el cumplimiento del deber y la falta de futuro. Madrid, en cambio, simboliza la salida, el espacio soñado y deseado, la libertad para los personajes y el futuro para sus hijos.

Además el castillo-cuartel (las murallas) comprendería el espacio de toda España y simbolizaría la situación político-social de los años 50 y extendiendo más el diámetro de la circunferencia simbolizaría la existencia humana (el «ser para la muerte») de las corrientes existencialistas de la época.

Personajes

En
El fulgor y la sangre
el protagonista es colectivo y lo forma el grupo de habitantes de la casa-cuartel con un pasado similar, con sus diferencias, un presente común y un previsible destino análogo. Los leitmotives son la soledad, la monotonía, la desesperanza, el hastío y la necesidad del traslado.

Pero, a pesar de ello, tenemos personajes principales en lo individual, que son las cinco mujeres, después los 6 guardias civiles y con mucha menos importancia los niños.

Los personajes secundarios del tiempo vivido serían el cura, el alcalde y el cartero.

Los personajes del tiempo evocado constituyen una prolongación de las mujeres en su entorno familiar durante su infancia o adolescencia; entre ellos tendríamos a Juan Martín, padre de Felisa, el hermano mayor de Felisa y Paulino.

Las mujeres: Felisa es la mujer de Ruipérez, trabajadora desde muy joven. A Sonsoles le gustaba mucho hablar con Felisa. Tiene bondad, egoísmo y religiosidad. María es la más culta e inteligente, maestra de profesión, que no ejerce por los sucesivos traslados de su marido. Está frustrada en su maternidad. Carmen, histérica y agresiva con hábitos arrabaleros. Ernesta es la más joven de todas, infantil y con falta de personalidad.

Los hombres están menos caracterizados. A Regino Ruipérez, porque no le gusta que le llamen por el nombre, le gusta la caza y a Baldomero la pesca. El cabo Santos suele ser inflexible con la ordenanza y todos aparecen encadenados al deber. Todos tienen estas cualidades: honestidad, gravedad y una formación patriótica y militar acorde con los tiempos.

En cuanto a los niños, ninguno destaca por una personalidad definida. Son inocentes, ingenuos y se entregan a los juegos y a las travesuras, aún siendo hijos de guardias, ajenos a las preocupaciones de los mayores.

Por último el personaje de los gitanos es marginal. Se les presenta como hábiles y astutos en la trata de ganado, además de pendencieros e impulsivos en sus reacciones.

Estos personajes son perdedores materiales y morales, todavía en la postguerra, perteneciendo al bando vencedor y representándolo desde puestos de autoridad. Pero ¿qué ganaron estos vencedores? ¿Son vencedores o vencidos?

Una constante marca la vida de estos personajes: la necesidad del traslado, salir del castillo, buscar otra realidad, aunque pueda ser parecida, sobre todo pensando en el futuro de los hijos y Madrid está en el deseo de todos.

Significación

Jesús Mª Lasagabaster, en
La novela de Ignacio Aldecoa: De la mimesis al símbolo
. SGEL. Madrid, 1978, propone tres niveles de significación en
El fulgor y la sangre
:

1. El nivel tópico-anecdótico en el que
El fulgor y la sangre
 es una novela sobre la Guardia Civil.

2. El nivel socio-histórico que haría referencia a la historia contemporánea de la España inmóvil.

3. El nivel filosófico-existencial, en el que el espacio-tiempo de la vida en el castillo casa-cuartel se convierte en metáfora universal de la existencia humana.

En cuanto al primer nivel la intención de Aldecoa no es representar el tópico de la guardia civil y el gitano, sino destruirlo, dándole sentido. En efecto en este nivel tenemos el tiempo real de la anécdota que son la nueve horas que van del mediodía al crepúsculo, de un día del mes de julio de 1952. Sobre ese tiempo vivido se asienta el primer estrato semántico de la novela: la monotonía alienante de la vida en un aislado cuartel de la Guardia Civil en un pueblo de Castilla. Esta monotonía se ve alterada por la muerte de un guardia por un gitano, cuando hacía el servicio en la feria de un pueblo cercano. La noticia, que se comunica por teléfono, va sacudiendo a la gente del cuartel, primero a los dos guardias y luego a las cinco mujeres.

A la hora del crepúsculo el guardia Ruipérez, desde el puesto de guardia, descubre que en las angarillas, dos campesinos sostienen el cadáver del guardia. En este nivel tópico-anecdótico el novelista se ha fijado en la vida diaria del cuartel, en el traslado como única salida para el porvenir de los hijos, los riesgos del oficio y la conciencia del deber; y todos estos elementos contribuyen a hacer verosímil la historia que se cuenta. Según esto
El fulgor y la sangre
 puede ser considerada como una novela sobre la Guardia Civil.

Pero hay otro sentido más importante, que se produce a medida que avanza la escritura del texto novelesco. Así tendríamos el nivel socio-histórico y mediante las cinco historias de las mujeres, la vida del cuartel se inserta en un devenir histórico. Aldecoa sitúa —como se ha dicho— la acción de la novela en el presente histórico, en la tarde del 22 de julio de 1952 y por medio de las «pre-historias» de los personajes da perspectiva y significación histórica a lo ocurrido ese día en el cuartel.

Todos los habitantes adultos del cuartel han sufrido la guerra, algunos, incluso, han sido combatientes (Pedro, Cecilio, Ruipérez) y de la dureza de la guerra este colectivo humano ha coincidido en la vida dura del cuartel y en este sentido podemos decir que el cuartel es la imagen literaria del resultado histórico de la guerra civil. Es como si las murallas del castillo en ruinas, donde está ubicado el cuartel se ensancharan hasta abarcar toda la extensión de España y los habitantes del castillo son la generación que en la España de 1952, en plena autarquía, desea y sueña una salida hacia la libertad.

Probablemente Aldecoa ha plasmado en la ficción novelesca sus propias frustraciones y su amargura de intelectual, nacido en 1925 y condenado a vivir dentro de las murallas de ese castillo simbólico.

El castillo (casa-cuartel) del
El fulgor y la sangre
, monotonía y angustia para las mujeres, presente sin futuro para sus hijos, vendría a ser una interpretación metafórica de la España de los primeros 50, vista con los ojos de Aldecoa, intelectual y escritor para quien el oficio de escribir se identificaba con el tener una actitud ante el mundo («Ser escritor es, antes que nada, una actitud en el mundo». Luis Sastre. Entrevista a Ignacio Aldecoa, en
Destino
, dic. 1955).

En este espacio-vida,el cuartel funciona a nivel claramente connotativo, los personajes pierden su individualidad, se socializan y pasan a significar una situación colectiva. Pasan a ser la pobre gente de España, marcada por la guerra, y condenada a vivir, entre la frustración y la espera, el hastío material y espiritual, limitado a los lados por las murallas y por arriba por inmenso cielo azul.

Y por último el nivel filosófico-existencial: La casa-cuartel como metáfora de la existencia. Así el espacio del castillo, con sus connotaciones de encierro, de aislamiento, soledad y angustia se convierte en espacio-límite, donde el hombre es enfrentado a su propia condición humana. Sobre ese espacio desolado del castillo sobrevuela la realidad de la muerte, unificando los diferentes tiempos de la historia; el presente sacudido por la noticia del asesinato del cabo y convertido en angustiosa espera, hasta conocer la identidad del guardia muerto; el pasado, cuya evocación de la guerra, que mata vidas o trunca proyectos de vidas, y el futuro, donde la muerte se identifica con el traslado (llega la noticia del traslado del cabo Francisco Santos), y como dice Carmen: «Parece que se han dicho: ésos se tienen que quedar aquí hasta que se mueran».

El fulgor y la sangre
, novela social, existencial y neorrealista, se encuadra dentro del realismo simbólico en el que los espacios, las historias y los personajes no se definen por lo que son, sino por lo que significan, así el castillo actúa como metáfora de la España de los años cincuenta y de la condición humana en general

La novela fue muy bien acogida por la crítica más responsable (Alborg, J.L.,1962, Nora, 1973, Soberano, 1975, Lasagabaster, 1978, Sanz Villanueva, 1980, Esteban Soler, 2004) y desde su publicación en diciembre de 1954 ha sido reeditada por la editorial Planeta en múltiples ocasiones; también ha sido publicada por el Círculo de Lectores, 1969 y por Espasa-Calpe, 1996 y 2004.

Anastasio Serrano (2009)

Mediodía

D
E VEZ EN CUANDO
arrastraba el pie por la pista de las hormigas y producía el desastre. Luego, aburridamente, contemplaba la triste y perfecta organización de los insectos hasta que la normalidad y la urgencia en la normalidad volvían. Su mirada, arrastrándose por la tierra, le descubría pequeñas cosas para las que iba creando imágenes que las aislaban, las circuían y les daban nuevos valores que impedían su olvido momentáneo. Las hormigas, o los ancianos, o las carretillas temblantes, ajustando su caminar a un ritmo de golpecitos. La hierba aplastada, o la madeja de lana usada y rizada, recuperada de una prenda, descoloridas ambas como una madrugada de estación de ferrocarril. La avispilla en el arco de la rama de un matojo, a cinco pasos de él, que en el transparente mediodía de julio era como un pez o tenía movimientos de pez, escalonados, fugitivos, inseguros.

De vez en cuando escupía. El escupitajo en el polvo acusaba un movimiento de oruga. El pie del hombre nada perdonaba: extendía aquella breve humedad, ensombrecía la tierra, amenazaba el cardo pequeño de inútiles defensas. El pie recuperaba su posición de ordenanza. Entonces el hombre levantaba la vista y miraba el campo con los ojos entornados, acostumbrados al cansado oteo de la guardia. La bandada de grajos, negros y tormentosos, si levantaba el vuelo era como un velocísimo tic de un párpado de alcohólico. La lejanía era impenetrable y vacía como una carta para alguien que no supiera leer. Bajaba la vista luego hasta sus botas, que le dolorían los pies hinchados y sudados. Instintivamente apretaba con fuerza el fusil y discurría sobre sus manos grandes y morenas, marcadas de una raya de sangre seca en un arañazo producido por un espino. Sabía que donde comenzaba la guerrera comenzaba la blancura de su cuerpo, embutido en el uniforme. Una blancura, por contraste, repugnante, blanda, que cuando se tendía desnudo junto a su mujer le avergonzaba. Pensó que no tenía tiempo para ser del todo blanco o estar del todo moreno. Pensó que le hubiera gustado estar siempre vagando por el campo en mangas de camisa y que le gustaría, si no, vivir en la ciudad.

La guardia transcurría como siempre, y como siempre rellenaba aquel ocio vigilante de imaginaciones. Imaginaba la suerte de una herencia, la de un negocio, la de una colocación cómoda. Hacía proyectos, mientras su sombra se achicaba y el sol buscaba la verticalidad con su cuerpo. Apretó más el fusil, casi fue una crispación, hasta que sintió la piel, entre el dedo pulgar y el índice de su mano derecha, caliente, y la vio enrojecida, y emblanquecida en los poros. Se ajustó las cartucheras y buscó la protección inservible del muro. Ya una gota de sudor había humedecido y domado el mechón de pelo que le asomaba bajo el tricornio.

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