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Authors: Greg Egan

El Instante Aleph (5 page)

BOOK: El Instante Aleph
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Aquella teoría tenía mucho sentido y Summers no aportó ninguna prueba. Me puso en contacto de mala gana con una fuente de la industria que supuestamente estaba implicada en un trabajo de traducción de genes para un cliente distinto, pero la fuente lo negó todo. Cuando la presioné, Summers se volvió evasiva. O en realidad no tenía nada, o había llegado a un acuerdo con otro periodista y mantenía alejada a la competencia. Era decepcionante, pero al final no disponía de tiempo ni de recursos para continuar con la historia por mi cuenta. Si en verdad había una conspiración de separatistas genéticos, tendría que conformarme con leer la exclusiva en el
Washington Post
como cualquier otro.

Terminé con una mezcla de comentarios de otros especialistas: bioéticos, genetistas y sociólogos, casi todos minimizaban la importancia del asunto. «El señor Landers tiene derecho a vivir su vida y a criar a sus hijos como mejor le parezca. No perseguimos a los Amish por su endogamia, sus extrañas ideas acerca de la tecnología y su deseo de independencia. ¿Por qué perseguirlo a él prácticamente por los mismos delitos?»

El montaje definitivo duraba dieciocho minutos. En la versión que se emitiría sólo entraban doce. Corté sin contemplaciones, resumiendo y simplificando, procurando hacer un buen trabajo, pero sin preocuparme demasiado por la pérdida de detalles. Casi todas las emisiones en tiempo real de SeeNet servían únicamente para captar la publicidad y conseguir reseñas en los medios de comunicación más conservadores.
ADN basura
estaba programado para un miércoles a las once de la noche; la inmensa mayoría de la audiencia se conectaría a la versión completa interactiva cuando le viniera bien. Además de tener la trama principal un poco más larga, la interactiva se aderezaría con enlaces opcionales a otras fuentes: todos los artículos de publicaciones técnicas que había consultado en mi investigación (y todos los que se citaban a su vez); otras noticias sobre Landers (y sobre la teoría de la conspiración de Jane Summers); las leyes pertinentes estadounidenses e internacionales; e incluso enlaces al cenagal de jurisprudencia potencialmente relevante.

La noche del quinto día de montaje dentro del plazo previsto —un buen motivo para una pequeña celebración— até todos los cabos sueltos y revisé el segmento por última vez. Intenté olvidarme de todos los recuerdos del rodaje y de todas mis ideas preconcebidas para observar la historia como un espectador de SeeNet que no hubiera visto nada sobre el tema con anterioridad, excepto unos cuantos anuncios engañosos del documental.

Me sorprendió la simpatía que inspiraba Landers. Creía que había sido más duro con él, que por lo menos le había dado la oportunidad de condenarse con el concienzudo relato de sus ambiciones surrealistas. Sin embargo, parecía más jovial que lunático; daba la impresión de que bromeaba con el público. ¿Alimentarse de neumáticos? ¿Chutarse VIH? Lo contemplaba asombrado. No podía distinguir si realmente había un ligero trasfondo de ironía deliberada en su actitud, un indicio de autodesprecio que de algún modo se me había escapado hasta entonces, o quizá sólo era que todo el asunto imposibilitaba que un espectador cuerdo interpretara sus palabras de otra manera.

¿Y si Summers tenía razón? ¿Y si Landers era un señuelo, una distracción, un payaso consumado? ¿Y si en realidad varios miles de las personas más ricas del planeta tenían intención de conseguir para sí y su descendencia un aislamiento genético perfecto, una inmunidad absoluta contra todos los virus?

¿Importaba? Los ricos siempre se habían separado de la chusma, de una forma u otra. Los niveles de contaminación seguirían descendiendo, hubiera o no simbiontes de algas que hicieran innecesario el aire puro. Y si alguien más elegía seguir los pasos de Landers, no supondría una gran pérdida para el patrimonio genético de la humanidad.

Sólo quedaba una pequeña pregunta por responder, e intenté no pensar demasiado en ella.

Inmunidad vírica absoluta... ¿contra qué?

4

En Biosistemas Delphic fueron extremadamente generosos. No sólo me concertaron diez veces más entrevistas con sus relaciones públicas de las que podría haber hecho de disponer de tiempo, sino que también me colmaron de ROM repletos de micrográficos seductores y animaciones deslumbrantes. El software de los organigramas del implante Guardián de la Salud se presentaba en forma de fantasías aerografiadas de imposibles máquinas cromadas, cintas transportadoras azabache que llevaban incandescentes pepitas de plata de «datos» de subproceso en subproceso. Esquemas moleculares de proteínas en procesos de interacción envueltos en preciosistas e innecesarios mapas de densidad de electrones, velos de auroras rosa y azules que se fundían y combinaban, transformando el enlace químico más humilde en una fantasía microcósmica. Podría haberlo ambientado con Wagner o Blake y vendérselo a los miembros de Renacimiento Místico, para que se lo pusieran una y otra vez siempre que quisieran quedarse boquiabiertos de numiniosa incomprensión.

Aun así, me abrí paso por ese cenagal y al final mi esfuerzo se vio recompensado. Enterradas entre el tecnoporno y la ciencia psicodélica había unas cuantas tomas que merecía la pena rescatar.

El implante Guardián de la Salud utilizaba el último chip programable que se había probado: una selección de proteínas muy elaboradas enlazadas a silicio, en muchos aspectos como el sintetizador de la farmacia, pero diseñado para contar moléculas en vez de fabricarlas. La generación anterior de chips usaba una multitud de anticuerpos muy específicos, proteínas con forma de Y implantadas en el semiconductor siguiendo un patrón ajedrezado, como campos colindantes de cien cultivos distintos. Cuando una molécula de colesterol, insulina o lo que fuera chocaba por casualidad exactamente con el campo adecuado y se topaba con un anticuerpo combinable, se le unía el tiempo suficiente para que se detectara el minúsculo cambio en la capacidad eléctrica y fuera registrado en un microprocesador. Con el tiempo, este recuento de colisiones casuales daba la cantidad de cada sustancia en sangre.

Los nuevos sensores utilizaban una proteína que se parecía más a una planta atrapamoscas inteligente que a una plantilla de anticuerpos pasiva y con un único objetivo. La «ensayina» en estado receptivo era una molécula alargada con forma de campana, un tubo que se abría hasta formar un embudo ancho. Esta disposición era metaestable; la distribución de la carga en la molécula la hacía extremadamente sensible, como un conjunto de resortes. Cualquier cosa de tamaño suficiente que chocara contra la superficie interna del embudo provocaba instantáneamente una onda de deformación que se tragaba y envolvía en vacío al intruso. Cuando el microprocesador detectaba que se había activado la trampa, podía sondear la molécula cautiva en busca de una forma de la ensayina que se le ajustara aún más. Ya no había más colisiones desperdiciadas, que no combinaban; no más moléculas de insulina que chocaran contra anticuerpos de colesterol sin aportar ninguna información. La ensayina siempre sabía con qué tropezaba.

Era un avance técnico digno de hacer público, de explicarlo, de desmitificarlo. Cualesquiera que fueran las repercusiones sociales del implante Guardián de la Salud, no era posible presentarlas aisladas, separadas de la tecnología que hacía posible el dispositivo, ni al contrario. Cuando las personas dejaban de entender cómo funcionaban en realidad las máquinas que las rodeaban, el mundo que habitaban se disolvía en un paisaje onírico incomprensible. La tecnología avanzaba sin control, sin debate, provocando adoración u odio, dependencia o alienación. Arthur C. Clarke comentó, refiriéndose a un posible encuentro con una civilización alienígena, que una tecnología suficientemente avanzada sería indistinguible de la magia. Pero si un periodista científico tenía una responsabilidad por encima de todas era la de evitar que los humanos aplicaran la ley de Clarke a su propia tecnología.

(Nobles sentimientos... y ahí estaba yo traficando con frankenciencia, porque ése era el nicho que había tenido que cubrir. Acallé mi conciencia, o la atonté durante un rato, con las trilladas ideas sobre caballos de Troya y cambiar el sistema desde dentro.)

Cogí los gráficos de la ensayina en acción de Biosistemas Delphic e hice que la consola les quitara la decoración excesiva para que se pudiera ver con claridad qué sucedía. Descarté los comentarios exagerados y escribí otros. La consola los mandó al perfil de dicción que había elegido para la narración de
ADN basura
, una clonación de muestras de un actor inglés llamado Juliet Stevenson. La pronunciación del inglés estándar, hace tiempo desaparecida, todavía se entendía con facilidad en todo el mundo anglófono, a diferencia de cualquier acento británico contemporáneo. Aunque cualquier espectador que quisiera oír una voz distinta podía cambiarla a su antojo. Yo escuchaba a menudo programas doblados a los acentos de las regiones que me resultaban más difíciles de seguir, como el sudeste de los Estados Unidos, Irlanda del Norte y el este de África Central, con la esperanza de acostumbrar mi oído a ellos.

Hermes
, mi software de comunicaciones, estaba programado para filtrar a casi cualquier persona de la Tierra mientras trabajaba en el montaje. Lydia Higuchi, la productora ejecutiva de SeeNet al cargo del Pacífico Oeste, era una de las raras excepciones. La llamada sonó en mi agenda, pero la desvié a la consola; la pantalla era más grande y clara. La cámara estampó su señal con las palabras AFFINE GRAPHICS EDITOR MODEL 2052-KL y un código de hora. No resultaba muy sutil, ni se pretendía que lo fuera.

—He visto la versión definitiva del material de Landers —dijo Lydia sin rodeos—. Es buena. Pero quiero que hablemos de lo que va después.

—¿El implante Guardián de la Salud? ¿Hay algún problema? —No intenté ocultar mi enfado. Le había enseñado trozos del metraje sin montar, y todas mis notas de posproducción. Si quería que cambiara algo importante, llegaba jodidamente tarde.

—Andrew —dijo riéndose—, para el carro. No hablo de la siguiente historia de
ADN basura
, sino de tu próximo proyecto.

La miré como si me hubiera planteado con indiferencia la posibilidad de un viaje inminente a otro planeta.

—No me hagas esto, Lydia —dije—. Por favor. Sabes que en estos momentos no puedo pensar en ninguna otra cosa de forma racional.

—Supongo que habrás seguido la historia de la nueva enfermedad —dijo después de asentir con comprensión—. Ya no se trata de ruido; se han recibido informes oficiales de Ginebra, Atlanta y Nairobi.

—¿Te refieres al síndrome de ansiedad clínica aguda? —le pregunté con un nudo en el estómago.

—También conocido como Angustia. —Parecía saborear la palabra, como si ya la hubiera incluido en su vocabulario de materias altamente telegénicas. Se me ensombreció el ánimo más aún.

—Mi buscador ha ido recopilándolo todo —dije—, pero no he tenido tiempo de ponerme al día. —«Y francamente, en estos momentos...»

—Se han diagnosticado unos cuatrocientos casos, Andrew. Eso supone un aumento del treinta por ciento en los últimos seis meses.

—¿Cómo pueden diagnosticar algo si no tienen ni idea de lo que es?

—Proceso de eliminación.

—Sí, yo también creo que es una chorrada.

—Seamos serios —dijo, parodiando un breve gesto de sarcasmo—. Se trata de una enfermedad mental completamente nueva. Posiblemente contagiosa. Posiblemente provocada por un agente patógeno que se le ha escapado al Ejército.

—Posiblemente traída por un cometa. Posiblemente un castigo de Dios. Es increíble cuántas posibilidades hay, ¿verdad?

—Sea cual sea la causa —dijo encogiéndose de hombros—, se propaga. Hay casos en todas partes excepto en la Antártida. Es una noticia de primera plana, y más. La junta lo decidió anoche: vamos a dedicar un especial de treinta minutos a la Angustia. Destacados y bombardeo publicitario que culminarán en una emisión mundial sincronizada en horario de máxima audiencia.

«Sincronizada» no significaba lo que debería: en la jerga de la red quería decir en la misma fecha y a la misma hora local para todos los espectadores.

—¿Mundial? Te refieres al mundo anglófono.

—Me refiero al mundo mundial. Estamos culminando los preparativos para la venta a cadenas en otros idiomas.

—Bueno... Pues bien.

—¿Te estás haciendo de rogar, Andrew? —dijo Lydia con una rígida sonrisa de impaciencia—. ¿Tengo que deletreártelo? Queremos que lo hagas tú. Eres nuestro especialista en biotecnología, la elección lógica. Y harás un gran trabajo. Así que...

Me llevé una mano a la frente e intenté averiguar por qué sentía tanta claustrofobia.

—¿Cuánto tiempo tengo para decidirme? —dije.

—Lo emitiremos el veinticuatro de mayo —contestó con una sonrisa aún más amplia, que significaba que estaba sorprendida, molesta o las dos cosas—. Dentro de diez semanas a partir del lunes. Tienes que empezar la preproducción en cuanto termines
ADN basura
. Así que necesitamos tu respuesta cuanto antes.

«Regla número cuatro: Háblalo todo antes con Gina. Aunque no reconozca que se ofende si no lo haces.»

—Mañana por la mañana —dije.

—Está bien —me dijo no muy contenta.

—Si decido que no —me armé de valor—, ¿hay algo más en marcha?

—¿Qué te pasa? —dijo Lydia visiblemente sorprendida—. ¡Emisión mundial en máxima audiencia! Ganarás cinco veces más que con
Escrutinio
.

—Lo sé. Y, créeme, te agradezco la oportunidad. Sólo quería saber si había alguna opción.

—Siempre puedes ir a buscar monedas en la playa con un detector de metales. —Vio la cara que ponía y se ablandó. Levemente—. Hay otro proyecto que va a entrar en preproducción —continuó—. Aunque casi se lo he prometido a Sarah Knight.

—Cuéntame.

—¿Has oído hablar de Violet Mosala?

—Desde luego, es... ¿física? ¿Una física sudafricana?

—Dos de dos, impresionante. Sarah es una gran admiradora suya; me dio la paliza hablando sobre ella durante una hora.

—¿Cuál es el proyecto?

—Un perfil de Mosala, que tiene veintisiete años y ganó el premio Nobel hace dos. Pero eso ya lo sabías, ¿no? Entrevistas, biografía, valoraciones de sus colegas, bla, bla, bla. Su trabajo es puramente teórico, así que no hay mucho que mostrar salvo simulaciones de ordenador, y nos ha ofrecido sus propios gráficos. Pero el núcleo del programa será el congreso del centenario de Einstein.

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