Read El Legado Online

Authors: Katherine Webb

El Legado (53 page)

BOOK: El Legado
7.79Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

La niña se limpió los mocos y sintió cómo le palpitaba la cara donde su madre la había pegado.

—Eres mala. Ninguna madre podría quererte —dijo Caroline; y lo último que vio Meredith antes de que cerrara la puerta fue la expresión anonadada de la señora Priddy.

Durante una semana Meredith estuvo encerrada en su habitación. El personal tenía órdenes de no darle más que agua y pan, pero una vez que Caroline se retiraba, Estelle y la señora Priddy le llevaban galletas, bollos y sándwiches de jamón. Le cepillaban el pelo, le contaban historias divertidas y le ponían crema en el labio hinchado por el bofetón, pero Meredith permaneció callada y retraída, y ellas se miraban con preocupación. «Ninguna madre podría quererte.» Meredith dio vueltas a esa afirmación mucho tiempo, negándose a creerla. Lograría que su madre la quisiera, decidió. Demostraría que no era mala, se esforzaría por ser buena, obediente y decorosa en todo, y se ganaría así su afecto. Y rehuiría a esos niños. Por culpa de ellos su madre no podía quererla. «No son bien recibidos aquí.» Tumbada apáticamente en la cama volvió a inundarle la vieja cólera hacia los Dinsdale, el viejo resentimiento que, como un manto asfixiante, arrojaba una sombra oscura sobre su corazón.

Epílogo

La primavera por fin lleva trazas de ganar. Los narcisos están a estas alturas hundidos en el barro, después de una semana en que el viento y la lluvia han arrancado las delicadas flores de los árboles y dejado que se pudran a un lado de la carretera en montones rosas y marrones. En la tierra de mi escaso césped hay pequeñas grietas, y las crías de las golondrinas se posan a lo largo de la valla, anchas bocas amarillas y plumas ahuecadas. Tendría un gato si no fuera por esas absurdas criaturas que se apiñan como cuentas en una cuerda. Cada día observo sus progresos. El último inquilino aparcaba sus motos y amontonaba los restos de sus trabajos de bricolaje en el césped, por lo que no hay mucho, pero creo que ahora crecerá. Por fin calienta el sol. Me siento fuera, con la cara vuelta hacia él como una margarita, y siento que el verano está cerca.

Fue un alivio que al final alguien tomara por mí todas las decisiones. Que las tomara Dinny. ¿Qué podía decirles a Clifford y a Mary? ¿Que Henry estaba vivo pero con el cerebro dañado, y que aunque lo había visto muchas veces durante las navidades y no se lo había dicho ahora no tenía ni idea de dónde estaba? ¿Y por qué iba a quedarme en la casa ahora que todos se habían ido? Beth, Dinny, Harry. Henry. Pero no me fui muy lejos. Creo que esa decisión ya la había tomado. Estaba descartado volver a Londres; habría sido como dar un paso atrás. Y en el límite de Barrow Storton había una casa en alquiler. No es bonita ni pintoresca, pero no está mal. Una casa pequeña de los años cincuenta, con dos habitaciones abajo y dos arriba, al final de una hilera de casas idénticas. Dos dormitorios, para que Beth y Eddie puedan quedarse a dormir, y una gran vista desde mi habitación que da a la parte delantera. Está en el otro lado del valle con respecto a la mansión. Desde aquí se domina todo el valle con el pueblo al fondo, y a través de árboles lejanos se ve una esquina de la mansión. Pero a medida que crecen las hojas cada vez se ve menos. Luego las colinas se alejan ondulantes, hasta fundirse con el túmulo en el horizonte.

Me da mucha serenidad vivir aquí. Siento que pertenezco a este lugar. No tengo la sensación de que hay alguna otra cosa que debería hacer, conseguir o cambiar; ni siquiera estoy esperando. Pongo especial empeño en no esperar. Doy clases en Devizes, paseo mucho. Voy a casa de George Hathaway para tomar té con galletas. A veces echo de menos a la gente que veía en Londres; no a una persona en particular, sino tener muchas caras alrededor. La ilusión de compañía. Pero aquí tiendo a fijarme más en las caras que veo. Las personas no forman parte de una multitud como allí. He hecho migas con los vecinos, Susan y Paul, y a veces les hago de canguro gratis, porque sus niñas llevan pantalones llenos de parches que les van demasiado cortos y no van a clases de ballet ni de judo ni de equitación. En su patio trasero no hay una cama elástica. La expresión de Susan pasó del recelo a la incrédula alegría cuando me ofrecí. Las niñas son buenas y obedientes, casi siempre. Las llevo a pasear por las colinas y a lo largo del río; hacemos bizcochos de cereales y chocolate caliente mientras Susan y Paul van al pub, al cine, a comprar o a la cama.

Honey sabe que estoy aquí, y Mo también. Volví a visitarlas para ver a Haydee y les di mi dirección, y las dos han venido a verme. Froté la campanilla de plata del mordedor de Flag hasta que la hice brillar y lo dejé en la cuna de Haydee, quien lo cogió con su gruesa mano y se lo metió inmediatamente en la boca. «Era de tu bisabuelo», le susurré. Escribí mi dirección en un papel y le dije a Honey que la guardara por si se la pedía alguien. Me miró con cara seria, casi solemne, luego arqueó una ceja; pero no dijo nada. Ha vuelto al colegio y Mo viene a casa con Haydee en el cochecito. Vienen andando desde West Hatch, porque dice que el aire fresco y el movimiento es lo único que logra hacerla dormir. La reanimo con té en el punto más alejado de su ruta. Camina como un pato y le duele la espalda, y cuando llega a casa suele estar acalorada y se estira la camiseta para separársela de los pechos. Pero quiere a Haydee. Mientras preparo el té, tira de la manta de la niña y no puede dejar de sonreír.

Tengo la foto de Caroline con su bebé en un marco en el alféizar de la ventana. Nunca se la di a mamá. Sigo sintiéndome orgullosa de haber averiguado la identidad del niño, de haber descubierto la causa de la ruptura entre mi familia y la de Dinny. Mamá se quedó asombrada cuando le conté la historia. No puedo demostrarla, pero sé que es verdad. He decidido que prefiero no poder averiguarlo todo, llenar todas las lagunas: por qué Caroline ocultó su matrimonio anterior, por qué escondió a su hijo. Dónde estuvo Flag antes de aparecer en la casa grande para caer poco después en los amorosos brazos de los Dinsdale. Ciertas cosas se han perdido en el pasado, sin duda por eso encierra tanto misterio y nos fascina. En el futuro ya no se perderá tanta información, hay demasiado registrado, anotado, almacenado en la memoria de un ordenador de alguna parte. Hoy día sería fácil no estar fascinado. Cuesta más guardar un secreto; pero es posible. Harry es la prueba viviente de que pueden guardarse. Descubro que no me importan tanto los secretos cuando son míos, cuando no me siento excluida.

La mansión se vendió en una subasta por una cantidad que me produjo una gran ansiedad, pero solo durante media hora, al imaginar adonde podría haber ido y qué podría haber hecho con ese dinero. Clifford acudió a la subasta pero me escondí, en el fondo de la sala de un hotel de Marlborough, mientras las cifras iban y venían, aumentando sin parar. Percibía su angustia solo mirándole la cabeza por detrás, rígida sobre sus hombros agarrotados. Lo sentí por él. Creo que confiaba en que no apareciera nadie, en que no hubiera nadie más interesado en comprarla, para poder adquirirla por el módico precio de una casa apareada en Hertfordshire y decirle a todo el mundo y para siempre que le pertenecía por derecho natural. Pero acudió mucha gente y la compró una promotora. La están convirtiendo en pisos de lujo, como sugirió Maxwell, porque esto se considera hoy día un pueblo dormitorio, y la gente se desplaza diariamente de Pewsey a Londres para trabajar. No puedo imaginar cómo serán por dentro cuando los acaben. ¿Cómo será mi pequeño dormitorio trasero? ¿Una cocina con las encimeras de granito negro? ¿Un cuarto de baño totalmente revestido de azulejos? No me lo imagino, y me siento medio tentada de ir y ver el piso muestra cuando esté listo. Solo medio tentada. No creo que lo haga; no quiero enturbiar mis recuerdos de la casa.

Pienso mucho en Caroline y en Meredith. Pienso en lo que dijo Dinny sobre las personas que odian, las personas que son frías y agresivas, que no son felices. Se comportan así porque son desdichadas. Me cuesta hallar compasión hacia Meredith con los recuerdos que tengo de ella, pero ahora que está muerta, si lo intento, lo consigo. Su vida estuvo llena de decepciones: su único intento de librarse de un hogar sin amor terminó al poco de empezar. Me habría costado aún más hallar compasión hacia Caroline, a la que ni siquiera conocí, teniendo en cuenta que optó por abandonar a un hijo y crió a su hija sin amor. Resultaba fácil llegar a la conclusión de que estaba imposibilitada para amar; que simplemente era incapaz; que era demasiado fría para ser realmente humana; que nació con una tara. Pero encontré la última carta que escribió antes de morir.

Permaneció semanas sin que la descubriera dentro del estuche para la correspondencia, después de que me marchara de la casa. Como nunca la envió, no llegó a arrancarla del bloc. Estuvo allí todo el tiempo, escondida, con la plantilla de rayas todavía debajo. Su caligrafía de patas de araña cruzando la página como si se desenredara. Está fechada en 1983; no especifica el día ni el mes, tal vez no llegaba a más. Tenía más de cien años entonces y estaba cada vez más débil. Sabía que se estaba muriendo; tal vez por eso escribió esta carta; tal vez por eso olvidó por un momento que nunca podría enviarla, que nadie la leería hasta que yo lo hiciera, más de un cuarto de siglo después.

Queridísimo Corin:

Ha pasado tanto tiempo desde que te perdí que no sabría decir cuánto. Soy vieja ahora, lo bastante vieja para desear morirme. Pero desde que nos separamos he estado esperando morir, amor mío. Es extraño, los largos años que he pasado aquí, en Inglaterra, a veces parecen emborronarse. No consigo acordarme de lo que he hecho para llenar tanto tiempo..., no lo recuerdo. En cambio recuerdo cada segundo que pasé contigo, amor mío. Cada precioso segundo que fui tu mujer y que estuvimos juntos. ¿Por qué tuviste que morir? ¿Por qué saliste a caballo ese día? Me lo he preguntado tantas veces. Te veo montado y trato de cambiar el recuerdo. Me convenzo de que salí corriendo detrás de ti y te rogué que no te fueras, que no me dejaras sola. Entonces no te habrías caído del caballo y no habrías muerto, y yo no habría tenido que pasar todos estos largos años oscuros sin ti. A veces estoy tan convencida de que corrí detrás de ti y te detuve, que cuando me doy cuenta de que te has ido me quedo estupefacta. Es muy doloroso, pero lo hago una y otra vez.

Hice algo espantoso, Corin. Algo imperdonable. Huí de ello pero porque no podía repararlo, y me ha perseguido a lo largo de todos estos años. Mi único consuelo ha sido que nunca me he perdonado a mí misma, que seguramente la vida que he llevado ha sido suficiente castigo. Pero no, nunca habrá un castigo lo bastante grande para lo que hice. Rezo para que no te enteres, porque si te enteraras dejarías de quererme y yo no podría soportarlo. Rezo para que no exista Dios, ni cielo ni infierno, para que no puedas bajar la vista hacia la Tierra y ver los delitos que cometí. Y no pueda reunirme de nuevo contigo en el cielo, si es allí donde estás. Porque cuando muera, mi alma se irá al infierno. Pero ¿cómo no ibas a ir tú al cielo, amor mío? Ya eras un ángel entonces en la Tierra. El tiempo que compartí contigo fue el único de toda mi vida que fui feliz, que me alegré de estar viva; desde entonces todo han sido cenizas y polvo. ¿Cuánto llevas enterrado bajo la pradera vacía? Hace siglos que no te veo. El mundo entero podría haber nacido y muerto de nuevo en el larguísimo tiempo que ha pasado desde que nos tocamos por última vez.

Ojalá pudiera verte una vez más antes de morir. Parte de mí cree que habría algo de justicia en ello, que si el mundo fuera un lugar justo, se me permitiría disfrutar un segundo de tu abrazo para compensarme de tu pérdida. No importa lo que hice en la locura de mi dolor, no importa cómo agravé mi error o lo peor que lo volví, que me volví a mí misma, a partir de aquel momento. Me entregaría de buen grado a una eternidad de tormento solo por verte una vez más, pero no puede ser. Moriré y seré olvidada, del mismo modo que tú moriste. Pero yo nunca te olvidaré, Corin. Hiciera lo que hiciese, nunca te he olvidado y siempre te he querido.

CAROLINE

Leí y releí esta carta las semanas que siguieron. Hasta que me la supe de memoria. Me invadieron un pesar y un dolor tan vastos y profundos que podrían nublar un día soleado. Sin embargo, cuando siento que se apodera de mí, cuando siento que estoy demasiado absorta, recuerdo a Beth. Su delito no seguirá persiguiéndola. No lo agravará, ni dejará que el pesar la desgarre eternamente. La cadena se ha roto y yo he contribuido a romperla. Me lo repito y dejo que eso me alegre, me llene de esperanza. Nunca sabré lo que hizo Caroline. Por qué se llevó al bebé y huyó a Inglaterra, por qué lo abandonó después. Pero tras leer muchas veces la carta, me he dado cuenta de que nunca menciona a su hijo. Si era suyo y Corin era el padre, ¿por qué no lo menciona? ¿Por qué no le habla a Corin de su hijo e intenta explicar por qué lo abandonó? Y este abandono parece inexplicable y totalmente increíble, viendo el amor que profesa por el padre del hijo. Me viene a la memoria la joven morena de la fiesta de verano, la chica a la que Caroline llamó Magpie. Tenía el pelo negro como el de Dinny. Nunca lo sabré con seguridad, pero esa omisión en la carta me hace pensar en un delito, y me hace dudar de lo que le dije a Dinny.

Beth vino hace un par de semanas a casa. Creo que le habría gustado que me hubiera instalado en otro pueblo, pero se va acostumbrando a la idea. Ya no rehúye este lugar.

—¿No te importa ver la casa desde aquí? —me preguntó.

Las expresiones vuelan libremente por su cara estos días. Se elevan y se empujan como globos. Lo que antes sujetaba sus facciones ha desaparecido. Puede que me vaya a vivir a otra parte, algún día. No estoy esperando, pero necesito estar donde él pueda encontrarme. Hasta la próxima vez que lo haga. Y tiene motivos para regresar aquí. Le atraen más cosas a este lugar aparte de mí y de mi deseo de verlo. Una madre, una hermana, una sobrina. Creo que si él regresara, Honey me avisaría.

Me llena de felicidad ver que Beth está mejor. La cura no ha sido milagrosa, por supuesto, pero está mejor. Ahora puede repartir la culpa de lo ocurrido entre ella y Dinny; ya no tiene que pensar que ella y solo ella fue la causante del destino de Henry Calcott. La verdad, lo cierto y lo falso, es más difuso ahora. No quitó una vida, solo la transformó. Hay incluso un área poco definida, cierto margen para especular acerca de si el cambio fue para mejor o para peor. No ha habido una cura milagrosa, pero ahora me habla de ello: habla de lo que pasó, y como se ha vuelto y ha mirado atrás, ya no la persigue como antes. Veo la mejora y Eddie también la ve, aunque no me ha preguntado nada. No creo que le importe qué ha cambiado, solo está contento con los resultados.

BOOK: El Legado
7.79Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Hamish Macbeth 12 (1996) - Death of a Macho Man by M.C. Beaton, Prefers to remain anonymous
True Grit by Charles Portis
Walk with Care by Patricia Wentworth
Unbound by Sara Humphreys
Blood Brothers by Richie Tankersley Cusick
Anna and the Vampire Prince by Jeanne C. Stein
Betrayal by Kallio, Michele
Caring For Mary by Nicholas Andrefsky