El maestro de Feng Shui (19 page)

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Authors: Nury Vittachi

BOOK: El maestro de Feng Shui
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—El del lado este —dijo Wong.

—Correcto, C. F.

Sturmer contempló su comida, demasiado inquieto para sentir el menor apetito. Luego miró a los místicos, que parecían muy satisfechos con sus respectivos platos.

—Bien, creo que eso es todo —dijo—. ¿A alguien se le ocurre algo? De lo contrario, me marcho. No tengo tiempo de quedarme a comer. Como he dicho, soy el responsable de arreglar este desastre.

—Es evidente que alguien colocó un cajero falso —dijo Madame Xu—. Imagino que, vestidos con unos sobretodos con el logotipo del World United Bank, instalaron su propio cajero en una esquina. Tendrá que comprobar a esos operarios que aparecen en los vídeos entrando y sacando aparatos. Si usted lo desea, puedo ver esas cintas y tratar de identificar a los malos por medios paranormales.

El banquero frunció el entrecejo y repuso:

—Sí, se nos había ocurrido, quiero decir lo del cajero falso, y ya hemos enviado gente para que localicen a todo el personal técnico que trabajó estas dos últimas semanas. Eso llevará algún tiempo. Un posible error por nuestra parte fue que las dos cámaras de seguridad no abarcan toda la sala. Están enfocadas hacia la puerta de entrada, más que hacia la parte del fondo.

Joyce preguntó:

—¿Por qué no hay cámaras que enfoquen a la gente en el momento de utilizar los cajeros?

—En cierto sentido, las hay. Cada máquina fotografía de cerca a la persona que la utiliza. No se le ocurra hurgarse la nariz mientras saca dinero de un cajero automático, señorita. Bueno, no estoy insinuando que haga tal cosa. Lógicamente, a lo largo de una semana acaba habiendo cientos de fotografías. Tenemos gente investigando eso, pero de momento nadie ha notado nada extraño.

Empezaban a contagiarse todos de su desdicha, y durante un rato sólo hubo silencio (si es que puede usarse este término en medio de un restaurante de Serangoon Road un viernes por la noche). Finalmente, el banquero dijo:

—También nosotros nos preguntamos si alguien habría colocado un cajero falso; pero sería difícil de instalar, y de una gran audacia.

Madame Xu asintió con la cabeza.

—En efecto, sería muy arriesgado. La probabilidad de que los maleantes perdieran su botín y su caro aparato sería muy elevada.

El superintendente pinchó un
pakora
e intervino:

—Además, no les saldría a cuenta procurarse un aparato tan grande para conseguir una suma tan pequeña, ¿no? No sé ustedes, pero yo nunca meto dinero en esos cajeros, sólo los uso para sacar, ¿verdad o no?

—Verdad —dijo Madame Xu—. Yo jamás he ingresado dinero en una de esas máquinas. Sólo lo he sacado, y eso cuando mi pequeña Amy está allí para recordarme el número secreto y decirme qué botones apretar.

El policía se retrepó en su silla, hizo una mueca y se escarbó los dientes antes de hablar de nuevo:

—¿No podría ser que alguien, quizá un banco rival, se hubiera apoderado de un cajero automático y lo hubiera reprogramado no sé cómo, antes de instalarlo en el United World Bank? Haría falta un superexperto en informática, contabilidad y a saber qué más. Debe de haber pocos...

—Exacto —concedió Madame Xu—. Criminales de alta tecnología.

—Bobadas.

Todos volvieron la cabeza. El desdeñoso comentario procedía de Joyce McQuinnie.

—No haría falta ningún experto —dijo—. Cualquier bobo con conocimientos de programación podría hacerlo. Hasta yo misma, y eso que en informática siempre sacaba insuficientes.

—Continúe, por favor —pidió Tan.

—No haría falta material sofisticado, ni nada, sólo un PC rápido —dijo la joven—. Yo creo que el ordenador de mi hermano, un clónico de ciento sesenta y seis megas, podría servir. Sólo hay que programarlo para que te dé una típica pantalla de escritorio con instrucciones sobre cómo meter el dinero por una ranura y anotar la cifra del ingreso. Y hace falta también una impresora, para que al clicar
enter,
la impresora produzca una especie de comprobante del depósito. Y ya está. Pan comido.

—¿La impresora saca pan? —preguntó Wong.

—No, pan no. Un papel.

—Pero ¿no acaba de decir pan comido?

—Me refería a... bueno, vale. Quería decir un papel.

—¿Y los otros detalles? —preguntó Madame Xu—. Ya saben, en los comprobantes también viene la hora y la fecha de la transacción...

—La fecha y la hora se añadirían automáticamente. Muchos ordenadores ya lo hacen cuando imprimes algo. Está tirado.

El banquero asintió con la cabeza.

—La chica tiene razón. Si sólo fuera una pantalla que pregunta cuánto vas a ingresar, en vez de un servicio completo de cajero automático, sería fácil hacer una reproducción idéntica en un ordenador corriente. Cualquier chaval podría hacerlo.

—Vaya, pues muchas gracias, Joyce —dijo el superintendente—. Ha sido de gran ayuda. Ojalá entendiera yo algo de ordenadores. Tengo un sobrino al que se le dan muy bien. Parece que los únicos que entienden de eso son los jóvenes. En fin, de modo que lograr que un ordenador imprima un recibo no es difícil. Y luego ¿qué?

—Pero nadie ha respondido a su pregunta de antes —observó la adivina—. ¿Merecía la pena? ¿La gente ingresa dinero en esas máquinas? Señor Sturmer, usted debe de saber la respuesta.

—Tiene usted toda la razón, señora —dijo el banquero—. La mayoría de la gente utiliza los cajeros automáticos para sacar fondos. El porcentaje de quienes ingresan dinero es bastante bajo, en comparación. Por lo que respecta al vestíbulo que nos ocupa, hay más o menos un setenta por ciento de reintegros y un diez por ciento de depósitos; el veinte por ciento restante son transferencias, balances y otros servicios.

Wong se inclinó sobre la mesa.

—Eso no es problema.

—Hable —dijo Tan.

—¿Quieres atraer dinero a una nueva empresa? No es difícil. La máquina nueva la colocaron en el este. El vestíbulo no está excesivamente lleno de máquinas. Podrían haberla puesto en diversos lugares. La mayoría de la gente habría pasado de largo si estuviera cerca de la entrada, pero la colocaron en el lado este. Los motivos son obvios.

Hizo una pausa. En el silencio que siguió, Madame Xu se lo quedó mirando con la cuchara a medio camino de la boca.

—No para mí —dijo el superintendente.

—Los símbolos del trigrama del este son la floración, el verde de la hierba y el amanecer. Allí es donde se encuentran las fuerzas del nacimiento y el crecimiento: la ubicación perfecta para un nuevo negocio. Quien puso la máquina trucada allí, sabía algo de feng shui. Claro que también pudo ser un golpe de suerte.

Madame Xu no lo veía claro.

—De acuerdo, el lado este del vestíbulo es mejor desde el punto de vista feng shui, pero eso no responde la pregunta: ¿por qué la gente ingresaba allí dinero?

—No lo sé —dijo Wong—. Quizá los que instalaron la máquina pusieron también un rótulo.

—¿Un rótulo?

—Sí, uno que dijera algo como «Ingresos rápidos». ¿Recuerdan que varios clientes aseguran haber puesto su dinero en un cajero de depósitos?

—¡Claro! —exclamó Joyce—. Era cuestión de poner en la máquina un rótulo de «Para servicio instantáneo, ingresar aquí», o algo parecido. Y toda la gente que fuera a depositar pasta en el banco, lo haría en ese cajero. Si no toda, al menos la mayoría.

El superintendente estaba sorprendido.

—Es posible, sí, muy posible. Así que los clientes sacan dinero de los otros cajeros, pero sólo ingresan en el trucado. ¿Usted qué opina, señor Sturmer?

—Podría ser. Supongo que sería una buena manera de maximizar la recogida de ingresos.

Tan extrajo de sus dientes una pizca de cardamomo y dijo:

—Estamos empezando a pensar. Llevemos la hipótesis un poco más allá. Se han disfrazado de técnicos del banco y han colocado este falso cajero, que funciona con batería y sólo acepta depósitos. Tiene un rótulo bien visible: «Cajero para ingresos.» Eso está muy bien, pero ¿cómo lo vacían? ¿Dejan allí toda la semana el dinero fraudulentamente recaudado, sabiendo que al final lo van a descubrir? Muy arriesgado, ¿no creen?

—No sería necesario —dijo Wong—. A una vaca se la ordeña todos los días, ¿o no? Un delincuente (quizá uno diferente cada día) entra como si fuera un cliente normal. Usa el cajero de ingresos, pero lo que hace es sacar todo lo que hay.

Madame Xu discrepó.

—Acaban de decir que la máquina no daba dinero, sólo lo admitía.

Wong miró a Joyce, que había adoptado el papel de experta en tecnología.

—Puesss... sería fácil de arreglar —dijo—. Sí, muy fácil. Quien hubiera programado el ordenador conocería los mandos necesarios para, por ejemplo, hacer salir todo el dinero por una puertecita. Sólo hace falta una tecla rápida.

Otro silencio general.

—Explíquese, por favor —dijo el geomántico.

—Una tecla rápida no es más que una tecla que al apretarla te conmuta de una cosa a otra —dijo la joven—. O sea, la pulsas y te cambia automáticamente del programa básico, que es para anotar la cantidad en números que estás ingresando, a una pantalla que puedes utilizar para, bueno, para sacar toda la pasta.

El superintendente Tan intervino sin dejar de masticar.

—¿Y cómo evitar que otra persona pulse esa tecla rápida?

—Con una contraseña.

Wong, que había anotado las palabras «clicar» y «tecla rápida» para luego desentrañar su significado, dijo:

—Sí, esto parecería perfectamente normal. Un hombre, o mujer, se acerca al cajero. Pulsa botones, teclea una contraseña y saca el dinero. Todo muy normal. Nadie sospecharía nada.

—Supongo que no —dijo el banquero, que había empezado a comer distraídamente y tenía una cucharada de
brinjal
a unos centímetros de su boca—. De todos modos, no veo cómo pudieron hacer todo eso sin que el personal del banco se diera cuenta. Esa hipotética máquina estaba dentro del recinto del banco. Y siempre hay un guardia de seguridad.

—Ya, pero piénselo un poco —intervino Madame Xu—. El guardia sólo vio lo de siempre: clientes utilizando los cajeros, y de vez en cuando unos técnicos del banco, o que parecían serlo, instalando o retirando un cajero. Nada sospechoso, ¿verdad?

—Tal vez tenga razón —admitió el banquero—. Pero sigo pensando que pasar inadvertidos tuvo que ser muy difícil. Verán ustedes, el propio personal del banco manipula los cajeros todos los días para recargarles dinero.

—Una pregunta —dijo Wong—. ¿El personal del banco va todos los días a la misma hora?

—Pues sí, me parece que van cada noche, dos veces el viernes, y por la mañana los fines de semana y el lunes.

—Entonces tengo la respuesta. Por la noche, uno de los delincuentes entra disfrazado de técnico del banco y pone un cartel de «averiado» en el falso cajero. Cualquiera que lo vea pensará que es un técnico que ha ido a arreglar la máquina.

Sturmer dijo:

—Pero cuando lleguen los técnicos de verdad para arreglarla...

—No —dijo Wong—. Nadie avisa a los técnicos. El guardia de seguridad no llamará. No es asunto suyo. Además, todo el mundo creerá que ya han avisado a los técnicos, puesto que hay un cartel de «averiado». Así piensa la gente.

El banquero guardó silencio, asimilando la sugerencia.

—Podría ser —dijo al fin, y continuó pausadamente—: Quizá. Los que cargan los cajeros por la noche supondrían que una máquina averiada no es responsabilidad suya. Y los de mantenimiento, al ver un cajero sólo para ingresos, supondrían que se trata de un nuevo sistema que se está probando. Probablemente no lo comentarían entre ellos. —De repente, se echó hacia atrás y rió—. Vaya, es gracioso. Sí, tiene sentido. Sería imposible en un banco con personas de verdad, pero otra cosa es un sitio que funciona automáticamente las veinticuatro horas del día. Organizas un timo que encaja perfectamente en el sistema pero no afecta al procedimiento normal del banco. Muy astuto.

Tan sonrió.

—Interesante. Gracias, místicos. Buen trabajo. Nos han dado ideas. Ahora viene la parte difícil, que es cosa mía: encontrar los delincuentes. Probablemente, la máquina con todas sus huellas dactilares debe de estar ya muy lejos.

—Nuestra baza son las cintas de vídeo. Habrá fotos de ellos —dijo el neozelandés.

Tan meneó la cabeza.

—Lo malo es que ellos debieron de preverlo, y seguro que iban disfrazados —dijo—. Yo no confiaría demasiado. Va a ser muy difícil encontrarlos.

—Como usted dice —intervino Madame Xu—, ahora es cosa suya encontrar a esos delincuentes. Demasiado peligroso para gente mayor como nosotros, salvo la señorita McQuinnie, claro.

Sturmer se limpió la boca con la servilleta y le dijo a Tan:

—Tengo que volver al banco. Veré si alguna de estas ideas puede ayudar al equipo de investigación.

Wong levantó la vista.

—Espere, por favor. ¿Podemos hablar un momento sobre el contrato de feng shui firmado por la World United Banking Corporation?

—¿No podría ser otro día? —repuso Sturmer, poniéndose en pie—. Les agradezco su ayuda, pero la verdad es que estoy bastante ocupado, como pueden imaginar. Permitan que los invite.

—Será sólo un minuto —insistió el geomántico, y algo en su tono hizo que el banquero se sentara otra vez—. Tengo que decirle algo. Hace dos años C. F. Wong & Associates tenía el contrato para estudios de feng shui de todas las sucursales de su banco. El contrato no fue renovado.

—Yo entonces estaba en la oficina de Sidney. Sólo llevo aquí doce meses. No sé nada sobre este asunto.

—Se lo explicaré. Su banco contrató a otro experto en feng shui. Más barato que nosotros, pero quizá no tan exigente en su trabajo.

Tan le interrumpió:

—Estoy seguro de que el señor Sturmer podrá concertar una entrevista con las personas implicadas, C. F., para ver si pueden ustedes obtener un nuevo contrato, ¿de acuerdo?

Sturmer asintió con la cabeza, levantándose de nuevo.

—Oh, no —dijo el geomántico—. No lo decía porque quiera que nos contraten otra vez. Sólo para darle más información.

—Le escucho —dijo el banquero.

Wong abrió el plano encima de la mesa.

—A veces echo un vistazo a sus sucursales. Las conozco bien de cuando hice mi estudio de feng shui. Necesito ver si el nuevo asesor ha hecho las cosas correctamente. El feng shui es un negocio como otro cualquiera. Tenemos que vigilar a la competencia. Más aún cuando se trata de gente que lo hace más barato. La mayoría de las sucursales están bien. No así en un par de casos. La de Somerset Road está muy mal. Tiene algunos errores que yo podría solucionar. Colocaron unos peces de colores en el lado oeste, lo cual es una locura, pero bueno...

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