Read El maestro de Feng Shui Online
Authors: Nury Vittachi
El geomántico, sumido en el silencio por los humillantes sucesos de la mañana, se tomó su té verde lanzando miradas asesinas a su ayudante. Estaban tomando el desayuno en la galería. Wong estaba demasiado enfadado para hablar, pero se decía para sus adentros que la temporada de la joven en su oficina tocaba a su fin. Llegarían ese día, miércoles, a Singapur, y Joyce sería despedida de C. F. Wong & Associates. Después de eso, probablemente no volvería a verla más.
Joyce estaba hablando por el móvil con una amiga. Mientras la escuchaba, Wong pensó que la única cosa que iba a echar de menos de ella sería su particular empleo de la lengua inglesa. Cuando hablaba con gente de su misma edad y cultura, su lenguaje era completamente distinto del que aparecía en los libros de texto del geomántico, probablemente lo que él necesitaba aprender para escribir libros populares en ese idioma.
Mo baan faat.
De buena se iba a librar. Sería muy feliz si nunca volvía a conocer a una occidental.
Todavía rabioso, la miró tratando de sintonizar con su conversación, a fin de ver hasta qué punto había captado algo de sus giros lingüísticos en las últimas diez semanas.
—Sintetizo. En el local musical The Exploding Blowfish. Música grunge. Grunge pasado por technojungle con un poquito de rap. Bueno, total, estamos en Lippy's, y él: «¿Sí?» Y yo: «Sí.» Y él: «Lárgate de aquí.» Y yo: «Vale, tío.»
No, pensó. Se podían entender palabras sueltas, pero todas juntas formaban un código indescifrable. De todos modos, eran tonterías, seguro.
Bin entró en la habitación y se quedó mirando extasiado a su exótica princesa extranjera. Ella lo saludó con el brazo pero sin considerar que su presencia justificara poner fin a su conversación telefónica. Ya había hecho sus compras.
El geomántico reparó en que el joven tenía una expresión nueva. Ya no era el pretendiente soñador, sino el amante herido pero todavía fiel. Sin duda, la noticia de la supuesta indiscreción del geomántico había llegado a sus oídos. El adolescente tensó los labios al mirar al chino, su malvado usurpador.
—Señorita Joyce, estoy listo para llevarla al templo y después al aeropuerto —dijo Bin, y luego miró desdeñosamente a Wong—. Y a él también.
Porntip llamó entonces al geomántico. Tenía una llamada telefónica.
—Es para usted. Creo que es su jefe.
Wong entró y se puso firme al coger el teléfono. Pero era Winnie Lim, que llamaba desde su oficina en Wai-Wai Mansions.
—¿C. F.? Soy Winnie. Ha llamado el señor Pun. Dice que está muy contento con usted. Su amigo le ha dado un contrato muy importante. Favor con favor se paga. O sea, que todo ha acabado bien.
—No entiendo. Explíquemelo otra vez.
—El señor Pun. Su amigo. El papá de Joyce. Le ha dado un buen contrato. El papá de Joyce le ha dado a Pun un buen contrato. El señor Queeny está muy contento porque usted ayuda a su hija con su proyecto. Y ahora el señor Pun también es muy feliz. Quiere que vaya usted a América.
—¿Qué? ¿Yo a...? ¿Y para qué?
—El señor Pun tiene mucho trabajo para usted en América. Un negocio muy importante con el papá de Joyce.
—No me gusta ir a América.
—Pero si nunca ha estado...
—He visto películas. En América siempre hay coches de policía que explotan. Muy peligroso.
—Es dinero en abundancia. El señor Pun está de muy buen humor. Oiga, llámelo ahora mismo,
okay?
Es un negocio de los buenos, creo.
—¿Cómo de bueno?
—Llámelo usted.
—Cuando vuelva. Esta tarde.
A las 7.40 de la mañana, Joyce estaba sentada en la galería de la casa de Porntip examinando y volviendo a examinar sus compras del día anterior. Había comprado seis compactos y ocho vídeos. Sabía que eran copias pirata, pero las vendían a un precio irresistible. Tranquilizó su conciencia diciéndose a sí misma que los pondría unas cuantas veces, vería cuáles le gustaban más y luego compraría copias legales de los mejores.
Cierta combinación de factores —una ligera brisa, un pájaro cantando a lo lejos, el sonido de una puerta de coche al cerrarse— le hizo alzar los ojos. La vista que se extendía ante ella frente al balcón era muy hermosa: palmeras meciéndose suavemente como si hicieran la ola. El cielo no había perdido su rosado matinal, y había un sinfín de pequeñísimas nubes en lo más alto de la bóveda celeste: un cielo aborregado, habría dicho su madre. Se oía el resuello de un autobús subiendo una cuesta. Ladró un perro, y el viento que arreciaba confirió una curiosa resonancia a su voz. Entonces oyó algo a su espalda.
La criada de Porntip le traía una bebida de un amarillo subido. La mujer, cuya cara parecía derretida por un lado, no hablaba inglés, de modo que Joyce no supo qué le estaba ofreciendo. Dio las gracias con una inclinación de cabeza y se llevó la bebida a los labios. La mujer se quedó a mirar, de modo que Joyce tuvo que tomar un sorbo. Era extrañamente dulce pero a la vez sabroso y denso. Juntó y separó los labios, tratando de identificar los sabores. Había algo de zumo de piña, pensó, y también sal. Mucha sal. Decidió que era repugnante... y luego vació el vasito. Repugnante, sí, pero de un modo bastante agradable. La mujer desapareció casi de inmediato en las sombras, volviendo segundos después para servirle otra vez de una jarra que no parecía muy limpia.
Joyce le dio las gracias con una sonrisa. Miró el líquido dulce-salado y empezó a darse cuenta de lo mucho que había cambiado en estas semanas. Había comido y bebido toda clase de cosas extrañas. Había conocido a mucha gente, a cuál más rara. ¡Y había ayudado a resolver crímenes! Había visto cadáveres. Había estado en Malasia, Hong Kong y Vietnam. Y había descubierto un pasadizo secreto en un monasterio budista.
También había aprendido algo de feng shui. Sabía que un acantilado junto a un lago o el mar en el oeste era una «estrella montaña cayendo en agua». Sabía que un semicírculo de montañas era una ruta envolvente, la guarida de un dragón. Sabía que el Ku Chien era una de las Cuatro Casas del Oeste. Sabía que la parte numérica del feng shui se basaba en las marcas del caparazón de una tortuga, vistas varios miles de años atrás. Sabía que el
chi
tierra daña el
chi
agua, y que entre ambos había que poner
chi
metal. Sabía que tierra-metal-agua era el ciclo de control del Cielo Posterior. Sabía que cada cosa tenía su sitio apropiado. Sabía que era importante disponer correctamente hasta las cosas más nimias, porque sólo así los objetos grandes encontrarían su lugar correcto. Sabía que las cosas tenían efectos invisibles sobre otras cosas. Sabía que la armonía duradera sólo podía fluir a una comunidad cuando todo estaba en su lugar correcto.
Uno de los vídeos se le escapó de la mano, pero no se agachó para cogerlo. Tomó otro sorbito del bebedizo dulce-salado. Todavía era repugnante.
El sol ya estaba alto a eso de las nueve. Wong se encontraba en la oficina de Master Tran. El monje era un hombre viejo pero vivaz. Su cabeza era lisa y lampiña como correspondía a su edad avanzada, pero no la llevaba afeitada como sus colegas de monasterio. Su piel estaba tostada por el sol, y sus manos deformes tenían unos gruesos nudillos parecidos a nueces. Wong le habló de sus modificaciones con el máximo detalle que su tiempo les permitía. El jefe del templo lo escuchó educadamente, mirando de vez en cuando las notas que el geomántico le había entregado. Luego hizo algunas preguntas, que fueron lo bastante inteligentes como para demostrarle a Wong que el hombre se tomaba la cosa en serio.
Finalmente, Master Tran dejó a un lado los papeles y dijo:
—
Merci bien.
Ha hecho un buen trabajo, y le estoy muy agradecido. ¿No puedo convencerlo de que se quede a comer?
—Imposible. Tenemos que tomar un avión. —Wong se miró los pies—. Master Tran, hay otra cosa que quiero decirle. Esta mañana ha habido un pequeño problema.
—Entiendo —dijo el anciano—. Lo han pescado en flagrante.
—No. Yo estaba en mi dormitorio con mi ayudante. Es una mujer.
—A eso me refería.
—Ah. Sí. Déjeme que le explique. Hemos descubierto una ruta de entrada para material de contrabando en el
vihara.
Una especie de abertura en la pared. Un túnel en la techumbre. He marcado la ruta en este mapa. Vea. Usted decidirá qué hacer al respecto. —El geomántico sacó otro diagrama y lo puso sobre la mesa—. Se puede tapar. Así no habrá nadie que entre cosas que no debe. Y por ahí se escapa también la energía. Esa ruta actúa como puerta en el nordeste. No es un buen sitio. El
chi
del nordeste es frío. Energía negativa. Se comporta de manera impredecible.
—Todo es impredecible, C. F. Si algo he aprendido en la vida, es eso.
Wong lo miró a los ojos.
—Debo explicarle lo de anoche. El motivo de que la chica estuviera en mi cuarto. Ella estaba comprobando la ruta. Esta ruta de la que le hablo. No pudo volver atrás. Estaba demasiado oscuro. No le gustan las ratas. Tienen ustedes muchas ratas ahí. No es por otra cosa que ella estaba en mi habitación. Yo dormí en el suelo. Tengo testigos.
—Desde luego que los tiene. No hace falta que me cuente todo esto. En un monasterio los rumores corren mucho más aprisa que entre mujeres en un mercado. Nada de esto importa. —El anciano monje sonrió.
—Pero el túnel secreto... Es un descubrimiento importante, ¿no?
—Para serle franco, C. F., no. Hace años que lo sabemos. Yo mismo he hecho entrar y salir a monjes jóvenes cuando necesitaba alguna cosa urgente, lo que fuera. El año pasado hice que me trajeran una estupenda botella de Taylor's mil novecientos setenta y cinco. Por motivos de salud, claro está. ¿Quiere usted un trago?... No, de acuerdo.
Wong necesitó unos segundos para asimilar la información.
—¿Sabía lo del túnel? El hermano Wasuran dijo que alguien había entrado tabaco y un vídeo en el templo. Y que algunos monjes querían marcharse. Esto es un problema, ¿verdad?
—Digamos que sí —respondió Master Tran. Cruzó las manos sobre el abdomen—. Es cierto, pero tiene usted que entender cómo funciona la vida aquí dentro. No tiene nada que ver con las prisas y el bullicio de Singapur. Aquí todo sucede un poco más despacio. Sí, descubrimos lo del tabaco, eso fue, si no recuerdo mal, en mil novecientos ochenta y ocho. ¿Y el vídeo? De eso hará cinco o seis años, a mediados de los noventa. No fue un gran problema, en realidad. Ya sabe usted que no tenemos televisión ni electricidad, y, que yo sepa, estos aparatos necesitan conectarse. Llevamos una vida muy tranquila, es lógico que esa clase de incidentes sea motivo de comentarios entre los hermanos.
—Bien, entrar cosas de contrabando no es un problema grande. Pero es un problema de feng shui. Cambia el flujo del chi.
—No me cabe duda, y en ese sentido es importante que ustedes descubrieran la ruta y que conste en el informe.
—¿Por qué me invitó a venir? ¿Cuál era el problema que quería solucionar?
—Había uno en particular, pero de índole más general. Y ese problema ya lo ha solucionado. Gracias.
—El don del feng shui me viene del Cielo. Me complace compartirlo con usted.
Master Tran se acercó a un aparador y sacó una botella de oporto.
—No le importa que me sirva yo, ¿verdad? C. F., usted nos ha ayudado en cosas de las que quizá no es consciente. Por ejemplo, el hecho de que viniera acompañado por su atractiva novia...
—Ayudante.
—Perdón, su ayudante ha causado un interesante efecto en los hermanos. Y en absoluto negativo. Según me cuenta el hermano Wasuran, se trata de una persona curiosa. Charló con ella antes de que fueran a desayunar a casa de Porntip. Siempre es interesante ver las cosas desde el punto de vista de otra persona, sobre todo si se trata de una persona muy diferente de uno mismo. Eso amplía los horizontes. Lo cual cobra mayor importancia en el caso de algo tan cerrado como este monasterio, donde apenas salimos ni nos relacionamos.
—Mi ayudante provisional —puntualizó Wong. Las palabras de Tran le recordaron la parte 73 de su diario, su filosofía acerca del tamaño del mundo de una persona. Sólo cuando conoces a alguien que no encaja en tu mundo tienes la oportunidad de ensanchar sus límites. Debía reconocer que los puntos de vista terriblemente diferentes de su colaboradora habían resultado más o menos útiles en unas cuantas ocasiones. Se dieron momentos complicados, pero tenía que admitir que el impacto de la joven no había sido del todo negativo en ciertos casos. Lo de anoche era un ejemplo típico. Lo puso en el peor de los aprietos, pero al mismo tiempo había resuelto uno de los problemas de feng shui del monasterio al descubrir el túnel secreto. Su lectura habría sido catastróficamente incompleta si ella no hubiera dado con la vía que abría el recinto de forma extraoficial hacia el nordeste.
Master Tran volvió a la mesa.
—Le estamos muy agradecidos por su estudio del feng shui. Trataremos de poner en práctica cuantas sugerencias nos sea posible. Estoy convencido de que tendrán un efecto beneficioso para el templo. Pero le diré lo que más nos ha ayudado de su visita.
El anciano miró por la ventana de la habitación a los hombres que en ese momento atravesaban el patio camino del árbol bo para celebrar un ritual.
—Esto es un templo budista zen. Nuestro trabajo tiene que ver con la paz interior del alma así como con la paz exterior del cuerpo. Hace cosa de un año me di cuenta de que se experimentaba cierta pérdida de fe, un desencanto generalizado. Algunos hermanos empezaban a mostrar curiosidad por la vida en el exterior, el mundo moderno, las mujeres. Esto es natural. Es lógico que se sintieran intrigados por su visita en compañía de una joven. —Tran se apartó de la ventana y volvió a sentarse—. Cuando lo han visto esta mañana después de haber pasado la noche con una mujer occidental, se quedaron sorprendidos. Parecía usted muy cansado. «A un paso de la muerte», en palabras del hermano Wasuran. Lo han visto falto de energía, y se han quedado con una impresión muy negativa de los placeres de la vida libre, una vida compartida con el sexo opuesto, en el mundo exterior.
—Anoche no pude dormir mucho.
—Es lo que ellos imaginaban.
—No, quiero decir que no dormí mucho porque estaba muy incómodo en el suelo. No porque... No por ningún otro motivo.
—No importa cuál sea la verdad. Lo que importa es el efecto de la verdad. Esto es un principio zen: si una no-verdad tiene el efecto de la verdad, entonces es posible que contenga una verdad a su manera. Es posible. Pasara lo que pasase, el resultado es que los hermanos han quedado pasmados ante el efecto arrollador de lo que imaginaban una conducta pecaminosa. No quieren ser como usted y perder su energía vital, morir jóvenes.