El mapa de la vida (53 page)

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Authors: Adolfo Garcia Ortega

BOOK: El mapa de la vida
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Era absurdo, pero cuando trataba de profundizar en lo que representaba para él morir en público, la única impresión que tenía era la de la vergüenza; le resultaba ridículo experimentar ese sentimiento de pudor ante un hecho de esa magnitud. Lo consultó una vez en la mezquita, en pleno verano: Eddin le dijo que el pudor se quitaba con el martirio.

Una mañana de aquéllas, también en la mezquita, le pusieron en contacto con un hombre que no conocía. Sería su instructor. Lo acompañó a un bar de Bravo Murillo frecuentado por todo tipo de personas, pero donde daban comida
halal
y se recaudaban limosnas clandestinas. Allí, en árabe, mientras comían, el hombre lo instruyó sobre explosivos y le expuso con rudeza los pasos que tenía que dar casi mecánicamente.

—Limítate a seguir el esquema que está dentro del paquete —le dijo—. Sólo el esquema. Verás dibujos. Sigue los dibujos.

A continuación le mostró un croquis de lo que se iba a encontrar en el interior del paquete. Los explosivos estaban formados por triacetona triperóxida y eran rusos; le enseñó que la síntesis química tenía un efecto multiplicador de escala 1:10.000.

—En otras palabras: boquetes de siete metros y paredes destruidas, todos muertos —dijo el instructor.

A Sayyid aquello no le incumbía y prefería no saberlo; pareció no prestar atención: él tan sólo iba a ser la mano ejecutora de Allah. Pero el hombre le dijo que se fijara bien por si fallaba el detonador y tenía que salir corriendo.

—Sólo apriétalo hasta cinco veces, si lo haces una sexta, es que ha fallado —dijo, sacudiendo la cabeza—. Entonces abandona. Eso nos puede afectar a todos y sería un retroceso enorme en estos años —añadió.

El hombre comentó también que ese tipo de explosivo se conocía como «la Madre de Satanás».

—Lo usaron en Londres —concluyó.

Por supuesto, Sayyid reconoció aquel nombre que se habían hartado de decir por la radio. A veces se mezclaba con un ureanitrato, pero el instructor se apresuró a explicarle que esta vez no se había hecho, así que tenía algo menos que aprender.

El día que fue al Museo se le ocurrió la idea de utilizar directamente a Eva para que la explosión doblase su fuerza y generase más confusión en la ciudad. Dos bombas mejor que una. Doscientos muertos mejor que cien. Así pensaba Sayyid, dejando de lado los escrúpulos. Si él le pedía a Eva que, por favor, guardara en su poder una bolsa durante unas horas o algo así, Eva no se negaría. Ella, sin saberlo, haría también de bomba; llevaría una en esas bolsas sin que se diese cuenta de que la llevaba, y él la haría detonar mediante un móvil, minutos antes de su propia inmolación en el Prado. Pero ¿era legítimo utilizar a inocentes, en el martirio? Dudó. ¿Y acaso aquella mujer que para él se acostaba con todo el mundo era inocente? No, no era inocente a sus ojos. ¿No sería más bien la justa ejecución de una pecadora? Consultó si eso estaría acorde con la Sunna del Profeta. Recordó las palabras de su madre: «Aquel a quien Dios guía, está en la buena dirección.» Oyó eso mismo en Abu Bakr, por lo tanto las dudas se disiparon. Consideró entonces la posibilidad de involucrarla. Pero no lo pensó seriamente. Encontraba, eso sí, sentido al hecho de haberse cruzado con ella en ese momento tan decisivo de su vida. No podía ser un hecho sin trascendencia. La voluntad de Allah tenía que estar detrás de aquella relación. Así interpretó Sayyid lo que ocurrió un día, en la piscina de la amiga de Karen, cuando Eva le soltó:

—¿Has ido ya a La Meca?

—¿Quieres decir en peregrinación?

—Sí, el viaje a La Meca que se hace una vez en la vida.

—El
hajj
.

—Sí, como se llame. ¿Lo has hecho?

—Algún día lo haré. El
hajj
es obligatorio para quienes puedan hacerlo.

—¿Y tú puedes?

—No lo sé. Creo que sí. A simple vista no cojeo ni pido limosna por las calles. ¿No te parece?

—¿Son el único impedimento?

—Son algunos de los más comunes. Pero Allah puede tener otros planes para mí y llamarme antes a su lado. Puede producirse un accidente.

—¿Y qué dirías si voy contigo?

—Me sorprendería. No te pondrías un
niqab
.

—¿Qué es?

—Un velo que te cubre hasta los pies, un velo piadoso.

—Ni muerta.

Sayyid se quedó callado meditando una contestación disuasoria. No entendía el juego tan persistente de esa mujer por entrar en sus devociones. Iba a decir: «No eres musulmana, por tanto no estás en los planes de Allah», pero no lo dijo. En el fondo no le gustaría que Eva lo acompañase a nada. Le pareció demasiado frívola e irrespetuosa su pregunta; aunque no fue capaz de ver el indicio de amor que Eva puso en ella. Sayyid dejó en suspenso la respuesta, incluso cuando Eva insistió:

—¿No quieres que vaya a tu lado?

—Dejemos este tema, por favor.

Era obvio que no. Aquello no era un viaje de vacaciones a una playa. Aquello justificaba una vida. Pero ese mismo día por la noche Sayyid pensó si no sería ella un instrumento de Allah, y si no se estaría ofreciendo al martirio involuntariamente. Interpretaba de ese modo, como un mensaje de Dios, el ingenuo deseo de Eva de acompañarlo a La Meca.

Ahora, unos meses después, su pensamiento volvía a traer a colación a Eva con frialdad. No podía decir que sintiera algo físico o espiritual por ella, porque había vedado sus sentimientos hacia las mujeres impuras. En verdad no sentía nada, ni siquiera lástima por ser infiel. Él le había mentido, y mucho, haciéndola creer que albergaba alguna preferencia hacia ella, pero estaba permitido mentir por la Causa y no le preocupaba. Eva, por su parte, se había entregado a él como una prostituta, y Sayyid se había acostado con ella para mimetizarse con el enemigo, tan sólo por eso, y eso también estaba permitido. La Causa es única y favorable.

Decidió en ese momento que sólo la muerte como mártir podía salvar a Eva ante Dios, pero no sería él, Sayyid, quien ejecutase esa sentencia. Mejor sería dejarla fuera. Tal vez pudiera componer dos bombas con los explosivos que le dieron, pero no lograría engañarla dejándole al cuidado de una simple y pesada bolsa después de haber pasado de ella durante tantas semanas, se enfadaría, protestaría, se mostraría curiosa; además, sus preguntas y suspicacias podrían hacer que todo se viniera abajo. Intuía que con Eva algo podría ir mal. Aquel sería un flanco débil de su plan. «Olvidarás la suerte de la infiel», recapacitó al recordar el consejo de un
ulema
. Olvidada. Que Dios la castigue por otros medios.

No la vería más, no se pondría al teléfono, no hablaría con Adrián ni Cloe, saldría de puntillas de su mundo. En el poco tiempo que ya sabía que le quedaba de vida no incurrirá en más pecados, y menos aún en errores. Ahora sólo tenía que prepararse. Pensar en la intención de lo que iba a hacer.
Allahu Akbar
.
Allahu Akbar. Allahu Akbar
.

GABRIEL. Adrián, Ada sigue en la clínica. No despierta. ELapartamento sin ella está suspendido en el vacío, como yo en la azotea; se apodera de mí la certeza de que ha llegado el último día de la humanidad. Yo ya viví eso. No me pueden robar otra vez la vida. El frío inclemente sopla en la cara y es más penetrante sobre mis párpados cerrados: un frescor traspasa desde ahí hasta la nuca. El viento se abre camino por mi cerebro, adopta nuevas formas en mis ideas.
Que despierte, por favor, que despierte ya
. De repente, mis pies se desprenden del borde. Puedo volar por la ciudad, ver los edificios nuevos con sus tejados nuevos mezclados con los tejados viejos de los edificios viejos; lo que comienza y lo que acaba se juntan a la vez en mi cerebro mientras el viento pasa por él. Sí, pasa por ahí el viento, Adrián. Conforme planeo por el aire y trazo círculos perfectos, soy el ángel que me lleva hasta la cama de Ada en la clínica, hasta su mente inconsciente, con sus párpados también cerrados.
Que despierte, por favor
. Pero ahora la realidad es que Ada no despierta y yo sobrevivo a este mejor año, a este peor año de mi vida, conteniendo el aliento. Voy a acompañar a Ada todo el tiempo que pueda, aunque ella no despierte jamás. Le susurro al oído que lo haré. He aprendido con los años que todos tenemos una historia, y, tarde o temprano, esa historia llega a su fin. Pero es la apariencia del fin lo que desconocemos, y es irresistible la curiosidad por ver el último minuto de las cosas y de los seres. Tal vez Ada acabe así, sin regresar de donde esté. El ángel ha visto muchas muertes y muchas vidas por medio de mis párpados cerrados. Es imposible hacer el recuento de la vida sin tener que repetirla. Y eso es duro. Muchos de los acontecimientos que uno presencia no son felices finalmente y suelen ser demasiado reales. Sin embargo, mi vida con Ada sí ha sido intensamente feliz e inmensamente real. Mi corta vida con Ada, he de decir, para ser exactos. Puedo hablarte de nuestra historia de amor, pero tampoco me será fácil porque todo acaba siendo muy reciente y muy privado, aunque pasen los años. El concepto de «reciente» para mí no es más que tiempo que de pronto se detiene y se vuelve cercano, como si permaneciera a la vuelta de la esquina; todo transcurre a la vez: la vida del ángel, la de Ada, la de Miriam, la de Giotto, los peces, el hombre de naranja, la intención de Sayyid, la fiebre de Lorenzo, los ilegales, los vagabundos, el cáncer de Olimpia, el viejo
homeless
de la casa del Metro, tu amor por Cloe, el futuro de Eva, la cara de las víctimas del atentado, el infierno de los trenes, mi propia existencia. Todo es un solo tiempo, un chasquido de dedos, superposiciones sobre superposiciones. Llega, se va. Y en cuanto a lo privado, he de decirte que lo privado se traduce mal en público, parece exhibicionismo, aunque sólo se desee compartir la mayor experiencia de la vida, que es la de conocer y amar a alguien. A Ada y a mí se suponía que nos esperaba la felicidad, después de todo por lo que habíamos pasado, y que nuestro amor duraría mucho, tal vez la vida entera que nos quedaba por delante, con un poco de suerte. Por eso no encuentro otra palabra para definirnos que la de «pasión», es decir, exceso de vida, ¿entiendes? Pero no será así, el vuelo se ha hecho muy corto. ¿
Por qué Ada no despierta ya
? Apenas estábamos empezando cuando se ha derrumbado toda esperanza, como sucedió con la torre de Giotto en el libro que Ada está escribiendo. Cuando vuelva a la azotea, abriré los ojos. Tendré una fuerte jaqueca, como siempre, y a mis pies habrá una botella de whisky vacía. Gracias por escucharme, amigo, aunque sea en tu contestador y aunque no comprendas nada de lo que te hablo.

CENTRO DE DETENCIÓN DE BAHÍA GUANTÁNAMO. En El Cairo, en el mismo barrio donde Sayyid tenía su casa, al hombre de naranja le pusieron electrodos en los ojos y estuvo con descargas eléctricas varias semanas, antes de traerlo hasta Bahía Guantánamo. Alguien lo había delatado. Fue un breve prólogo de lo que le esperaba. La Gran Medicina del Hombre Blanco. Ese día empieza a intuir que su vida forma parte de un sacrificio universal, cuya hora ya ha sonado. Vagamente confunde su destino con una competición deportiva. Es el delirio.

Al llegar a la isla, lo tuvieron varias horas al sol con la cabeza dentro de una bolsa de plástico; luego pasó sin techo, día y noche, durante ocho semanas. No le quitaron nunca la bolsa de plástico de la cabeza en todo ese tiempo. Se le formaron llagas en el cuello y en los pómulos. Creyó muchas veces que se asfixiaba. Fue una dura prueba. Supo que de allí ya no saldría indemne.

Ahora quiere que esas llagas vuelvan y se infecten y le produzcan la ansiada septicemia, a medio plazo, porque la huelga de hambre no prospera, pero su deseo de morir sí.

«¿Qué edad tengo hoy? ¿A qué edad vine aquí?»

Todo para él es a medio plazo. Un largo medio plazo. Un infinito largo medio plazo. Un día aquí dura un mes. Un mes aquí dura un año. El
mahdi
ha tardado siglos en ser la Luz de los creyentes. Ahora, cuando cierra los ojos, lo ve relucir a lomos de su inmenso caballo
Buraq
. Delira, ciertamente, y ve visiones.

Lo tienen por alguien primitivo, por eso lo desprecian.

Le metieron luego por el ano el mango de un utensilio que no reconoció, una porra o un martillo. Le desgarraron el ano. Se lo empezaron a hacer periódicamente, sistemáticamente. También le ataron los testículos hasta hincharlos; aquello producía un dolor insoportable; le acercaban perros a los testículos hinchados para que los olieran y los mordieran. Cuando el perro lo iba a hacer, lo apartaban en el último segundo, pero el hombre de naranja lloraba y se orinaba encima, aterrorizado, sin poder contenerse.

«¿Tendré un ejército vengador algún día, un ejército ejecutor sin piedad, un devastador ejército que borre países enteros del mapa, como el
mahdi

Pero todo acabará pronto, porque finalmente el hombre del mono naranja logrará su objetivo.

Un día consigue extraerse la sonda de la nasogastria. Se ayuda de su cara frotándola contra el suelo, se hace heridas en los pómulos y en la nariz. Entonces empieza a comerse la sonda, a masticarla hasta que se le forma una bola en el esófago. Con eso puede por fin ahogarse, como si se tragara su propio vómito.

Tardaron un día en descubrirlo. Su muerte se mantuvo en secreto hasta hoy.

ADA.
La memoria da sueño

Han pasado seis días hasta que he recuperado la consciencia y he salido del coma.

Aunque esta palabra, «coma», no es la apropiada. El médico que me ha atendido todo este tiempo, un hombre joven, me dice: «Usted no ha estado en coma, como creíamos, sino que ha estado profundamente dormida, así de simple.» Le digo que creía que era lo mismo.

Soy frágil. Es lo primero que pienso.

Todo se ha debido a una mala medición al administrarme un medicamento llamado oscilomicina. Por lo visto, la oscilomicina, en algunos pacientes, en altas dosis, favorece la coagulación en lugar de evitarla.

«Un exceso de coagulación lleva a una especie de letargo.»

A mí me han aplicado las dosis más altas. ¿Qué buscaban?, le pregunto al médico joven. Su respuesta al principio es ambigua: me remite a los médicos que operaron. «Los doctores Collar y Aranda, ¿no es cierto?»

Asiento con los ojos.

«Yo me he ceñido únicamente a sacarla de la situación de pérdida de consciencia. Aunque ha salido usted sola», se apresura a decir. Aun así, el médico joven me da una respuesta sobre la oscilomicina:

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