El sueño robado (44 page)

Read El sueño robado Online

Authors: Alexandra Marínina

Tags: #Policial, Kaménskay

BOOK: El sueño robado
6.75Mb size Format: txt, pdf, ePub

Al tío Kolia le dolía y le atormentaba que el amo le hablase a Arsén en un lenguaje que sólo ellos dos comprendían, que aceptase las órdenes y exigencias del vejestorio, mientras que él, Nikolay, por más que se devanaba los sesos, veía que se le escapaba lo más importante. ¿Y si el amo se diese cuenta de que el tío Kolia, como se suele decir, no estaba a la altura, y le pusiese de patitas en la calle para contratar en su lugar a ese piojo casposo, a Arsén? Por supuesto, se consolaba a sí mismo Fistín, el amo no podía echarle así como así, había demasiados asuntos feos y manchados de sangre que los unían. Pero era un consuelo débil, el tío Kolia no quería que Grádov, al percatarse de su insuficiencia, lo mantuviese a su lado por puro miedo. Fistín tenía un amor propio descomunal y una situación así le hubiese resultado inaceptable. Durante las negociaciones, el tío Kolia ponía toda su voluntad en desentrañar el sentido de la conversación entre el amo y Arsén, esforzándose por disimular el miedo, que iba en aumento, y sonriendo con esa extraña sonrisa suya. Así enseña los dientes un chacal arrinconado, consciente de que el adversario es más fuerte, que de un momento a otro llegará su fin pero sin perder la esperanza de asustarle…

Ese día, el 30 de diciembre, Nikolay Fistín comprendió que el momento decisivo había llegado. Arsén declaró rescindido su contrato con el amo y dijo que no trabajaría más para él aunque el asunto estaba lejos de estar concluido. Apenas el tío Kolia hubo exhalado un suspiro de alivio, Arsén le dejó anonadado con su requerimiento de encontrar a Sasha Diakov tan pronto como pudiera. ¿Para qué? ¿Para qué querían a Diakov si habían disuelto el contrato? Por si fuera poco, había sido el propio Arsén quien le había encargado arreglar la situación del chico. El tío Kolia la arregló a la maravilla, le ordenó a Sasha poner tierra por medio, largarse a otra ciudad, estarse allí quietecito durante tres o cuatro meses y avisar de todo eso a los suyos, a la familia, decirles que un negocio reclamaba su presencia en otro sitio y que volvería hacia la primavera. Acto seguido, dio otra orden, a la gente de aquella ciudad, para que «recibieran» a Diakov. Antes de abril, nadie le buscaría, en abril la nieve se derretiría pero hasta que le encontrasen, hasta que le identificasen… ¿Qué tripa se le habría roto a ese carcamal? Aunque, a decir verdad, Arsén se lo explicó todo a Fistín con la mejor urbanidad:

—Kaménskaya exige que Diakov vaya a verla. Tiene que darle instrucciones por si las moscas.

—¡Qué más da lo que ella exija! —se encabritó el tío Kolia—. Mañana le pedirá un millón de verdes y entonces ¿qué hará, también irá corriendo a llevárselo?

Ese día, Arsén se mostró asombrosamente paciente y no pareció darse cuenta del rabioso desaire.

—Su pretensión es perfectamente razonable y debe ser atendida —contestó con calma—. Tengo por regla no pelearme nunca con el sistema del orden público, yo coexisto con ese sistema. Co-e-xis-to —repitió silabeando—. ¿Lo entiende? Si me pelease con el sistema, no podría seguir haciendo lo que estoy haciendo. Kaménskaya debe asegurarse de que puede tratar conmigo y de que puede creerme. Sólo así podré obtener el resultado deseado. De modo que, dentro de una hora, Diakov debe estar en su casa.

El tono de Arsén no admitía reparos y el tío Kolia no se atrevió a decirle nada. Con los dedos acalambrados, se puso a marcar números de la ciudad adonde se había marchado Saniok, con la esperanza de que su orden no hubiese sido cumplida todavía. Al parecer, todo el mundo estaba fuera, ocupado en los preparativos de la fiesta de Nochevieja. Cada media hora, Arsén llamaba al tío Kolia para preguntarle, en voz cada vez más baja y ominosa, sobre Diakov.

Finalmente, Fistín se decidió.

—He tropezado con ciertas pequeñas complicaciones, tendríamos que vernos —sugirió.

El encuentro con Arsén resultó mucho más duro de lo que Nikolay se maliciaba.

—Cabroncete repajolero —bufó el viejo—, se conoce que cuando Dios repartía los sesos, tú te saliste de la cola para echar una meada. ¿Acaso no entiendes cuando te hablan en cristiano? ¿Cuándo te he ordenado matar a Diakov? Te dije que arreglaras su situación.

—Pues la he arreglado.

—¡Y un rábano la has arreglado, cretino de la puñeta! Tú y tus semejantes, los nuevos ricos carcelarios, no entendéis la ley. Arreglar la situación no significa más que esto, arreglarla, mirar al fondo de la cuestión, comprender quién tiene razón y quién no, y adoptar la decisión. ¿Has tratado alguna vez con los ladrones de viejo cuño? Aquéllos sí se sabían las leyes y nunca se cargaban a nadie así, por las buenas. Te dicen «arregla lo de ese fulano», y te crees que te han ordenado despanzurrarle o freírle. En tus entendederas no cabe otra cosa. Para arreglar una situación hay que estrujarse el cerebro, darle vueltas a la cabeza, pero tú no tienes nada que estrujarte ni a qué dar vueltas. No eres ningún Chernomor, eres pura escoria. No sólo eres incapaz de pensar, seguro que tampoco podrías matar, lo único que sabes es dar órdenes. Pero cuando llegue la hora de la verdad, te quedarás clavado en tu sitio, con las manos sudadas, te irás de miedo piernas abajo, y sanseacabó. ¿Qué tengo que decirle ahora a Kaménskaya? ¿Que han matado a Diakov y yo ni me he enterado? ¿Qué organización será entonces la mía si matan a mi propia gente y soy el último en saberlo? Está claro que no querrá tratos con una organización tan poco seria.

—Mejor —dejó caer el tío Kolia—. De todos modos, usted ya no trabaja para el amo. ¿Por qué se preocupa? Si no quiere tratos con usted, allá ella.

—Hay que ver esto, pero si de verdad eres un completo imbécil. ¿Te das cuenta por lo menos de que necesitas salvar la epidermis?

—¿Salvar qué?

—El pellejo, mamón malnacido. Si Petrovka decide encargarse del cadáver de Diakov, no tendrán más que dar un paso para llegar hasta ti. ¿Qué te crees, que estás en este mundo porque eres fruto único de un amor apasionado y que a todos los demás nos han hecho con los dedos? ¿Y si los sabuesos deciden ahora interrogar a Diakov a propósito de su entrada ilegítima en el piso del pintor? No van a esperar hasta la primavera para hacerlo, desengáñate. Llevan buscándole desde la mañana. Si estuviera vivo, la niña le enseñaría cómo comportarse y qué decir, y el torpedo nos habría pasado de largo. Pero ahora se pondrán a buscarle e incluso si no le encuentran hasta la primavera, acabarán atando los cabos y le pondrán la fecha de hoy. Y cuando lo hagan, volverán a encargarle el caso a Kaménskaya. Por eso necesito que ella y yo seamos amigos. Pero tú, como siempre, tenías que estropearlo todo. ¿Es que te crees que no me doy cuenta de la ojeriza que me tienes? No me crees ni una sola palabra aunque te digo cosas importantes y te convendría aprenderlas. ¿Cuántas veces te he señalado tus errores? ¿Cuántas te he explicado cómo y qué tenías que hacer? ¿Me has hecho caso alguna vez? Para ti no hay más que una luz en la ventana, tu maravilloso Grádov, lo que él dice es lo único que aún te importa algo. Eres como un perro que no vale para nada, que sólo entiende la orden cuando le meten un zapatazo en la boca. Tu Grádov es otro subnormal, lo mismo que tú, no te dirá nunca nada inteligente. Y morirás así, sin comprender nada, porque no quieres aprender de los que saben.

El tío Kolia lo aguantó todo pacientemente porque ahora tenía una meta. Había comprendido que debía ayudar al amo. Para conseguirlo, tenía que obligar a Arsén a cumplir lo pactado. Al parecer, Serguey Alexándrovich no pudo convencerle. Bueno, pues él, Fistín, no iba a perder el tiempo engatusándole. Le iba a obligar. Pero antes debía conocer algunas cosas sobre Arsén. Para eso le había solicitado una cita, a la que acudió preparado para que le pusiese tibio.

Después de su encuentro, los chicos seguirían al viejo para averiguar, por de pronto, dónde vivía. Y luego ya se vería. Cierto, le puso más tibio de lo que el tío Kolia se había esperado, y lo que esta vez echó por la boca fue basura asquerosa. «No importa —se repetía Fistín regresando a casa—, pronto serás tú mismo al que le meterán el zapatazo en los inmundos morros que tienes.»

Las escasas entendederas del tío Kolia no alcanzaban ni a vislumbrar siquiera lo que eran Arsén y su Oficina.

El coronel Gordéyev miraba por la ventana. Por alguna razón, el mal tiempo invernal, tan sucio, hacía que todas las calles pareciesen iguales, y el centro de Moscú ofrecía a la vista un paisaje idéntico al de la periferia, al de la carretera de Schelkovo donde vivía Nastia.

Víctor Alexéyevich estaba viendo las mismas aceras encharcadas, la misma suciedad marrón escupida por las ruedas de los coches, los mismos abrigos y chaquetas ensombrecidos por la humedad del aguanieve. Tal vez no era así siempre sino sólo ese día. El día en que él y Nastia debían hacer un esfuerzo de voluntad increíble para dejar de ser ellos mismos y transformarse en criaturas repugnantes, cínicas y llenas de odio…

Gordéyev estaba mirando a la calle a través del cristal de la ventana, sucio y lleno de manchas, y pensaba que ahora iba a poner entre la espada y la pared a uno de los que durante tantos años quería, respetaba, uno de los que consideraba «suyos» y al que trataba como si fuera su hijo. Iba a darle un susto de muerte a un hombre que había soportado un duro golpe y, además, nunca había tenido una vida fácil. Necesitaba hacerle daño, mucho daño, para poner a prueba su honradez y resistencia, su mente y su sentido del deber. Todo para obligarle a hacer algo a lo que nunca accedería si le esgrimiese argumentos lógicos o si le rogase. Él, Gordéyev, volvería a mentir. ¿Cuántas veces en un solo día? Sentía que se hundía en la mentira como en arenas movedizas, que con cada nuevo paso se volvían más profundas y voraces, le parecía que ya nunca encontraría el camino de retorno, que seguiría teniendo que mentir, mentir y mentir; a su mujer, a sus compañeros, a sus superiores, a sus amigos, mentir durante todos los años que le quedaban por vivir. Ya nunca más podría recuperarse, sería otro hombre, inventado, artificial y falso…

Gordéyev oyó que la puerta se abría suavemente pero no se volvió.

—¿Me ha llamado, Víctor Alexéyevich?

—Te he llamado.

Se giró despacio dando la espalda a la ventana, se sentó pesadamente en el sillón y con un apático movimiento de mano invitó a Lártsev a tomar asiento.

—Perdona que te haya hecho interrumpir el interrogatorio.

—No pasa nada, de hecho ya había terminado.

—Bueno, bueno —asintió Gordéyev—. Quería consultar tu opinión, ya que eres el mejor psicólogo del departamento. Nos ha ocurrido una desgracia, hijo.

—¿Qué desgracia? —preguntó Lártsev tenso.

En su cara no se había movido ni un músculo, estaba pétreamente quieta. Pero detrás de esa petrificación, el coronel veía una enorme tensión interior de un hombre tan agobiado por la mala suerte que ya no tenía fuerzas para manifestar cualquier emoción.

—Me temo que nuestra Anastasia nos la ha jugado.

«Ay, Señor, perdóname, ¿cómo me atrevo a pronunciar estas palabras? Stásenka, pequeña mía, ¿cómo yo, el viejo tonto de mí, he dejado que las cosas lleguen a esto? Estaba echando mis cuentas, hacía cábalas, dudaba, le daba largas al asunto, esperaba que todo volviese a su cauce. Pues no, no ha vuelto. Ya sé, me lo has dicho mil veces, que en nuestra vida nada pasa sin consecuencias, nada se arregla solo.»

Lártsev callaba, y el coronel vio con claridad el paralizante terror que se había instalado en sus ojos.

—Hasta ayer, Anastasia tenía ideas interesantes sobre el caso de Yeriómina, pero esta mañana me ha declarado que no veía la menor posibilidad de resolver el caso, que sus hipótesis no valían nada y no se le ocurría nada más. Y que, en general, no se encontraba bien, por lo que había cogido baja por enfermedad. ¿Qué cabe deducir de todo esto?

Lártsev seguía callado pero el terror que llenaba sus ojos empezó a mudarse en desesperación.

—Lo que cabe deducir —continuaba con monotonía Víctor Alexéyevich mirando hacia un punto alejado de Lártsev— es que o bien ha aceptado dinero de los criminales, o bien le han dado un susto y ella se ha acobardado y se ha rendido en el acto y sin luchar. Tanto una cosa como la otra me revuelven las tripas.

—Pero qué dice, Víctor Alexéyevich, esto es imposible —dijo por fin Lártsev con una voz que no era suya, que sonaba demasiado estridente, y metió la mano en el bolsillo para sacar el tabaco.

«Claro que es imposible —pensó el coronel—. Has dicho bien. Pero el truco está en que tú no te lo crees. Sabes perfectamente que le dieron un susto. Lo que dices de Anastasia es pura verdad pero al mismo tiempo mientes como un bellaco. ¡Fíjate, los numeritos que nos monta la vida! Vale, de acuerdo, ya veo que no piensas confesar nada. Te he dado una oportunidad pero la has rechazado. El miedo que te inspiran es más fuerte que tu confianza en mí. Venga, saca el cigarrillo, luego tardarás media hora en encontrar el mechero, luego el mechero no se encenderá hasta que hagas veinticinco intentos. Adelante, tómate tiempo, ve pensando cómo convencerme de que Nastia es honrada pero débil. Vamos, hijo, persuádeme, no opondré resistencia. Yo ya me doy tanto asco que aceptaría cualquier cosa.»

Al fin Lártsev encendió el cigarrillo, inhaló hondamente el humo y dedicó unos segundos a buscar el cenicero.

—Me parece que usted exagera, Víctor Alexéyevich. Es el primer caso que trabaja en la calle, lleva ya un mes y medio con él, no ha conseguido resultados y es completamente natural que se sienta cansada. Porque, veamos, ¿qué es lo que hacía antes? Estar sentada en su despacho, analizar informaciones, sumar los dígitos, calcular porcentajes. Pero si nunca había visto a un criminal en persona. En cuanto empezó a trabajar como todos se dio cuenta en seguida de que sus pesquisas teóricas no valían nada, que no servían para resolver asesinatos. Y se dejó llevar por los nervios. Además, ¿quién iba a presionarla? ¿Qué cosas tan especiales pudo haber descubierto en este asesinato? Es un asunto lapidario, la víctima era una borracha, ¿qué falta le hace a nadie? ¿Qué interés puede tener todo esto para la mafia? No, es absolutamente inverosímil. Nuestra Nastasia es una chica nerviosa, se impresiona con facilidad, no tiene buena salud, de modo que tal desenlace, en mi opinión, es muy lógico. No debe pensar mal de ella por eso.

«Esto no está nada bien, hijo, nada bien. ¿Acaso te has olvidado de cómo pasó una noche entera encerrada a solas con un asesino a sueldo, Gall, que había ido allá para matarla? ¿O es que no sabes que hace dos meses desenmascaró a un grupo peligrosísimo de criminales con los que trataba a diario y que tenían en su haber una decena y media de cadáveres? No, hijo de puta, no te has olvidado de nada pero sigues en tus trece, y lo entiendo. Qué remedio te toca. Tienes que convencerme de que nadie ha querido asustar a Nastasia, de que su renuncia a seguir trabajando en el caso es una decisión enteramente voluntaria. Está bien, adelante con los faroles, dale caña. A pesar de los pesares, no descuidas tus intereses e intentas sonsacarme informaciones. ¿Qué esperas, que me ponga a contarte qué cosas tan especiales ha descubierto en el caso de Yeriómina? Ya puedes esperar sentado…»

Other books

Play It Safe by Avery Cockburn
The Flux Engine by Dan Willis
Third Rail by Rory Flynn
Touching Evil by Kylie Brant
Trickle Up Poverty by Savage, Michael
Zombie by Oates, Joyce Carol
How to Kill a Rock Star by Debartolo, Tiffanie