En alas de la seducción (21 page)

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Authors: Gloria V. Casañas

Tags: #Romántico

BOOK: En alas de la seducción
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Pero ¿quién era esta mujer que sí se había atrevido a subir? ¿Sería por ella que Medina lo había enviado? Siempre tan parco, el jefe sólo le había dicho: "Limítate a verificar que todo esté bien". Bueno, algo debía estar mal si, en lugar del indio, la cabaña estaba habitada por una mujer joven, a juzgar por su deliciosa voz. Ya Lemos estaba intrigado por ver la cara que correspondía a esa voz sugestiva.

—Por favor, señora... déjeme explicarle. Medina es mi jefe, y me envió aquí para verificar que todo estuviese en orden. Fue un pedido del propio ayudante, Newen Cayuki. ¿Usted lo conoce?

—¿Que si lo conozco?

Ahora la voz parecía enfurecida. La escopeta dejó de apuntarle y Lemos sintió gran alivio. Un golpe en la puerta y se presentó ante él la criatura más hermosa que recordase haber visto. Una joven alta, esbelta, de larguísimo cabello platinado e increíbles ojos grises, que lucía como una mapuche de pura cepa, con su falda de colores atada a la cintura, una faja, una blusita sin mangas de color azul y un enorme pectoral que, sin duda, le quedaba grande, pues rozaba el borde de la faja. Más que los detalles, Lemos percibió el conjunto: una imagen de contrastes: ropa india, cabello de oro, telas rústicas, piel delicada y suave como la de un durazno tierno. ¿Qué clase de aparición era ésa? ¿Acaso Medina le tendía una trampa? ¿Quería ponerlo a prueba? No, Medina no gastaba esa clase de bromas con él, era demasiado serio. Ése era su defecto. Esta chica debía ser la razón por la que lo enviaban a la cabana, entonces. ¿Por qué demonios no se lo habían aclarado? ¡Él hubiera venido corriendo, si era necesario! Con tal de verla un poco más... era una beldad extraordinaria, y ya no lo apuntaba con una... con una... ¡con el palo de una escoba! ¡Buen Dios, había sido engañado! ¡Lo que tocaba su nuca no era el frío caño de un arma, sino el extremo de un palo de escoba!

A pesar de sentirse burlado, Lemos no pudo disgustarse con aquella encantadora mujercita. Después de todo, tenía razón si se sentía desprotegida allá arriba. ¿Qué estaba haciendo ahí, en compañía de Cayuki? Él no... No, claro que no, una mujer así no podría enredarse con un indio. Sin duda, habría llegado allí por alguna razón que él desconocía. Pero ya lo averiguaría a su manera, con la persuasión que tan buenos resultados le daba.

—¡Claro que lo conozco! —decía la bella—. Es el hombre más insoportable que haya tratado. Me dejó aquí abandonada, sin avisarme siquiera. Y yo, que quería colaborar con la gente de por aquí, mientras...

—¿Sí? —la animó Lemos.

—Bueno, mientras estoy de paso.

Cordelia no quería que nadie más supiese la razón de su estadía, para no enturbiar la imagen de su hermano. Nadie debía saber de su dolencia.

—¿Y usted, señor...?

—Matías Lemos es mi nombre, señorita. Porque veo que es usted muy joven. No está casada, supongo.

—¿Casada yo? Oh,
non... absolument pas...

—¿Y es francesa, por lo que oigo?


Non,
soy del país, pero mi padre era francés, y me crié con mi tía y mi abuelo, también franceses. Además, asistí a una escuela de monjas francesas. Por eso conservo el acento. Y usted dice que es...

—El ayudante de Medina, de Parques Nacionales, para servirla.

—¿El ayudante? Pero entonces el señor Cayuki...

Lemos sonrió para sus adentros al escuchar el respeto con que la bella decía "el señor Cayuki".

—Cayuki es ayudante también, pero de guardaparque. Yo hago otro tipo de trabajo para Medina, el de oficina, más complejo.

—Ah...

A Cordelia le pareció un poco arrogante decir que su trabajo era más complejo que el de Newen. Después de todo, el ayudante de guardaparque tenía que enfrentarse a todo tipo de peligros: odiosas serpientes, aunque fueran culebras, pumas, zorros...

—¿Cuál es su nombre, señorita?

—Cordélie Ducroix, señor.

—Ah, suena bellísimo... pronunciado por usted.

Cordelia se sintió más animada. Aquél era un hombre más civilizado, con el que se podía conversar de modo amistoso. Y si Medina lo había enviado, es que le tenía confianza.

—Le ruego me disculpe, señor.

—¿Por qué, señorita Cordelia?

—Por haberle apuntado con... con...

—¿Con una escoba?


C'est vrai...
Con una escoba. ¡Es que no tenía nada para amenazarlo! Contaba con que usted no se diese vuelta.

—Muy ingeniosa, señorita Cordelia. Le aseguro que, si no la hubiese visto, no habría sabido nunca que se trataba de una escoba y no de una escopeta. Queda olvidado. Entiendo su preocupación al quedarse aquí arriba sola. A todo esto, ¿por qué la dejó "el señor" Cayuki sola en su cabaña? Si puede saberse, claro.

—Bien, es raro de explicar. Es que yo llegué aquí creyendo que era el lugar donde habían solicitado mis servicios.

—¿Sus servicios? —Lemos sonaba tan confundido como interesado. Acaso esa bella jovencita sería... No, no iba a tener tanta suerte,

—Mis servicios como terapeuta. En mi familia se fabrican cremas y lociones embellecedoras y curativas. Y yo vine aquí para ayudar a la gente del lugar a mejorar su vida con esos productos, ¿me entiende? Pero caí aquí sin saberlo y ahora estoy esperando acomodarme en el lugar correcto para empezar mi trabajo.

—Pero no entiendo. ¿Por qué no le dijo Cayuki que éste no es el sitio? ¿Acaso está esperando que él regrese para irse? Porque si es así, yo puedo acompañarla con gusto hasta el pueblo. Allá en Los Notros su trabajo será bienvenido. El viento es muy frío en invierno y la gente del pueblo sufre mucho de heridas en la piel a causa de eso, ¿sabe? Me imagino que alguna de esas cremas suyas será maravillosa.

Lemos parecía tan interesado en su trabajo que Cordelia casi se creyó la mentira que estaba inventando. Se le hacía difícil mantener el enredo sin alejarse demasiado de la verdad. Después de todo, era cierto que ella llevaba varias cremas y lociones en sus bolsos, y que eran beneficiosas. Y que la tía José fabricaba muchas ella misma en el herbolario de la mansión. Pero de ahí a instalar una tiendita de productos en Los Notros... Es que la conversación con ese muchacho amable era tan agradable...

—Pues sí, pero prefiero esperar al señor Cayuki, ya que él fue tan generoso conmigo al alojarme aquí temporalmente —lo de "generoso" se le atoró en la garganta, pero decidió que no era el momento de criticar a su torturador.

—¿Y está aquí desde cuándo? Porque en el pueblo no la he visto. Y, perdone mi atrevimiento, pero usted no pasa desapercibida, señorita Cordelia.

—Ah... eh... desde hoy mismo. Llegué por la mañana muy temprano. Por eso el señor Cayuki no tuvo tiempo de llevarme a buscar mi sitio. Creo que muy pronto se resolverá eso.

Lemos sonrió de ese modo encantador que derretía los corazones de las jovencitas.

—¿Me acompañaría durante mi almuerzo, entonces? Ya que no acepta mi escolta hasta el pueblo, al menos acompáñeme en la espera. Me encanta conversar con usted. Dice que el señor Cayuki la acompañará a su tienda, entonces. ¿Cuál es? ¿La del señor Watts?

—¿Quién es el señor Watts?

Cordelia se sentó cerca del joven Lemos, en el trozo de tronco que quedaba libre en el barandal del porche. Se la veía interesada y curiosa, y Lemos trataba de explotar esa curiosidad en su beneficio.

—El señor Watts, el farmacéutico. El tiene una tienda a la entrada del pueblo. ¿La ha visto?

—Pues... no.

—Raro, porque por allí es por donde se entra a Los Notros. ¿Por dónde ingresó usted? Bueno, no importa —hizo un gesto desinteresado y dio un mordisco a su sándwich—. ¿Gusta un poco?

El ofrecimiento del sándwich de jamón, huevo duro y pollo agitó el estómago de Cordelia, siempre a medio comer, pero se mantuvo firme en su propósito de disimular su verdadera situación allí.


Merci,
pero no. Ya he comido.

—Está bien. Disculpe que yo coma así delante suyo, pero es que no he almorzado todavía y dentro de un rato deberé volver al pueblo.

—No importa. Por mí, está bien, señor Lemos, no se preocupe.

—Cordelia, llámame Matías, por favor. Y déjame tutearte. Somos muy jóvenes para tanta formalidad, ¿no te parece?

—Bueno, sí. Me parece bien. ¿Y cómo es tu trabajo en la oficina de Parques, Matías? El señor Medina me pareció un jefe muy estricto.

—Oh, ¿lo conoces? —Lemos tomó nota del dato—. En realidad sí lo es, pero yo soy muy dedicado a mi trabajo y por eso no tengo problemas. No se puede decir lo mismo de todos los empleados de Parques.

—¿No?

—No. Por ejemplo, el señor Cayuki es un hombre difícil.

"Vaya si lo es", pensó Cordelia, y no pudo resistirse a preguntar:

—¿Sí? ¿Por qué?

—Bueno, porque... —aquí Lemos la miró como si dudase de lo que iba a decir— él es indio, ¿sabías?

—Sí.

—Y los indios de por acá son... inescrutables.

—¡Oh!

—Quiero decir que uno no sabe nunca cómo piensan ni lo que van a hacer. Su mente no funciona como la nuestra. Tienen su propia manera de ver las cosas. Por ejemplo, hoy el señor Cayuki estuvo en la oficina, muy temprano. Pidió que alguien viniese aquí a revisar la casa y sus alrededores. ¿Crees que dijo por qué lo pedía? No, sólo que necesitaba que yo viniera hasta acá. No dijo "hay una persona en mi casa, una mujer que necesita protección". ¿Qué le costaba decirlo? Así, yo hubiese venido preparado. Y no me habrías sorprendido con un palo de escoba por la ventana.

Cordelia sintió algo cálido en el pecho al comprobar que Newen se había preocupado por su seguridad. ¿Sería posible que el duro guardaparque se sintiese responsable por ella? Por otro lado, entendía lo que Lemos argumentaba. Ella nunca había oído un parlamento tan largo de labios de Newen.

—Creo que es un hombre de pocas palabras.

—Pocas palabras es mucho decir. Nadie lo ve ni lo escucha nunca. Que haya bajado al pueblo dos veces en el mes es un acontecimiento. ¿Usted lo conocía ya, señorita Cordelia? ¿Lo había visto en el pueblo antes?

—No, claro que no —en esto, Cordelia no mentía, y Lemos captó que era lo más sincero que le había contado hasta el momento.

Qué criatura extraordinaria era aquella, aislada en el bosque, hermosa pero no indefensa, a juzgar por la artimaña de la escoba, y mentirosa como ella sola. No se creía ni por un minuto la historia de la tienda de belleza. En Los Notros, ¡ja! Era para morirse de risa. Pero no iba a reír delante de su anfitriona. Haría sus averiguaciones en el pueblo más tarde. Porque aquella chiquilla encantadora no iba a escapársele. De ningún modo.

—Bueno, por eso te decía. Es un hombre raro. Creo que está trabajando en el proyecto del cóndor andino.

—¿El cóndor andino?

Lemos la observó radiante de curiosidad. Decidió cautivarla más.

—¿Nunca has visto un cóndor?

—No, ¿qué es?

—Es el ave más extraordinaria que hayas visto jamás. La de mayor envergadura —y como viera la expresión confundida de Cordelia, siguió explicando—. Con sus alas desplegadas, es el ave que más mide de punta a punta.

—¡Qué hermosura! ¿Y dónde está?

Cordelia levantó sus increíbles ojos al cielo por un momento y Lemos se sintió hechizado por el color plateado que adquirieron al reflejar la luz del sol en las nubes.

—Se la ve más al atardecer, cuando está por caer el sol. Entonces buscan comida para sus crías.

Cordelia recordó que, la mañana en que llegó, un graznido desde lo alto la había distraído y provocado su caída. Pensó que tal vez había visto al cóndor entonces, aunque no lo recordaba con nitidez.

—En la cordillera de los Andes se lo ve con frecuencia. Pero, como ocurre con muchas especies, está en peligro de extinción. Por eso no se ven tantos cóndores como debiera ser.

—¿Y qué pasa con ellos? —Cordelia rodeó sus piernas envueltas en las faldas de telar con ambos brazos y apoyó la cara sobre las rodillas, dispuesta a escuchar una buena historia—. ¿De qué proyecto me hablas?

—Hace algún tiempo, se planificó la manera de lograr que estas aves se reproduzcan en cautiverio sin alterar sus costumbres silvestres, de modo que al soltar las crías éstas sepan desenvolverse en el ambiente que les pertenece.

—¡Pero eso es maravilloso!

El rodar de la lengua de Cordelia al decir "maravilloso" provocó una oleada de excitación en Lemos. Carraspeó y prosiguió su relato, dispuesto a conquistar toda la atención de aquella belleza.

—Sí, es un proyecto ambicioso, que ha dado buenos resultados. Se suele llevar a cabo en zoológicos, pero también en lugares como éste, si se encuentra la persona adecuada. Después de todo, los cóndores son liberados en sus lugares naturales, en la cordillera. A veces, los especialistas de los zoológicos traen a los ejemplares jóvenes aquí, donde están un tiempo antes de ser soltados y después observados para ver si se adaptan sin dificultades.

—¿Y qué hace el señor Cayuki en todo esto? ¿Los observa?

—Mmm... tengo entendido que él es una de esas personas especiales que saben cómo tratar a los animales. Creo que él mismo se encarga de alimentar y criar a los pichones. Claro, como es un hombre de las pampas... está familiarizado con las criaturas salvajes.

Cordelia pensó que no todos los hombres se ocuparían de algo tan loable como evitar la extinción de un ave, pero guardó para sí sus pensamientos. Intuía que el joven señor Lemos no simpatizaba demasiado con Newen Cayuki, y tampoco quería dar la impresión de que ella defendía al guardaparque. Ya averiguaría más detalles sobre ese interesante proyecto del que jamás había oído hablar. ¿Qué enseñaban aquellas monjas de la escuela? ¡Ni siquiera conocía ella cómo era un cóndor! ¡El ave más larga, y ella nada sabía!

—Es muy lindo todo esto —aventuró, deseando cambiar de tema—. Debe ser hermoso ver este paisaje cada mañana.

—Sí, es lindo. Para los turistas, es una belleza. Porque no lo ven como nosotros, cuando está duro de nieve el suelo, los coches resbalan, los pies se mojan, los caños del agua revientan, los chicos deben faltar a la escuela porque el viento no los deja salir de casa. Es muy duro todo esto a veces, Cordelia.

—Pero tú vives aquí, como todos los del pueblo.

—Sí, porque no tienen otra opción. Bueno, yo podría volver a la ciudad de Neuquén, donde vive mi familia. Pero a veces es bueno vivir solo y para eso, cualquier lugar sirve.

—Entiendo.

Cordelia entendía más de lo que parecía. Si su hermano hubiese vivido solo, tal vez su asma se habría curado ya. Las presiones del abuelo, unidas a la pérdida temprana de sus padres, habían acentuado un mal que ahora lo convertía en un hombre casi inválido.

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