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Authors: Ken Follett

En el blanco (8 page)

BOOK: En el blanco
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Miranda solía coincidir con Olga a primera hora de la mañana en aquella cafetería de Sauciehall Street, en el centro de Glasgow. Ambas trabajaban en las inmediaciones. Miranda era la directora ejecutiva de una agencia de colocación de personal especializada en informática y tecnologías de la información, y Olga era abogada. A ambas les gustaba tomarse cinco minutos para poner los pensamientos en orden antes de entrar a trabajar.

No parecían hermanas, pensó Miranda, mirándose de reojo en el espejo. Ella era baja de estatura, tenía el pelo rubio y ensortijado y una silueta más bien rechoncha. Olga, por el contrario, era alta como su padre y había heredado las cejas negras de la madre de ambas, italiana de nacimiento, a la que todos conocían en vida como
mamma
Marta. Olga lucía un traje sastre gris oscuro y unos zapatos de puntera afilada con los que bien podría haber encarnado a Cruella de Vil. Seguramente el jurado temblaba solo de verla.

Miranda se quitó el abrigo y la bufanda. Llevaba una falda plisada y un jersey con pequeñas flores bordadas. Se vestía para ganarse a las personas, no para intimidarlas. Mientras tomaba asiento, Olga dijo:

—¿Trabajas en Nochebuena?

—Solo una hora —respondió Miranda—. Más que nada para asegurarme de que no queden demasiados temas pendientes estos días de fiesta.

—Lo mismo me pasa a mí.

—¿Te has enterado? Uno de los técnicos del Kremlin se ha muerto de un virus —dijo Miranda.

—Pues no podía haber elegido mejor fecha —ironizó Olga.

Su hermana podía llegar a parecer cruel, pero en el fondo no lo era, pensó Miranda.

—Lo he oído por la radio. Aún no he hablado con papá, pero parece ser que el pobre chico se encariñó con un hámster del laboratorio y se lo llevó a casa.

—¿Y qué hizo con él, tirárselo?

—Lo más probable es que el hámster le mordiera. Vivía solo, así que nadie pudo acudir en su ayuda. Pero por lo menos eso significa que es poco probable que infectara a nadie más. De todas formas, es una desgracia para papá. No lo dirá, pero seguro que se siente responsable de lo ocurrido.

—Debería haber elegido una rama científica menos peligrosa, como las armas atómicas o algo así.

Miranda sonrió. Aquella mañana se alegraba especialmente de ver a Olga y poder hablar con ella a solas un momento. La familia al completo se reuniría en Steepfall, la casa paterna, para pasar la Navidad. Miranda acudiría a la cita con su prometido, Ned Hanley, y quería asegurarse de que Olga lo trataría bien, pero no se atrevía a abordar el tema de forma directa:

—Espero que esto no nos estropee las fiestas. Me hace mucha ilusión. ¿Sabes que va a venir Kit?

—Qué gran honor por parte de nuestro hermanito. Estoy conmovida.

—No iba a venir, pero yo lo convencí.

—Papá estará contento —observó Olga con un punto de sarcasmo.

—Pues sí que lo estará —repuso Miranda en tono de reproche—. Sabes lo que le dolió tener que despedir a Kit.

—Sé que nunca lo había visto tan enfadado. Pensé que iba a matar a alguien.

—Pero luego lloró.

—Yo no lo vi.

—Ni yo tampoco. Me lo dijo Lori. —Lori era el ama de llaves de Stanley—. Pero ahora quiere hacer las paces con él y olvidar lo que pasó.

Olga aplastó el cigarrillo en el cenicero.

—Lo sé. La generosidad de papá no tiene límites. ¿Kit ha encontrado trabajo?

—No.

—¿No puedes buscarle algo? Es tu campo, y él es bueno.

—Ahora mismo la cosa está muy floja. Además, la gente sabe que su padre lo puso de patitas en la calle.

—¿Ha dejado el juego?

—Supongo que sí. Prometió a papá que lo haría, y además no tiene dinero.

—Papá pagó sus deudas, ¿verdad?

—No creo que eso sea asunto nuestro.

—Venga ya, Mandy —replicó Olga, llamando a su hermana por el diminutivo que usaba de niña—. ¿Cuánto?

—Mejor pregúntaselo a papá, o a Kit.

—¿Diez mil libras?

Miranda apartó la mirada.

—¿Más todavía? ¿Veinte mil?

—Cincuenta —susurró Miranda.

—¡La madre que lo parió! ¿Ese pequeño cabrón se ha pulido cincuenta mil libras de nuestra herencia? Ya verás cuando lo vea.

—Bueno, basta ya de hablar de Kit. Esta Navidad vas a poder conocer mucho mejor a Ned. Quiero que lo trates como a uno más de la familia.

—A estas alturas del campeonato, Ned ya tendría que ser uno más de la familia. ¿Cuándo os casáis? Sois demasiado mayores para un noviazgo a la antigua. Además, ya habéis estado casados los dos, así que tampoco tenéis que ahorrar para el ajuar ni nada por el estilo.

Aquella no era la respuesta que Miranda estaba esperando. Quería que Olga se mostrara amable con Ned.

—Ya sabes cómo es Ned —contestó en tono evasivo—. Vive en su propio mundo.

Ned era editor del
Glasgow Review of Books
, una prestigiosa publicación de cultura y política, pero no era el más pragmático de los hombres.

—No sé cómo lo aguantas. Yo no soporto la indecisión.

La conversación no estaba tomando el rumbo que Miranda había deseado.

—Después de Jasper, es una bendición del cielo, créeme. —El primer marido de Miranda era un bravucón y un tirano. Ned era todo lo contrario, y esa era una de las razones por las que lo quería—. Ned nunca será lo bastante organizado para intentar controlar mi vida. Bastante le cuesta recordar qué día es.

—Aun así, te las arreglaste perfectamente sin un hombre durante cinco años.

—Es verdad, y estaba orgullosa de mí misma, sobre todo cuando vino el bache económico y dejaron de pagarme aquellas primas tan grandes.

—¿Y para qué quieres a otro hombre?

—Pues... ya sabes...

—¿Te refieres al sexo? ¿Por Dios, no has oído hablar de los vibradores?

Miranda soltó una tímida risita.

—No es lo mismo.

—No, desde luego. El vibrador es más grande, más duro y más fiable. Además, cuando has terminado puedes volver a dejarlo en la mesilla de noche y olvidar que existe.

Miranda empezaba a sentirse agredida, como solía pasar cuando hablaba con su hermana.

—Ned es muy bueno con Tom -observó. Se refería a su hijo de once años—Jasper apenas hablaba con Tom, a no ser para darle órdenes. Ned se interesa por él, le hace preguntas y lo escucha.

—Hablando de hijastros, ¿qué tal se lleva Tom con Sophie? —Ned también tenía una hija de su matrimonio anterior, una adolescente de catorce años.

—Va a venir a Steepfall. La iré a recoger más tarde. Tom ve a Sophie como los griegos veían a los dioses: seres sobrenaturales y muy peligrosos a menos que se les apacigüe con sacrificios constantes. Siempre le está ofreciendo golosinas, aunque a ella le gustaría más que le ofreciera tabaco. Está delgada como un palillo, y dispuesta a morir con tal de seguir así.

Miranda lanzó una elocuente mirada al paquete de Marlboro Light de su hermana Olga.

—Todos tenemos nuestras debilidades —se excusó esta—. Anda, come un poco más de pastel de zanahoria.

Miranda dejó el tenedor en el plato y bebió un sorbo de café.

—Sophie puede llegar a ser difícil, pero no es culpa suya. Su madre no puede ni verme, y es normal que la niña imite su actitud.

—Apuesto a que Ned prefiere dejar el problema en tus manos.

—No me importa.

—Ahora que está viviendo en tu piso, pagará una parte del alquiler, supongo.

—No se lo puede permitir. En la revista le dan una miseria, y todavía tiene que acabar de pagar la hipoteca de la casa en la que vive su ex. No le hace ninguna gracia depender económicamente de mí, eso te lo puedo asegurar.

—No imagino por qué no. Puede echar un polvo siempre que le apetezca, te tiene a ti para ocuparte de su problemática hija y vive en tu piso de gorra.

Miranda se sintió dolida.

—Eres un poco dura, ¿no crees?

—No deberías haber dejado que se mudara a tu piso sin antes haber fijado una fecha para la boda.

Miranda pensaba lo mismo, pero no iba a reconocerlo ante su hermana.

—Lo que pasa es que Ned cree que todos deberíamos darnos un poco más de tiempo para acostumbrarnos a la idea de volver a estar casados.

—¿Todos, quiénes?

—Pues... Sophie, para empezar.

—Y ella no hace más que repetir las actitudes de su madre, tú misma lo has dicho. Así que lo que estás diciendo es que Ned no se casará contigo hasta que su ex le dé permiso.

—Olga, por favor, quítate la toga de abogada cuando hables conmigo.

—Alguien tiene que decirte estas cosas.

—Sí, pero tú lo simplificas todo demasiado. Ya sé que es deformación profesional, pero yo soy tu hermana, no un testigo de cargo.

—Perdón por abrir la boca.

—No, si en el fondo me alegro de que lo hayas hecho, porque ese es justo el tipo de cosas que no quiero que digas delante de Ned. Es el hombre al que quiero, y voy a casarme con él, así que lo único que te pido es que seas amable con él estas navidades.

—Haré todo lo que pueda —repuso Olga sin demasiado afán.

Miranda quería que su hermana entendiera lo importante que era para ella.

—Necesito que vea que podemos construir una nueva familia juntos, él y yo, para nosotros y los chicos. Te estoy pidiendo que me ayudes a convencerlo de que podemos hacerlo.

—Vale, vale. De acuerdo.

—Si todo va bien esta Navidad, creo que podremos fijar una fecha para la boda.

Olga tocó la mano de Miranda.

—He captado el mensaje. Sé lo mucho que esto significa para ti. Me portaré bien.

Miranda había dejado clara su postura. Complacida, centró su atención en otro tema espinoso.

—Espero que todo vaya bien entre papá y Kit.

—Yo también, pero ahí no hay mucho que podamos hacer tú y yo.

—Kit me llamó hace unos días. No sé por qué, pero está empeñado en dormir en el chalet de invitados cuando vayamos a Steepfall.

Olga torció el gesto.

—¿Por qué se tiene que quedar él solo en el chalet? ¡Eso significa que nosotras tendremos que dormir apretujadas con Ned y Hugo en dos cuartuchos de la casa vieja!

Miranda contaba con la oposición de Olga en este punto.

—Ya sé que se pasa un poco, pero le he dicho que por mí no hay problema. Bastante me costó convencerlo para que viniera. No quería darle una excusa para echarse atrás.

—Es un egoísta de mierda. ¿Qué explicación te dio?

—No se la pedí.

—Pues yo sí lo haré. —Olga sacó el móvil de la cartera y marcó un número.

—No hagas un drama de esto —le rogó Miranda.

—Solo quiero preguntárselo —replicó Olga, y volviéndose hacia el aparato, elijo—: Oye, Kit, ¿qué es eso de que tú te quedas en el chalet? No crees que es un poco... —Hubo una pausa—. Ah. ¿Por qué no? Ya veo... pero ¿por qué no...? —Olga enmudeció de pronto, como si él le hubiera colgado el teléfono.

Miranda pensó, muy a su pesar, que sabía lo que Kit acababa de decir.

—¿Qué pasa?

Olga volvió a guardar el teléfono en su bolso.

—No hará falta discutir por el chalet. Kit ha cambiado de planes. No va a venir a Steepfall.

09.00

Las instalaciones de Oxenford Medical estaban completamente sitiadas. Periodistas, fotógrafos y equipos de televisión se agolpaban por fuera de la verja, acosando a los empleados que se dirigían a sus puestos de trabajo, arracimándose en torno a sus coches y bicicletas, plantándoles cámaras y micrófonos ante las narices, haciéndoles preguntas a voz en grito. Los guardias de seguridad intentaban por todos los medios apartar a los periodistas del flujo habitual de vehículos para evitar accidentes, pero estos no parecían demasiado interesados en colaborar con ellos. Para colmo, un grupo de defensa de los derechos de los animales había aprovechado la oportunidad para organizar una manifestación ante la verja. Allí estaban, agitando pancartas y coreando consignas de protesta ante las cámaras, que a falta de algo mejor se centraban en los manifestantes. Toni Gallo contemplaba la escena con una mezcla de irritación e impotencia. Estaba en el despacho de Stanley Oxenford, una gran habitación esquinera que en tiempos había albergado el dormitorio principal de la casa. A Stanley le gustaba mezclar lo antiguo y lo moderno en su lugar de trabajo: el ordenador descansaba sobre un escritorio de madera con el tablero rayado por el uso que lo acompañaba desde hacía treinta años, y en una mesa auxiliar había un microscopio óptico de los años sesenta que aún utilizaba de tarde en tarde. Aquellos días, el microscopio estaba rodeado de tarjetas de Navidad, una de ellas de Toni. Sobre la pared, un grabado Victoriano de la tabla periódica de los elementos colgaba junto a la foto de una deslumbrante joven de pelo oscuro vestida de novia. Era su difunta esposa, Marta.

Stanley hablaba a menudo de ella.

«Frío como una iglesia, como solía decir Marta», «Marta y yo solíamos ir a Italia cada dos años», «A Marta le encantaban los lirios». Pero solo en una ocasión había hablado de sus sentimientos hacia ella, el día en que Toni le había dicho lo hermosa que se veía en aquella fotografía.

—El dolor se hace más soportable, pero no desaparece —había confesado Stanley—. Creo que la seguiré llorando todos y cada uno de los días que me quedan de vida.

Al escucharlo, Toni se había preguntado si alguien la querría alguna vez del modo en que Stanley había querido a Marta.

Ahora Stanley estaba de pie junto a Toni, frente a la ventana, y sus hombros se rozaban. Observaban desolados cómo un número creciente de Volvo y Subaru aparcaba en la zona ajardinada que rodeaba el recinto de Oxenford Medical, engrosando una multitud cada vez más ruidosa y agresiva.

—Lamento mucho todo esto —se disculpó Toni, desolada.

—No es culpa tuya.

—Ya sé que no quieres que me flagele, pero yo dejé que se nos colara un conejo debajo de mis narices, y encima el capullo de mi ex ha filtrado la historia a Carl Osborne, el reportero de la tele.

—Deduzco que no te llevas demasiado bien con él.

Toni nunca había hablado abiertamente del tema con Stanley, pero ahora Frank se había inmiscuido en su vida profesional, y agradeció la oportunidad de explicarlo.

—De verdad que no sé por qué me odia. Yo nunca lo aparté de mi lado. Fue él quien me dejó, y lo hizo en el momento en que más necesitaba su ayuda. Creía que ya me había castigado bastante por lo que hice mal, fuera lo que fuese, pero ahora me sale con esto.

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