Read Fronteras del infinito Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Fronteras del infinito (6 page)

BOOK: Fronteras del infinito
10.87Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—El magistrado de distrito no estaba allí —agregó Harra—, pero el conde sí.

Karal se había quedado blanco y miraba todo con los ojos muy abiertos. Logró controlarse con mucho esfuerzo, consiguió prestar algo que podía llamarse atención y ensayó una media reverencia.

—¿Quién es…, quién es usted, señor?

—El señor Miles Vorkosigan.

Los labios de Karal se movieron sin que saliera ningún sonido. Miles no era lector de labios, pero estaba bastante seguro de que lo que había dicho Karal era alguna variación de ¡mierda!

—Éste es mi hombre de librea, el sargento Pym, y ése, mi investigador médico, el teniente Dea del Servicio Imperial.

—¿Es usted el hijo de mi señor el conde? —logró decir Karal con voz quebrada.

—El mismo, en carne y hueso. —De pronto, Miles sintió asco de toda esa parodia. Seguramente, era suficiente para una primera impresión. Saltó del lomo de Tonto y aterrizó sobre sus pies redondos. Sí, soy bajo.
Pero espera a verme bailar
—. ¿Le parece bien si abrevamos a nuestros caballos aquí? —Miles pasó las riendas de Tonto bajo su brazo y dio un paso hacia el agua.

—Eh, eso es para la gente, mi señor —dijo Karal—. Un minuto y le buscaré un balde. —Se ajustó los pantalones y salió, corriendo por el costado de la cabaña. Hubo un minuto de silencio incómodo y después llegó la voz de Karal flotando en el aire—: ¿Dónde está el balde de las cabras, Zed?

Otra voz, clara y joven:

—Detrás de la pila de leña, papá.

Las voces empezaron a murmurar a lo lejos. Karal volvió con un balde de aluminio todo abollado que colocó junto al abrevadero. Quitó una tapa de madera del costado y un arroyuelo brillante de agua se arqueó para llenar el balde. Gordo Tonto levantó las orejas y bufó y se rascó la cabezota contra el cuerpo de Miles, manchándole la túnica con sus pelos rojos y blancos y haciéndole tambalear. Karal alzó la vista y sonrió al caballo, aunque su sonrisa se congeló cuando su mirada pasó al dueño del animal. Mientras Gordo Tonto tragaba el agua, Miles echó una mirada al que había hablado con la segunda voz, un muchacho de unos doce años que salió de los bosques por detrás de la cabaña.

Karal se dedicó a ayudar a Miles, Harra y Pym a acomodar a los caballos. Después, Miles dejó que Pym desensillara y alimentara a los animales y siguió a Karal a la casa. Harra se le pegó como una lapa y el doctor Dea cogió su equipo médico y siguió al grupo. Las botas de Miles sonaban desiguales sobre las tablas del suelo.

—Mi esposa… volverá a mediodía —dijo Karal, que se movía inquieto por la habitación mientras Miles y Dea se acomodaban sobre un banco y Harra se enroscaba con los brazos alrededor de las rodillas en el suelo, cerca de la chimenea—. Yo… voy a preparar algo de té, señor.

Y se alejó para llenar una tetera en el abrevadero antes de que Miles pudiera decir,
No, gracias
. No. Dejemos que se tranquilice con movimientos cotidianos. Entonces tal vez Miles pudiera empezar a discernir qué parte de los nervios era una reacción normal y qué parte tenía que ver con una mala conciencia. Para cuando Karal tuvo la tetera en el fuego, había recuperado gran parte de su control, así que Miles empezó su tarea.

—Preferiría empezar esta investigación de inmediato, portavoz. No tiene por qué ser muy larga.

—No tiene por qué llevarse a cabo, milord. La muerte del bebé fue natural… no tenía marcas. Era débil, tenía la boca de gato, ¿quién sabe qué más tenía mal? Murió durmiendo o por accidente.

—Es extraordinario —dijo Miles— lo a menudo que esos accidentes se repiten en este distrito. Mi padre, el conde, lo ha… comentado.

—No había necesidad de que usted hiciera todo este viaje. —Karal miró a Harra con exasperación.

Ella se quedó sentada, en silencio, sin inmutarse.

—No ha supuesto ningún problema —aseguró Miles con suavidad.

—En realidad, señor —empezó Karal, bajando la voz—, creo que tal vez lo que pasó es que esa niña murió aplastada. Así que, claro, en su dolor, la mente de la madre lo niega. Lem Csurik es un buen muchacho, un buen proveedor. Y Harra, en realidad, no quiere hacer esto, su razón está confusa por el dolor, es temporal, por sus problemas, señor.

Los ojos de Harra, que miraban a través de su cabello revuelto, estaban cargados de odio.

—Entiendo. —La voz de Miles era reposada, alentadora.

Karal pareció alegrarse un poco.

—Todavía podemos arreglarlo todo. Si ella tiene paciencia… si se repone de su dolor. Si habla con el pobre Lem. Estoy seguro de que él no mató a esa niña. Que no se apresure a hacer algo que luego va a lamentar.

—Entiendo —repitió Miles, y dejó que su tono se volviera helado —por qué Harra Csurik tuvo que andar cuatro días para conseguir una audiencia que no estuviera cargada de prejuicios. Usted cree. Usted piensa. ¿Quién
sabe
? Usted no, de eso estoy seguro. Lo único que oigo son especulaciones, acusaciones, afirmaciones en el vacío, improvisaciones. Yo he venido a aclarar los
hechos
, portavoz Karal. La justicia del conde no se dicta sobre suposiciones. No tiene por qué hacerlo. Ya no estamos en la Era del Aislamiento. Ni siquiera en el interior.

»Mi investigación de lo ocurrido comienza en este instante. No voy a apresurar el juicio hasta que complete mi reconstrucción de los hechos. La confirmación de la culpabilidad o la inocencia de Lem Csurik saldrá de sus propios labios gracias a la pentarrápida, administrada por el doctor Dea frente a dos testigos… usted y un ayudante que usted elija. Simple, claro y rápido. —
Y tal vez así pueda empezar a salir de este agujero antes del anochecer
—. Le ordeno que vaya a buscar a Lem Csurik para el interrogatorio, portavoz. El sargento Pym le ayudará.

Karal dejó pasar otro segundo sirviendo agua en un gran bol marrón antes de decir:

—Soy un hombre que ha viajado, señor. Un hombre con veinte años en el Servicio. Pero la mayoría de la gente del pueblo nunca ha salido del valle Silvy. Los interrogatorios con sustancias químicas son magia para ellos. Tal vez sostengan que es una confesión falsa si lo hacemos de esa forma.

—En ese caso, usted y su ayudante pueden decir que no es cierto. Ya no estamos en los viejos tiempos, cuando se conseguían confesiones bajo tortura, Karal. Además, si Csurik es tan inocente como usted
cree, o piensa
, lógicamente se arreglará todo, ¿verdad?

Karal se fue a la otra habitación a regañadientes. Volvió poniéndose una chaqueta desteñida del uniforme del Servicio Imperial con el rango de cabo marcado sobre el cuello. Los botones de la chaqueta ya casi no le abotonaban a la altura del estómago. Evidentemente, la preservaba para momentos oficiales como éste. Y como estaban en Barrayar, donde se saludaba al uniforme y no al hombre que lo usaba, tal vez así la rabia engendrada por un deber impopular caería sobre el cargo, y no sobre el individuo que lo ocupaba en ese momento. Miles entendió al portavoz.

Karal se detuvo ante la puerta. Harra siguió sentada junto a la chimenea, balanceándose con suavidad.

—Señor —dijo Karal—. He sido portavoz del valle Silvy durante dieciséis años. En todo ese tiempo, nadie ha tenido que ir a ver al magistrado del distrito para denunciar nada, ni una violación de derechos de agua, ni un robo de animales, ni una rebelión, ni siquiera la vez en que Neva acusó a los Bor de piratear arces. No tuvimos nunca una guerra entre familias, ni una sola vez en dieciséis años.

—No tengo intención de provocar una guerra entre familias, Karal. Quiero los hechos, eso es todo.

—Ése es el problema, señor. Yo ya no estoy tan enamorado de los hechos como antes, señor. A veces, queman. —Los ojos de Karal estaban llenos de apremio.

En realidad, el hombre estaba haciendo todo lo que podía para distraer a Miles de su propósito, excepto ponerse cabeza abajo y voltear tres gatos por el aire con una sola mano. ¿Hasta dónde podía llegar su oposición?

—No podemos permitir que el valle Silvy tenga su propia Era de Aislamiento en miniatura —advirtió Miles—. La justicia del conde es para todos. Incluso para los niños. Y los débiles. Incluso para los que tienen muchos problemas. Y no pueden hablar ni defenderse, señor portavoz. A propósito, no sé si es consecuente de que la función del portavoz de un pueblo es ser la voz de los demás.

Karal se encogió, blanco como la cera, era evidente que estaba asustado. Se fue caminando despacio por el sendero, con Pym detrás. Pym lo vigilaba con mucho cuidado, una mano sobre el bloqueador nervioso, en el cinturón.

Tomaron té mientras esperaban y Miles examinó la cabaña, mirando todo pero sin tocar nada. El hogar era la única fuente de calor para cocinar y hervir agua. Lavaban en un fregadero abollado de metal que se llenaba a mano con un balde y se vaciaba a través de un caño de desagüe que pasaba bajo la puerta de entrada y se unía al arroyuelo que corría desde el abrevadero. La segunda habitación era un dormitorio, con una cama doble y cajones para guardar las cosas. Había otros tres jergones en un desván; parecía que el muchacho que habían visto tenía hermanos. El lugar estaba atestado pero bien barrido, las cosas ordenadas y colocadas en su lugar.

En una mesa lateral había un receptor de radio de los que entregaba el Gobierno y un segundo modelo militar más antiguo, abierto: aparentemente, alguien estaba reparándolo y poniéndole un equipo nuevo. La exploración reveló un cajón lleno de repuestos viejos, todos para equipos de audio, por desgracia. Seguramente, el portavoz Karal también era el especialista de comunicaciones de Silvy. Qué apropiado. Con toda seguridad recibían las emisiones de la estación en Hassadar, tal vez los canales de alta energía del Gobierno desde la capital.

No había otro tipo de electricidad, claro está. Los receptores de satélite eran piezas caras de tecnología de precisión. Con el tiempo, llegarían incluso allí; algunas comunidades casi tan pequeñas como ésa, pero con instituciones fuertes de cooperación económica, ya los tenían. Era evidente que el valle Silvy seguía estancado en una economía de subsistencia y tenía que esperar a que hubiera algo de superávit en el distrito para obtener alguna mejora, siempre que el superávit no desapareciera primero para satisfacer algún otro deseo. Si la ciudad de Vorkosigan Vashnoi no hubiera sucumbido a los bloqueadores nerviosos atómicos de los cetagandanos, todo el distrito habría podido estar mucho más avanzado económicamente hablando…

Miles fue hasta la galería y se inclinó sobre la baranda. Había vuelto el hijo de Karal. Al otro lado del patio estaba Gordo Tonto, de pie, atado, la cadera alta, las orejas tranquilas, gruñendo de placer mientras el muchacho, sonriendo, le rascaba con vigor debajo del cabestro. El muchacho levantó la vista y vio a Miles. Se agachó, asustado, y se refugió en unas matas.

—Ah —murmuró Miles.

El doctor Dea se puso en pie y se acercó a él.

—Hace mucho que se fueron. ¿Le parece si preparo la pentarrápida?

—No, mejor el equipo de autopsia. Creo que eso es lo que vamos a tener que hacer primero.

Dea lo miró, atento.

—Pensé que había enviado a Pym, para que efectuara el arresto.

—No se puede arrestar a un hombre que no está. ¿Le gusta apostar, doctor? Le apuesto un marco a que no vuelven con Csurik. No, espere, tal vez me equivoque. Ojalá me equivoque… Ahí llegan.

Karal, Pym y un tercero venían caminando por el sendero. El tercero era un hombre grandote, de manos enormes, cejas espesas, el cuello grueso, muy hosco.

—Harra —llamó Miles—, ¿ése es su esposo? —El hombre le parecía hecho a la medida, justo lo que había imaginado. Y cuatro hermanos como él… más robustos, seguramente…

Harra se asomó por detrás del hombro de Miles y dejó escapar un suspiro.

—No, milord. Es Alex, el ayudante del portavoz.

—Ah. —Los labios de Miles se doblaron en un gesto de frustración silenciosa.
Bueno, tenía que conceder la posibilidad de que fuera
fácil.

Karal se detuvo bajo la galería y empezó a desarrollar una explicación confusa que pudiera justificar su regreso con las manos vacías. Miles lo cortó en seco con las cejas en alto.

—¿Pym?

—Se escapó, milord —dijo Pym, lacónico—. Seguramente le avisaron.

—De acuerdo. —Miles frunció el ceño mirando a Karal, que se había quedado callado con toda razón—. Harra, ¿a cuánto estamos del cementerio?

—Por el arroyo, señor, al otro lado del valle. Unos dos kilómetros.

—Su equipo, doctor, vamos a dar un paseo. Karal, busque una pala.

—Milord, estoy seguro de que no es necesario perturbar la paz de los muertos —empezó Karal.

—Le aseguro que es del todo necesario. Hay un apartado para el informe de la autopsia en el procedimiento que me dio la oficina del magistrado de distrito. Y allí es donde voy a presentar mi informe completo cuando volvamos a Vorkosigan Surleau. Tengo permiso del familiar más cercano, ¿verdad, Harra?

Ella asintió, sin expresión, como una autómata.

—Tengo los dos testigos que se requieren, usted mismo y usted, señor —gorila— ayudante, tenemos al doctor y tenemos luz natural si no nos quedamos aquí discutiendo hasta el anochecer. Lo único que necesitamos es una pala. A menos que prefiera cavar con las manos, Karal. —La voz de Miles era dura y cortante y se iba cargando cada vez más de amenaza.

Karal sacudió la cabeza medio calva con un gesto de desesperación.

—El… el padre es el familiar más cercano según la ley, si está vivo y no tengo su…

—Karal —dijo Miles.

—¿Señor?

—Tenga cuidado de no cavar su propia tumba. Ya tiene un pie en ella, se lo aseguro.

La mano de Karal se abrió en un gesto de desesperación.

—Voy… voy a buscar la pala, milord.

La tarde era tibia; el aire dorado y adormecido de muchos veranos. La pala golpeaba con un ruido rítmico en las manos del ayudante de Karal. Más abajo, en la ladera, un arroyo brillante gorgoteaba por entre las piedras limpias y redondas. Harra estaba en cuclillas, observándolo todo, silenciosa, llena de amargura.

Cuando el gran Alex sacó el pequeño cajón —¡tan pequeño! —, el sargento Pym se fue a dar una vuelta de inspección por el perímetro de madera del cementerio. Miles no lo culpaba. Esperaba que el suelo hubiera estado frío a esa profundidad. Alex abrió la caja y miró y el doctor Dea le hizo un gesto para que se alejara y se puso manos a la obra. El ayudante también salió a buscar algo qué hacer al otro lado del cementerio.

BOOK: Fronteras del infinito
10.87Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

A Perfect Likeness by Roger Gumbrell
The Jewels of Cyttorak by Unknown Author
The Way They Were by Mary Campisi
Judicial Whispers by Caro Fraser
Last Night by James Salter
Body Work by Edwards, Bonnie
Saturn Run by John Sandford, Ctein