Read Islas en la Red Online

Authors: Bruce Sterling

Tags: #Ciencia-Ficción

Islas en la Red (22 page)

BOOK: Islas en la Red
11.99Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

David colocó una cinta. Se sentó en el diván, un monstruo excesivamente acolchado en terciopelo púrpura, y conectó la televisión con un anticuado control remoto. Laura se le unió.

—¿Has encontrado algo?

—Creo que películas caseras. Hay montones…, cogí la más reciente.

Una fiesta en la casa. Un enorme y feo pastel en el comedor, un smorgasbord atiborrado de comida.

—No hubiera debido comer tanto —murmuró Laura.

—Mira a ese tipo con el sombrero de cartón —dijo David—. Estoy seguro de que es un doctor loco. ¿Pueden verlo, Atlanta?

Del auricular de Laura le llegó un débil chirriar; lo llevaba suelto, y colgaba. Se sentía un poco rara tras haberlo compartido con Carlotta; algo así como compartir el cepillo de dientes, o como compartir…, bueno, mejor no pensar en eso ahora.

—¿Por qué no te quitas eso, David? —Retiró sus propias gafas y las apuntó hacia la puerta, para que les protegieran de intrusos—. Estamos seguros aquí, ¿no? No es peor que el dormitorio.

—Bueno… —David paró la cinta y se levantó. Pulsó el botón de un intercom al lado de la puerta—. Hola. Hum, ¿Jimmy? Sí, quiero que me traiga ese reloj con base de clavija que hay en la mesilla de noche. Ahora mismo. Gracias. —Volvió al diván.

—No deberías haber hecho esto —dijo Laura.

—¿Quieres decir darles órdenes como si fueran sirvientes? Sí, lo sé. Es muy no-R. Sin embargo, se me han ocurrido algunas ideas…, quiero hablar con Personal respecto de ellas mañana… —Sonó una discreta llamada en la puerta. David cogió el reloj de manos de Jimmy—. No, nada más…, sí, de acuerdo, traiga la botella. —Conectó su aparato al reloj—. ¿Qué tal va así, Atlanta?

—[Podría apuntar uno de los dos aparatos a la televisión] —le dijo el reloj en voz alta—. [Contemplar esa puerta es más bien aburrido.] —Laura no reconoció la voz del hombre; algún rizomiano en turno de noche, a aquellas alturas había dejado de preocuparse por ello.

La cinta siguió girando; David había cortado el sonido.

—Montones de anglos en esa fiesta —comentó David—. Echo a faltar los rastas.

Laura dio un sorbo a su coñac. Envolvió su boca en oro fundido.

—Sí —dijo, inhalando por encima de la copa—. Hay un montón de facciones distintas en esta isla, y no creo que se lleven muy bien entre sí. Están los revolucionarios del Movimiento…, y los místicos del vudú…, y los alt-tec…, y los baj-tec…

—Y los pobres de la calle, sólo en busca de comida y un techo… —Toc toc toc; había llegado el coñac. David lo llevó al diván—. ¿Te das cuenta de que esto podría estar envenenándonos? —Volvió a llenar las copas.

—Sí, pero me sentí peor cuando dejé a Loretta atrás con Carlotta; ha sido tan buena desde entonces, que he llegado a temer que Carlotta le hubiera dado algún tipo de píldora de la felicidad… —Se quitó los zapatos y dobló las piernas debajo de su cuerpo—. David, esa gente sabe lo que está haciendo. Si desean envenenarnos, pueden hacerlo con cualquier cosa que ni siquiera lleguemos a ver.

—Sí, no dejé de decirme eso a mí mismo mientras comía el pisto. —Algún borracho rico había abrazado al cámara y estaba gritándole alegremente al objetivo—. ¡Mira a ese payaso! Olvidé mencionar la facción local de los simples criminales… Supongo que se necesita todo tipo de ellos para formar un paraíso de datos.

—Eso no añade nada —dijo Laura, sumiéndose fácilmente en la meditación alentada por el coñac—. Es como peinar una playa después de una tormenta: todo tipo de restos de la Red arrojados sobre la dorada costa granadina… Así que, si empujas a esa gente, tal vez se hagan simplemente pedazos si golpeas en el punto preciso. Pero demasiada presión, y todo se suelda, y te encuentras con un monstruo de una sola pieza entre tus manos. Hoy estaba pensando… Los antiguos nazis creían en la Tierra Hueca y en todo tipo de estupideces místicas… Pero sus trenes llegaban a la hora y su policía del Estado era malditamente eficiente…

David sujetó su mano y la miró de una manera curiosa.

—Estás realmente en esto, ¿verdad?

—Es importante, David. La cosa más importante que hayamos hecho nunca. Apuesta a que me siento implicada. De pies a cabeza.

Él asintió.

—He observado que parecías un poco tensa cuando te toqué el culo en el ascensor.

Ella se echó a reír, brevemente.

—Estaba nerviosa…, es bueno relajarse aquí, sólo nosotros. —Algún imbécil con pajarita estaba cantando en un escenario improvisado, haciendo numerosas pausas para intercalar chistes y ocurrencias… La cámara no dejaba de moverse entre los hombres de la audiencia, Grandes Negociadores riéndose de sí mismos con la falsa jovialidad de los Grandes Negociadores riéndose de sí mismos…

David la rodeó con un brazo. Ella reclinó la cabeza en el hombro de él. Él no se estaba tomando aquello tan seriamente como ella, pensó. Quizá debido a que no había estado allí de pie con Winston Stubbs…

Cortó aquel horrible pensamiento y se sirvió más coñac.

—Deberías haber cogido una cinta anterior —le dijo—. Quizá podamos echarle una mirada al lugar antes de que el viejo Gelli trajera a sus decoradores.

—Sí, no he visto a nuestro tipo Gelli en toda ésta. Debe de ser la fiesta de su sobrino o algo así… ¡Huau!

La cinta había cambiado bruscamente de escena. Ahora era más tarde, fuera, junto a la piscina. Una fiesta nocturna, montones de antorchas, toallas…, y opulentas mujeres jóvenes con sólo la parte inferior del bikini.

—Santa madre de Dios —dijo David con su voz de comediante—. ¡Tetas desnudas! ¡Ese tipo realmente sabe cómo vivir!

Una multitud de mujeres jóvenes, casi desnudas. Bebiendo, peinándose el húmedo pelo con largos y sensuales movimientos, con el codo muy separado del cuerpo. Tendidas cuan largas eran, adormecidas o drogadas, como si esperaran tostarse a la luz de las antorchas. Todo un surtido de colores de ellas.

—Es bueno ver que al fin aparece alguna gente de color —dijo Laura hoscamente.

—Esas chicas sólo son carnada —dijo David—. No hay lugar para ellas aquí como invitadas.

—¿Quieres decir que son putas?

—Tienen que serlo.

Laura hizo una pausa.

—Espero que eso no vaya a convertirse en una orgía o algo parecido.

—No —dijo David duramente—, mira la forma en que el cámara sigue sus tetas. No se mostraría tan excitado si se estuviera preparando algo fuerte y caliente. —Dejó su copa vacía—. Hey, puedes ver parte del viejo jardín de atrás en esa vista… —Congeló la imagen.

—[Hey] —protestó el reloj.

—Lo siento —dijo David. La cinta siguió adelante. Los hombres disfrutaban viendo así a las mujeres…, caderas ondulantes, aquellos suaves metros de piel femenina teñida. Laura pensó en ello, sintiendo los efectos del coñac.

No hizo mucho por ella. Pero, pese a la fingida indiferencia de David, pudo observar que reaccionaba un poco. Y, de alguna forma extraña e indirecta, ella también se excitó ligeramente.

Por una vez no había nadie mirándoles, pensó con perversidad. Quizá, si se enroscaban en el diván y permanecían muy, muy en silencio…

Una muchacha esbelta y muy morena con brazaletes en los tobillos se subió a la plancha de la piscina. Dio unos saltitos en el extremo, se inclinó graciosamente y se detuvo, preparada. Permaneció inmóvil durante cinco largos segundos, luego saltó de cabeza…

—¡Jesucristo! —exclamó David. La inmovilizó con medio cuerpo dentro del agua. Laura parpadeó.

—¿Qué hay de especial en…?

—No es ella, muchacha. Mira. —Hizo pasar la cinta a la inversa; la chica voló hacia atrás, se enderezó y apoyó los pies en la plancha. Permaneció unos segundos doblada, luego se irguió y caminó hacia atrás… Se inmovilizó de nuevo—. Ahí —dijo David—. En el extremo de la derecha, junto al agua. Es Gelli. Tendido en esa hamaca de jardín.

Laura miró.

—Seguro que lo es…, parece más delgado. —Mira cómo se mueve… —La chica avanzó por la plancha…, y la cabeza de Gelli se bamboleaba. Un movimiento espástico, compulsivo, con la barbilla trazando un ocho irregular y los ojos fijos en nada en absoluto. Y luego el bamboleo cesó, se detuvo de algún modo, y en sus ojos apareció el dolor del esfuerzo. Alzó la mano, una mano marchita como un puñado de palillos, agudamente doblada por la muñeca.

La chica se balanceó graciosamente en primer término, con sus esbeltas piernas muy rectas, los dedos de los pies tensos como una gimnasta. Y tras ella Gelli siguió inclinándose, tuc tuc tuc, tres pequeñas sacudidas de movimiento en su rostro…, rápidas, bruscas, totalmente ritualizadas. Luego la chica saltó, y la cámara se alejó. Y Gelli se desvaneció.

—¿Qué le pasa? —susurró Laura. David estaca pálido, la boca tensa.

—No lo sé. Algún desorden nervioso, evidentemente.

—¿La enfermedad de Parkinson?

—Tal vez. O quizás algo para lo que ni siquiera tenemos un nombre.

David apagó el televisor. Se puso en pie y desconectó el reloj. Se colocó cuidadosamente las gafas.

—Voy a responder algo de correo, Laura.

—Iré contigo. —No había dormido en largo tiempo. Y estaban las pesadillas, también.

A la mañana siguiente, inspeccionaron los cimientos en busca de movimientos de asentamiento y grietas. Abrieron todas las ventanas, tomando nota de los cristales rotos y los dinteles combados. Comprobaron las vigas y el mohoso aislamiento del desván, señalaron las tablas que crujían en la escalera, midieron los desniveles en el suelo, catalogaron la multitud de pequeñas grietas e irregularidades en las paredes.

Los sirvientes les observaban con creciente ansiedad. Durante el almuerzo tuvieron una pequeña discusión. Jimmy, se supo, se consideraba a sí mismo el «despensero», mientras que Rajiv era el «mayordomo» y Rita la «cocinera» y «niñera». No eran ningún equipo de construcción. Para David, todo aquello sonaba ridículamente pasado de moda; las cosas necesitaban hacerse, así que, ¿por qué no ellos? ¿Cuál era el problema?

Respondieron con orgullo herido. Formaban un hábil personal de la casa, no eran obreros sin calificar de los equipos de construcción del gobierno. Tenían unos cargos asignados, y el trabajo que esos cargos conllevaban. Todo el mundo sabía aquello. Siempre había sido así.

David se echó a reír. Estaban actuando como coloniales del siglo XIX, dijo; ¿qué ocurría con la revolución alt-tec antiimperialista de Granada? Sorprendentemente, aquella argumentación no consiguió afectarles. Espléndido, dijo al fin David. Si no deseaban ayudar, no había ningún problema. Podían sentarse, poner los pies sobre la mesa y beber piña colada.

O quizá podían ver un poco la televisión, sugirió Laura. Resultaba que tenía algunas cintas de reclutamiento de Rizome que podían explicar cuál era la opinión de Rizome respecto de las cosas…

Después de almorzar, Laura y David prosiguieron implacables su inspección. Subieron a las torretas, donde los sirvientes tenían sus aposentos. Los suelos estaban astillados, los techos llenos de grietas y los intercoms no funcionaban. Antes de marcharse, Laura y David hicieron deliberadamente todas las camas.

Durante la tarde, David tomó un poco el sol en el fondo de la vacía piscina. Laura jugó con la niña. Más tarde, David comprobó el sistema eléctrico mientras ella respondía el correo. La cena fue de nuevo fantástica. Estaban cansados y se retiraron pronto a dormir.

El Banco les ignoraba. Ellos le devolvieron el favor.

Al día siguiente, David sacó su caja de herramientas. Lo convirtió en una especie de ritual inconsciente, como un duque inspeccionando sus esmeraldas. La caja pesaba ocho kilos, era del tamaño de una caja para el pan grande, y había sido amorosamente preparada por los artesanos Rizome en Kyoto. Mirando dentro, entre el brillo de la cerámica cromada y los perfectos alojamientos de espuma, uno conseguía hacerse una imagen mental de las personas que la habían hecho…,, sacerdotes zen con túnicas blancas trabajando al torno, hombres que vivían de arroz sin pulimentar y aceite de máquina.

Alzaprima, cortachapa, un hábil soplete de propano; doblacaños, llave para tubos, taladro telescópico; medidor de ohmios, mondacables, tenacillas de punta… Manecillas de ébano acanaladas para encajar en taladros y destornilladores… La caja de herramientas de David era con mucho su posesión más cara.

Trabajaron en las cañerías durante toda la mañana…, empezando con el baño de los sirvientes. Un trabajo duro y sucio, con mucho arrastrarse sobre la espalda. Después de la adoración al sol de aquella tarde, David se quedó fuera. Descubrió algunas herramientas de jardinería en un cobertizo y limpió la parte delantera del jardín, desnudo hasta la cintura y llevando las gafas. Laura vio que había convencido rápidamente a los dos guardias de la puerta para que le ayudaran. Estaban recortando la hiedra y podando las ramas muertas y bromeando entre ellos.

Laura no tenía nada que informar a Atlanta, así que pasó el tiempo captando publicidad. No sorprendentemente, se encontró con abundantes consejos gratuitos procedentes de todos los rincones de la brújula. Varios idiotas expresaban su grave decepción ante el hecho de que aún no se les hubiera ofrecido un tour turístico por un laboratorio de drogas secreto de Granada. Un programa de gráficos Rizome mostraba una incursión pirata en Cuba…, ¿estaba el Banco implicado? Rizome había contactado con el gobierno polaco…, Varsovia decía que Andrei Tarkovski era un traficante del mercado negro, buscado por falsificación de pasaportes.

Las elecciones Rizome se estaban caldeando. Parecía como si la carrera de Suvendra estuviera a punto de cerrarse. Pereira —Míster Chico Guapo— estaba ofreciendo un sorprendente espectáculo.

David entró a ducharse para la cena.

—Te vas a quemar ahí fuera —le dijo ella.

—No, no es así, huele. —Apestaba a acre sudor masculino, con un asomo de menta. Su piel parecía como encerada.

—¡Oh, no! —exclamó ella—. No habrás estado usando el contenido de ese tubo, ¿verdad?

—Por supuesto que sí —dijo David, sorprendido—. Prentis afirmó que era lo mejor de lo mejor…, no esperarás que aceptara su palabra sólo porque él lo decía. —Examinó sus antebrazos—. Lo usé ayer también. Juraría que ya estoy más moreno, y en absoluto quemado.

—David, eres imposible…

Él se limitó a sonreír.

—¡Creo que esta noche me fumaré un cigarro!

Cenaron. Los sirvientes estaban inquietos a causa de las cintas de reclutamiento. Deseaban saber cuánto de ellas era cierto. Todo, les dijo Laura inocentemente.

BOOK: Islas en la Red
11.99Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

What Women Want by Fanny Blake
The Temple by Brian Smith
Thérèse Raquin by Émile Zola
The Gorgon Festival by John Boyd
The Deep End of the Sea by Lyons, Heather
The Other Girl by Pam Jenoff
Gladiator: Vengeance by Simon Scarrow
Smart Mouth Waitress by Moon, Dalya