Islas en la Red (23 page)

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Authors: Bruce Sterling

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Islas en la Red
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Mientras permanecían tendidos en la cama, pidió a Atlanta que le enviaran una cinta en japonés…, las historias de misterio de Edogawa Rampo. David se quedó dormido de inmediato, acunado por los polisílabos ininteligibles. Laura escuchó mientras derivaba lentamente, dejando que la gramática extranjera la empapara hasta aquellos recónditos lugares donde el cerebro almacenaba los idiomas. Le gustaba el directo japonés periodístico de Rampo, nada de aquellas circunvoluciones y enloquecedoramente veladas alusiones…

Horas más tarde se despertó sobresaltada en la oscuridad. Un áspero farfullar en inglés.

—Muchacha, despierta, hay noticias…

Emily Donato habló en la oscuridad:

—[Laura, soy yo.]

Laura se agitó en la bamboleante cama de agua. La habitación era toda púrpuras oscuros y grises.

—¡Luces, encendeos! —graznó. Un destello de resplandor sobre su cabeza. Miró el reloj con ojos entrecerrados. Las dos de la madrugada—. ¿Qué ocurre, Emily?

—[Tenemos al elat] —proclamó el reloj, con la familiar voz de Emily.

Laura sintió una punzada de dolor de cabeza.

—¿Qué elat?

—[El ElAT, Laura. Sabemos quién está detrás. Es Molly.]

—Oh, los terroristas —dijo Laura. Una leve sacudida de shock y miedo la atravesó. Ahora estaba despierta—. ¿Molly? ¿Molly qué?

—[El
gobierno
de Molly] —explicó Emily.

—Es un país en el norte de África —dijo David desde su lado de la cama, dándose cuenta de que Laura no había oído bien el nombre—. La República de Malí. Capital Bamako, exportaciones principales algodón, índice de población dos por ciento. —David, el jugador de Worldrun.

—Malí. —El nombre le sonaba sólo vagamente familiar—. ¿Qué tienen que ver con todo esto?

—[Estamos trabajando en ello. Malí es uno de esos países del cinturón de hambruna del Sáhara, con un régimen militar y las cosas bastante feas… El ElAT es su grupo fachada. Lo hemos obtenido de tres fuentes distintas.]

—¿Quiénes? —quiso saber Laura.

—[Kymera, I. G. Farben, y el Departamento de Estado argelino.]

—Suena bien —dijo Laura. Confiaba en la Corporación Kymera…, los japoneses no lanzaban acusaciones a la ligera—. ¿Qué dice Viena?

—[Nada. Ni chistar. Están encubriendo algo, creo. Malí nunca firmó la Convención de Viena…] —Emily hizo una pausa—. [El Comité Central se reúne mañana. Alguna gente de Kymera y Farben vuelan para allá. Todos sabemos que la cosa hiede.]

—¿Qué quieres que hagamos nosotros? —preguntó Laura.

—[Decídselo al Banco cuando testifiquéis. No fue Singapur el que mató a su hombre. Ni tampoco el Commerzbank europeo. Fue la policía secreta de Malí.]

—Jesús —dijo Laura—. De acuerdo…

—[Te envío algunos datos complementarios por una línea codificada… Buenas noches, Laura. Yo también he permanecido despierta hasta tarde, si esto te sirve de consuelo.]

Emily cortó.

—Huau… —Laura sacudió la cabeza, despejando las últimas telarañas—. Las cosas se están moviendo realmente… —Se volvió hacia su esposo—. ¡Hey!

—Sí —murmuró David. Estiró un brazo, tendiéndolo hacia ella—. Soy, hum…, negro.

—¡David…, eres realmente negro! —Laura echó hacia un lado la sábana, dejando al descubierto el pecho y el estómago desnudos de él. Se dio cuenta de que se le erizaba el vello de la nuca—. David, mírate. ¡Tu piel es negra! ¡Totalmente!

—Sí…, estuve tomando el sol desnudo en la piscina. —Se encogió adormilado de hombros, negro contra la blanca almohada—. ¿Recuerdas aquel oficial del barco, un tipo negro y rubio…, allá en el
Charles Nogués
? Cuando lo vi me pregunté…

Laura parpadeó, intentando recordar. —El hombre negro y rubio… Sí, pero pensé que llevaba el pelo teñido…

—Su pelo era natural, pero él había cambiado su piel. Es ese aceite bronceador que me dio Prentis. Afecta los pigmentos de la piel, la melanina, supongo. No acaba de cuajar aquí en mis… ingles, como si la zona estuviera llena de pecas, pero unas pecas muy grandes… Hubiera debido preguntarle cómo funciona.

—Es evidente cómo funciona, David…, ¡te vuelve negro! —Laura se echó a reír, con la mente atrapada entre la impresión y el ridículo. David parecía tan diferente…—. ¿Te sientes bien, amor?

—Me siento estupendo —dijo él fríamente—. ¿Cómo te sientes tú al respecto?

—Déjame mirarte… —Deslizó sus ojos hasta sus ingles, y no pudo remediar el echarse a reír—. Oh, no es que sea divertido, pero… David, te pareces a una jirafa en celo. —Frotó su hombro fuertemente, con el pulgar—. Y no se marcha, no… Amor, esta vez lo has conseguido realmente.

—Esto es revolucionario —dijo él sobriamente.

Ella se vio sacudida por un ataque de risa.

—Lo digo en serio, Laura. Puedes convertirte en negro, sólo con la ayuda de un tubo. ¿No ves lo que significa eso?

Ella se mordió un nudillo hasta que consiguió controlarse.

—David, la gente no desea arriesgarse a coger un cáncer de piel, sólo para convertirse en negra.

—¿Por qué no? Yo lo haría. Vivimos bajo el duro sol de Texas. Todos los texanos deberían ser negros. En ese tipo de clima, es lo mejor para ti. De veras.

Ella se lo quedó mirando, mordiéndose el labio.

—Esto es simplemente demasiado…, demasiado extraño. Tú no eres realmente negro, David. Tienes una nariz anglo y una boca anglo. ¡Oh, mira, tienes una mancha en la oreja que se te había pasado por alto! —Dejó escapar una risa chirriante.

—Ya para con esto, Laura, me estás volviendo loco. —Se sentó más erguido—. De acuerdo, quizá no sea negro, si se me mira de cerca… Pero, en medio de una multitud, soy un hombre negro. Lo mismo en un coche, o caminando por una calle. O en una reunión política. Eso puede cambiarlo todo.

Aquella pasión la sorprendió.

—Oh, vamos, David, no todo. El director ejecutivo Rizome es negro. Incluso los Estados Unidos han tenido un presidente negro.

—Tonterías, Laura, no finjas que el racismo es un callejón sin salida, ¿por qué te crees que África se encuentra en el lío en que está? ¡Maldita sea, estos granadinos han conseguido realmente algo! Había oído rumores de algo así, pero por la forma en que lo pintaban era alguna especie de arriesgado experimento de locos… ¡Pero esto es fácil Me pregunto cuánto stock tendrán fabricado. ¿Kilos? ¿Toneladas?

Los ojos de David estaban llenos de un fuego visionario.

—Voy a dirigirme hacia el primer tercermundista que vea y a decirle: «¡Hola!, soy un explotador imperialista estadounidense, y soy tan negro como el as de espadas, compadre». Esto es lo mejor de lo que haya oído hablar nunca.

Laura frunció ligeramente el ceño.

—Es sólo color. Eso no cambia tus sentimientos, tu interior. Ni la forma en que actúas tampoco.

—Y una mierda. Incluso un nuevo corte de pelo puede conseguir eso. —Se reclinó contra la almohada, las manos bajo la nuca. Sus sobacos tenían manchas—. Tomaré más de esta cosa.

Ahora ya estaba metido en ello. Al fin. Había sido necesario algo realmente extraño para hacerle reaccionar, pero ahora estaba con ella todo el camino. Había hallado algo que lo galvanizaba, y ahora estaba fuera y corriendo. Tenía de nuevo aquella mirada en sus ojos. Exactamente igual que cuando se casaron, exactamente igual que cuando estaban planeando el Albergue juntos. Se sintió feliz.

Se apoyó contra su pecho, admirando el esbelto contraste de su brazo contra las oscuras costillas de él.

—Tienes buen aspecto, David, de veras… Pareces encajar con ello… Supongo que nunca llegué a decírtelo, pero siempre sentí una cierta admiración hacia los chicos negros. —Besó su hombro—. Había aquel muchacho en la escuela secundaria, por ejemplo, y él y yo…

David saltó bruscamente de la cama.

—Atlanta, ¿quién está online?

—[Uh, me llamo Nash, Thomas Nash; ustedes no me conocen…]

—Tom, quiero que le eche una mirada a esto. —David cogió sus gafas y las enfocó sobre sí, de pies a cabeza—. ¿Qué piensa usted de ello?

—[Hum, parece que tenemos algún problema con el nivel de luminosidad, Rizome Granada. Además, no lleva usted ropa. ¿Correcto?]

Laura esperaba que David volviera a la cama. En vez de ello, él empezó a llamar a gente. Se quedó dormida cuando él aún seguía hablando.

5

Estaban bajo los cimientos de la casa, con un gato hidráulico, cuando oyeron llamar a Sticky.

—¡Yo buana, Rubio! Tienen que venir ahora, es el momento de enfrentarse a la música…

Se arrastraron fuera a la luz del atardecer. Laura se escurrió fuera del agujero en el cemento y se puso en pie.

—Hola, capitán. —Se pasó los dedos por el pelo y los retiró llenos de fragmentos de telarañas.

David se arrastró tras ella. Sus tejanos y su camisa de trabajo de dril estaban costrosamente sucios en las rodillas y los codos, con lodo pegado, corrompido y seco. Sticky Thompson sonrió ante el oscuro rostro de David.

—¿Intentando ligarse a las chicas del lugar, Rubio? ¿Dónde está el Gran Cazador Blanco?

—Muy gracioso —dijo David.

Sticky les condujo por el ala oeste de la mansión. Mientras caminaban por debajo de los recién podados ilang-ilang, David se puso las gafas y se encajó el auricular.

—¿Quién está online? Oh. Hola. ¿Qué? Demonios, se me ha metido lodo en las gafas. —Las limpió con los faldones de su camisa.

Dos jeeps militares aguardaban en el camino de grava: con capota metálica, pintados de verde y ventanillas tintadas. Tres milicianos uniformados estaban sentados en los planos y cuadrados parachoques, bebiendo refrescos en vasos de papel. Sticky silbó secamente; el guardia más delgado se puso firmes y abrió una portezuela. Una calcomanía de colores brilló en el panel de la puerta: chillones rojos, dorados y verdes…, la bandera granadina.

—Éste es el momento de la verdad, señora Webster. Estaremos listos cuando usted lo esté.

—Necesita cambiarse… —empezó a decir David.

—No, no lo necesito —cortó Laura—. Estoy lista en cualquier momento. A menos que ustedes los del Banco piensen que voy a mancharles su tapicería. —Sacó sus gafas de un bolsillo abotonado de su camisa.

Sticky se volvió a David y señaló hacia el segundo jeep.

—Tenemos preparado un espectáculo turístico especial para usted hoy. Este otro jeep es su escolta, lo llevará a la playa. Hay algunos proyectos de edificación muy especiales allí. Le encantará ése, Dave.

—De acuerdo —dijo David—. Pero antes tengo que terminar unos trabajos debajo de la casa, o la cocina se hundirá de un momento a otro. —Dio a Laura un repentino y fuerte achuchón—. Parece que hoy voy a tener que cuidar yo de la niña. —Susurró en su oído—: Suerte, muchacha. Envíalos al infierno. —La besó intensamente. Los soldados les sonrieron.

Laura subió al asiento del pasajero del jeep. Uno de los soldados se sentó detrás, haciendo resonar su rifle de asalto. Sticky permaneció fuera irnos instantes más. Se había puesto unas gafas polarizadas. Observó atentamente el cielo, escudando sus ojos con ambas manos. Satisfecho, subió al asiento del conductor y cerró de golpe la portezuela.

Sticky puso en marcha el motor con una llave de arranque de estilo antiguo. Tomó las serpenteantes curvas del sendero dentro de la propiedad a una velocidad que alborotaba el pelo, conduciendo indolentemente, con sólo una oscura mano en el volante. Laura comprendió ahora por qué había variado el color de su piel. No era maquillaje, sino trucos técnicos camaleónicos profundamente embutidos en las células. Muchos cambios…, quizá demasiados. Las pequeñas medias lunas de sus uñas parecían sorprendentemente amarillas. Se las mordía.

La miró unos instantes y le sonrió alegremente…, ahora que conducía parecía exaltado, como si estuviera en pleno viaje. Estimulantes, pensó sombríamente Laura.

—No tiene usted un aspecto demasiado espectacular —dijo Sticky—. No puedo creer que no haya pedido un poco de tiempo, aunque sólo sea para aplicarse una pizca de lápiz de labios.

Laura se llevó involuntariamente una mano a la mejilla.

—¿Quiere decir usted maquillaje vídeo, capitán? Tenía entendido que esto iba a ser una audiencia cerrada.

—Oooh —exclamó Sticky, divertido ante su formalidad—. Eso es lo que parece, sí. Siempre que la cámara no esté mirando, puede ir usted arriba y abajo en el más mugriento mono de clase trabajadora que encuentre. —Se echó a reír—. Pero, ¿y si su compañera de escuela la ve? ¿Esa que viste siempre como una elegante esclava sureña? ¿Emily Donato?

—Emily es mi mejor amiga —dijo Laura tensamente—. Me ha visto con un aspecto mucho peor que éste, créame.

Sticky alzó las cejas. Habló con voz intrascendente.

—¿Nunca se ha preguntado nada acerca de esa Donato y su esposo? Ella lo conoció antes que usted. De hecho, fue ella quien los presentó.

Laura refrenó un brusco brote de furia. Aguardó unos instantes.

—¿Se ha estado divirtiendo, Sticky? ¿Andando descalzo por mi dossier personal? Apuesto a que eso le proporciona una auténtica sensación de poder, ¿eh? Algo así como esos pendencieros guardias quinceañeros de esta milicia de juguete de ustedes.

Sticky miró rápidamente por el espejo retrovisor. El guardia en la parte de atrás fingió no haber oído.

Tomaron la carretera del sur. El cielo estaba cubierto, los verdosos montículos de los árboles tenían un aspecto polvoriento y extraño sobre las brumosas laderas volcánicas.

—¿Cree que no sé a qué viene todo eso? —dijo Sticky—. ¿Todo este trabajo en la casa? Sin cobrar nada por él…, sólo para impresionar. Darles a los sirvientes cintas de propaganda…, intentar sobornar a nuestra gente.

—Una posición en Rizome no puede llamarse un soborno —dijo fríamente Laura—. Si trabajan con nosotros, merecen un lugar con nosotros. —Pasaron junto a una abandonada fábrica de azúcar—. Es duro para ellos, hacer todo el trabajo de la casa y además actuar como nuestros espías domésticos.

Sticky la miró con ojos furiosos.

—Esas jodidas malditas gafas —siseó de pronto.

—Atlanta, me sitúo offline —dijo Laura. Se quitó las gafas y el auricular y abrió de un tirón el compartimiento de mapas. Una caja de cartón parecida a una huevera llena de munición cayó a sus pies. La ignoró y metió su equipo dentro (alguien estaba chillando por él), y cerró la puertecita de acero.

Sticky rió quedamente.

—Eso le va a traer problemas. Será mejor que vuelva a ponérselo.

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