Pasaron una tarde tranquila en una milagrosa y acogedora seguridad en uno de los recintos de Kymera Habana. Y fuera de la Red, en la más estricta intimidad…, una especie de éxtasis, como recobrarse de una enfermedad. Sus aposentos eran más pequeños y todo estaba más cerca del suelo, pero aparte esto todo lo demás era como una vieja semana en el hogar en algún Albergue Rizome. Charlaron en japonés y en español mientras comían marisco y bebían sake, y conocieron a la adorable hija de diez años de los Takeda.
—Rizome nos ha mostrado algunas de sus cintas —dijo Yoshio, con las correspondientes pausas para la traducción—. Estamos coordinando. Poniendo todas las cartas sobre la mesa entre nosotros.
—Entonces, vieron ustedes el ataque terrorista —dijo Laura.
Yoshio asintió.
—Malí ha ido demasiado lejos.
—¿Están seguros de que se trata de Malí?
—Lo sabemos —dijo Yoshio—. Nosotros acostumbrábamos a contratarlos.
Laura se mostró asombrada.
—¿Kymera contrató alguna vez al ElAT?
Yoshio adoptó una actitud avergonzada, pero dispuesta a revelarlo todo.
—Sufrimos mucho a causa de la piratería. El «Ejército Antiterrorista» nos ofreció sus servicios. Para luchar contra los piratas, desanimarlos. Sí, incluso matarlos. Eran eficientes. Les estuvimos pagando en secreto durante años. Lo mismo que muchas otras compañías. Parecía mejor que organizar ejércitos con nuestra propia gente.
David y Laura conferenciaron. David estaba escandalizado.
—¿Los japoneses contrataron terroristas mercenarios?
Yoshio pareció impaciente.
—¡No somos japoneses! Kymera es una corporación mexicana.
—Oh.
—Ya saben ustedes cómo son las cosas en Japón —ironizó Yoshio—. ¡Gordos! ¡Perezosos! Multitud de gente mayor, anticuada… —Dio unos golpecitos en su taza, y Mika le sirvió más sake—. ¡Demasiados éxitos en Japón! Es la política japonesa la que ha creado esta crisis mundial. Demasiado entre bastidores. Demasiadas mentiras educadas…,
hipocrasia…
—Utilizó la palabra inglesa, inteligible pese a su entonación peculiar. El término japonés para la palabra
hipocresía
sonaba demasiado parecido a un cumplido.
—Creímos que el Ejército Libre era un mal necesario —prosiguió—. Nunca supimos que fueran tan ambiciosos. Tan listos, tan rápidos. El Ejército Libre es el lado oscuro de nuestros propios conglomerados…, nuestros
keiretsu.
—Pero, ¿qué gana Malí con esto?
—¡Nada! El Ejército Libre domina el país. Lo conquistaron cuando aún estaba débil por el hambre. Se han ido haciendo más y más fuertes, mientras todos nosotros les pagábamos discretamente y fingíamos no saber que existían. Acostumbraban esconderse, como las ratas… Ahora han crecido mucho, como un tigre.
Más traducciones.
—¿Qué estáis diciendo? —quiso saber David.
—Digo que la Red tiene demasiados agujeros. Todos esos criminales: Singapur, Chipre, Granada, incluso el propio Malí, que hemos creado…, tienen que ser aplastados. Tenía que ocurrir. Está ocurriendo hoy. La Tercera Guerra Mundial está aquí.
Mika rió quedamente.
—Es una guerra pequeña —admitió Yoshio—. No vive de la prensa, ¿eh? Pequeña, tranquila, dirigida por control remoto. Se lucha en lugares hacia los que no mira nadie, como África. Lugares que desdeñamos, porque de ellos no podemos sacar ningún beneficio. Ahora tenemos que dejar de ser tan ciegos.
—¿Es ésa la línea oficial Kymera estos días? —preguntó Laura.
—No sólo la nuestra —dijo Yoshio—. La voz se está difundiendo con rapidez, como el ataque. Estábamos preparados para algo así. Kymera está preparando una ofensiva diplomática. Estamos llevando nuestro caso a muchas otras multinacionales. Del Este, del Oeste, del Sur, del Norte. Si podemos actuar en concierto, nuestro poder es muy grande.
—¿Están proponiendo ustedes algún tipo de cártel global de seguridad? —inquirió Laura.
—¡Una Esfera Global de Coprosperidad! —dijo Mika—. ¿Cómo suena eso?
—Hummm —murmuró David—. En los Estados Unidos, esto es conocido como «conspiración para restringir el comercio».
—¿Cuál es su lealtad? —preguntó seriamente Yoshio—. ¿Los Estados Unidos o Rizome?
Laura y David intercambiaron miradas.
—La cosa no llega a tanto —dijo Laura.
—¿Creen ustedes que los Estados Unidos pueden arreglar las cosas? ¿Rearmarse, invadir los paraísos de datos e imponer la paz?
—En absoluto —dijo David—. Los otros signatarios de Viena caerían todos sobre nosotros…, «Norteamérica Imperialista». Cristo, no pasarían seis meses antes de que nos estuvieran lanzando bombas desde todo el mundo. —Rebuscó hoscamente con sus palillos en un montón de sukiyaki—. Y
ay de mí, los rusos.
—Dijo esto en español, como si fuera una oración—. No es que los soviéticos importen mucho estos días, pero siempre quieren estar en el ajo… Miren, la auténtica agencia que debe manejar estos asuntos es la Convención de Viena. Los tipos de Viena tienen licencia para pararle los pies al terrorismo…,, es su trabajo.
—Entonces, ¿por qué no lo están haciendo? —preguntó Yoshio.
—Bueno —dijo David, inquieto—. Supongo que es lo mismo que les ocurría antes a las Naciones Unidas. Es una buena idea, pero, cuando piensas detenidamente en ella, ningún gobierno soberano lo desea exactamente…
—Exactamente
—dijo Yoshio, mezclando también palabras en español—. Ningún
gobierno.
Pero
nosotros
nos sentiríamos muy felices con una fuerza de policía global. Y Viena es global.
Un grupo nuevo-milenario.
Exactamente igual que un moderno
keiretsu.
Laura apartó su plato, luchando con su japonés. —Viena existe para proteger «el orden político». Para proteger a los gobiernos. No nos pertenece. Las corporaciones no pueden firmar tratados diplomáticos.
—¿Por qué no? —dijo francamente Yoshio—. Un tratado es sólo un contrato. Está hablando usted como mi abuela. Ahora es nuestro mundo. ¡Y hay un tigre suelto en él! Un tigre que creamos nosotros…, porque pagamos estúpidamente a otras personas para que se convirtieran en las garras y los colmillos de nuestras corporaciones.
—¿Quién le pone el cascabel al gato? —dijo Mika en inglés. Echó más sake en la pequeña tetera eléctrica. Yoshio les miró y se rió.
—Vaya caras más largas. ¿Por qué parecen tan impresionados? Ya han actuado como diplomáticos Rizome…, subvirtiendo Granada a su política corporativa. No sean tan…, ¿cuál es la palabra? ¡Inescrutables! ¡Sean más modernos! —Se tiró de las mangas del quimono—. Agarren el problema con ambas manos.
—No veo cómo es posible hacerlo —dijo Laura.
—Es muy posible —respondió Yoshio—. Kymera y Farben han estudiado este problema. Con la ayuda de nuestros aliados, como su Rizome, podemos multiplicar muchas veces el presupuesto de Viena, de una forma muy rápida. Podemos contratar muchos mercenarios y ponerlos a las órdenes de Viena. Podemos lanzar un ataque repentino sobre Malí y matar de inmediato al tigre.
—¿Es eso legal? —murmuró David.
Yoshio se encogió de hombros.
—¿A quién preguntárselo? ¿Quién toma esa decisión? ¿Los gobiernos como los Estados Unidos? ¿O Japón? ¿O Malí, o Granada? ¿O lo decidimos nosotros? Votemos. —Alzó una mano—. Yo digo que es legal.
Mika alzó rápidamente su mano.
—Yo también.
—¿Cuánto tiempo podemos esperar? —dijo Yoshio—. El Ejército Libre atacó una pequeña isla, pero igualmente pudo haber sido la isla de Manhattan. ¿Debemos aguardar a que ocurra eso?
—Pero está hablando de sobornar a la policía global —dijo Laura—. ¡Eso suena como un golpe de estado!
—¿«Kudetah»? —dijo Yoshio con un parpadeo. Se encogió de hombros—. ¿Por qué seguir trabajando a través de los gobiernos? Cojamos el camino del medio.
—Pero Viena nunca estará de acuerdo. ¿Lo estará?
—¿Por qué no? Sin nosotros, nunca llegarán a ser un auténtico ejército global.
—Déjenme decirlo claramente —indicó Laura—. ¿Están hablando ustedes de un ejército corporativo, sin el respaldo legal de ninguna nación, invadiendo otras naciones soberanas?
—Una revolución no es una cena social —dijo Mika. Se levantó graciosamente y empezó a retirar los platos.
Yoshio sonrió.
—Los gobiernos modernos son débiles. Nosotros los hemos
hecho
débiles. ¿Por qué fingir otra cosa? Podemos enfrentarlos unos contra otros. Nos necesitan más a nosotros de lo que se necesitan entre sí.
—Traición
—dijo David en español. Y remachó en inglés—: Traición.
—Llámelo huelga laboral —sugirió Yoshio.
—Pero, cuando consigan reunir a todas sus corporaciones —indicó Laura—, la policía del gobierno los estará arrestando como conspiradores a diestro y siniestro.
—Sí, es como una pequeña carrera, ¿no? —observó alegremente Yoshio—. Pero veamos quién controla la policía de Viena. Pueden arrestarnos a muchos antes de que termine todo esto. Pero, ¿los burócratas nos llaman «traidores»? Nosotros podemos llamarles «simpatizantes del terrorismo».
—¡Pero están hablando ustedes de una revolución global!
—Llamémoslo «racionalización» —sugirió Yoshio, tendiéndole a Mika una bandeja—. Suena mejor. Extirpamos las barreras innecesarias del flujo de la Red global. Barreras que resultan ser los gobiernos.
—Pero, ¿qué tipo de mundo nos dará eso?
—Esto dependerá de quién haga las nuevas reglas —dijo Yoshio—. Si uno se une al bando vencedor, obtiene derecho al voto. Si no, bueno… —Se encogió de hombros.
—¿Sí? ¿Qué ocurrirá si su bando pierde?
—Entonces las naciones tendrán que luchar contra nosotros, para poder acusarnos finalmente de traición —dijo Mika—. Oh, lo harán, finalmente. Quizás en unos cincuenta años.
—Pienso que quemaré mi pasaporte japonés y me convertiré en ciudadano mexicano —murmuró Yoshio—. Quizá todos nosotros podamos convertirnos en ciudadanos mexicanos. México no va a quejarse por ello. ¡O podríamos probar Granada! Podríamos probar un nuevo país cada año.
—No traiciones a tu
propio
gobierno —sugirió Mika—. Limítate a traicionar a
todos los demás
gobiernos. Nadie ha llamado nunca traición a
eso.
—Las elecciones Rizome van a producirse ya —indicó Yoshio—. Dicen que son ustedes demócratas económicos. Si creen ustedes en la Red, si creen en su propia moralidad…, entonces no pueden escapar a esa línea de acción. ¿Por qué no lo someten a votación?
Ya en el aeropuerto de Atlanta, Laura sintió aquella sensación de hormigueo que siempre le producía la ciudad. La megalópolis, aquel inquieto ritmo… Tantos norteamericanos con sus limpios y caros trajes y su abultado equipaje. Hormigueando bajo el gigantesco domo geodésico abierto de muchos millones de costo, geometrías elegantemente diseñadas de luz y espacio. Móviles abstractos rosas, que reaccionaban al flujo de la gente, giraban y se agitaban lentamente sobre sus cabezas. Como un estallido de bandadas de flamencos cibernéticos…
—Huau —dijo David, dándole un ligero golpecito con el arnés de la niña—. ¿Quién es la zorra que va con Emily?
Dos mujeres se acercaban. Una, baja y de rostro redondeado, con una falda larga y una blusa con volantes: Emily Donato. Laura sintió una oleada de placer y alivio. Emily estaba allí. La caballería Rizome. Laura agitó una mano.
Y la compañera de Emily: una mujer negra, alta, con una hermosa cabellera rizada a máquina de pelo castaño rojizo, que se movía como una modelo sobre una pasarela. Esbelta y elegante, con una piel color café y unos pómulos por los que un hombre sería capaz de morir.
—Oh —dijo Laura—. Es…, ¿cómo se llama?… Arbright algo.
—Dianne Arbright, la de las noticias por cable —dijo David, con la boca abierta—. Una cabeza parlante de los media. ¡Mira, tiene piernas, como el resto de los seres humanos normales!
David ofreció a Emily un abrazo fuerte y aplastante, alzándola del suelo. Emily se echó a reír y le besó en ambas mejillas.
—Hola —dijo Laura a la periodista de televisión. Estrechó la fría y musculosa mano de Arbright—. Supongo que esto significa que somos famosos.
—Sí, la multitud está llena de periodistas —dijo Arbright. Se pasó ligeramente la mano por la solapa de su chaqueta de calle de seda color azafrán—. Por cierto, estoy conectada en audio.
—Nosotros también, supongo —dijo Laura—. Llevamos con nosotros dispositivos de comunicación.
—Compartiré mis datos con los demás corresponsales —indicó Arbright. Había como el asomo de una perlita de sudor en su labio superior, bajo la suave perfección de su maquillaje vídeo—. No es que lo aireemos, pero…, compartimos las cosas entre bastidores. —Miró a Emily—. Usted ya sabe como es eso.
Laura observó a Arbright con una extraña sensación de dislocación. Conocer a Dianne Arbright en persona era algo así como conocer a la «auténtica» Mona Lisa…, parte de la realidad esencial se veía empalidecida por demasiadas reproducciones.
—¿Se refiere a Viena? — preguntó.
Arbright se permitió una mueca.
—Pasamos parte del metraje Rizome sobre el desastre hace dos días. Sabemos lo mal que están las cosas allí…,, el número de bajas, las distintas formas del ataque. Pero, desde entonces, Granada ha sellado sus fronteras. Y Viena censura todo lo que lanzamos al aire.
—Pero esto es algo demasiado grande para contenerlo —dijo Emily—. Y la gente lo sabe. Esto va más allá de los límites…, alguien simplemente arrasó todo un país, por el amor de Dios.
—Es la mayor operación de ataque desde Santa Vicenza —admitió Arbright.
—¿Qué ocurrió allí? —preguntó inocentemente David.
Arbright lanzó a David esa mirada inexpresiva que se dirige a lo definitivamente insólito.
—Quizá pueda decirme usted lo que ocurrió exactamente en su Albergue de Galveston —dijo al fin.
—Oh —exclamó David—. Hum, creo que entiendo lo que quiere decir.
—«Limitación de daños» —indicó Laura—. Eso es lo que ocurrió en Galveston.
—Y en un montón de otros lugares…, durante años —admitió Arbright—. Así que son ustedes nulidades, están profundamente enterrados, off the record. Todo ello basado en la buena y vieja Primera Enmienda… —Arbright hizo alguna seña hacia un desconocido vestido de marrón entre la multitud, que sonrió y asintió—. Pero Viena no nos impedirá que descubramos la verdad…, sólo que la divulguemos.