Read Islas en la Red Online

Authors: Bruce Sterling

Tags: #Ciencia-Ficción

Islas en la Red (32 page)

BOOK: Islas en la Red
8.36Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Suvendra puede manejar eso —dijo David.

—Por supuesto —dijo Emily—, pero si lo maneja
realmente bien,
su elección para el Comité está en el bolsillo.

David abrió mucho los ojos.

—Espera un minuto…

—Vosotros no sabéis cómo ha estado funcionando esto a nivel estatal —dijo Emily—. Hace un mes era sólo algo marginal, pero ahora es una crisis de primera magnitud. Ya oísteis cómo hablaba Dianne Arbright. Hace un mes, una periodista de primera fila como Arbright no me hubiera dedicado ni un minuto de su tiempo, pero ahora de repente somos como hermanas, unidas por una gran solidaridad. —Emily alzó dos dedos—. Va a ocurrir algo, y pronto. Puede olerse su llegada. Va a ser como París en el 68, o los inicios de Gorbachev. Pero global. —Hablaba en serio—. Y nosotros podemos estar encima de todo ello.

—¡O podemos estar a un par de jodidos metros debajo de ello! —exclamó David—. ¿Qué es lo que persigues? ¿Has estado hablando con esos chiflados de Kymera?

Emily se estremeció ligeramente.

—Kymera… Esa corporación no pinta gran cosa con nosotros, pero seguro que están a la expectativa… Viena está actuando descabelladamente.

—Viena sabe lo que está haciendo —dijo David.

—Quizá, pero, ¿es lo que deseamos nosotros? —Emily dispuso platos y cubiertos—. Creo que Viena está aguardando. Esta vez van a dejar que las cosas se pongan realmente mal…, hasta que alguien, en alguna parte, les dé carta blanca política. Para hacer una limpieza de la casa, global. Un nuevo orden mundial, y un nuevo ejército mundial.

—No me gusta —dijo David.

—Es lo que tenemos ahora, pero sin los agujeros de ratones.

—Me gustan los agujeros de ratones.

—En ese caso, será mejor que vayáis a meterles algo de buen sentido en la cabeza a Singapur. —El microondas hizo ding—. Es sólo por unos cuantos días, David. Y Singapur tiene un auténtico gobierno, no un ridículo frente criminal como el de Granada. Vuestro testimonio a su parlamento puede crear un cambio importante en su política. Suvendra dice…

El rostro de David se hizo de plomo.

—Iremos a que nos maten —dijo—. ¿Todavía no lo comprendes? Todos los agujeros de ratones van a convertirse en zonas de batalla. Hay gente ahí fuera que nos mataría por nada, y si además pueden matarnos con un
beneficio,
¡entonces se sienten
excitados
! Y
ellos saben quiénes somos,
eso es lo que me asusta. Ahora somos
valiosos…

Se frotó la mejilla sin afeitar.

—Vamos a salirnos rápidamente de esto, a algún Albergue o Refugio, y si deseáis ocuparos de Singapur, Emily, bien, llamad a Viena y financiad la División Armada de Batalla Rizome. ¡Porque esos piratas van en serio, y ya no podremos convencerles de nada! ¡No hasta que pongamos un tanque en cada jodida esquina! No hasta que descubramos a los hijos de puta que apretaron los botones que mataron a esos chicos que se ahogaron en Granada. ¡Pero no mi hija! ¡Nunca más!

Laura pinchó la hoja de aluminio encima del humeante pollo con almendras. No sentía apetito. Aquellos cuerpos ahogados…, rígidos y muertos y agitándose sobre las oscuras corrientes…, oscuras corrientes de furia.

—David tiene razón —dijo—. No mi Loretta. Pero uno de nosotros tiene que ir. A Singapur.

David la miró con la boca abierta.

—¿Por qué?

—Porque somos necesarios allí, por eso. Porque eso es lo que deseamos —dijo—. Poder para controlar nuestras propias vidas. Y las auténticas respuestas. ¡La verdad!

David se la quedó mirando.

—La verdad. ¿Crees que puedes conseguirla? ¿Crees que eres tan importante?

—No soy importante —dijo Laura—. Sé que no soy mucho ahora…, sólo el tipo de persona que es empujada de un lado para otro, insultada, y que ha visto acribillada su casa. Pero puedo hacerme importante si trabajo en ello. Puede ocurrir. Si Suvendra me necesita, iré.

—¡Ni siquiera conoces a Suvendra!

—Sé que es Rizome, y sé que está luchando por nosotros. No podemos volvernos de espaldas a una asociada. Y quienquiera que disparó contra nuestro Albergue va a pagar por ello.

La niña empezó a lloriquear. David se derrumbó en su silla. Habló muy suavemente.

—¿Y qué hay de nosotros, Laura…, de ti y de mí y de Loretta? Puedes morir ahí fuera.

—Esto no es sólo por la compañía…, ¡es por nosotros! Salir huyendo no nos dará mayor seguridad.

—Entonces, ¿qué se supone que debo hacer yo? —dijo David—. ¿Quedarme en el muelle y lanzarte besos? ¿Mientras tú partes a convertir el mundo en algo seguro para la democracia?

—¿Y que si es así? ¡Las mujeres siempre han hecho eso en tiempo de guerra! —Laura luchó por bajar su voz—. De todos modos tú eres necesario aquí, para aconsejar al comité. Yo iré a Singapur.

—No quiero que vayas. —Intentó ser seco y duro, colocar aquello frente a Emily como un ultimátum, pero todas las fuerzas le habían abandonado. Temía por ella, y lo que brotó fue casi una súplica.

—Volveré sana y salva —dijo ella. Sus palabras sonaron como una promesa tranquilizadora, en vez de como un rechazo. Pero él no se sintió menos herido por ello.

Un tenso silencio. Emily parecía desdichada.

—Quizás éste no sea el momento de hablar de ello. Ambos habéis permanecido bajo una extrema tensión. Nadie dice que estéis reaccionando no-R.

—No necesitan decirlo —respondió Laura—. Sabemos cómo captarlo sin necesidad de palabras.

—Vas a hacerlo no importa lo que te diga, ¿verdad? —dijo David.

No servía de nada vacilar ahora. Mejor seguir adelante con ello.

—Sí —dijo—. Tengo que hacerlo. Ahora me corresponde a mí. Está dentro de mí, David. He visto demasiado de todo ello. Si no lo supero de alguna forma, realmente nunca podré volver a dormir.

—Está bien —dijo él—. Entonces no sirve de nada discutir, ¿verdad? A menos que te pegue para imponer mi voluntad o te amenace con el divorcio. —Se levantó de su taburete, torpemente, y empezó a pasear de un lado para otro. Crispado por la tensión, arrastrando los pies sobre la moqueta. De alguna forma, ella se obligó a permanecer inmóvil y dejar que fuera él quien luchara consigo mismo.

Finalmente, David dijo:

—Supongo que ahora estamos en el meollo de todo el asunto, nos guste o no. Demonios, por todo lo que sé, la mitad de Rizome está en alguna lista de blancos de los terroristas, sólo porque hemos adoptado una postura. Si nos acobardamos ante criminales, nunca podremos vivir con ello. —Se detuvo y la miró.

Ella había ganado. Notó cómo su rostro, testarudamente rígido, se quebraba en una sonrisa. Inevitable y radiante, una sonrisa para él. Se sentía muy orgullosa de él. Orgullosa simplemente por lo que él era; y orgullosa también de que Emily lo hubiera visto.

Él se sentó de nuevo en su taburete y clavó sus ojos en los de ella.

—Pero no vas a ir tú —dijo—. Iré yo.

Ella tomó su mano y la miró, la retuvo entre sus dedos. Una mano firme, fuerte, cálida.

—Así no es como funcionan las cosas entre nosotros —dijo suavemente—. Tú eres el hombre de las ideas, David. Yo soy la que empuja a la gente.

—Deja que me disparen a mí —pidió él—. No podría soportarlo si te ocurriera algo. Lo digo en serio.

Ella lo abrazó fuertemente.

—No ocurrirá nada, amor. Sólo haré el maldito trabajo. Y volveré. Cubierta de gloria.

Él se apartó de ella, se puso en pie.

—¿Ni siquiera me concederás eso? —Se encaminó hacia la puerta—. Me voy fuera.

Emily abrió la boca para decir algo. Laura sujetó su brazo. David abandonó el apartamento.

—Déjale marcharse —dijo Laura—. Es así cuando nos peleamos. Lo necesita.

—Lo siento —dijo Emily.

Laura creyó que iba a echarse a llorar.

—Ha sido realmente malo para nosotros. Todo ese tiempo online. Necesita soltar algo de vapor.

—Sí, hay mucha presión dentro de vosotros. Y estáis quemados por la Red. Iré a buscar algunos kleenex.

—Normalmente soy mejor con él. —Laura forzó una sonrisa—. Pero en estos momentos estoy hecha unos zorros.

—Oh, mierda. —Emily le trajo un tisú—. No me extraña.

—Lo siento.

Emily apoyó gentilmente una mano en su hombro.

—Siempre te incordio con mis problemas, Laura. Pero tú nunca te apoyas en mí. Siempre tan controlada. Todo el mundo lo dice. —Vaciló—. Tú y David necesitáis algún tiempo juntos.

—Tendremos todo el tiempo del mundo cuando yo vuelva.

—Quizá deberías pensarlo un poco más.

—No serviría de nada, Emily. No podemos apartarnos de ello. —Se secó los ojos—. Es algo que me dijo Stubbs, antes de que lo mataran. Un mundo significa que no hay ningún lugar donde esconderse. —Sacudió la cabeza, se echó el pelo hacia atrás, intentó eliminar el escozor en sus ojos—. Demonios, Singapur sólo está a una llamada telefónica de distancia. Llamaré a David desde allí cada día. Eso lo animará.

Singapur.

7

Singapur. Una ardiente luz tropical penetraba sesgada por las amarronadas persianas de madera. Un ventilador crujía y se bamboleaba en el techo, crujía y se bamboleaba, y las motas de polvo trazaban una lenta danza atómica sobre su cabeza.

Estaba echada en un camastro, en una de las habitaciones de arriba, en un viejo cobertizo frente al mar. El cuartel general de Rizome en Singapur. El almacén de Rizome.

Laura se sentó, reluctante, parpadeando. Delgado linóleo con la textura de la madera, frío y pegajoso bajo sus sudados pies. La siesta había conseguido que le doliera la cabeza.

Enormes vigas de acero en forma de I atravesaban suelo y techo, con su pintura a la cal descascarillada sobre manchas de herrumbre como líquenes. Las paredes a su alrededor estaban apiladas con brillantes e inestables montones de cajas de madera y cartón. Sprays de laca para el pelo que eran malos para la atmósfera. Tónicos de curandero a base de cinc y gingseng que proclamaban curar la impotencia y limpiar el bazo. Todo aquello había sido heredado con el lugar cuando los anteriores propietarios se habían declarado en quiebra. El equipo Rizome de Suvendra se negaba a comercializarlo.

Más pronto o más tarde lo arrojarían todo y asumirían la pérdida, pero mientras tanto un clan de salamanquesas había establecido su hogar en los rincones y grietas. Salamanquesas…, lagartos de piel pálida y translúcida, ojos rasgados y patas de hinchados dedos que trepaban raudas por las paredes. Allí iba una ahora, eligiendo rápidamente su sinuoso camino a través de las manchas del agua en el techo. Era la grande con aspecto de matrona a la que le gustaba agazaparse sobre su cabeza junto a la luz.

—Hola, Gwyneth —la saludó Laura, y bostezó.

Miró su muñeca. Las cuatro de la tarde. Todavía llevaba sueño atrasado, las prisas y las preocupaciones y el cambio de horario del vuelo, pero ya era hora de levantarse y ponerse en movimiento.

Se puso los tejanos y enderezó su camiseta. Su terminal estaba sobre una pequeña mesita plegable, detrás de un gran cesto trenzado de flores de papel. Algún político de Singapur le había mandado el ramo a Laura como regalo de bienvenida. Era la costumbre. Lo había conservado, sin embargo, porque nunca había visto flores de papel como las que hacían allí en Singapur. Eran extremadamente elegantes, casi asustaba mirarlas en su perfección propia de una réplica para un museo. Rojos hibiscos, blancos crisantemos, los colores nacionales de Singapur. Hermosas, perfectas e irreales. Olían a colonia francesa.

Se sentó, conectó el terminal y cargó los datos. Abrió una botella de agua mineral y la vertió en una taza de té con un dragón enroscado que la rodeaba. Dio un sorbo y estudió su pantalla, y quedó absorta en ella.

El mundo se desvaneció a su alrededor. Letras verdes sobre un fondo de cristal negro. El mundo interior de la Red.

PARLAMENTO DE LA REPÚBLICA DE SINGAPUR

Comité sobre Política de Información

Audiencias públicas, 9 de octubre de 2023

PRESIDENTE DEL COMITÉ

S. P. Jeyaratnam, M.P. (Jurong), PIP.

VICEPRESIDENTE

Y. H. Leong, M.P. (Moulmein), PIP.

A. bin Awang, M.P. (Bras Basah), PIP.

T. B. Pang, M.P. (Queenstown), PIP.

C. H. Quah, M.P. (Telok Blangah), PIP.

Dr. R. Razak, M.P. (Anson), Partido Antilaborista.

Transcripción de testimonio

SR. JEYARATNAM: ¡…acusaciones que son apenas algo menos que un libelo!

SRA. WEBSTER: Soy muy consciente de la flexibilidad de las leyes locales sobre el libelo.

SR. JEYARATNAM: ¿Está usted poniendo en duda la integridad de nuestro sistema local?

SRA. WEBSTER: Amnistía Internacional tiene una lista de dieciocho activistas políticos locales conducidos a la quiebra o encarcelados a través de sus acciones gubernamentales sobre el libelo.

SR. JEYARATNAM: ¡Este comité no será utilizado como una caja de jabón sobre la que subirse para lanzar discursos globalistas! ¿Puede aplicar usted los mismos altos estándares a sus buenos amigos en Granada?

SRA. WEBSTER: Granada es una dictadura autocrática que practica la tortura política y el asesinato, señor presidente.

SR. JEYARATNAM: Por supuesto. Pero esto no les ha impedido a ustedes, los estadounidenses, congeniar con ellos. O atacarnos a nosotros: una democracia industrial como ustedes.

SRA. WEBSTER: No soy una diplomática de los Estados Unidos. Soy una asociada Rizome. Mi preocupación directa tiene que ver con su política corporativa. Las leyes sobre la información de Singapur promocionan la piratería industrial y la invasión de la intimidad. Su Banco Islámico Yung Soo Chim puede que tenga una mejor pantalla de legalidad, pero ha dañado los intereses de mi compañía tan intensamente como el United Bank de Granada. Si no más. No deseamos ofender su orgullo ni su soberanía ni cualquier otra cosa, pero deseamos que esa política sea cambiada. Por eso he venido aquí.

SR. JEYARATNAM: Pone usted nuestro gobierno democrático en el mismo nivel que un régimen terrorista.

SRA. WEBSTER: No les pongo en el mismo nivel, puesto que no puedo creer que Singapur sea responsable del perverso ataque que presencié. Pero los granadinos sí lo creen, porque saben muy bien que ustedes y ellos son rivales en la piratería, por lo que tienen ustedes un motivo. Y, como venganza, creo…,
sé,
que ellos son capaces de casi cualquier cosa.

SR. JEYARATNAM: ¿Cualquier cosa? ¿De cuántos batallones dispone ese doctor brujo?

SRA. WEBSTER: Sólo puedo decirle lo que ellos me dijeron. Poco antes de marcharme, un oficial granadino llamado Andrei Tarkovski me dio un mensaje para ustedes. (
Testimonio de la Sra. Webster borrado.)

SR. JEYARATNAM: ¡Orden, por favor! Esto es pura propaganda terrorista… Esta presidencia reconoce al señor Pang para una moción.

SR. PANG: Presento la moción de que el mensaje subversivo terrorista sea borrado de los registros.

SRA. QUAH: Secundo la moción.

SR JEYARATNAM: Que así sea ordenado.

DR. RAZAK: Señor presidente, deseo que quede constancia de que me opongo a este estúpido acto de censura.

SRA. WEBSTER: ¡Singapur puede ser el siguiente! ¡Lo vi ocurrir! Legalismos…, ¡eso no les ayudará en nada si ellos siembran minas por toda su ciudad y la bombardean con bombas incendiarias!

SR. JEYARATNAM: ¡Orden! Orden, por favor, damas y caballeros.

DR. RAZAK: ¿…una especie de directora de hotel?

SRA. WEBSTER: En Rizome no tenemos «trabajos», doctor Razak. Sólo cosas que hacer y personas que las hacen.

DR. RAZAK: Mis estimados colegas del Partido de Innovación Popular podrían llamar a esto «ineficiente».

SRA. WEBSTER: Bueno, nuestra idea de la eficiencia tiene más que ver con la realización personal que con, hum, las posesiones materiales.

DR. RAZAK: Tengo entendido que un amplio número de empleados de Rizome no trabajan en absoluto.

SRA. WEBSTER: Bueno, nos ocupamos de los nuestros. Por supuesto, mucha parte de esta actividad se halla fuera de la economía del dinero. Una economía invisible que no es cuantificable en dólares.

DR. RAZAK: En ecus, querrá decir.

SRA. WEBSTER: Sí, lo siento. Como el trabajo del hogar: ustedes no pagan ningún dinero por hacerlo, pero así es como sobrevive la familia, ¿no? Sólo porque no sea un banco no quiere decir que no exista. Incidentalmente, no somos «empleados de», sino «asociados».

DR. RAZAK: En otras palabras, su línea de fondo es alegría lúdica antes que beneficio. Han reemplazado ustedes el «trabajo», el humillante espectro de la «producción forzada», por una serie de variados pasatiempos como juegos. Y reemplazado la motivación de la codicia con una red de lazos sociales, reforzados por una estructura electiva de poder.

SRA. WEBSTER: Sí, creo que sí…, si comprendo sus definiciones.

DR. RAZAK: ¿Cuánto tiempo transcurrirá hasta que eliminen enteramente el «trabajo»?

BOOK: Islas en la Red
8.36Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Character Driven by Derek Fisher, Gary Brozek
Rabbit at rest by John Updike
Will & Patrick Fight Their Feelings (#4) by Leta Blake, Alice Griffiths
Waves of Light by Naomi Kinsman
The Writing on the Wall by Staalesen, Gunnar
Torched: A Thriller by Daniel Powell
Wrath by Kristie Cook