Ya estaban en el número 13. Catherine le miró interrogadoramente al llegar al 17. Con los ojos fijos enfrente de él, el hombre susurró un
Merde…
La mujer dio la vuelta, entró en el edificio y trató de subir por la mal iluminada escalera, como si llevase haciéndolo muchos años.
–¿Denise? – dijo el hombre que le abrió la puerta.
–Sí –replicó, reprochándose a sí misma por lo raro que su nombre en clave le sonaba aún.
Aristíde era mayor de lo que había esperado, de cuarenta y pico años, un hombre casi desesperadamente frágil, cuyos hombros parecían a punto de derrumbarse de resignación en torno a su hundido costillar. Llevaba una barba a lo Van Dyck, un rasgo distinguido que, según pensó Catherine, Cavendish no hubiera aprobado. En las sienes le caían unos rizos de pelo gris.
–Siento que haya tenido que aguardar –murmuró, haciéndola entrar.
Tenía un cigarrillo firmemente sujeto entre el pulgar y el índice y su mano, según pudo notar Catherine, temblaba levemente. «¿Éste es el hombre que rige la red del SOE?», se preguntó la chica.
Sus ojos la tranquilizaron. El resto de su rostro sonreía, pero los ojos no. La contemplaban con tal penetrante intensidad, que Catherine advirtió que aquella fragilidad exterior debía ocultar un interior de considerable fuerza.
–Por desgracia, la Gestapo se ha mostrado particularmente activa durante los pasados días. Sin embargo, sabíamos que había llegado y que las cosas iban bien. Mi esposa –dijo Aristide, haciendo un ademán hacia una mujer que salía de la cocina y se secaba las manos en un delantal–. Y Píerrot, nuestro número dos.
Un hombre más joven, sentado junto a la ventana, asintió.
–Debe de estar muerta de hambre –declaró Aristide, alargando la mano hacia una botella de burdeos que se encontraba sobre una mesita–. Un trago de bienvenida, algo de comer y luego entraremos en materia.
Una vez Catherine hubo devorado las patatas fritas y el arenque que su mujer había preparado, Aristide continuó:
–Ahora que ya ha comido, le diré que nuestro amigo Cavendish la ha enviado al peor lugar posible para operar como agente, y particularmente como operadora de radio. Calais es la ciudad más ocupada de Francia.
Según Catherine pudo observar, había casi un desafiante orgullo en el modo de decir aquello.
–En realidad, por lo que se refiere a los alemanes, no constituimos en absoluto una parte de Francia.
Aquello había sido verdad casi desde el primer día en que las primeras columnas blindadas de Guderian llegaron al canal de la Mancha. El 4 de junio de 1940 los departamentos franceses del Norte y Pas de Calais fueron colocados bajo el Gobierno Militar de la Wehrmacht en Bruselas. Al reestructurar el mundo de posguerra, Hitler tenía la idea de anexionar el
hinterland
de Calais a un Estado vasallo flamenco que se proponía crear, como amortiguador para la frontera alemana occidental, una especie de Alsacia-Lorena atlántica.
Dados sus puertos marítimos y la proximidad a Inglaterra, la zona se llenó inmediatamente de soldados alemanes. Al principio fueron Divisiones de Infantería, unas tropas que desfilaban ufanas por las calles de la ciudad, cantando el «Zarparemos para Inglaterra», mientras en la acera unos valientes muchachos franceses proferían unos sonidos que imitaban a hombres ahogándose. A continuación llegó la Luftwaffe para salpicar el interior con aeródromos para los cazas de Góring que encabezarían el asalto aéreo sobre Gran Bretaña. A medida que los avatares de la guerra fueron cambiando de sentido, una nueva ola invadió la zona: especialistas de defensa, artilleros costeros para accionar las baterías que se estaban construyendo para bombardear la costa de Dover, obreros para verter hormigón y alzar las fortificaciones de la Muralla del Atlántico, que impediría a los aliados regresar al continente. Y más recientemente, los bosques y manglares de detrás de la línea costera habían sido el lugar de otra nueva mini-invasión, la de los ingenieros y científicos que supervisaban la construcción de rampas de lanzamiento que pronto enviarían las bombas de Hitler «V1» y «V2» camino de Inglaterra.
Como resultado de todo ello, había literalmente más alemanes en Calais que franceses, incluyendo mujeres y niños. Las vidas de la población francesa se vieron ordenadas con un rigor mayor que el impuesto por los alemanes en cualquier otro lugar de Francia. Nadie podía entrar o salir de la Zona Prohibida a lo largo de la costa sin una autorización especial de la Feldkommandantur. Las bolsas y paquetes que fueran transportados por las calles estaban sometidos a una instantánea y constante inspección. El toque de queda a las nueve de la noche se cumplía con autoridad inflexible. Los viajeros del tren Calais-Lila podían estar seguros de que sus bolsas serían registradas a fondo por lo menos una vez. Partes del área, el puerto de Calais y la faja costera que corría desde Cap Gris Nez hasta Boulogne, por ejemplo, estaban prohibidas a todos los ciudadanos franceses, excepción hecha de los habitantes del lugar. Incluso las prostitutas que trabajaban en la media docena de burdeles, estaban sometidas a unas restricciones de seguridad draconianas para asegurarse de que sus conversaciones de almohada con los clientes alemanes no llegasen a oídos de la Resistencia. Sólo se les permitía salir de sus casas dos veces a la semana, para un aperitivo dominical y para la revisión médica, escoltadas, en ambas ocasiones, tan severamente como si fuesen novicias de paseo.
En semejante atmósfera claustrofóbica, la Resistencia requería un gran valor y asimismo una gran astucia. Como resultado de ello, las actividades antialemanas en la zona se habían arraigado con lentitud. El primer acto importante de sabotaje no tuvo lugar hasta el 5 de enero de 1943, cuando fue descarrilado un tren de mercancías que transportaba diez toneladas de arenques de las capturas de Calais hacia las fábricas de latas de conservas del Reich. Siete toneladas de arenques que desaparecieron antes de que pudiese intervenir la Wehrmacht. Al día siguiente, el
Phare de Calais
llevaba los siguientes titulares: «La temporada de pesca se abre con una milagrosa captura.»
Sin embargo, la resistencia a los alemanes no era más que un juego de niños. La oficina de la Gestapo de Calais era una rama de la mortífera Gestapo de la Rué Terremonde, en Lila, donde los resistentes eran decapitados con un hacha o sometidos a torturas particularmente viles por el sádico jefe de la Gestapo de la ciudad. Una serie de arrestos, según explicó Aristide a Catherine, habían diezmado la Resistencia de la ciudad a fines de 1943. Hasta ahora no habían empezado a recuperarse.
Si la opresiva presencia alemana hacía difícil la Resistencia, resultaba curioso que también descorazonase el colaboracionismo. Incluso los orgullosos calesianos hacían el chiste de que la ciudad sólo tenía un colaborador: el director del
Phare de Calais
, el periódico que Catherine había elegido para leer cada día en el «Trois Suisses». Se llamaba August Leclerq y era un veterano de la guerra de 1914-18 gravemente herido, un hombre dotado de una inteligencia limitada y un poco simple, pero con firmes convicciones. Y entre ellas se hallaba una visión de Hitler como una versión actualizada de Juana de Arco, con brillante armadura, protegiendo a
la belle France
de las acciones salvajes de los bolcheviques y de una vaga coalición de anglo-norteamericanos-judeo-masónicos-capitalistas.
Esos sentimientos le habían ganado el puesto de director del
Phare de Calais
, una función para la que carecía de las aptitudes más rudimentarias de tipo literario o periodístico. No obstante, sus esfuerzos por inculcar a sus paisanos calesianos los sentimientos apropiados resultaban incesantes. La poesía era su medio preferido y sus odas, como las
Hitler, mon ami
o
Braves teutons
, habían proporcionado a los habitantes de la ciudad una fuente constante de chistes durante la Ocupación.
Aplastados bajo la carga de sus ocupantes, sus vidas rodeadas de restricciones, con la coreografía de unas incursiones aéreas regulares sobre el Muro del Atlántico y las constantes batallas aéreas en el cielo sobre sus cabezas, la gente de Calais había soportado cuatro años de ocupación con el estoicismo que había hecho célebre aquella zona. Ahora, mientras la primavera avanzaba hacia el verano, aguardaban la liberación, sabiendo muy bien que ninguna ciudad de Francia pagaría un precio mayor por ella.
–¿Tiene algo para mí?
Catherine se puso en pie, se desabrochó la parte baja de la biusa y pasó a Aristide el cinturón con dinero que llevaba allí escondido. Luego cogió su monedero y sacó la caja de cerillas que Cavendish le había dado al salir de Orchard Court.
–El comandante tenía una sorpresa para usted –le dijo, buscando a través de las cerillas hasta que encontró la que estaba marcada con la «U».
Aristide no se sorprendió en absoluto. Resultaba claro que se hallaba familiarizado con aquel aparato. Cogiendo unas tijeras, rompió la cabeza de la cerilla y sacó tres microfilmes del tamaño de sellos de correos que se hallaban ocultos en su tubo hueco. Pierrot, su número dos, ya había comenzado a reunir una especie de trípode en la mesa del comedor. Colocó un mantel bajo la base del trípode y un aparato parecido a una caja en su ápice, tras lo cual enroscó una bombilla en la caja. Aristide metió uno de los microfilmes en una abrazadera, manipuló un momento en ella hasta que Catherine vio aparecer el contorno de una hoja de papel sobre el mantel.
Aristide se inclinó, leyó unas cuantas líneas y luego hizo un ademán hacia Catherine.
–Será mejor que lea esto –le dijo–. Ahora le concierne a usted.
Catherine estudió los documentos vertidos sobre el mantel.
INSTRUCCIONES DE OPERACIÓN F 97
De Cavendish
a Aristide:
Los tres cañones de artillería costera de la Batería Lindemann instalados bajo los riscos de Noires Mottes, entre Sangatte y el cabo Blanc Nez amenazan todo el tráfico marítimo del canal o que pase por el canal. Los tres cañones que constituyen la batería son cañones navales de 40,6 centímetros, fabricados por Krupp y, con toda probabilidad, constituyen la batería de reserva del acorazado Bismarck. Con toda certidumbre, se trata de la más poderosa batería artillera con base en tierra del mundo. Calculamos que sus obuses deben pesar 1,4 toneladas métricas y sabemos que en varias ocasiones, han impactado a más de ocho kilómetros tierra adentro de Dover. La Kriesgmarine les ha proporcionado un arco de tiro excepcionalmente amplio —120 grados—, lo cual, unido a su potencia y su situación por encima de los acantilados de Noires Mottes, les confiere el control sobre todo el paso marítimo a través de los estrechos de Dover. Es opinión concertada del mando militar que no podría intentarse ninguna operación de envergadura de paso del canal a lo largo de la costa de Dunkerque a Cherburgo, sin encontrar primero una forma de neutralizar los efectos del fuego de la batería. A menos que los cañones sean neutralizados, cualquier operación de apoyo naval para una ofensiva tendrá que montarse a través del extremo abierto del canal por Lands End, privando por lo tanto al asalto a través de alguno de nuestros mejores puertos en el canal.
Por ello, el problema con el que nos enfrentamos podría resumirse de una forma muy sencilla: ¿Cómo neutralizar los cañones?
Información independiente a la que hemos acudido, ha establecido que los cañones están encerrados en torretas de acero encajadas en muros de hormigón armado, de un grosor superior a un metro. Tal cobertura puede proporcionar a los cañones una protección efectiva contra bombas de dos toneladas, las mayores de que disponemos. El 20 de septiembre de 1943, la RAE empleó 600 «Eancasters» en un asalto aéreo conjunto sobre las baterías. Los aviones dejaron caer 3.700 toneladas de bombas. Un reconocimiento aéreo al día siguiente reveló que el 80,2 por ciento de las bombas impactaron dentro de los 250 metros del centro del objetivo, unos números en extremo excepcionales, dada la defensa aérea en torno de la batería. Sin embargo, el ataque no produjo efectos perceptibles en la capacidad operativa de la batería. Por lo tanto, es firme conclusión de la RAF que esas baterías no pueden neutralizarse a través de asaltos aéreos, por intensos que éstos sean.
Nuestros arquitectos navales creen que la batería puede tener un punto débil potencial en las aperturas de sus casamatas. Para lograr la excepcional amplitud de 120 grados de arco de tiro, la Kriesgmarine ha tenido que dotarlos de unas aperturas inusualmente altas y anchas. Es factible que la Armada traiga una escuadra de buques importantes al canal para enfrentarse a los cañones con unas perspectivas razonables de ponerles fuera de combate. Para lograr el grado de exactitud que una operación así requeriría, debería llevarse a cabo a plena luz del día. Esto colocaría a nuestros barcos en gran desventaja y casi seguro acarrearía la pérdida de uno o más de ellos. El Almirantazgo, por lo tanto, se muestra reacio a emprender una operación de este tipo a menos que se hayan estudiado y descartado otros medios posibles de neutralizar la batería.
Las defensas terrestres de la batería se hallan dispuestas primariamente, como la de las instalaciones alemanas en Dieppe, para proteger los cañones contra un posible asalto desde el mar. Asaltarlos desde el mar resultaría en extremo costoso. Las defensas hacia tierra son menos imponentes, pero constituyen un obstáculo muy serio. GOC, Operaciones Mixtas Anglonorteamericanas considera un asalto de los cañones a través de una compañía de comandos transportados en planeador, que podría llevarse a cabo con razonables perspectivas de éxito, si:
1) El asalto se llevase a cabo por sorpresa.
2) Los planeadores que requiriese la operación aterrizasen en una meseta detrás de la batería con un alto grado de exactitud.
3) Pudiesen efectuarse previsiones desde tierra para guiar a los comandos a través de los campos de minas, hasta la entrada posterior de las casamatas, junto a las que aterrizasen los planeadores.
Resulta obvio que un ataque así implicaría muchas bajas entre las fuerzas asaltantes. Y es igualmente obvio que un ataque de este tipo debería realizarse de noche, para contar con el factor sorpresa. Sin embargo, de las tres opciones, el desembarco terrestre parece ofrecer las mayores perspectivas de éxito.
El SOE y su organización en particular desempeñaría un papel muy importante si se intentara un asalto de este tipo. Por el momento, su misión consiste en:
1) Determinar la localización de un lugar apropiado de aterrizaje para los planeadores de ataque, tan próximo como sea posible a las inmediaciones de las baterías por la retaguardia. El lugar de aterrizaje debería tener unos 100 metros de anchura, por unos 250 metros de longitud. Es esencial que esté despejado de minas y obstáculos artificiales. Debe ser llano o hacer una leve inclinación hacia arriba. Si posee una inclinación hacia abajo, se deben añadir 50 metros por cada cinco grados de inclinación.
2) Determinar la ruta más corta y más segura hasta el borde de la faja terrestre de las posiciones de la batería.
Antes de la operación, un equipo especialmente entrenado del SOE deberá infiltrarse en su área. Su responsabilidad consistiría en señalar la zona de aterrizaje para los deslizadores la noche de la operación y guiar a los comandos a lo largo de la pista segura que usted haya seleccionado hasta la batería. Su responsabilidad consistiría en alojarlos y esconderlos a su llegada, cuidar de que puedan reconocer adecuadamente la pista de aterrizaje y una senda segura a través del campo minado, y realizar disposiciones de plena seguridad para que se encuentren en posición la noche del ataque.
Personal: Cavendish a Aristide
Reconozco los peligros extremados que implica todo esto, pero aquí nadie ha logrado planificar una alternativa mejor. Por favor, cuídese de reunir y radiarnos cualquier información acerca de la batería, su fuerza, personal, procedimientos de operación, infraestructura y puntos débiles potenciales que pueda conseguir. Buena suerte.
DESTRUIR ESTOS MICROFILMES TAN PRONTO COMO TODO SU CONTENIDO HAYA SIDO LEÍDO Y ASIMILADO.