Entró a toda velocidad en el aparcamiento en el que estaban estacionados los camiones de Gupta. Lo primero que advirtió fueron los Suburbans negros situados en ambas salidas para evitar que nadie saliera. Entonces, para su alegría, vio a Karen y a Jonah sentados en el capó de uno de los todoterrenos. Una pareja de agentes del FBI estaba al lado, ofreciéndole a Jonah una barrita de desayuno y a Karen un vaso de agua. Estos agentes parecían bastante mansos; ninguno de los dos sacó su arma cuando David se les acercó corriendo. Uno de ellos incluso sonrió cuando Jonah saltó del capó y se echó a los brazos de David.
Después de esperar que padre e hijo terminaran de abrazarse, los agentes llevaron a David a un lado y lo cachearon. Luego su comandante, un caballero de pelo gris con un pin de Notre Dame en la solapa, vino y le dio la mano.
—Soy el agente Cowley —informó—. ¿Está usted bien, doctor Swift?
David se lo quedó mirando con recelo. ¿Por qué diablos era tan amable?
—Sí, estoy bien.
—Su ex esposa ya nos ha contado la terrible experiencia por la que han pasado. Es usted un hombre muy afortunado. —Luego el agente se puso serio y bajó la voz—. Casi todos los demás están muertos, me temo. El profesor Gupta y todos sus estudiantes. Ha sido un baño de sangre.
—Así que conoce a Gupta. ¿Sabe lo que quería hacer?
—Bueno, sí, en líneas generales. La agente Parker me ha hecho un resumen cuando veníamos de camino. Todavía hay cosas que no tenemos claras. Le estaríamos muy agradecidos si pudiera venir a nuestra oficina y ayudamos a clarificar algunas cuestiones. Después de que lo hayan vendado, quiero decir.
El agente le ofreció a David una sonrisa paternal y le puso la mano sobre el hombro. No lo engañaba, claro está; el FBI seguía siendo la misma cosa. Esta falsa educación no era más que un cambio de táctica. Sus intentos previos habían fracasado, de modo que ahora probaban otra cosa.
David le devolvió la sonrisa.
—Está bien, puede contar conmigo. Pero antes me gustaría ver a Michael.
—¿Michael? ¿Se refiere al nieto del profesor Gupta?
—Sí, quiero ver si está bien. Es autista, ¿sabe?
El agente Cowley lo pensó un segundo.
—Sí, claro, puede verlo. Aunque el muchacho no es muy hablador. Cuando lo hemos encontrado no dejaba de gritar, pero ahora no dice una palabra.
Colocándole la mano en la espalda, el agente guió a David hasta uno de los camiones de reparto. Al acercarse, David vio un montón de equipos informáticos rotos que parecían haber sido tirados desde el camión. Los agentes del FBI habían acordonado el área con cinta amarilla, pero no parecía muy probable que pudieran recuperar nada útil de los escombros. Michael había abierto todos los ordenadores de Gupta y les había extraído los discos duros. Por el suelo del aparcamiento había esparcidas astillas brillantes de los discos duros, que habían quedado incrustadas en grietas del pavimento y mezcladas con arenilla de la carretera.
Michael se encontraba a unos tres metros, flanqueado por dos agentes más. Tenía las manos esposadas a la espalda, pero no parecía perturbado. Miraba sonriente a la pila de equipos destrozados como si fuera un regalo de cumpleaños. David nunca había visto al chaval tan feliz.
Cowley los hizo una señal a los agentes que vigilaban a Michael y se apartaron un par de metros.
—Aquí está, doctor Swift. Ha puesto las cosas un poco difíciles, pero ahora ya está tranquilo.
David se quedó mirando maravillado los restos de los circuitos, chips y discos que habían contenido, al menos durante un rato, la teoría del campo unificado. Se dio cuenta de que había subestimado a Michael. Aunque el muchacho había sido presa de las artimañas de su abuelo, David estaba seguro de que Michael nunca revelaría la teoría al FBI, por mucho que lo interrogaran. Él era, después de todo, el bisnieto de Einstein. Del mismo modo que Hans Kleinman había mantenido la promesa que le había hecho a
Herr Doktor
, Michael mantendría la que le había hecho a Hans.
David sonrió al muchacho y señaló el montón de escombros.
—¿Has hecho tú esto, Michael?
El adolescente se inclinó hacia delante y acercó sus labios al oído de David.
—Tuve que hacerlo —susurró—. No era un lugar seguro.
En una cálida tarde de un sábado de octubre era difícil imaginar un sitio mejor para estar que el patio de recreo de la calle 77 oeste. En un rectángulo de asfalto de cincuenta metros de largo unas dos docenas de niños lanzaban pelotas de fútbol, driblaban con pelotas de baloncesto, agitaban palos de lacrosse y empujaban discos de hockey sobre hierba. La mayoría de los padres estaban sentados en los bancos del parque que había a lo largo del perímetro, leyendo periódicos o comiendo pollo a la barbacoa del local de comida rápida que había al otro lado de la calle.
Tras mirar atrás, David lanzó la pelota de béisbol, muy alta, al menos a quince metros de altura. Jonah atrapó la pelota en su guante y se la tiró baja a Michael, que la cogió y rápidamente la lanzó de vuelta a David. La pelota hizo un satisfactorio golpetazo en su guante. No está mal, pensó. Los chicos habían estado jugando a béisbol cada fin de semana desde el pasado agosto y se notaba. Si uno juega a algo el tiempo suficiente, pensó, al final termina por ser bueno. Lo mismo valía para el ajedrez, el piano o la física.
Karen se sentó en uno de los bancos del parque con Ricardo, su nuevo novio. Ricardo era bajista de un grupo de jazz que actuaba en varios clubs pequeños de Manhattan. Llevaba el pelo largo a lo Jesucristo, nunca se ponía calcetines y no tenía prácticamente un centavo, pero Karen estaba loca por él. Y lo cierto era que a David le gustaba mucho más Ricardo que su antiguo novio, el abogado de la tercera edad, Amory Nosequé-nosecuántos. David ya ni se acordaba del nombre del vejestorio.
Monique estaba sentada en un banco cercano, leyendo el
New York Times
. Ella y Michael solían venir a la ciudad con frecuencia desde que había obtenido la custodia del adolescente. Monique había establecido vínculos afectivos con el muchacho durante las dos semanas que pasó en el Centro Médico de la Universidad de Chicago, recuperándose de las heridas de bala. El FBI había permitido a David y Michael visitarla todos los días; por aquel entonces los agentes todavía se comportaban bien, con la esperanza de sonsacarles información. Cuando el Bureau finalmente se rindió, los agentes intentaron devolver a Michael a su madre, pero Beth Gupta no lo quiso. Después de dos semanas en detención, se moría por volver a Victory Drive. Así pues, la jefa del destacamento del FBI —Lucille Parker, la misma mujer que había interrogado a David— sorprendió a todo el mundo recomendando que el muchacho viviera con Monique en Princeton.
David le lanzó otra bola alta a Jonah. Cuanto más pensaba en ello, más se daba cuenta de la suerte que habían tenido. La agente Parker podría haberles tenido detenidos durante meses, agotándolos con interrogatorios diarios, pero en vez de eso los trató bien. A David le dio la impresión de que lamentaba todo lo que había pasado y quería olvidarse de ello cuanto antes. Pero también puede ser que intuyera los riesgos de hurgar demasiado hondo. De las pruebas de
Fermilab
probablemente debía de haber supuesto que la teoría de Einstein había caído en las manos de un loco que casi provoca una catástrofe. El hecho de que ni David ni Monique dijeran una palabra acerca de la teoría indicaba lo peligrosa que era. Y quizá la agente Parker llegó a la misma conclusión a la que Einstein había llegado medio siglo atrás: la Teoría del Todo debía estar oculta. No se le podía confiar ni siquiera al gobierno.
Mientras jugaban al béisbol, David lanzó una mirada a los bancos y vio que Karen y Ricardo se iban. Iban al centro, a un concierto de Ricardo; Jonah pasaría la noche en el apartamento de David. Karen se despidió con la mano, lanzándole besos a Jonah y recordándole que se lavara los dientes. Y entonces, justo antes de marcharse, se inclinó para darle un beso a Monique. Para David, lo más sorprendente de todo era que su ex esposa y su nueva novia se hubieran convertido en amigas íntimas. El horrible episodio de
Fermilab
había acercado a las dos mujeres, y ahora Karen aconsejaba a Monique sobre cómo manejar las neurosis de David. Desde luego el universo era un lugar extraño y asombroso.
—¡Papá! —gritó Jonah—. ¡Tira la pelota de una vez!
David había estado distraído repasando las costuras de la pelota de béisbol. Se la tiró por lo alto a Jonah y se quitó el guante.
—Juega con Michael un rato, ¿vale? Yo voy a descansar un poco.
Se acercó al banco en el que estaba Monique. Leía con gesto concentrado un artículo de la sección internacional del periódico. David se sentó junto a ella y miró la portada: «EL SECRETARIO DE DEFENSA DIMITE» era el titular. Y justo debajo, en letra más pequeña: EL «VICEPRESIDENTE ELOGIA SU TRAYECTORIA».
—¿Estás leyendo sobre el secretario de Defensa? —preguntó David—. Escuchamos el final de su discurso en Fort Benning, ¿recuerdas?
Monique negó con la cabeza. Extendió las páginas del periódico y señaló una noticia que había casi al final de la página 14. El titular decía «FÍSICOS DESCUBREN UNA NUEVA PARTÍCULA».
—Conozco a estos investigadores —explicó—. Trabajan en el Gran Colisionador de Hadrones de Suiza. Han encontrado un bosón con una masa invariante de 184 de miles de millones de electronvoltios.
—¿Y eso qué significa exactamente?
—Según las teorías clásicas, esta nueva partícula no debería existir. Pero la teoría del campo unificado la predice. Einstein la predijo.
—Todavía no…
—Es una pista, David. Y cuando los físicos ven pistas, empiezan a hacer teorías. —Cerró el periódico y lo tiró a un lado. Tenía el ceño fruncido por la preocupación—. Unos pocos descubrimientos más como éste y empezarán a juntar las piezas. Es sólo una cuestión de tiempo que alguien la formule.
—¿Te refieres a la teoría unificada? ¿Alguien la va a volver a descubrir?
Ella asintió.
—Ya se están acercando. Por lo que sabemos, algún estudiante de posgrado de Princeton o Harvard podría estar calculando las ecuaciones ahora mismo.
David la cogió de la mano. No podía hacer otra cosa. De momento el secreto de
Herr Doktor
estaba seguro en la cabeza de Michael, pero todas sus precauciones serían en vano si otro físico descubría la teoría y la publicaba. Cuando ese día llegara ya sólo les quedaría la esperanza. David se sentó temblando junto a Monique y se quedó mirando el patio lleno de niños frenéticos. Es todo tan frágil, pensó. Todo podría desaparecer en un instante.
Entonces puso la mano sobre la barriga de Monique, extendiendo los dedos sobre el suave algodón de su blusa. Ella se volvió hacia él y le sonrió.
—Es demasiado pronto para notar nada. Nuestra hija no empezará a dar patadas hasta el cuarto o quinto mes.
David le devolvió la sonrisa.
—¿Hija? ¿Por qué estás tan segura de que será niña?
Monique se encogió de hombros.
—No es más que una sensación. Tuve un sueño la otra noche en el que la llevábamos del hospital a casa. La sentaba en el cochecito, la sujetaba en el asiento con la correa y de repente empezaba a hablar. De hecho se me presentó. Me dijo que se llamaba Lieserl.
—Vaya. Un sueño bastante extraño. —Le acarició la barriga por encima del ombligo—. ¿Ése es el nombre que quieres ponerle? ¿Lieserl? ¿Y quizá Albert si es un niño?
Ella hizo una mueca.
—¿Estás loco? Lo último que necesita el mundo es otro Einstein.
David se rió, y aunque sabía que era absolutamente imposible, hubiera jurado que sintió que algo se movía bajo la palma de su mano.
FIN
Mientras escribía
La clave de Einstein
me di cuenta de lo perfecta que esta novela era para mí. Mi trabajo en
Scientific American
consiste en simplificar ideas asombrosas como la teoría de cuerdas, las dimensiones adicionales y los universos paralelos. En 2004, un artículo que estaba editando para un número especial sobre Albert Einstein despertó mi interés sobre su larga búsqueda de una teoría unificada, una única serie de ecuaciones que incorporara tanto la relatividad como la mecánica cuántica, combinando la física de las estrellas y las galaxias con las leyes del reino subatómico. Einstein trabajó en ello desde la década de los veinte hasta su muerte en 1955, pero todos sus esfuerzos para formular una teoría unificada fueron en vano. Al leer sobre esta parte de la vida de Einstein, empecé a preguntarme qué habría pasado si lo hubiera conseguido. El descubrimiento de una teoría unificada habría sido uno de los mayores logros en la historia de la ciencia, pero también podría haber tenido consecuencias inesperadas. Einstein sabía muy bien que su teoría de la relatividad había sentado las bases para la creación de la bomba atómica. ¿Habría publicado la teoría unificada de sospechar que podía allanar el camino a armas todavía más terribles, o la habría mantenido en secreto?
Mi fascinación por Einstein comenzó en la universidad. Yo me había especializado en astrofísica en la Universidad de Princeton y mi tutor era el renombrado teórico J. Richard Gott III (autor de
Time Travel in Einstein's Universe
). Para mi tesis de licenciatura, el profesor Gott me sugirió que abordara un problema de relatividad: ¿cómo funcionaría la ecuación de campo de Einstein en
Planicie
(un modelo de universo bidimensional, similar a una hoja de papel increíblemente extensa)? Tras llenar un cuaderno hasta el tope con ecuaciones, le mostré la solución al doctor Gott, que me ofreció el mejor elogio que se puede oír de un físico teórico: «¡Esta solución no es trivial!». Cofirmamos un ensayo académico titulado «Relatividad general en un espacio-tiempo bidimensional (2+1)», que en 1984 se publicó en una revista científica llamada
General Relativity and Gravitation
.
Para cuando este artículo apareció, sin embargo, yo había decidido que quería ser poeta en vez de físico, así que me matriculé en un máster de escritura de la universidad de Columbia. Dos años después, al darme cuenta de que la poesía no me iba a pagar las facturas, me hice periodista. Trabajé en periódicos de Pennsylvania, New Hampshire y Alabama antes de regresar a Nueva York y escribir para
Fortune
,
Popular Mechanics
y CNN. Volví al punto de partida en 1998, cuando empecé a trabajar para
Scientific American
. Me sorprendió descubrir lo mucho que habían cambiado la astrofísica y la física desde que dejé el campo. Y para mi gran sorpresa, pronto descubrí que el oscuro artículo que había coescrito con el profesor Gott se había convertido en un ensayo relevante para físicos que continuaban la einsteniana búsqueda de la teoría del todo. En las últimas dos décadas, el artículo ha sido citado más de cien veces en diversas revistas sobre física. Al parecer, los teóricos están muy interesados en probar sus hipótesis en modelos bidimensionales porque sus leyes matemáticas son más simples.