La crisis ninja y otros misterios de la economía actual (14 page)

BOOK: La crisis ninja y otros misterios de la economía actual
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Mi amigo está inaguantable y dice lo que más me molesta: «Pero a ti, ¿qué te han enseñado en el IESE?». Y suelta el discurso de siempre: «A ver si va a resultar que yo, que solo sé leer, escribir y las cuatro reglas, que me puse a trabajar a los catorce años, y que me he pasado la vida llevando camiones, voy a saber más que tú, con tanto diploma y tanto Harvard». Me molesta especialmente porque el muy bruto pronuncia Harvard como un amigo mío que es de lo más sofisticado que hay en Europa:
Arvard,
sin «H».

Ya he escuchado los dos criterios de mi amigo para salir de esta. Y como me veo en la necesidad de aportar algo, aunque no sea muy original, añado uno más: el Optimismo. No para resolver toda la crisis, pero, por lo menos, para aclararme mis ideas, y de paso ayudar a los que lo lean a aclarárselas también.

Por eso, cuando hablamos de crisis, podemos pensar sobre estos criterios para sobrevivir y, si somos capaces, salir de la crisis:

  1. El Optimismo.
  2. No distraerse.
  3. La prudencia.

Son tres principios generales que han de servir para las personas, para las empresas y para los gobiernos. Vamos a explicar un poco qué es lo que queremos decir.

E
L OPTIMISMO

Hablar de Optimismo en la situación actual tiene un riesgo, que es el de que la gente te diga: «Te podías callar y cambiar de tema». Pero creo que es importante.

Hace muchos años, yo iba con frecuencia a un país en el que el terrorismo golpeaba fuerte. Tenía muchos amigos empresarios y directivos. Todos habían recibido una carta amenazadora.

Alguien me invitó a una conferencia que se daba en una universidad. No me acuerdo del título ni del nombre del conferenciante. Lo que sí recuerdo es que, ante mi asombro, empezó a hablar del Optimismo.

Pensé que no era el tema más adecuado para aquel público. El conferenciante empezó diciendo que Optimismo no consiste en decir que aquí no pasa nada. Y añadió: «Porque aquí pasan muchas cosas y muy graves». Y el público asentía. Todos ellos habían dejado a sus guardaespaldas en la puerta.

Y, animado por el asentimiento, el conferenciante dijo: «El Optimismo consiste en sacar el mejor partido posible de cualquier situación concreta». Y aquella y esta de ahora eran y son situaciones concretas.

Me impresionó mucho y, desde entonces, siempre que hablo del Optimismo lo pongo con mayúscula. Porque con esa definición hay que ser optimistas siempre: cuando las cosas van bien y cuando van menos bien. Cuando la tasa de interés está al 2% y cuando está al 13%. Cuando el negocio triunfa o cuando triunfa menos. Cuando un hijo va bien y cuando se tuerce. Porque todo eso son situaciones concretas. Y en todas ellas cabe la posibilidad de ser optimista.

Siempre hay que luchar por sacar el mejor partido posible de cualquier situación concreta. Y luchar es diferente de no asumir la realidad. Hablo de lucha porque con muchísima frecuencia te encuentras optimistas que lo son cuando la vida les es de color de rosa. Y es justamente al revés. Optimista hay que serlo, sobre todo, cuando la vida viene torcida. Y algunas veces esto no es fácil. Y algunas veces es heroico. Por eso hay que luchar, o sea, poner toda la voluntad, y algo más, para ser optimista. Hay veces en las que, cuando te muestras optimista, te encuentras con gente que te mira como si fueras un bicho raro y piensa: «Este no se ha enterado». Pues bien, precisamente porque nos hemos enterado muy bien es por lo que tenemos que ser optimistas. Y vivir el Optimismo con serenidad.

Las crisis lo son más cuando las gestionan los pesimistas. No digo que haya que tomar decisiones temerarias en momentos de crisis. Ni mucho menos. Pero tenemos multitud de ejemplos de empresas y personas que, ante una situación de crisis, han optado por seguir invirtiendo prudentemente.

Me decía un empresario amigo mío, que a pesar de estar en un momento delicado en su empresa, había optado por mantener el personal (es una empresa pequeña) y orientar a aquellos a los que iba a despedir hacia una mayor actuación comercial. «Puede ser que no me salga bien —decía—, pero creo que, por lo menos, tenemos que intentar salvar los puestos de trabajo». O sea, sacar el mejor partido posible de una situación concreta. Y eso hace.

Y hay muchos más ejemplos que nos ayudan a entender el significado del Optimismo. Leí el otro día que, en la situación en la que estamos, una constructora catalana pequeña ha comprado un terreno de trescientos mil metros cuadrados en China. Ha edificado catorce naves y las ha vendido a catorce pymes catalanas. Estas catorce empresas catalanas, en vez de estar en el Maresme quejándose de la competencia de los chinos, han dicho: «Señores, esta es una situación concreta, llevo todo el año quejándome de que los chinos me están fastidiando. Pues me hago chino y a por ellos». O sea, se han hecho chinos. Supongo que se han llevado los contramaestres catalanes y han contratado obreros chinos. No sé si les saldrá bien o mal, pero creo que esa es exactamente la actitud que hay que tener.

Y, en este caso, además, la Cámara de Comercio de su pueblo les ha ayudado. Y esto es importante no por la ayuda en sí, que también. Es importante porque, en general (y en situaciones de grave crisis, también), el Estado, los organismos y corporaciones como las cámaras deben seguir a la persona y no la persona al Estado. Porque si te quedas esperando a que el Estado haga algo, te morirás de hambre o tu empresa se hundirá. Lo mejor es fiarse de uno mismo (y, en el caso de la constructora catalana, convencer a catorce más) y, cuando lo hagas, a lo mejor llega la ayuda del Estado o de quién sea.

Y lo mismo da ir a China o quedarse, como una empresa a la que ayudo que ha decidido parar su plan de expansión previsto para el año que viene y dedicar parte de los recursos de ese plan a fortalecerse internamente, actualizando su sistema informático, pensando de forma optimista que así, cuando pase la crisis, estarán en mejor disposición interna de afrontar el crecimiento.

Y como estos, miles de ejemplos.

Ser optimista no es lo mismo que ser un ingenuo o un «dinamitero loco» que, con independencia de lo que ocurre a su alrededor, tira para adelante sin ninguna consideración a la realidad. El optimista, precisamente porque conoce de forma concreta la realidad, intenta sacar de eso lo mejor posible.

Y como colofón sobre el Optimismo hay que recordar que no es obligatorio estar hablando veinticuatro horas al día de la crisis. Hay que evitar el que llamaré «saludo de la crisis»: «Hola buenos días, ¿cómo está usted? Pues ya sabe usted, con la crisis».

Hay que hablar de la crisis para salir de la crisis.

N
O DISTRAERSE

Distraerse es, en una situación determinada de mayor o menor dificultad, hacer cosas que no ayudan a resolver esa situación. O hacer como si no existiese y dedicarse a dar alpiste a los pájaros mientras no tienes comida para tu mujer o hijos. Distraerse es malo casi siempre. Excepto cuando vas paseando por el campo precisamente porque has salido para distraerte.

Distraerse es, por ejemplo, aprovechando que la crisis ha dejado en el paro a tu mujer o a tu marido y a ti, empezar a planear la reforma de la casa.

Distraerse es obviar o negar directamente la crisis y en vez de centrarse en los asuntos críticos, dedicarse a la demagogia poniendo ministerios de relleno a los que se les da una publicidad extraordinaria para después dotarlos con cuatro duros. O sea, para declararlos oficialmente vacíos de contenido. Es decir, además de distraerse, contradecirse ante la opinión pública.

O abrir una embajada de una comunidad autónoma en los Estados Unidos de América en medio de la crisis económica.

O que una ciudad que pertenece a esa comunidad autónoma abra un consulado, no se sabe para qué.

O aprovechar una rotonda nueva, con un césped muy bonito, para poner un monumento que no viene a cuento, y que habrá costado un pastoncillo.

Eso es distraerse. Y esas distracciones cuestan mucho dinero. Y en estos casos molestan e indignan a los ciudadanos.

Pues bien, en los momentos en los que hay problemas, hay que concentrar todas las fuerzas (fuerzas = trabajo, esfuerzo, dinero, planes, acciones, etc.) en lo fundamental para sacar adelante la familia, en centrarse en el corazón del negocio en la empresa, en los servicios esenciales en los ayuntamientos y comunidades autónomas, en los gastos obligados e inversiones necesarias en el Estado. Y eso implica mirar con esos «ojos de recorte» del ministro todo aquello que sea superfluo. Y mirar con esos mismos ojos algunas cosas que, por mucho que nos apetezcan, quizá tranquilamente se puedan posponer, esperando tiempos mejores.

Las empresas que pasan momentos difíciles lo entienden maravillosamente. Se centran en su negocio, revisan costes y gastos, rehacen planes, y toman todo tipo de medidas para concentrarse en lo esencial.

Esencial, porque en momentos de crisis es obligatorio. Y esto supone establecer con talento nuestras prioridades:

las personales, las familiares, las empresariales y las políticas.

Y esto puede no resultar fácil, porque en una situación complicada existen ciertas tentaciones de huir en vez de afrontarlas. Pero es exactamente lo que hay que hacer. Dedicarse a los flecos cuando tenemos un problema central es una mala estrategia.

A no ser que se quiera, conscientemente, distraer al personal, partiendo de la base, naturalmente, de que el personal es bobo. Y de bobos no tenemos ni un pelo.

L
A PRUDENCIA

La prudencia es una virtud que hay que ejercitar siempre. La prudencia requiere conocer y medir las consecuencias de las acciones y, una vez evaluadas, decidir hacerlas o no atemperando muchas cosas. Es una virtud muy discreta. De poco ruido. No es una virtud fácil (casi ninguna lo es), pero es básica y está muy relacionada con el «no distraerse», porque las dos deben centrarse en el corazón de las cosas.

Y tiene mucho que ver con lo que ha pasado, y tiene que ver con cómo hay que salir de esta crisis.

Las crisis siempre convierten de repente en prudentes a personas que han tenido actitudes enloquecidas. Resulta curioso ver a banqueros que tienen otros bancos que han vendido millones de euros de productos estructurados «tóxicos» como les llaman ahora («porquería», en lenguaje ninja) de los que no tenían ni idea, sentados con el presidente de un gobierno en una determinada nación, para ver cómo resuelven la crisis creada por ellos mismos, hablando como si estuviesen en el club de golf, mientras esos clientes que han perdido fortunas se manifiestan en la calle. Es una imagen vergonzosa. De repente, a esos mismos que han vendido frívolamente esos productos de los que ignoraban casi todo a cambio de una comisión más alta, les entra un ataque de prudencia y empiezan a hablar de volver al corazón del negocio bancario…

Se han convertido en prudentes, dicen que no hay que distraerse, y da la impresión de que ven las cosas desde lejos y que les deja más bien fríos lo que pasa en la calle. No sé si tener vergüenza es un criterio válido. Pero debería serlo.

Aunque me vaya por las ramas, quiero deciros que no entiendo, ni quiero entender, eso de la economía financiera y la economía real. Si hay una economía real, es que la otra es irreal. Lo que pasa es que cuando te das cuenta de que la irreal se ha cargado la real, empiezas a pensar que de irreal, poco. Que la llamada economía financiera no ha sido más que
La gran estafa.

Pues bien, hay que ser prudente, que es distinto de timorato o paralizado. Y hay que ser prudente en todas las situaciones. Había que haberlo sido y hay que volver a serlo.

Pero ya puestos a ser prudentes, hay que ir con cuidado. Y esto significa medir y prever las consecuencias de nuestros actos.

Recortar puestos de trabajo para salvar la empresa puede ser una medida necesaria. Pero hay que «ser prudente», sobre todo en la ejecución de esas cosas que nos parece que es lo que hay que hacer. Hace poco hablé con un empresario prudente de una mediana empresa que tiene algunas tiendas y me decía que este año todavía iba en ventas por encima del año pasado excepto en tres tiendas. Habían diseñado un plan de recorte de personal en cuanto empezaron a ver una cierta ralentización de las ventas y dejado a los responsables de las tiendas su ejecución concreta. Como lo de las tres tiendas le preocupaba, se fue a ver qué pasaba, con los datos correspondientes.

La medida prudente había sido ejecutada con criterios erróneos, despidiendo a personal de atención al cliente en la tienda, por lo que, sin entrar en más detalles, el servicio se resintió, la afluencia se resintió, la venta se resintió y lo que era un plan para garantizar la solidez y continuidad de la empresa, ha tenido los efectos exactamente contrarios.

Un ejemplo de prudencia es decir: el año que viene creceremos el 1%. Y pensar que si los que saben (o dicen que saben) empiezan a decir que eso del 1% es una quimera, que si no decrecemos el 1 % ya nos podemos ir dando con un canto en los dientes, revisar ese crecimiento, no vaya a ser que el ministro se equivoque y el otro (por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional) tenga razón. Y esto va por los Presupuestos Generales del Estado, en los que no podemos empezar a gastar partiendo de que los ingresos subirán. Porque NO subirán.

P
ERO HAY QUE TRABAJAR

O sea, que tenemos que ser optimistas, no distraernos y ser prudentes en lo que hagamos. Y todo eso con mucho esfuerzo, que es lo que toca.

Sí, a todo lo anterior hay que sumar trabajo y sacrificio: esfuerzo. El otro día, hablando un poco de eso que han empezado a llamar «la cultura del esfuerzo», mi mujer me dijo una cosa que puede sonar un poco mal: «Mira, Leopoldo, desengáñate, aquí lo que hace falta es una posguerra».

Le contesté: «Mamá, para que haya una posguerra tiene que haber primero una guerra». Y como me pasa siempre, me ganó: «Yo ya me entiendo y tú ya me entiendes». Y aunque no estoy seguro, creo que se refería a que nos hemos reblandecido un poco, o bastante, o mucho.

Que esa «cultura del esfuerzo», que puede sonar un poco cursi, es lo que es y significa lo que significa: que hay que trabajar, y eso cansa siempre, a veces es incómodo y a veces requiere mucho sacrificio personal. Nuestro amigo el constructor «optimista» se ha tenido que ir a China. De Barcelona a China hay una distancia apreciable. Y seguro que es cansado el viaje. Igual resulta que a su mujer la verá un poco menos. Y en los periódicos tendrá que saltarse la parte que dice «Conciliación del trabajo y la vida de familia» para que no le remuerda la conciencia.

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