Y esto es lo que el ministro espera ingresar el año que viene. Y ese es el dinero con el que él prevé contar para mantener la estructura de su casa, invertir y hacer todo lo que le hace ilusión o necesita hacer. Exactamente como en nuestra casa.
Y una vez visto lo que ingresará, se mete con los gastos.
L
OS
P
RESUPUESTOS
G
ENERALES DEL
E
STADO
(II): E
N QUÉ GASTAN NUESTRO DINERO
Los desembolsos son de dos tipos:
- El gasto.
- La inversión.
Así, cuando hablamos del presupuesto familiar, hacemos una previsión de lo que vamos a gastar y de lo que pensamos invertir.
Hacemos una previsión de lo que vamos a invertir. Por ejemplo:
- Lo que vamos a pagar de hipoteca porque un día decidimos hacer una inversión y comprarnos un piso y nos endeudamos para treinta años. (Es como si lo pagásemos a plazos).
- Lo que vamos a pagar por un cuadro que nos gusta y que pensamos que el día de mañana valdrá más y nuestros herederos podrán venderlo.
- Lo que vamos a pagar por un cuadro horrible, que no nos gusta, pero que es de un pintor cuya cotización está subiendo y que nos quitaremos de encima en cuanto suba un poco más.
Al fin y al cabo, dice mi amigo, todo sale del mismo bolsillo.
Una vez que ya tenemos previsto lo que vamos a ingresar, hacemos la previsión de lo que vamos a desembolsar.
«Fíjate —le digo a mi amigo—, que no hablo de ‘gastar’, sino de ‘desembolsar’, o sea, de sacar de la bolsa».
Mi amigo no acaba de comprenderlo: «¡Pero si es lo mismo!».
Pues no, no es lo mismo. Una cosa es lo que se gasta y otra lo que se invierte, aunque las dos acaban en un desembolso, o sea, en meter la mano en el bolsillo y sacar los euros correspondientes. Lo que pasa es… Como mi amigo pone cara de no entenderlo, tiro de servilleta y escribo:
- Gasto es lo que se gasta, es decir:
- La comida.
- La bebida.
- El servicio.
- Los donativos.
- El transporte.
- Las cenas fuera de casa.
- El cine.
- Y así, otras muchas cosas.
- Todas tienen la característica de que, después, no queda nada.
- Gasto es lo que se gasta, pero después queda algo: una joya, un bolígrafo, una corbata, un pañuelo de seda, unas gafas Ralph Lauren compradas en el top manta o el último disco de Bisbal comprado, si se puede, en El Corte Inglés.
- Inversión es lo que se invierte, o sea:
- Un piso.
- Una casa.
- Un cuadro que se compra para esperar a que suba su valor y venderlo.
Y al ministro, cuando presenta los presupuestos, le pasa lo mismo que a nosotros, solo que él lo hace más gordo todo.
Y si nosotros para hacerlo tenemos en cuenta cómo está organizada nuestra casa, de dónde viene el dinero, cómo lo gastamos y las cosas que queremos conseguir, el ministro hace exactamente lo mismo.
Y entonces presenta el dinero que se va a gastar de acuerdo con la organización del Estado (de su casa):
- Y eso lo ordena por «sobres» y a cada sobre le pone un nombre (el ministro no puede llamarles sobres, así que, para que solo lo entiendan él y otros muy listos, los llama «secciones», pero si miras las secciones se parecen sospechosamente a «sobrecicos», que ordena de una manera determinada y que nosotros desordenaremos para entendernos).
- Y los desordenaremos poniéndolos en dos montones: el montón de las cosas que hay que pagar «caiga quien caiga» (como nosotros con nuestra hipo teca, colegios o luz) y otras cosas que hay que hacer con el dinero que nos quede después de pagar esas cosas, de acuerdo con los ingresos que esperamos y con lo que estemos dispuestos a endeudarnos. A ese otro montón le llamaremos «montón de las cosas que queremos hacer».
Y ahora nos pondremos en la piel del ministro, porque sí hay que reconocerle que para contar los ingresos hace un trabajo respetable la mayoría de las veces, de previsión razonable en función de una serie de cosas como la cantidad de gente que va a trabajar, lo que vamos a pagar de impuestos, etc.
- El montón de las cosas «caiga quien caiga» le hace sudar tinta al ministro. Porque resulta que le ha salido un hijo respondón (alguna comunidad autónoma) y le ha dicho que ni crisis ni gaitas, que haber hecho los deberes y que si no, no haberle prometido el oro y el moro. Y que si no cumple lo que le dijo, se enfadará y no le ayudará a aprobar los presupuestos. Y que le vayan dando tila al ministro y a su Gobierno, panda de «troleros». Y de paso, que le vayan dando también morcilla al resto de hijos, que ni son hermanos ni nada, y que yo a lo mío y a mis circunstancias. Y como esos resulta que son imprescindibles para aprobar los presupuestos, el ministro (el Gobierno) le dice que vale. Que le dará más dinero. Con lo que:
- Tiene menos dinero para el «montón de cosas que queremos hacer», por lo que empieza a mirar con ojos de recorte a los ministerios (los de relleno y los de verdad).
- Consigue enfadar a los dieciséis hijos restantes, que le llaman de todo al otro hijo, desde chantajista hasta insolidario. Eso, lo más fino. Y cobarde y mentiroso al ministro, al que le gustaría, por un momento, tener un único hijo (tentación que les ocurre a muchos padres a lo largo de su vida). Pero ahí están todos. Pero son diecisiete. Familia numerosa, enfadados algunos con otros, y todos peleones como ellos solos.
- Los ministerios de relleno le dejan frío a nuestro amigo el ministro porque sabe que son sueños de una noche de verano. Y es que a su jefe de vez en cuando se le ocurren cosas, se le calienta la boca y hace alguna que otra tontería que cuesta algunos milloncejos de euros, pero solo eso. Dentro del conjunto, cuatro duros. Pero los otros… eso le pre ocupa más. Le preocupa no dar más dinero a la seguridad, porque ahí siguen los terroristas y la delincuencia, le preocupa no poder dedicar más dinero a la exportación, justo en este momento, le preocupa no ayudar a los agricultores…; en fin, sabe que los compromisos le limitan a la hora de hacer cosas que son importantes. Que no son de relleno. Y le preocupa porque, en el fondo, en mitad de esos compromisos y fuego cruzado y cientos de negociaciones con cientos de personas, sabe que lo que está detrás de todo es el bienestar de sus conciudadanos.
- Y le echa un ojo al montón de las cosas que hay que pagar «caiga quien caiga» (que ha engordado) y repasa los sobres. Sabe que mirándolos no conseguirá hacerlos desaparecer, pero a lo mejor así coge fuerzas cuando tenga que decirles a los colegas del Gobierno que van a tener menos dinero.
- Aparta el primer sobre. Ese es intocable. Y gordo. Es lo que algunos llaman el «gasto social». Y aunque lleva años pensando en «agregado», no se olvida de que ahí están nuestros mayores. Su padre entre ellos. Se enternece un momento pensando en el hombre que ha trabajado como una muía para darle estudios. Y que, con otros millones, creen que tienen derecho a que, ahora que ya son viejos, el Estado les dé algo a cambio de lo que han pagado. Y ahí también está su cuña do, que está en el paro y cobra la ayuda para ir capeando el temporal (que es huracanado) a la espera de que amaine. Y ese sobre es gordo por que, además, cada vez hay más mayores y más crisis. Y cada vez habrá más gente que necesite ayuda. Y que dejarán de aportar. «Ese sobre es una de las razones de la existencia del Estado», piensa para sí.
- «Lo que han invertido en el Estado». El sobre también es de los gordos. Son los rendimientos que hay que pagar a los que han comprado la deuda del Estado y los bonos. O sea, los intereses. Los anuncios quedan bien. Acaban «con la garantía del Estado». Y el Estado no quiebra. Por lo menos el suyo. Pero ha visto en esta época cosas que no había visto nunca. Piensa que tiene que hablar con el que se encarga de la publicidad. Duda en cambiar el anuncio…
- Debajo de este saca uno también notable. Lo coge con dificultad, porque pesa. Es el dinero para los hijos, sobrinos y nietos. Las transferencias que se hacen a las comunidades, que son la mayor parte. Y en el mismo sobre están las que se hacen a los ayuntamientos y a las diputaciones y otros entes. Con el sobre en la mano se acuerda de una historia que le contaron sobre un señor con muchos hijos y una piscina sucia que encargó limpiar a uno de sus hijos, con el dinero correspondiente. Y piensa que ese modelo de las comunidades sería un buen modelo si fuera una descentralización puramente administrativa. Pero no lo es. Entran en juego sentimientos de tierra y aspiraciones de separación. Y eso le incomoda, pero asume el juego. Y sabe que esas transferencias con dinero sirven, si se gestionan con honradez, para estar más cerca de la gente. Siempre y cuando no se utilicen con fines torticeros, como, piensa, se hace en ocasiones.
- Sigue sacando sobres. En uno pone «Funcionamiento del Estado». Ahí dentro están el rey y su familia. Y como, monárquico o republicano, es lo que hay y hay que cuidarlo, y además trabaja y ayuda a que nos respeten y a templar gaitas cuando algún bocazas habla más de la cuenta, le asigna una cantidad en el presupuesto (pequeñita si la comparásemos con algún ministerio de relleno, cosa que no haremos). Y el de las Cortes, para que estén contentos y puedan hacer el trabajo de aprobar leyes y discutir entre ellos cosas que nos afectan al bolsillo y a nuestra vida. Y eso con independencia de que los hemiciclos estén vacíos o muy vacíos.
Mi amigo traga saliva y dice que si en su empresa la gente fuese a trabajar lo mismo que van esos a las Cortes, habría cerrado hace años. Le digo que como están muy ocupados, van cuando pueden. No lo convenzo. A lo mejor porque yo mismo no estoy muy convencido…
Sigue mirando el sobre de tribunales varios, y los jueces de los jueces, y el Constitucional, y el de Cuentas, algunos de los cuales oímos hablar más de lo que sería conveniente y otros que no sabemos ni que existían. Y eso parece que es necesario para que funcione el Estado.
- Y después de darse cuenta de que los gastos comprometidos le dejan poco margen de maniobra sabe que tiene que hacer veinte llamadas, ninguna agradable. Algunas más fáciles que otras. La primera es a su jefe. Se ven y establecen los criterios para recortar los gastos e inversiones de los ministerios. Y para eso necesita conocer las prioridades de primera mano. De quien decide.
- Y va por los ministerios. Y en cada uno de ellos repasan los gastos. Todos tienen gastos «caiga quien caiga» de funcionamiento: los sueldos de los funcionarios y las cosas que necesitan para funcionar, y las inversiones comprometidas y los planes para el año siguiente. Planes que responden a objetivos propios de cada ministerio, y que responden a objetivos generales del Gobierno, que responden a ideologías concretas.
En ningún caso es fácil. Pero es necesario. Y es difícil hacerlo equilibradamente.
Así que, tijera en mano, empiezan a ordenar esos planes y a recortar. Y eso implica negociar y prever las consecuencias de no hacer determinadas cosas. Y eso puede significar:
- Que se le dé menos dinero a un ministerio encargado de, por ejemplo, hacer cosas relacionadas con la inmigración y su control, en un momento en el que la inmigración está todos los días en los periódicos.
- Que en un momento de paro se recorten las ayudas para el fomento del empleo… 0 Pero se aumenten las de algún ministerio de relleno, aunque lo que se le dé sea ridículo y lo convierta en un mero «título» sin contenido…, una cartera llena de nada.
- Mientras, como pasa en España, se le quita dinero a los señores que se van al extranjero vestidos de soldados a hacer de «misioneros de paz con fusil» en unas guerras espantosas.
Y estos ejemplos, algunos de los cuales son reales como la vida misma, suponen de hecho decidir en función de prioridades y ser muy conscientes de lo que supondrá incumplir con muchas promesas electorales.
El ministro está cansado.
Tiene delante de él dos números. Grandes números.
Uno es la suma de todos los ingresos del Estado. El otro es la suma de todos los gastos del Estado. Se ha pasado y presenta unas cuentas con déficit. El que ya había pactado con su jefe. Y el que le permite la Comunidad Económica Europea.
Ahora solo tiene que contárselo a sus conciudadanos para que no lo entiendan. De eso está seguro y se produce año tras año. Sabe hacerlo. Y cuenta con la ventaja de que los PGE tienen las suficientes palabras raras para poder disimular.
Reza para que todas las cosas que tienen que pasar en los ingresos se cumplan…, porque sabe que aunque dice que ha sido prudente en el cálculo de los ingresos, lo cierto es que hay suficientes incertidumbres… No está nada seguro.
N
UESTRA CRUDA REALIDAD: LA CONTABILIDAD DE NUESTRA CASA
«Ya me ha gustado eso de los Presupuestos Generales del Estado. Ahora tengo una preocupación… que no entiendo la contabilidad de mi casa. Y me parece absurdo entender los PGE y no enterarme de qué es el activo y el pasivo. El contable de casa me lo explica de una manera que no lo entiendo», se queja mi amigo.
Y sigue: «Ahora estoy con complejo de superioridad porque voy entendiendo lo que pasa en el mundo y con complejo de inferioridad porque no entiendo lo que pasa en San Quirico».
Yo le animo y le digo que tranquilo, que si ha sido capaz de entender los Presupuestos Generales del Estado, entender la contabilidad de la casa está chupado.
Y empezamos, con la cuenta de la vieja.
En su casa, la mía y la del vecino pasan cosas y se toman algunas decisiones que algo tienen que ver con el dinero. Aclaro que las importantes, o sea, que el matrimonio se quiera mucho y que los hijos crezcan bien, tienen poco que ver con el dinero. Pero lo hablaremos en otra parte del libro.
Así, con el paso de los años, uno ha hecho cosas como las siguientes:
- Ha comprado una casa. O a lo mejor no la ha comprado y la familia vive de alquiler.
- Contratamos una hipoteca con el banco, y como cuando compramos la casa no había pasado todavía lo de las hipotecas
subprime
y teníamos trabajo y expectativas de aumento de sueldo, pues el banco nos la dio. Además, en ese momento el banco tenía dinero y estaba en plena expansión del crédito y el precio del dinero no era muy alto. Así que felices los dos, la firmamos.
- Heredamos un terreno de un tío abuelo que viajó a Cuba.
- Metimos un poco de dinero en Telefónica y compramos un fondo estructurado de altísima rentabilidad que recomendó el director en la caja de ahorros de San Quirico.
- Después de perder casi todo el dinero del fondo estructurado, sacamos el dinero de la caja de San Qui rico y lo metimos debajo de un colchón. Y ahí sigue.
- Compramos electrodomésticos y algún que otro mue ble. Ya se sabe que con los años algún que otro mueble son muchos, así que ahora hay un montón por la casa.
- Además, como en todas las familias, tenemos gastos normales y corrientes, de los que hemos hablado antes (comida, servicio, donativos, transporte, cines, ropa…).
- Etcétera.