La crisis ninja y otros misterios de la economía actual (8 page)

BOOK: La crisis ninja y otros misterios de la economía actual
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Cuando mi amigo pone cara de que «esto lo he hecho yo toda mi vida», le contesto que eso y nada más que eso, son los Presupuestos Generales de Estado.

Pero

  1. Como es natural, la familia de unas cuantas personas es más fácil de gobernar que una de cuarenta y seis millones.
  2. Cuando los hijos se han casado y tienen sus familias, las relaciones entre la familia original (la de los padres) y las de los hijos pueden ser más complicadas. Las madres siempre echan la culpa de las cosas malas a «los de fuera», o sea, a los que se casaron con sus hijas y a las que se casaron con sus hijos. Supongo que, por eso, al Estado que está obligado a llegar a acuerdos con las comunidades autónomas le llaman papá Estado, y no mamá Estado.
  3. Cuando un hijo tiene más necesidades que otro, a los padres se les ablanda el corazón y siguen aquel principio tan sabio de que «justicia es tratar de modo distinto a hijos distintos». Porque supongo que estaréis de acuerdo en que cada hijo es cada hijo y, aunque tengan el mismo aire de familia, son muy distintos entre sí, gracias a Dios. A mí me costó unos años darme cuenta de eso y por eso lo pongo aquí, para que no perdáis el tiempo descubriendo cosas que ya están descubiertas.
  4. Cuando un hijo es más manirroto que otros, a veces el padre se pone serio y dice: «Se acabó». Lo que pasa es que ese hijo llora, la madre se ablanda y, al final, algo cae, con protestas de los otros hermanos, a los que no les acaba de gustar eso de la solidaridad.
  5. Lo peor es que, a veces, el hijo «chantajea» un poco a los padres (lo del «chantaje emocional» del que suele hablar bastante mi mujer) y dice que, si no le dan lo que pide, no irá a la cena de Navidad o dirá a todos que a fulanito le han dado más.

O
SEA, PARA QUE NOS ENTENDAMOS PASANDO DE LA FAMILIA AL
E
STADO
:

  1. En España nos hemos organizado con un Gobierno central (GC) y unas comunidades autónomas (CCAA), cada una con su gobierno.
  2. El GC ha hecho transferencia a las CCAA de algunas cosas. Algunas de esas cosas son muy importan tes. Y necesitan que, además de darles la responsabilidad, les den el dinero para que las hagan.
  3. A mí esto me ha sucedido hace muy poco. En San Quirico tenemos una piscina que siempre ha estado verdosa y sucia. Este año le dije a un hijo mío: «Tú te encargas de que la piscina esté bien». Él me con testó: «De acuerdo, pero me darás el dinero que necesite». Me hizo un presupuesto de lo que iba a costar (tema importante), me pareció razonable y se lo di. La piscina, sorprendentemente, está limpia y se han podido bañar todos los nietos que han aparecido por allí. Por la noche, mi hijo enciende las luces y nos parece que estamos en Beverly Hills. Hablando a lo culto, «le he transferido una responsabilidad, con el dinero correspondiente».
  4. Si el dinero que me pedía no me hubiera parecido bien, hubiera discutido con él. Si esa cantidad de dinero se hubiera debido a que mi hijo quería traer a seis personas de la familia de su mujer con el fin de que se bañaran todos los días para comprobar que la piscina estaba bien y para realizar ese trabajo les hubiera asignado un sueldo, otros hijos míos podrían haber protestado, y con razón. Y yo no le hubiera transferido esa responsabilidad.
  5. Si, además, mi hijo, con la familia de su mujer, me hubiera organizado una manifestación delante de mi casa de San Quirico con pancartas que dijeran: «La piscina, para quien la trabaja», me hubiera molestado bastante.
  6. Si mi casa fuera una democracia y de los votos de ese hijo y de la familia de su mujer dependiera que yo siguiera siendo el cabeza de familia, las cosas se me complicarían bastante.
  7. Si, además, esto me sucediera con los doce hijos, el lío sería sublime.

Y le digo a mi amigo: «Pues imagínate lo que puede ocurrir con diecisiete comunidades autónomas». Y repasamos muy brevemente lo que sucede:

  1. Que unas son más ricas que otras.
  2. Que a unas les van las cosas mejor que a otras.
  3. Que unas administran mejor el dinero que otras.
  4. Que unas tienen unas ilusiones y unas ambiciones (nobles e innobles) que pueden chocar con las de otras.
  5. Que todas quieren que a ellas les den, como mínimo, tanto como a las demás.
  6. Que, para cumplir con todo, las CCAA van con tratando personas, porque hacen falta para administrar las transferencias que les llegan.
  7. Le digo a mi amigo: «Estos son los famosos ‘funcionarios’». Y mi amigo, que sabe que para gestionar su empresa necesita algunas personas prepara das —no más de las necesarias— frunce el ceño y dice: «Supongo que contratarán a los que necesiten, y ni uno más, ¿no?». Yo le contesto que, por supuesto, eso es lo que deberían hacer. Y salgo como puedo de ese camino. Seguimos.
  8. Así que convenimos poner que alguna comunidad autónoma puede pensar que a otra se le va la mano en el número de personas que contrata. Y lo mejor empieza a contratar también gente en una especie de carrera por la ineficacia.
  9. Que otra comunidad autónoma puede pensar que esas personas se buscan principalmente entre las familias de los que gobiernan.
  10. Que el Gobierno central puede hacer promesas electorales que luego ha de cumplir, y eso cuesta dinero.
  11. Que las CCAA pueden hacer promesas electorales que luego han de cumplir, y eso cuesta dinero.
  12. Que el Gobierno central tiene una ideología determinada, en virtud de la cual gasta en cosas que «los otros» no gastarían («los otros» gastarían en otras cosas).
  13. Que hay CCAA que tienen la misma ideología que el Gobierno y otras que tienen la contraria y otras que tienen una mezcla de las dos y de tres o cuatro ideologías más.
  14. Que, como las CCAA pueden aportar votos al Gobierno central, exigen: «Si me das esto te ayudo. Si no, no te ayudo». Que incluso aprobar los PGE puede costar dinero. «O sea, que compran votos con mi dinero», dice, un poco decepcionado.
  15. Que esto lo hacen las que tienen la misma ideología y las que tienen la contraria. Y las demás.

Y cuando ya tengo suficientemente desmoralizado a mi amigo, le digo: «Y así,
ad infinitum
». Y como se le ha olvidado el latín que estudió en el colegio, se hunde más y dice aquella frase tan famosa: «Contra Franco, vivíamos mejor».

Para tranquilizarle le digo que para poder hacer un juicio sobre los PGE, lo mejor es que inventemos, él y yo, un método de análisis de los PGE.

Como, además de tranquilizarle, quiero animarle, porque le veo muy alicaído, le digo que cuando hayamos inventado el método, igual lo podremos patentar y forrarnos, vendiéndolo por ahí. No le acabo de convencer. Me parece que no confía demasiado en la labor creativa de nuestros dos cerebros trabajando juntos.

También para animarle, le comento que el método debe ser muy simplón, de modo que si nos lo aprendemos nos pueda servir para analizar, año tras año, los PGE que los sucesivos gobiernos nos vayan presentando. No le digo que será útil
in aeternum,
para no aplastarle más con mis conocimientos de latín que, por cierto, están ya a punto de acabarse con estas dos frases…

Para empezar, le indico que hay que fijar unos principios generales. Se nos ocurren tres:

  1. De donde no hay, no se puede sacar.
  2. Cuando se conduce, lo mejor es no distraerse.
  3. Estirar el brazo más que la manga puede no ser prudente.

A mi amigo se le iluminan los ojos, porque dice que eso es exactamente lo que le decía su abuela. Lo que pasa es que tiene sus dudas respecto a la sofisticación del método y me pregunta: «¿No estaremos inventando la cuenta de la vieja?».

Le contesto con otra pregunta: «¿No será que todo lo que no se pueda explicar con la cuenta de la vieja es falso?».

Ya sé lo que estáis pensando: que lo que acabo de decir es una exageración. Lo es, por supuesto. Pero lo que quiero decir es que, en cuestiones de economía que nos afectan a todos y cada uno de los cuarenta y seis millones de personas que vivimos en este país, es mejor hacer un esfuerzo por explicarlas de un modo muy claro, porque si no, se corren tres peligros:

  1. Pensar que alguien no nos quiere contar la verdad, y que para eso lo explica con cara muy seria, de una manera prácticamente ininteligible por parte de las personas no especializadas, que debemos ser algo más del 98% del número total de habitantes.
  2. Pensar algo peor: que es alguien no sabe del tema, que se ha aprendido una serie de frases hechas, que ha ensayado ante el espejo y su familia lo que va a decir y que luego nos lo ha soltado, sin aceptar, como es natural, ninguna pregunta, porque, a poco que se le rasque, se verá que su ignorancia es supina, que no sé exactamente qué quiere decir, pero que me suena a
    mucha
    ignorancia.
  3. Pensar algo mucho peor: que ese alguien no sabe y, además, nos quiere engañar.

Al llegar al punto tres, mi amigo de San Quirico dice tres inconveniencias, supongo que una por cada punto, que, por educación, no puedo reproducir aquí, pero que manifiestan claramente cuál es su estado de ánimo ante semejantes posibilidades.

L
OS
P
RESUPUESTOS
G
ENERALES DEL
E
STADO
(PGE) (I): D
E DÓNDE NOS SACAN EL DINERO

Cuando se trata de hacer un presupuesto, es muy bueno empezar por los ingresos.

En una familia los ingresos pueden ser:

  1. Los sueldos fijos que entran.
  2. Las facturas que presentamos, si somos autónomos.
  3. Los alquileres que nos pagan por dos pisos que he redamos.
  4. Los dividendos que cobramos por las acciones que también heredamos.
  5. «Chapucillas» que hacemos (unos llevan la contabilidad de un amigo, otros le hacen un estudio que les ha encargado, otros cobran propinas, otros intentan vender alguna propiedad para cobrar una comisión, etc.).
  6. Unos dineros que nos manda nuestro suegro para Navidad.
  7. Y no sé si alguna cosa más.

Cuando llega final de año, pensamos cuánto nos subirán el sueldo, cuánto nos enviará el suegro, cuántos dividendos cobraremos, etc. Y sumamos y decimos: «Este año van a entrar tantos euros. Como el año pasado entraron tantos, si resto los tantos previstos de los tantos del año pasado, me sale lo que voy a cobrar de más. Y si divido esa cantidad por lo que cobré el año pasado y lo multiplico por cien, diré que el año que viene voy a cobrar, por ejemplo, un 3% más que el año pasado».

Mientras tú yo hacemos eso, el ministro de Economía está haciendo lo mismo. El ha empezado antes —en septiembre o así—, porque tiene que hablar con más gente. Pero hace
lo mismo
que tú y que yo. Y, al final, pone cara seria y dice que se prevé para el año próximo un crecimiento del 3 %, antes de encomendarse a todos los santos para que de verdad sea ese 3%. Lo que pasa es que como él tiene que ponerse delante de la televisión, dice cosas como que «los presupuestos se convierten en el resultado final de una estrategia de acción colectiva, definida en función de las relaciones entre las diversas fuerzas políticas y sociales del país», lo que significa que tanto en los ingresos como en los gastos tiene que tener en cuenta a todos los hijos que tiene, los parientes cercanos y algún que otro lejano. Pero como es ministro, lo tiene que decir para que no se entienda. Que para eso también le pagan.

Los ingresos del ministro, mejor dicho, del Estado cuyas cuentas lleva el ministro que lo representa, pueden venir de:

  1. Lo que nosotros ganamos. De nuestro sueldo, nuestras facturas, de los alquileres que cobramos, de los dividendos que cobramos de las acciones del abuelo, de las «chapucillas» en blanco que hacemos (las negras no las ve el ministro ni nadie). Y ahí también cuentan los dineros que ganan los que no viven en España pero tienen ingresos que se originan aquí.
    Todo ese dinero lo enseñamos al ministro, que dice: «Bien, de todo eso que has ganado tienes que dar al Estado un tanto por ciento». Y ese tanto por ciento será mayor cuanto mayor sea el dinero que ganas. Es facilón y simple. Así que cuando llega el momento, declaramos la verdad y pagamos. Y esos son los ingresos que el ministro cree que cobrará por el IRPF.
  2. Porque Hacienda somos todos, como se decía antes. Y ese todos también incluye nuestras empresas y lo que ganamos con ellas. Y sobre esos beneficios, el Estado también se lleva una parte. Eso mi amigo lo tiene muy claro, porque, a pesar de que algún año no le ha ido bien del todo, como trabaja como una muía, sabe que con ese trabajo está ayudando al Estado a ingresar. Y parece que no le importa. Pero se queda pensativo un momento y dice: «Así que si ese señor de Illinois, el de las hipotecas, hace que gaste menos el señor de Mataró en calcetines, que hace que el autónomo que se los vende gane menos dinero, los ingresos del Estado serán menores». Le respondo que sí, y que si el señor que hace los presupuestos es una persona con cabeza y sentido común, tendrá en cuenta todo eso cuando piense sobre los ingresos que va a tener. «Exactamente igual que pensamos tú y yo sobre los ingresos familiares. Y que si no es realista en los ingresos, el presupuesto que presente será irreal, como ocurre en tu casa y en la mía».
  3. También incluye aquí lo que el Estado se queda cuando heredamos o cuando hacemos una donación a nuestros hijos o familia estando vivos. Y también lo que pagamos por tener cosas, o sea, por nuestro patrimonio.
    Esto ya le hace menos gracia a mi amigo, que siempre le ha parecido que pagar impuestos por lo que tiene, que compró con lo que ganó, y por lo que ya pagó impuestos, es una manera de que «le quiten» más dinero del que deben. Pero bueno, como estamos todavía empezando a explicarlo, le digo que sí, pero que sigamos, porque esto no lo arreglaremos, pero a lo mejor lo entendemos.
  4. Y con todo eso y otros ingresos por cotizaciones que hacen los empleadores y los empleados del Estado y otras cosas, el ministro se va a la cama con una serie de ingresos que él llama «impuestos directos» y que tienen mucho que ver con lo que gana la gen te y las empresas. Así que si hay crisis y el ministro no es un «dinamitero loco», lo que presentará deberá tener algo que ver con la realidad que estamos vi viendo…

     

    Mi amigo me para y dice: «Oye, hasta ahora lo entiendo. Pero me quedo preocupado. Porque yo he vendido menos este año. Y he ganado menos. Y como yo, mucha gente. ¿Y si ese se equivoca? ¿No se le ocurrirá subir los impuestos para tener más dinero?». Y le respondo que para el año que viene creo que no, pero que cuidado, esa es una tentación que tienen todos, porque eso que hemos despachado en cuatro líneas son más de la mitad de los ingresos de
    todo
    el Estado.

  5. Como creo que quiere seguir haciéndome preguntas que no sé contestar, pienso que lo mejor es pedir un vaso de vino y seguir por los ingresos.
    «Por el dinero que vas a pagar (porque hoy invitas tú) por ese vaso de vino, el del bar va a pagar una parte al Estado por los beneficios. Eso es lo que me has dicho tú. ¿No te sabe peor el vino ahora?», dice mi amigo, partiéndose de risa.
    Y le digo que no, que es mucho peor. Que ese vino además tiene un impuesto especial por eso, por ser vino. «¡Qué dices! ¿Hay un impuesto sobre el vino?», y le respondo que sí, pero que tenemos que ir por orden. Que ya llegaremos.
    El Estado también recauda por lo que consumimos, por el vino, la gasolina, el bocata de jamón ibérico, el traje que te compras y las zapatillas de deporte con las que suele ir a trabajar mi amigo.
    O sea, que cobra por lo que consumimos ordinariamente. Y dependiendo del tipo de cosa, le pone un porcentaje determinado u otro. Y eso no solo con las cosas, sino con los servicios. Es decir, que si mi amigo me cobrase por la cantidad de cosas inteligentes que me dice, me presentaría una factura y la subiría con un tanto por ciento.

     

    «¡Eso es el IVA!», exclama mi amigo. Hay que ver lo rápido que se entiende algo cuando lo has pagado varias veces todos los días. Y sí, le digo que sí, eso es el IVA, al que también se llama Impuesto sobre el Valor Añadido.

    ¡Vaya nombre raro!, exclama. Y yo, que también creo que es un nombre raro, callo antes de seguir explicándole cosas a mi amigo.

  6. Además del IVA, pagamos otras cosas de lo más normal. Y aquí llegamos al vino que estamos tomando, la gasolina o los puros que se fumaba mi amigo cuando le dejaban fumar y otras cosas, como algunos medios de transporte y energía. Y todo eso tiene consideración de «especial» por el Estado. Lo que significa a nuestros efectos que tenemos que pagar más dinero si, por ejemplo, queremos darnos el lujazo de… poner gasolina para ir a trabajar.
    «O sea, que por vivir hay que pagar al Estado», dice mi amigo. Y le contesto que sí, bueno, más que por vivir, por gastar. «O sea, por vivir», insiste. Y le respondo que sí, pero que bueno, que tampoco hay que ser exagerado, pensando que de exagerado no tiene nada. Y claro, en esta tesitura ya no me atrevo a contarle que si amplías capital o vendes o pagas el seguro de vida también pagas al Estado como algo «especial». Eso me lo callo…
    Y todas esas cosas que se relacionan con el consumo y otras más le llaman «impuestos indirectos», para que lo entendamos.

     

    «Cuidado, cuidado. Si antes estaba preocupado, ahora lo estoy mucho más. Compramos menos cosas porque tenemos menos dinero. Además, los bancos andan apurados y no nos dejan. Y esta mañana he leído que se venden menos coches, menos lavadoras ¡hasta menos peines! ¡Menos de todo! Y eso significa que estos tíos van a ingresar menos Leopoldo, que estos nos suben los impuestos de verdad, los que nos hacen pupa. ¡Hazme caso!».

    Le digo que sí, que es cierto que los ingresos del Estado se apoyan mucho en dos cosas que ahora tienen muy mala pinta: lo que ganamos trabajando y lo que gastamos consumiendo. Porque la crisis lleva eso: a que haya más parados y a que la gente se lo piense tres veces antes de gastar. Y que si le sumas que los bancos han cerrado los grifos, y que la gente aunque quiera no puede consumir, el ministro sabe que tiene un problema. Y tú y yo. Y que eso se veía venir. Y que como se veía venir había que haber sido muy prudente a la hora de haber adquirido algunos compromisos. Porque, simplemente, no los podrás cumplir.

    «Así que cuando el jefe del cotarro (así llama al presidente del Gobierno) se nos planta delante y nos dice que
    ¡a consumir!
    , ¿no sabe lo que dice?», pregunta. Y le digo que no lo sé, pero que debería saberlo. Creo que lo que quiere es que, a pesar de todo, salgamos a gastar. Pero yo, como mi amigo, pienso que se referirá a algo distinto de dinero, porque de eso hay
    poquico.
    Y como no soy capaz de saber a qué se refería, seguimos.

    Esa es la parte del león. Y con esa parte del león no habría que jugar. Y llamo jugar a hacer previsiones irreales. Porque reales sin duda serán los gastos que comprometas. Esos, como pasa en tu casa y en la mía, no hay manera de no pagarlos.

  7. Y aunque si lo comparamos con lo que ingresa por los impuestos es menor, también el Estado cobra por otras cosas, como por dejar que utilicen propiedades o derechos públicos (o sea, nuestros, o sea, del Estado), o por prestar algunos servicios y otras actividades.
  8. También cuenta el ministro con otros ingresos que le transfieren las empresas que son de su propiedad (que se llaman empresas públicas) y otras entidades y organismos públicos y algunos no públicos. También lo que le envían las comunidades autónomas…

     

    «Frena, frena, ¿que envían las comunidades autónomas…?», pregunta. Sí. Algunas comunidades tienen acuerdos específicos con el Estado en la gestión de impuestos y a cambio de eso pactan una cantidad, por ejemplo, el «cupo vasco».

    Y aquí también cuenta con lo que envían de Europa, partida que fue muy grande hace algunos años y que ha ido disminuyendo a medida que España se ha desarrolla do. Y a esto suma otras transferencias.

  9. Y como en nuestra familia, pero a lo grande, ingresa las rentas por el patrimonio que tiene él y los organismos públicos y los intereses de inversiones financieras, de préstamos que ha hecho y, como nosotros, los dividendos y participación en beneficios. Y el dinero que saca por vender terrenos, solares y otras cosas de su propiedad.
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