La crisis ninja y otros misterios de la economía actual (3 page)

BOOK: La crisis ninja y otros misterios de la economía actual
2.47Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads
  1. Al llegar aquí, y confiando en que no os hayáis perdido demasiado, quiero recordar una cosa que es posible que se os haya olvidado, dada la complejidad de las operaciones descritas: que
    todo está basado en que los ninjas pagarán sus hipotecas y que el mercado inmobiliario norteamericano seguirá subiendo.
  2. Pero:
    1. A principios de 2007, los precios de las viviendas norteamericanas se desplomaron.
    2. Muchos de los ninjas se dieron cuenta de que estaban pagando por su casa más de lo que ahora valía y decidieron (o se vieran obligados a) no seguir pagando sus hipotecas.
    3. Automáticamente, nadie quiso comprar MBS, CDO, CDS,
      Synthetic
      CDO, y los que ya los tenían no pudieron venderlos. Todo el montaje se fue hundiendo, y un día el director de la oficina de San Quirico llamó a un vecino para decirle que bueno, que aquel dinero se había esfuma do, o, en el mejor de los casos, había perdido un 60% de su valor.

      Vete ahora a explicar al vecino de San Quirico lo de los ninjas, el banco de Illinois y el Chicago Trust Corporation. No se le puede explicar por varias razones: la más importante, porque nadie sabe dónde está ese dinero. Y al decir nadie, quiero decir
      nadie.
      Pero las cosas van más allá. Porque nadie —ni ellos— sabe la porquería que tienen los bancos en los paquetes de hipotecas que compraron, y como nadie lo sabe, los bancos empiezan a no fiarse unos de otros.

    4. Como no se fían, cuando necesitan dinero y van al
      mercado interbancario,
      que es donde los bancos se prestan dinero unos a otros, no se lo pres tan o se lo prestan caro. El interés a que se prestan dinero los bancos europeos en el Interbancario es el Euribor (
      Europe Interbank Offered Rate,
      o sea, tasa de interés ofrecida en el mercado interbancario en Europa).
    5. Por tanto, los bancos ahora no tienen dinero. Consecuencias:
      • No dan créditos.
      • No dan hipotecas, con lo que muchas empresas relacionadas con el sector inmobiliario lo empiezan a pasar mal,
        muy mal.
        Y los accionistas que compraron acciones de esas empresas ven que las cotizaciones de esas sociedades van cayendo vertiginosamente.
      • El Euribor a doce meses, que es el índice de referencia de las hipotecas, ha ido subiendo, lo que hace que el ciudadano medio, que tiene su hipoteca, empieza a sudar para pagar las cuotas mensuales.
      • Como los bancos no tienen dinero,
        • Venden sus participaciones en empresas.
        • Venden sus edificios.
        • Hacen campañas para que metamos dinero, ofreciéndonos mejores condiciones.
      • Como la gente empieza a sentirse apretada por el pago de la hipoteca, va menos a El Corte Inglés.
      • Como El Corte Inglés lo nota, compra menos al fabricante de calcetines de Mataró, que tampoco sabía que existían los ninjas.
      • El fabricante de calcetines piensa que, como vende menos calcetines, le empieza a sobrar personal y despide a unos cuantos.
      • Y esto se refleja en el índice de paro, fundamentalmente en Mataró, donde la gente empieza a comprar menos en las tiendas.

Para que no tengáis complejo de inferioridad: el 7 de mayo de 2008, una persona importante del Servicio de Estudios del Banco de España dijo que el efecto de la desaceleración en el empleo está siendo más pronunciado de lo previsto inicialmente.

Debe de haber hablado con el fabricante de calcetines de Mataró.

Y esto es lo que se me ocurrió. Y esto es lo que escribí. Y esto es lo que dio varias vueltas por el ciberespacio (o sea, por Internet). Por eso, a la sorpresa por la cantidad de vueltas que dio, tuve que sumar la sorpresa de que llegara a mi amigo de San Quirico, que se pasó la semana profundizando en el asunto para hacer un desayuno monográfico el sábado.

2
D
ESAYUNOS Y SERVILLETAS.
A
LA BÚSQUEDA DE UN MODELO

L
LEGÓ EL SÁBADO

L
a semana se me hizo larga, porque mi amigo de San Quirico, además de estudiarse el documento sobre la crisis, me llamó varias veces. Al fin llegó el sábado y fuimos a desayunar. Siempre vamos al mismo sitio. Es un bar del pueblo de al lado, donde hacen unos bocadillos riquísimos de jamón ibérico. Subrayo lo de «ibérico» porque cada vez que he pedido un bocadillo de jamón, mi amigo ha añadido inmediatamente: «ibérico». Los desayunos son potentes. Él, que es de la zona, sabe lo que hay que pedir y el vino que nos tenemos que beber. A las doce suele decir: «Vámonos, que tenemos que trabajar». Entonces nos levantamos, él se va a trabajar y yo me voy a mi casa a meditar sobre cosas como la crisis y sobre cómo algo que ha pasado en la otra punta del mundo puede alterar la vida de mi amigo…, y la mía.

Cuando trabajo con alguien en un bar, suelo escribir en las servilletas de papel. Un amigo mío argentino me dice que las tiene encuadernadas. No sé si es verdad. Me van bien para apuntar resúmenes de lo que decimos, luego se las doy a mi amigo o me las guardo yo y así vamos haciendo una especie de actas de las reuniones. Con mucha frecuencia, las servilletas que guardo están con manchas de vino o de café, pero mi mujer dice que así tienen más solera.

Nunca había pensado que las servilletas sirvieran para hacer un libro. En confianza, tampoco había pensado nunca que iba a escribir un libro. Tampoco he plantado nunca un árbol. Pero como tengo doce hijos, pensaba que ya había cumplido y que lo que faltaba por un lado se compensaba por otro. Pero ya se ve que andaba equivocado.

Este libro no es más que un conjunto de servilletas pasadas a limpio y puestas un poco en orden. Si mi amigo de San Quirico no me para aquella noche y me cuenta sus preocupaciones, no sale el libro. Alguien puede pensar que no se hubiera perdido nada.

Por eso quise titular este libro
Desayunos y servilletas,
porque era lo que realmente se hubiera correspondido con la realidad. Pero como yo no entiendo de estas cosas y la editorial me propuso otro nombre, acepté muy a gusto su propuesta. Eso sí, me guardé el título para este capítulo, aprovechando la libertad que me da la editorial para escribir lo que quiera.

Mi amigo viene echando humo. Le veo entrar con el informe sobre la crisis en la mano, doblado y bastante arrugado y con síntomas de haber sido leído y releído varias veces. Pienso que tengo que tranquilizarle y que hoy, en vez de hablar de crisis, le voy a hablar de otro amigo. A ver si le distraigo, pospongo lo de la crisis, y vamos hablando de otras cosas de manera que, al hablar de la crisis, tengamos alguna idea clara (él y de paso yo, que tampoco me irá mal).

M
I AMIGO EL EMBAJADOR

Le dije a mi vecino de San Quirico que quería hablarle de mi amigo el embajador. Cuando le comento estas cosas, pone una cara que oscila entre «este me está vacilando» y «¿será verdad?».

Pues es verdad.

Hace muchos años fui a Bruselas con Antonio Valero, el primer director del IESE. Él era el presidente de una organización que agrupaba algunas escuelas de negocios europeas. Antonio era muy amigo de Alberto Ullastres, el primer embajador de España ante lo que entonces se llamaba «el Mercado Común».

Alberto había sido ministro de Comercio y había trabajado mucho por abrir España a Europa. Cuando yo le conocí, todavía no tenía embajada y vivía en el Hotel Amigo, de Bruselas. Se alegró mucho de que estuviéramos allí y nos invitó a cenar en un «bareto» de estudiantes que había descubierto y que tenía unas ostras buenísimas a unas treinta pesetas la docena. Pensar que el embajador estaba tan contento porque había encontrado unas ostras muy ricas por 0,18 euros la docena y que, de verdad, estaban para chuparse los dedos, puede hacer que algún lector piense que este es un libro de ciencia-ficción. Bueno, de ciencia, no. De ficción, la justa. Y en este caso, ni de ciencia ni de ficción.

Cenamos y hablamos hasta las tantas. Según me dijo Antonio y pude comprobar de primera mano, Alberto era un hombre que, a medida que avanzaba la noche, discurría mejor. Era una gozada escucharle, cuando nos contaba sus primeros escarceos diplomáticos con el embajador de Israel, con el que, como dicen los niños, «no nos estábamos amigos» por culpa de los cítricos. Se hablaba de la «guerra de los limones». Supongo que todo consistía en que España e Israel querían vender sus cítricos en Europa y debía de haber algún problema de precios, de cuotas o de lo que fuera.

Alberto pensó que lo primero que tenía que hacer era conocer al embajador israelí, un hombre culto, que sabía mucho de alfombras. Le llamó y le pidió que le acompañara a elegir alfombras para la futura embajada española. Mientras los periódicos españoles, y supongo que los israelíes, hablaban de escaramuzas en el tema de los cítricos, los dos embajadores centraban su atención en la decoración de nuestra embajada. Supongo que cuando acababan, uno de los dos le decía al otro: «Oye, que no se nos olvide que tenemos que hablar de limones. Ya te llamaré».

Ya sé que no viene a cuento y que lo he dicho en algún otro sitio. Pero cuando veo que los políticos riñen, ponen cara de que se odian, dicen tonterías unos de otros, pienso: «¿No sería mejor que fuerais a comprar alfombras juntos?». Lo cual equivale a decir: «¿Y si llamaras al otro (al ‘malo’) y le dijeras que habías descubierto un bar donde las ostras están solo a veinticinco euros la media docena (la vida sube) y que por qué no ibais los dos con vuestras mujeres y cenabais juntos y echabais risas y os bebías una botella de albariño y no hablabais para nada de política?».

Como la editorial me ha dicho que tengo completa libertad para escribir lo que quiera, me parece que voy a añadir un capítulo a este libro hablando de la crispación, porque creo que es un atraso total y que demuestra una incapacidad preocupante, del crispador y del crispado, para salir a la calle. Preocupante porque si quieren ser maleducados, allá ellos, pero pueden hacer mucho daño. Si seguís leyendo, quizá os encontréis con ese capítulo más adelante.

Me he vuelto a ir por las ramas. Me pasa con frecuencia.

Antonio y yo volvimos al hotel, acompañados por el embajador. Por supuesto, íbamos los tres solos por las calles de Bruselas, sin escolta (no se habían inventado todavía), sin prisa, disfrutando de la vida. Porque para disfrutar de la vida no es necesario hacer grandes maravillas.

Cuando Alberto se fue, le dije a Antonio: «¡Cuánto sabe este hombre!». No hacía falta ser muy listo para decir eso. El currículum de Alberto era público y espectacular. Y Antonio me dijo: «Sí, sabe mucho. Pero lo más importante es que tiene un modelo en la cabeza».

Debí poner cara de que no entendía lo que me quería decir, y era verdad que no lo entendía. Antonio continuó: «Lo del modelo quiere decir que tiene todo empalmado en su cabeza, y automáticamente sabe que si tiras de un hilito se mueven cuatro o cinco cosas». Entusiasmado, le dije: «O sea, que sabe que si en las negociaciones con Israel baja el precio de los cítricos, se enfadan los agricultores valencianos».

Antonio era muy bueno, pero no pudo evitar contestar con un aire de desilusión ante mi simplonería: «Más o menos, sí. Pero el tema es más complejo».

M
I LUCHA POR TENER UN MODELO

Desde aquel día estoy luchando por tener un modelo. Alguno pensará: «¡Vaya fracaso de vida!». No creáis que todo han sido fracasos. Creo que he ido dando pasos adelante. Cuando veo que pasa algo, y que a los pocos días pasa otra cosa y a los pocos días una tercera, intento ver si tienen alguna relación entre ellas. Discurriendo así, he llegado a la conclusión de que las casualidades no existen. Si queréis que me ponga profundo, diré que sí que existen las «causalidades». Pero si nos metemos por este camino ahora, no llegaremos a ninguna parte. Por lo que lo dejaremos para después.

Veo gente que tiene un modelo y veo gente que no lo tiene. Leo declaraciones de políticos que piensan que en el universo no existe nada fuera de su ministerio, aunque sea un ministerio «de relleno», como hay bastantes por esos mundos de Dios. También hablaré, a su tiempo, de los «ministerios de relleno», que, en confianza, creo que no sirven más que para engordar una de las dos columnas de los Presupuestos Generales del Estado, la de los gastos. Bueno, también sirven para que el/la ministro/a se haga unas tarjetas preciosas y pueda vivir como un «ministro» el tiempo que tenga la cartera, que, como es de relleno, no suele pasar de cuatro años.

Sigo con los modelos. Cuando alguien tiene un modelo, se nota. De hecho, las personas con un modelo discurren, si no mejor, sí más ordenadamente. Y los modelos se soportan en no muchas ideas, formando un tronco de pensamiento en el que se van colocando los racimos. De manera que la persona sabe dónde colocar cada cosa que pasa y cómo están relacionadas entre ellas.

Como Alberto, que era capaz de colocar el movimiento de los israelíes con los cítricos en el tronco del equilibrio internacional y saber qué efectos tendría en las relaciones internacionales con España. Supongo que además metía más cosas que a mí se me escapaban, como el peso de España en Europa, los compromisos de Europa con Israel, el efecto de un conflicto en las relaciones económicas entre los países y muchas cosas más. Y supongo también que por eso Antonio me llamó simple. Porque lo era.

En este momento decido pasar al ataque y le pregunto a mi amigo de San Quirico: «¿Tú tienes un modelo?».

Al ver su cara de sorpresa, me ablando un poco y le digo: «Por ejemplo, ¿tú tienes en la cabeza la cuenta de resultados de tu empresa?». Y sigo adelante para dejarle claro lo que yo entiendo por «modelo», con un ejemplo muy simple que igual os resulta útil para que tengáis claro lo que quiero decir cuando hablo de «modelo».

El modelo que le propuse a mi amigo no era más que el desarrollo de la cuenta de resultados de su empresa de suministros:

  1. Tu empresa vende suministros por «a» euros.
  2. Esos suministros te han costado «b» euros.
  3. La diferencia entre «a» y «b» es el margen bruto, al que le llamaremos «c».
    Advertencia: es fácil darse cuenta de que si se vende por debajo del coste, o sea, si el margen bruto es negativo, las cosas no irán bien, porque cuanto más vendamos, más perderemos.
  4. «c», o sea, el margen bruto, tiene que ser suficiente para pagar bastantes cosas:
    1. Lo que cuesta el personal, que es «d» euros. Fijaos que no digo lo que «cobra» el personal, sino lo que «cuesta», porque a lo que cobra hay que añadir lo que la empresa de mi amigo debe pagar por la Seguridad Social de esas personas.
    2. Lo que cuesta la electricidad, el agua, el teléfono, el material de oficina, los transportes, los mensajeros, etc. En total, «e» euros.
  5. Si a «c» le restamos «d» y «e», queda una cantidad «f» a la que si queremos que no se nos entienda le llamaremos EBITDA, y si queremos que se nos entienda le llamaremos resultado de explotación.
  6. Lo que pasa es que si le llamamos EBITDA es más fácil explicarlo.
  7. Porque EBITDA son las iniciales de:
    1. Earnings
      (Beneficios)
    2. Befare
      (Antes de)
    3. Interests
      (Intereses)
    4. Taxes
      (Impuestos)
    5. Depreciación
      (Depreciación)
    6. Amortization
      (Amortización)
  8. Para no complicarle más las cosas a mi amigo, y a riesgo de ser un poco inexactos, vamos a considerar que depreciación y amortización es lo mismo.
  9. Pues al EBITDA le restamos los «I» (intereses que pagamos al banco por los créditos que tenemos, por el descuento de letras, comisiones que nos cobra, etc.), y queda el EBTDA.
  10. Al EBTDA le restamos las «D» y «A» (Depreciaciones y Amortizaciones) y nos queda el EBT, que para entendernos mejor le podemos llamar BAI (Beneficio Antes de Impuestos).
  11. Pagamos los impuestos y nos queda el beneficio neto.
  12. De ese beneficio, mi amigo, que es el dueño, se lle va a casa algo (dividendo) y deja el resto en la empresa (reservas) para que pueda seguir adelante.
BOOK: La crisis ninja y otros misterios de la economía actual
2.47Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Taking It All by Alexa Kaye
In Paradise by Blaise, Brit
A Second Chance by Wolf, Ellen
Goat Mother and Others: The Collected Mythos Fiction of Pierre Comtois by Pierre V. Comtois, Charlie Krank, Nick Nacario
The Dogs of Littlefield by Suzanne Berne
Hexed and Vexed by Rebecca Royce
Los tres impostores by Arthur Machen