La crisis ninja y otros misterios de la economía actual (4 page)

BOOK: La crisis ninja y otros misterios de la economía actual
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Esto, que para algunos es una cuenta de resultados, para mí es un modelo que le recomiendo a mi amigo de San Quirico que se aprenda bien, para saber inmediatamente lo que sabía mi amigo el embajador: las repercusiones que se producen si se tira de un hilito, aunque a primera vista ese hilito parezca inofensivo.

Por ejemplo, si un vendedor le dice que necesita descuentos porque la competencia vende más barato (no sé por qué, pero siempre la competencia vende más barato), habrá que saber si con ese descuento se come el margen bruto, no sea que, lleno de entusiasmo, haga el descuento que le pide el vendedor y luego no quede para pagarle su sueldo, además de cargarse la cuenta de resultados, incluido el dividendo que está esperando la familia de mi amigo.

Si
El Correo de San Quirico,
que como todos sabéis es el periódico del pueblo, le pide que ponga publicidad en el número extraordinario que saca para las fiestas, mi amigo tiene que tener claro en la cabeza lo que le pasa a la cuenta de resultados si pone el anuncio.

Si alguien propone comprar una máquina, tiene que saber mi amigo que subirán las amortizaciones (que son el «trozo» de máquina que cada año resta de los beneficios para no poner todo el coste de la máquina en un solo año y cepillarse el resultado de una tacada).

Y así con todo.

En ese momento, mi amigo me dice que ya entiende el modelo. Le digo que el modelo al que me refería es más amplio, que abarca más cosas, pero que al final es lo mismo.

Que la ventaja de tener un modelo en la cabeza es que no tomas las decisiones «al tuntún» porque sabes el efecto que una decisión tiene en todos los elementos restantes.

Me parece que ya tenemos bastante para el desayuno de hoy. Hemos llenado tres servilletas y un mantelito de papel. Mi amigo se lo lleva todo.

Se va con una cierta cara de escepticismo, pero yo diría que de escepticismo esperanzado, que no sé muy bien lo que es, pero que me suena bien.

Dos horas más tarde me llama. «¡¿Qué se le habrá ocurrido en este rato?!», pienso. Gracias a Dios, no tiene mucha importancia. Simplemente es que no recordaba qué quería decir «tomar decisiones al t-t», que era lo que había escrito en la servilleta. Cuando le aclaro que es «tomar decisiones al tuntún», se queda tranquilo.

Menos mal.

S
EGUIMOS CON EL MODELO

Hay que ver lo rápido que pasan las semanas. Como las define mi amigo, «semana es aquello que pasa entre los dos desayunos de los sábados». Y la verdad es que como referencia no está mal. Y si ese comienzo de semana está rodeado de bocadillos de jamón ibérico, buen vino y tiempo para hablar libremente sobre el bien y el mal, ya querrían muchos para sí un comienzo de semana como el nuestro.

Lo veo venir contento. Cuando está contento se nota. Hoy lo veo no solo contento, sino un poco entusiasmado. Así que me preparo para lo peor…

«¡He entendido lo de la cuenta de resultados y lo del modelo!», suelta a modo de buenos días.

Y aprovecho su entusiasmo para seguir elevándome.

Cuando uno tiene amigos que se elevan, sin darse cuenta también se eleva uno mismo. Por eso tenía razón mi abuela de Irún cuando me decía que me buscase siempre «buenas compañías».

Hoy le hablo a mi amigo de otro amigo que tuve y que ya está en el cielo. Le hablo de Juan Antonio.

Juan Antonio era un gran tipo. Generoso, divertido, interesado por todo, amigo de verdad.

Hablaba mucho, muchísimo. Subía hasta la Santísima Trinidad y bajaba, con el mismo impulso, a darle potitos a un hijo mío de pocos meses.

Estuvimos juntos en Harvard durante un año académico. Nunca olvidaré nuestra primera clase allí. No entendíamos nada. A la salida, Juan Antonio se fue con un grupo de estudiantes americanos y yo me quedé con otros. Al cabo de cinco minutos, vi que me llamaba desesperadamente.

Cuando llegué, me dijo con la cara congestionada: «¡Corre, dime cómo se dice en inglés que El Viti torea como los propios ángeles!».

Como es natural, le dije que eso, en inglés, no se dice. Gracias a Dios se lo creyó y siguió hablando de cosas más fáciles.

Juan Antonio, «el tío Juan Antonio» para mis hijos, tenía un modelo. ¡Vaya si lo tenía! Lo que pasa es que él lo tenía completo y exhaustivo sobre la persona.

Había estudiado mucho, pero había discurrido más. Manejaba a Aristóteles y a santo Tomás de Aquino como si fueran chicos de su pandilla.

Ya de vuelta a España, venía con frecuencia a cenar a casa. Previamente mi mujer compraba una botella de Calvados, porque con Juan Antonio era importante la mesa, pero más importante era la sobremesa.

Al llegar ese momento, Juan Antonio se ponía en su máximo esplendor. A medida que bajaba el nivel de la botella de Calvados aumentaban su verborrea, su lucidez y su brillantez (cosa que también le pasaba a mi amigo el embajador, a este sin Calvados).

Como les sucede a todas las personas muy listas, empezaba hablando de lo humano y acababa hablando de lo divino. Y esto es literal. Juan Antonio, con el público (mi mujer y yo, con mis hijos mayores) totalmente embobados, a medida que pasaba la madrugada, se iba animando y subiendo el listón de los temas sobre los que hablaba… hasta que acababa hablando de la Santísima Trinidad, como ya os he dicho. Ese era el momento en el que había que empezar a pensar en dar la cena por concluida (solía ocurrir hacia las cuatro de la mañana), por dos razones:

  1. Porque no había quien le siguiese.
  2. Porque tres horas después había que levantarse.

Por lo que prácticamente le echábamos de casa. Al día siguiente me lo encontraba en el despacho, yo totalmente destrozado y él fresco como una lechuga, y me decía: «¡Qué buena estaba la cena de ayer!».

Su modelo le había servido para pensar cómo las personas se organizan. Lo que discurrió se estudia hoy en muchos sitios y mucha gente se dedica a trabajar para seguir pensando en lo que él pensó (y, gracias a Dios, escribió).

Se lo explico a mi amigo de San Quirico y le dejo un poco preocupado, porque le digo que si no tienes un modelo para la persona, es difícil que lo tengas para la empresa. Es decir, si piensas que toda la gente de tu empresa no son más que unidades de producción o como les quieras llamar, la empresa irá de distinto modo que si piensas que las personas de tu empresa son eso: personas. ¡Casi nada! Cada una, como tú, con sus cosas buenas y sus cosas mejorables. Ninguna absolutamente inútil. Ninguna despreciable. Todas mejorables.

Y, animado, le digo que el modelo de «persona = unidad de producción» me parece tan anticuado que juraría que era el que estaba de moda en el Pleistoceno, que, por lo que he leído, fue la sexta época del periodo Terciario, que abarca desde hace dos millones de años hasta hace solo diez mil.

Y que el modelo de «persona = persona» es mucho más sofisticado y completo que el otro, que aún se usa en algún sitio y que debería estar arrinconado, lleno de telarañas.

Tiro de servilleta y escribo lo que creo que complementa el modelo de la cuenta de resultados del otro día:

  1. Empiezo preguntándole a mi amigo: «¿Qué es tu empresa?» (Entre paréntesis os digo que la pregunta correcta debería haber sido: «Qué es la empresa», pero lo he hecho de otra manera porque a mi amigo le suele costar un poco bajar de lo general a lo particular. Para llegar de la Santísima Trinidad a los potitos tardaría años y quizá no llegaría).
  2. Mi amigo contesta en el acto: «¿Que qué es mi empresa? ¡Gente matándose a trabajar doce horas al día para poder llegar a fin de mes! ¡Eso es lo que es mi empresa!».
  3. Pido servilletas al camarero, que no acaba de en tender qué hacemos con ellas, y voy escribiendo.
  4. Tu empresa es:
    1. Un grupo de personas organizadas de una de terminada manera.
    2. Que ponen en juego dinero y trabajo haciendo una actividad determinada (en tu caso, comprando y vendiendo suministros).
    3. Para ganar la mayor cantidad posible de dinero.
    4. De forma responsable y sin dañar al prójimo (lo que llaman «socialmente responsable»).

Hasta aquí mi amigo ha asentido en todo. Me ha parecido que le brillaban los ojos cuando ha oído lo de ganar la mayor cantidad de dinero posible.

Pero al llegar a lo del «socialmente responsable» ha estallado: «¿O sea, que el banco de Illinois que ha montado este pollo no es una empresa? Porque lo de ganar dinero, eso lo tenían claro, pero ¿lo de socialmente responsable? ¡De eso ni un pelo!».

Y le digo que sí, que han actuado irresponsablemente, pero que el señor Illinois cuando fundó el banco no lo hizo con la idea de fastidiar al prójimo ni de provocar una crisis planetaria. Que como son un grupo de personas, han cometido, consciente o inconscientemente, una barbaridad.

Y ya puestos, le digo que «como tú y como yo, que a pesar de, a veces, actuar mal o irresponsablemente, no dejamos por eso de ser personas».

«Vale. Lo entiendo. ¿O sea, que una organización de narcotraficantes no sería una empresa?». Y acordamos que no, de acuerdo con lo que creemos que es la empresa. Sería otra organización porque está orientada exactamente a lo contrario de lo que la empresa es. Es decir, orientada a dañar al prójimo. Es una organización delictiva, con objetivos distintos de los de una empresa.

Parece que lo he convencido. Y como se ha quedado pensando (o jurando en arameo), aprovecho para acabar diciendo: «Lo que pasa es que muchas veces, sabiendo lo que las cosas son, la gente las utiliza para otros fines que no son los propios de las cosas». Esto es, se cargan el
para qué.

Y da la impresión de que ahora se lo han cargado. Lo que pasa es que hace cien años uno se cargaba una empresa y no se enteraban más que los del pueblo donde estaba aquella empresa, que se quedaban en la calle.

Y ahora haces algo en una empresa como lo que dice el informe sobre la
Crisis Ninja
, y todo el mundo, o sea,
todo el mundo,
se entera y, peor aún, lo sufre.

Y ahí iba. Iba a decir que si conseguimos tener un modelo global,
del mundo,
saldremos de nuestro provincianismo y nos daremos cuenta de que es bueno que haya un buen presidente de Estados Unidos, uno bueno en Francia, uno bueno en Alemania y así hasta llegar a Burkina Faso, sin ningún desprecio para los de Burkina Faso, que he puesto como ejemplo de país pequeño y que, a primera vista, no tiene mucha relevancia en este mundo global.

Pero también es bueno que tengamos empresarios socialmente responsables, personas de la calle socialmente responsables y niños socialmente responsables.

Porque todo está ligado. Porque
todo forma parte de un todo.

El modelo de mi amigo el embajador le permitía entender las consecuencias de una crisis de los limones a nivel del globo terráqueo. O también podemos llamarle «geopolítico», que suena mejor.

El caso es que él sabía poner en su modelo cualquier acontecimiento socio-político-económico. Y además veía las consecuencias. Como yo no soy capaz de tener un modelo como ese, me contento con discurrir para tener modelos que me permitan defenderme de la cantidad de cosas que ocurren.

Y esto es una cosa que, como ya he dicho, requiere tiempo y reflexión. Discurrir mucho sobre lo que las cosas son, y no lo que queremos que sean. Decían de Manuel Fraga que «tenía el Estado en la cabeza». Y a pesar de que cuando hablaba parecía que era así, a mí me ha dado siempre la impresión de que lo que Fraga tiene en la cabeza es un modelo claro de funcionamiento del Estado. Partiendo del objetivo de la existencia del Estado, de lo que el Estado es, de lo que el Estado debe hacer, de los recursos y organización del Estado, de los procesos que hacen que funcione, y de lo que hay que hacer para que esos recursos, personas y procesos funcionen para que el Estado sea eficiente.

Lo que pasa es que como intenta explicarlo todo a la vez, a veces es difícil seguirle. Por eso a mí me gusta más «el Fraga escrito» que «el Fraga oído».

Y eso también es importante. No solo hay que tener un modelo, sino que además hay que intentar saber explicarlo para que lo entendamos todos.

Y cuando digo todos, quiero decir
todos.
Porque la experiencia reciente me dice que hay mucha gente que está deseando que le expliquen las cosas de modo claro. Y que son capaces de entender un modelo, si se les explica con intención de que lo entiendan.

A este respecto, en una charla que di sobre estos temas en San Quirico, un señor me preguntó: «Todo esto que está tan claro, ¿por qué no nos lo dicen así? ¿Porque son embusteros o porque son incompetentes?».

Me escabullí como pude, porque no me gusta juzgar a la gente. Lo que es cierto es que, por la razón que sea, los responsables políticos y los responsables económicos dicen con frecuencia frases que producen inmediatamente el efecto de la desconexión, bien sea apagando la radio o haciendo
zapping
en la tele. Hay otra desconexión, la mental, que es una forma muy agradable de evadirse, poniendo cara de que te interesa mucho el tema del que están hablando.

S
ABER EXPLICAR LAS COSAS PARA QUE SE ENTIENDAN

Mi amigo me dice que me entiende, lo que me parece milagroso. Le contesto que me alegro de que entienda lo que le quiero decir. «Es que hay gente que explica las cosas para que no se entiendan», me suelta.

Ya he dicho que mi amigo las suelta sin introducción. Pero estoy de acuerdo en la mayoría de las cosas que dice. Y remata: «Yo no entiendo cuando la gente que dice saber mucho habla para otros que saben mucho. Me parece una contradicción. Si saben mucho será para que los que sabemos poco nos enteremos. A no ser que no quieran que nos enteremos, lo que temo».

Y como siempre, creo que tiene razón. Y me vienen a la cabeza muchas cosas que se han dicho antes y durante la crisis (me gustaría añadir «después de la crisis», pero me temo que ese después tardará un poco) que tienen la característica común de que no hay cristiano que las entienda. Por ejemplo, cuando se dice que el origen de la crisis está en «los activos de escasa calidad crediticia», consiguen que, acto seguido, las personas que están escuchando desconecten porque no entienden nada. Si en lugar de eso dices que el origen de toda la situación está en las «hipotecas por quería que se concedieron a personas sin ingresos, sin trabajo y sin propiedades, es decir, a las clásicas personas a las cuales no les dejarías ni cinco euros», resulta que la gente lo entiende y te considera un gurú.

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