Read La crisis ninja y otros misterios de la economía actual Online
Authors: Leopoldo Abadía
Tags: #Ensayo
Le resumo a mi amigo lo económico, lo político y lo social, porque todo eso nos lleva a darnos cuenta de que los gobiernos y los responsables políticos tienen poco margen de actuación en las cuestiones económicas —por lo que es imprescindible que en ese poco margen acierten— y un mayor margen en cuestiones que llaman habitualmente «sociales», pero ese margen dependerá mucho de la ideología del Gobierno y, por supuesto, de la economía, porque, no se sabe por qué razón,
todo
cuesta dinero.
Los países intentan actuar coordinadamente en cuestiones que no afectan solo a un país —como, por ejemplo, la inmigración, la llegada de gente pobre a países más ricos que los suyos— y en los que se intentan homogeneizar los criterios por la enorme importancia que tiene que en ese campo cada país no vaya a su bola.
Y esto lleva a exigir a los gobernantes una dosis seria de prudencia. El gobernante no puede ser un niño travieso y tontín que haga bobadas que ofendan a otros países, y luego se queje de que no le quieren.
Mi padre solía afirmar que en la vida se puede hacer lo que te dé la gana, pero que luego hay que pagarlo. Que gratis, nada. Era otro modo de decir que
todo forma parte
de un todo.
Cuando le cuento todas estas cosas a mi amigo, pone cara de mareo —está pálido— y responde: «Pero no hay nadie preparado para este cambio tan gordo». Y empieza a hablar de los políticos, uno por uno, y los deja hechos un guiñapo. Lo más amable que dice de ellos es que, en vez de volar como águilas, dan saltos ridículos como aves de corral.
Y sigue: «Pero a los hombres de empresa nos pasa lo mismo». Y se mete con la banca. A mí me hace gracia que en el «nos pasa» incluya a los grandes banqueros y se incluya él. Dice que unos no saben lo que es el mundo y que los que él creía que lo sabían han demostrado palpable mente que no tenían ni idea, y si la tenían era mala.
Y cuando está a punto de meterse con los jubilados, consigo pararle, porque veo que viene a por mí.
Y le digo: «Aquí hay un problema serio de formación de cada persona, de respeto a los valores, de ética». Y él me pregunta: «¿Hablamos ahora de ética?». Y le respondo que no, que ahora no toca, porque lo quiero dejar para más adelante.
Vuelvo a casa y me pongo a escribir. El desayuno ha sido muy largo y tengo varias servilletas con apuntes que mañana no entenderé. Escribo durante todo el día.
Cuando acabo se ha hecho de noche. El petirrojo se ha pasado el día en mi despacho, pero a última hora se ha ido a su casa. Hoy tiene muchas cosas que contar en la cena. Diría que con lo de la ética se ha quedado preocupado. Helmut se ha despertado, ha salido a la calle, ha pegado dos ladridos sin que vinieran a cuento y ha vuelto a echarse en la alfombra, contento del deber cumplido. No sé si esto de la ética le importa mucho.
Y yo pienso que, a pesar de todo, de que todo forma parte de un todo, de que las interrelaciones y la complejidad nos deben hacer reflexionar sobre muchas cosas en las que antes ni pensábamos, a pesar de que todas esas relaciones pueden llevar a pensar, como mi amigo el conspirativo, que estamos miles de millones en manos de cuatro, a pesar de todo eso, el hombre sigue siendo libre en sus decisiones.
Libre para hacer el bien y para hacer el mal. Libre para valorar o para ignorar las consecuencias de una decisión. Libre para orientar su actuación basada en esa información y ese conocimiento hacia iniciativas que aporten cosas positivas a las sociedades donde viven. La globalización no elimina la libertad.
Pero obliga a utilizar la libertad con responsabilidad.
A responsabilizarnos, con criterio formado, de nuestra vida.
De toda nuestra vida.
A ser empresarios de nuestra vida.
Juraría que, al llegar aquí, Helmut ha abierto los ojos y me ha hecho un guiño. Debe de estar de acuerdo.
T
ODO CUESTA DINERO.
E
L DINERO Y LOS RESPONSABLES DEL DINERO
M
i amigo está preocupado, porque dice que para todo se necesita dinero. Que él ya sabe cómo conseguirlo para su empresa, pero que no acaba de ver claro de dónde lo saca el Estado, de dónde lo obtienen las comunidades autónomas y, sobre todo, cómo se lo gastan. Porque aunque no lo tiene del todo claro, sabe que ese dinero que se gastan es el suyo, y el de otras muchas personas que, como él, trabajan, intentan hacer mucho negocio, gastar muy poco y ahorrar porque eso es lo que les enseñaron sus padres. Y aunque sabe que es una teoría, si pudiera, exigiría a los que gobiernan en San Quirico, en Barcelona, en la comunidad autónoma y en el Estado que justificaran cada peseta (o 0,06 euros) que se gastan.
Esto del gasto no le deja vivir. Mi amigo tiene la manía de la austeridad. Dice que los negocios le han ido bien, que en su casa se vive bien, que sus empleados viven bien, pero que, lo que son dividendos, siempre ha repartido los menos posibles. Todo lo mete en el negocio.
Y me dice: «No sé si estos que nos gobiernan piensan lo mismo que yo. Aunque no lo acabo de entender, a mí me gustaba aquello del presupuesto equilibrado. Cuando oigo hablar de déficit, me pongo un poco nervioso». Porque sabe que el déficit hay que financiarlo. Y que eso de financiar —si es que lo comprende bien, que parece que sí— debe costar dinero. Y piensa, acertadamente, que nadie deja duros a cuatro pesetas, así que antes de deberle dinero a los bancos o a otros «alguien», el ministro o quien se encargue de eso, tendría que pensarlo dos veces, como hace él.
Le propongo dedicar un desayuno a los Presupuestos Generales del Estado. Los bajo de Internet, imprimo dos ejemplares y nos vamos a desayunar.
Entro en el bar de siempre, saludo a los de siempre y el camarero me dice: «Lo de siempre, ¿no?». Nadie se imagina que llevo los Presupuestos Generales del Estado debajo del brazo, porque me mirarían con mucho más respeto. Mi amigo me propone que discurramos según un esquema. No lo dice con esas palabras, pero, como ya lo conozco, estoy casi seguro de que eso es lo que quiere decir. Cree que, si empezamos hablando de nuestras familias y luego «subimos» al Estado, le parece que lo entenderá mejor. Además, añade que sin familias no hay presupuestos ni nada, así que nos vamos a ver qué hacen las familias y luego veremos qué hacen esa suma de familias a la que llamamos España.
Un señor me dijo que eso es la macroeconomía y la microeconomía. No sé qué es, pero si lo pudiera entender, presumiría de que sé macro y micro. Yo, que no entiendo de economía, pero sé leer, creo que cuando hablan de microeconomía hablan de mí, de mi familia o de mi empresa, pero poniéndome un nombre raro y analizando lo que los economistas llaman el comportamiento, o sea, lo que hacemos para comer, producir, vender, cómo lo hacemos y en qué gastamos e invertimos el dinero, y dónde y cómo lo gastamos.
Así que los economistas son como mi amigo y yo, esto es, a la búsqueda de un modelo (en este caso, para saber y poder prever cómo nos vamos a comportar mi amigo y yo, su familia y la mía y nuestras empresas).
La macroeconomía hace lo mismo, pero con todo eso sumado. Es decir, si nuestro amigo el ministro quiere saber la actividad económica del país en un año, sumará la actividad económica de las personas, las familias, las empresas y el sector público. O sea, lo que han consumido, lo que han invertido, lo que han vendido en otros países restando lo que han comprado en otros países y sumando el gasto público. Y eso le dará una cantidad de euros que considerará como el Producto Interior Bruto, cuando haga la contabilidad de su país. Y eso le ayuda a medir la riqueza del país. Y todas esas cosas que suman lo que hacemos, con ciertas condiciones, dan una serie de índices macroeconómicos que se utilizan para elaborar la contabilidad del país y poder compararla con otros. Es importante, porque esos indicadores se utilizan también como ayuda para confeccionar los presupuestos, de los que hablamos ahora.
Como mi amigo no suele perder el hilo, me dice que de acuerdo, pero que volvamos a los presupuestos: «Les llamaremos PGE, para no andar repitiendo constantemente nombres largos». Y vuelve a repetir lo de «estos que nos gobiernan». Entonces le explico que lo que vamos a discutir no es lo de estos que nos gobiernan, sino lo que estos que nos gobiernan quieren conseguir (los ingresos) y cómo se lo quieren gastar (los gastos). Le digo que, si en vez de estar «estos» en el gobierno estuviesen los «otros», el razonamiento sería igual de válido.
O sea, que para empezar, hablaremos de los PGE y nos olvidaremos de si gobiernan los de derecha, los de izquierda o los de centro más o menos escorado hacia un lado u otro. Todos necesitarán unos ingresos y todos se los gastarán.
Lo que pasa es que en la manera de ingresar y en la manera de gastar se notará que lo hacen con criterios distintos, según la ideología de cada uno. Según las ideologías y los compromisos que hayan adquirido.
A mi amigo le gusta ir por fases. Sonríe y dice: «Hasta aquí, clarísimo». Y apunta algo en su servilleta. Hace tiempo que no me enseña lo que apunta. Sospecho que, a la hora de cenar, le pega unos rollos enormes a su mujer que a él le sirven de repaso y a ella de preparación infalible para el sueño.
L
OS PRESUPUESTOS GENERALES DE MI CASA
(PGC)
Y empezamos a hablar de estas cosas. Y le explico que hace poco estuve conversando con mi mujer, recordando nuestros primeros meses de casados. No teníamos todavía hijos. Aunque no venga a cuento, quiero deciros que a los dos se nos ha olvidado lo que era vivir con aquella tranquilidad, aunque, en confianza, debo añadir que, cuando veo por casa a nuestros doce hijos, sus mujeres y maridos, y nuestros treinta y ocho nietos, pienso: ¡bendita intranquilidad!
Mi mujer me dijo: «¿Te acuerdas de cuando tú y yo inventamos los Presupuestos Generales del Estado?».
Mi mujer es una persona con mucho sentido común, que no suele decir cosas que no tengan una cierta base. Como pongo cara un tanto de extrañado, me explica el proceso:
Y empezamos a vivir. Mi mujer se quedó en estado en seguida, con lo que el sobrecito de «Médicos» fue insuficiente y echamos mano del de «Varios». El sobrecito de «Comida» se fue gastando a más velocidad de la prevista, con gran consternación de mi mujer, que me decía: «No sé en qué gasto el dinero». Como los «Imprevistos» se habían agotado, empezamos a tirar del dinero de «Diversiones». Para evitar tocar el sobrecito de «Servicio», le pagábamos a la Sofi en el momento en que llegaba el sueldo.
Aguantamos así unos meses. Al final del año volvimos a hacer lo mismo, pensando que me subirían el sueldo un 7%. Resultó que me lo subieron solo un 3%, con lo que hubo que repetir la operación.
En mi casa estaba mal visto pedir créditos y nunca se nos ocurrió ir a pedir algo al banco, porque ¿qué hubiera dicho mi madre?
Oyéndome hablar, a mi amigo se le ilumina la cara: «¡Pero si mi mujer y yo hacíamos lo mismo!».
Y luego se pone serio y dice: «Pero todo esto, ¿qué tiene que ver con lo que estamos hablando?».
Le digo: «Tiene que ver, y mucho».
Lo he experimentado muchas veces. Cuando pongo cara de sabio y le digo cualquier cosa, se calla y me mira con admiración. Lo que pasa es que después tengo que seguir exprimiendo mi sabiduría, que es bastante limitada.
Y como mi amigo es de pueblo, pero de tonto no tiene nada, no le puedo colar cualquier bobada, diciéndole frases en inglés.
Con prudencia, voy hablando. «Con prudencia» quiere decir que procuro estar seguro de lo que digo, y que si de algo no estoy seguro me lo callo. Con ello consigo que, a lo sumo, me diga que mis explicaciones son incompletas, pero no que me diga que son totalmente erróneas. Como la parte incompleta procuro rellenarla si soy capaz, cada desayuno voy con cosas nuevas, por lo que mi amigo se queda admirado de mi capacidad de aprender.
L
OS
P
RESUPUESTOS
G
ENERALES DEL
E
STADO Y LA CUENTA DE LA VIEJA
Voy hablando y digo: «Mira, el Estado es como una familia. Tiene unos ingresos y unos gastos. Si los gastos son iguales a los ingresos, se dice que el presupuesto está equilibrado. Si los ingresos son superiores a los gastos, se dice que hay superávit, y si son inferiores, que hay déficit».
Miro a la cara a mi amigo y, por su expresión, me parece que mantengo mi prestigio. Intento seguir y le digo que: