Read La crisis ninja y otros misterios de la economía actual Online
Authors: Leopoldo Abadía
Tags: #Ensayo
Días después le repito esta perorata a mi amigo de San Quirico. Me dice: «Te entiendo». Y me enseña lo que ha apuntado en la servilleta:
Y, extra servilleta, añade: «Y lo peor es que me dices que luego quieres hablar de la ética, o sea, que me temo que vas a decirme que además hay que ser honrado. Yo no me fío de nadie. Aquí ha habido una falta de ética empresarial que no se la salta un gitano. Y si no es importante para ellos, tampoco para mí. Estoy pensando no pagar impuestos», remata.
Sonrío para mí pensando que sí, que justo lo de la ética es lo más importante. Pero como no se trata de contarle todo lo que pienso sobre el tema en un desayuno, le digo que por ahí van las cosas y nos vamos cada uno a su casa: él a trabajar y yo a San Quirico, donde Helmut duerme, como casi siempre, tumbado en el jardín y el petirrojo anda por la cocina, mientras me preparo un café para poder seguir escribiendo. Aunque la realidad del jardín de San Quirico es una buena realidad, es el momento de asomarnos a lo bueno… y a lo malo. A la ética.
L
A ÉTICA
Y sí, es cierto, en este tema ha habido una gran falta de ética. Pero bueno, vamos a pensar sobre la ética. ¿Cuántas éticas hay? ¿Es la misma ética la ética en la empresa, o en la política, o en la familia, o en la vida en general? ¿Se relacionan de algún modo entre sí?
En los medios de comunicación de repente aparecen conceptos y expresiones que empiezan a repetirse y acaban formando parte del vocabulario normal. Se habla con naturalidad de solidaridad, de tolerancia, de la corrupción… y de la ética. Estos temas nos preocupan a todos, pero, seguramente, nunca nos hemos planteado si lo que yo entiendo por tolerancia es lo mismo que entiendes tú y si mi comprensión del asunto es algo distinto de lo que otros opinan que es.
En este marco de utilización de conceptos «nuevos», no porque sean nuevos, sino porque, por una razón u otra, se han puesto de actualidad, aparece con frecuencia la palabra «ética», que se repite bastante. Y muchas veces se le pone adjetivos. Se habla de la ética socialista, de la ética empresarial, de la ética de Occidente contrapuesta, en ocasiones, con la ética de los países de Oriente, de la ética deportiva, de un montón de éticas en función de si uno le pega patadas a un balón, es carnicero, afiliado al «Partido Colorao» o miembro de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
Pero con menos frecuencia se habla de la ética sin aditivos. O sea, de la ética sin adjetivos. El
Diccionario de la Lengua Española
de la Real Academia define la ética como «aquella parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre». Y de la moral dice que «se refiere a las acciones de las personas desde el punto de vista de la bondad o de la malicia».
En esta definición de la Re al Academia hay tres palabras en las que me quiero fijar:
Empezando por la palabra filosofía, tenemos que recordar que etimológicamente quiere decir «amor a la sabiduría», por lo que podemos pensar como primera conclusión que cuando alguien habla de «ética», está refiriéndose a cosas que tienen que ver con la sabiduría, no en el sentido de saber muchas cosas, sino en el sentido más popular: «Es un sabio», se dice de una persona que siempre da el enfoque correcto a cualquier tema que se le plantee.
Y empalmando con las palabras «bondad» y «malicia» podemos pensar que esto de la ética se preocupa de señalarnos, de acuerdo con la sabiduría, lo que hay que hacer para:
Siguiendo adelante, para saber en qué consiste la bondad o la malicia de las cosas deberíamos tener una vara de medir, algo que nos sirva para decir: «Esto es bueno o esto es malo».
¡
Q
UÉ HORROR: UNA NORMA MORAL OBJETIVA!
Esta vara de medir es lo que podemos llamar «la norma moral objetiva», nombre que hoy no solo no está de moda, sino que provoca escalofríos y temblores con muchísima frecuencia. Escalofríos y temblores que se traducen a veces en ataques virulentos.
Pongo un ejemplo sobre lo que quiero decir. En todos los coches hay un manual de instrucciones. Mi coche va muy bien. Se pone a ciento noventa kilómetros por hora sin darme cuenta. Y a doscientos veinte sin mucho esfuerzo. Además, yo soy libre. Por tanto, cuando voy a ciento noventa, puedo poner marcha atrás. Porque me da la gana.
Lo que pasa es que en el manual de instrucciones que viene con el coche el fabricante ha puesto que, para poner marcha atrás, el coche tiene que estar parado. No depende de lo que yo opine. Es así. Aunque la familia se reúna y vote unánimemente lo contrario, si pongo marcha atrás a ciento noventa por hora, rompo el coche.
En nosotros sucede lo mismo. El manual de instrucciones, en nuestro caso, se llama ley natural, que es lo que he llamado la norma moral objetiva. Por lo que, ley natural o norma moral objetiva, lo que cabe esperar es la misma dosis de escalofríos y temblores ante las dos palabras. Ya sabéis que soy católico, y creo que esta ley natural la ha puesto Dios dentro de nosotros y nos dice: esto es acorde con tu naturaleza, esto no es acorde con tu naturaleza.
Esa ley natural está recogida en lo que el fabricante puso en nuestro manual de instrucciones. Por tanto, si hago caso a esa ley natural ya tengo una unidad de medir y puedo decir: «Esto está de acuerdo con mi manual de instrucciones y esto no está». La ley natural es algo aceptado universalmente.
Por ejemplo. En cuestiones de fútbol, yo soy del Zaragoza. Por tanto, no me importa nada lo que pase en el Barcelona o en el Madrid. A veces, si se ponen muy prepotentes, me gusta que pierdan.
Cuando hace algunos años un gran jugador del Barcelona fichó por el Real Madrid, el entrenador del Madrid, que no sé quién era, tuvo la brillante idea de llevarlo a jugar al campo del Barça.
Pues bien, allí hubo ciento veinte mil personas gritando a un señor por considerar que había sido desleal. (No sé si lo había sido, pero como ejemplo, me va bien).
Todos ellos gritaban porque consideraban que la deslealtad es algo malo. Ahí habría católicos, agnósticos, hinduistas… Y todos miraban internamente su «manual de instrucciones» que dice que, si eres leal, funcionas mejor.
Lo mismo pasa cuando, por ejemplo, y salvando las infinitas distancias —ese jugador no era un delincuente—, un banquero estafa a sus clientes, detienen a uno que había robado cinco motos, hay una matanza suicida en Arkansas, hay tanta violencia en una ciudad que el 51 % de los habitantes se iría de ella, un ayuntamiento es corrupto, etc. Todos decimos: eso está mal.
Pero puede ocurrir, y de hecho ocurre, que yo diga: «La ley natural no existe. La norma moral objetiva no existe. Existen solo normas morales subjetivas».
¿Qué pasa entonces?
Pues lo primero que pasa es que la norma moral objetiva sigue existiendo. Pasa, en segundo lugar, que hay unos cuantos coches que van por la calle haciendo caso omiso del manual de instrucciones. Pasa, como consecuencia, que hay coches que no funcionan, que tienen accidentes, que chocan con otros y que se quedan tirados por las carreteras.
Pasa lo que pasa, lo que leemos en los periódicos o lo que vemos en la televisión o lo que nos ha ocurrido en el recibo de la hipoteca. Que hay gente que ha decidido funcionar como si no existiese un fabricante, como si la norma moral objetiva debiese ser sustituida por normas morales subjetivas.
De igual manera, hay muchas personas que dicen: «Yo actúo según mi conciencia». Hay que aclarar que esto es fundamental, pero que no es suficiente. Porque actuar en conciencia puede ser muy malo si no tengo la conciencia bien formada o si descuido formarla constantemente, intentando conocer a fondo la norma moral objetiva e intentando adecuar mi actuación a esa norma moral objetiva. Para que mi normal moral subjetiva sea coherente con la norma moral objetiva. A eso le llaman tener la conciencia bien formada.
He dicho formar constantemente porque las cosas se complican y porque muchas cosas que hace algunos años estaban claras, hoy están menos claras, porque la ciencia ha avanzado o porque las situaciones se han vuelto más complejas con la revolución que se ha producido en las comunicaciones. La globalización tiene esas consecuencias. Alguno de vosotros, al llegar a casa, puede enviarle un
mail
a una prima suya que vive en Dakota del Norte. De lo que dice y hace una persona en Dakota del Norte me entero yo inmediatamente en San Quirico. Y yo, en San Quirico, ese día tengo que formar mi opinión sobre lo que ha dicho el de Dakota. Y si se me ocurriese escribirlo, habría una señora en Chechenia que se enteraría mañana por la tarde. Si yo tengo las ideas claras, le habría hecho un favor a la señora de Chechenia, y si no, le habría hecho una faena. Faena que será completa cuando la señora de Chechenia, aprovechando la «paz» que hay ahora allí, reúna a sus nietos después de comer y se lo cuente.
¿Y cómo se forma constantemente la conciencia? Porque si me creo lo que acabo de decir, me puede entrar un mareo y decidir no leer nunca más un periódico ni ver la televisión y llegar a la conclusión de solo haré «lo que me diga el Papa».
Lo cual puede ser una buenísima conclusión, a la que se llega por desesperación, o sea, por el camino equivocado. Porque las personas que tienen una mediana calidad intelectual deben estar al día con mucha lectura valiosa y mucha conferencia valiosa, obviando la basura y dejándonos aconsejar por personas decentes y de confianza (personal e intelectual) que, gracias a Dios, hay bastantes. Y esto hará que tengamos el buen olfato.
Y cuando escribía estas páginas, al llegar aquí, tuve la sensación de que me había ido fuera del título de este apartado. Pero luego me tranquilicé porque no se me había olvidado el título. Lo que pasa es que no había introducido otro concepto, que no es más que una aplicación del sentido común, y que es el concepto de unidad de vida.
La unidad de vida es la coherencia. Es la característica que tienen las personas que actúan del mismo modo en su vida personal, en sus relaciones con la familia, con sus compañeros del trabajo, con sus clientes, con sus proveedores, con sus amigos y con los empleados del supermercado.
Decía que esto no es más que sentido común. Me explicaré:
Y eso que digo de la justicia y la lealtad lo podría hacer extensible a muchas facetas de mi comportamiento en la vida.
Con este enfoque no es que no pueda actuar nunca mal en la vida. A veces lo haré, peso si sé que está mal y si es verdad que quiero ser coherente, intentaré rectificar.
Cuando un día me levante con el pie cambiado y me dé por actuar mal, si soy coherente conmigo mismo, no podré decir que estoy actuando bien. Tendré que reconocer que estoy actuando mal, porque me da la gana, que es una razón muy respetable.
Por eso, la ética en la familia, en la empresa, en el deporte, es una misma ética. Ya he dicho que no me gusta nada la ética con adjetivo. La ética es ética en la persona, que se traduce en:
Cosas concretas que serán coherentes entre sí porque todas ellas se habrán hecho de acuerdo con el manual de instrucciones.
Nuestras convicciones van con nosotros allá donde vamos. A veces las dejamos en el guardarropa junto con el abrigo, hacemos el animal y las recogemos a la salida —convicciones y abrigo—, antes de irnos a casa.
Por eso, cuando oigo que en no sé qué selva lo normal es matar al prójimo por cualquier motivo, por lo que deducen que matar al prójimo no está mal, sino que depende de las convenciones sociales, yo pienso, y a veces digo, que esa convención social es intrínsecamente mala. O sea, mala en sí misma.
Lo normal será que, hablando de justicia y de lealtad, yo intente vivir la justicia y la lealtad con mis compañeros de trabajo en el despacho de Balmes, trabajando bien, ayudándoles y no criticándoles.
Yo intente vivir la justicia y la lealtad (las mismas) con los camareros del Flash Flash, pagándoles las consumiciones y tratándoles correctamente.
Yo intente vivir la justicia y la lealtad con mi mujer y con mis hijos, no guiñándole el ojo a una señora que me encuentre en el Flash Flash y quedando con ella para tomar unas copas en el Just In, que es otro de la misma calle.
Yo intente vivir la justicia y la lealtad con los de la central nuclear de Trillo no contando por ahí las cosas que a mí me cuentan en mi trabajo profesional.
He repetido tantas veces
las mismas
porque son las mismas. Porque sería ridículo o esquizofrénico que le pusiera adjetivos a la palabra justicia y lealtad y que dijera que vivo la justicia y la lealtad profesional, pero no la conyugal, pero no con mis amigos, pero no con los camareros del Flash Flash. Entonces sería una persona incoherente con mis principios, por lo que viviría en permanente contradicción entre lo que creo y lo que hago. Y así no hay quien viva bien, porque la esquizofrenia siempre ha sido una enfermedad molesta, para el que la sufre y para los que sufren al que la sufre.