Las dos bodas: el Príncipe y Sotoancho se casan (5 page)

BOOK: Las dos bodas: el Príncipe y Sotoancho se casan
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—Para mí, tú eres más importante que la boda, Marsa.

—Y para mí, mi amor.

—Tengo un plan. Me quedo contigo esta noche. Vas a venir a la boda como mi mujer. La marquesa de Sotoancho en mi corazón eres tú.

—¡Cómo le vas a hacer esa canallada a tu madre!

—Nada me divierte más.

—¡Cristian…!

—Marsa, lo tengo decidido. Nos vamos a comer y planeamos la estrategia. Tú y yo en la boda y Mamá humillada. Que dejen mis maletas en la habitación. Taxi. Venga, Marsa, déjate de chorradas. Una buena comida, una siestecita, y a hacer el plan.

—Cristian…

—Olvídate, amor.

—Me siento usurpadora.

—Pamplinas.

—Te quiero.

—Te adoro.

—Te venero.

—Te idolatro.

—Te amo.

—Te deseo.

—Te necesito.

—¡Taxiiii!

—Lo lógico, Marsa, es que la invitación de los Reyes la hayan dirigido a los

«Ilustrísimos Señores Marqueses de Sotoancho». No dos invitaciones al «Ilustrísimo Señor Marqués de Sotoancho» y otra a la «Ilustrísima Señora marquesa viuda de Sotoancho». En el segundo supuesto, que muy en duda pongo, nada habría que hacer. Mamá se aferraría a su tarjeta como un percebe a una roca. En el primero, que es lo más natural, la marquesa de Sotoancho es la que anida en mi corazón. Y ésa eres tú.

—Lo de «anida en mi corazón» es horriblemente cursi.

—Lo dice Espronceda en un poema.

—Pues Espronceda, Cristian, un pringoso.

—Retiro que anidas en mi corazón.

—Te amo, pero no anido en tu corazón. Entre otras cosas, porque no quiero volar de tu corazón.

—Marsa, Espronceda un imbécil.

—Y ahora vamos al grano. Cristian, tu madre se muere si no va a la boda.

—Llevo esperando sesenta y cinco años ese óbito.

—Sabes que me repugna. Pero una charranada así, no la aguantaría.

—Ahora mismo nos enteramos del espíritu de la invitación. Te juro que no voy a adelantarle mis planes.

Tomás me responde al teléfono. Curioso tipo, tan distante y tan necesario.

—Señor Marqués. Enhorabuena. Por fin los Reyes se han enterado de que ustedes existen.

—¿Cuándo ha llegado la invitación?

—No lo sé. La señora marquesa la tiene agarrada por los dientes.

—¿A quién va dirigida?

—De eso no me cabe la menor duda. La he visto con mis propios ojos. Está dirigida a los «Señores Marqueses de Sotoancho».

—¿Sin tratamiento de «Ilustrísimos»?

—Sin tratamiento ni pollas, señor marqués.

—¿Ni con la abreviatura «limos.»?

—No hay abreviatura.

—¿Correo normal o mensajero?

—Mensajero, según María, la doncella.

—¿Qué contiene el sobre?

—Una invitación a nombre de los Señores Marqueses de Sotoancho, una tarjeta de ubicación para la catedral de la Almudena, y un tarjetón de identificación para el coche.

—¿Y todo eso lo tiene mi madre?

—Hace un día que ni come ni bebe. Ya le he dicho, señor marqués, que lo lleva en la boca, como si su madre fuera un pointer y la invitación una perdiz. ¿Se va a Rusia o vuelve a casa?

—Mañana por la tarde estaré en casa, Tomás.

—Buen polvete, señor.

—Un beso a Gladys, Tomás.

Yo también puedo ser irónico. Faltaría más.

—Marsa, el sobre está dirigido a los marqueses de Sotoancho, sin especificar exigencia de documento matrimonial o de Libro de Familia. Mi amor, vamos a ir juntos a la boda del Príncipe.

—La verdad es que me hace ilusión.

—Ya está resuelto. Encárgate un vestido especial.

—Ya que no vamos a San Petersburgo, me largo a París.

—Que estés guapísima.

—Lo estaré, mi amor.

—Pero te vas mañana. Hoy quiero dormir contigo.

—Yo quiero no dormir contigo.

—¡¡Marsa!!

El Ritz de Madrid tiene una hora mágica. Su bar es pequeño, recoleto y acogedor.

Marsa se ha unido a mí cuando me estaban sirviendo la segunda copa.

—Mi amor, el alcohol en exceso limita la capacidad del macho.

—Contigo a mi lado, la limitación no existe.

Marsa ha pedido un cóctel muy raro. Afrodisíaco, pienso yo. Un color chocante.

Entre amarillo vivo y naranja fuerte, lo que los franceses llaman j
aune bif
y
orange foncé.

Me gusta, de cuando en cuando practicar idiomas. Desde que vendimos la casa de Biarritz no he vuelto a hablar francés, y el tiempo ayuda a olvidar el vocabulario. Por ejemplo, la vaca que ríe se dice
la vache qui rit,
y el culo blanco,
le cul blanc.
Con dos copas más, Moliere, un pichón.

He sonreído con mis pensamientos y a Marsa no se le ha pasado por alto mi alegría.

—¿De qué te ríes, mi amor?

—Estaba practicando el francés. Es un idioma difícil y traicionero. «Nada» es
rien.

«Nada de nada»,
rien de rien.

—No entiendo nada.

—No entiendes
rien. ¿A
que es divertido?

"… LO LLEVA EN LA BOCA. COMO SI SU MADRE FUERA UN POINTET? Y LA INVITACIÓN UNA PERDIZ."

—Me parece una bobada.

—Y «el perro negro»,
le chien noir.

—Cristian, no seas plomo.

—Estoy feliz, Marsa. Tú y yo en Madrid. El viaje a Rusia, que en el fondo me asustaba una barbaridad, suspendido. Nos han convidado a la boda del Príncipe y a Mamá le voy a hacer la faena de su vida. No puedo evitarlo. La euforia me puede.

¡Viva España y viva Colombia!

—¡Viva!, pero vamos al grano.

—El grano está chupado. Te vas a París mañana y te compras o te haces lo que necesites. Poco escote, que la etiqueta regia es estricta. Ni a Isabel II se le vio en público el canalillo. Y yo mañana, en casa, inicio mi diabólico plan. Además, Marsa, para que no te sientas culpable, Mamá con noventa y cuatro castañas no está para viajes, ni bodas ni pamplinas.

"¡VIVA ESPAÑA Y VIVA COLOMBIA!"

—Es verdad. Ese detalle me alivia.

—Y ahora a cenar, y después de cenar, ¡fiesta!

Marsa se ha ido. París espera. ¡Qué noche! Temo levantarme y caer por el suelo rodando. No hemos parado. El corazón se me sale por la boca, y para mí, que uno más y me da un infarto. Cuando me recupere, baño, desayuno y a casa. Mi único destino es ahora La Jaralera. Prepárate, Mamá.

Capítulo 4

Los hay con mala suerte. En el AVE de vuelta, otra vez el moroso que no paga sus letras. Al pasar junto a él me ha gruñido. Para colmo, el vagón de «Club» sólo lo ocupamos el sinvergüenza y yo. Me mira como diciéndome: «Cuando estemos en marcha te voy a matar, chivato». Tengo un susto que no me lo quita nadie. Ya ha arrancado el tren. Se acerca la bestia.

—Usted es el mismo, si no me equivoco, que viajó ayer en este vagón.

—Es usted un gran fisonomista.

—Lo que soy es un hombre, y usted no tiene ni media torta. Si usted tuviera media torta, ya se la habría dado.

—Perdóneme. Quiero viajar tranquilo. Si me permite un consejo: pague sus deudas.

—Yo pago cuando me sale de los huevos. Métase usted en sus asuntos.

—Es lo que siempre hago. Pero mis asuntos son también mi tranquilidad y paz para viajar. Y usted me lo impide. Además es un cobarde. Abusa de los débiles. Me caí de cabeza en mi bautizo y me quedé tontito.

—Hombre, lo siento.

—El ama, que se asustó y me dejó caer.

—¿Y se dio contra el suelo?

—Contra el suelo. Sangré bastante, según me ha contado mi madre.

—¿Dónde vive usted?

—Entre Sevilla y Cádiz. Duermo en Sevilla, pero me paso casi todo el día en Cádiz.

—Tontito, pero un trabajador nato.

—Todos los días de una provincia a otra. ¿Y usted, a qué se dedica?

—Soy representante de compresas. Tengo toda la zona sur. Me está empezando a caer bien. Le voy a regalar unas muestras. ¿Las prefiere con alas o sin alas?

—Con alas, con alas. Todo lo que vuela, me gusta.

—Pues tenga. Para su mujer o sus hijas.

—No tengo hijas y soy viudo. Pero vive mi madre.

—A su madre no le van a hacer falta, según deduzco por su edad.

—De todas formas, se las daré de su parte. Muchas gracias, y si no le importa, voy a echarme una cabezadita. Ayer tuve una noche dura.

—Pues nada, a mandar. Y perdone por lo de antes.

—Está usted perdonado. ¿Me decía que es usted representante de…?

—Compresas. Ya sabe…

—Sí, claro, cómo no. Compresas.

—Para eso que usted y yo no tenemos.

—Claro, claro.

—Bueno, le dejo. Perdón de nuevo. Intentaré no hablar por el móvil. Buenos días.

Gregorio Cañete, a su disposición.

—El marqués de Sotoancho a la suya. Y gracias por las…

—Compresas. Lo que usted y yo no necesitaremos jamás.

—Aj, aj, eso, eso. Muy agradecido.

Por fin me ha dejado tranquilo. No parece mala persona. Ahora sólo me falta averiguar qué es una compresa de ésas. Tomás me sacará del apuro. Si a mí, según asegura Cañete, no me hacen falta, se las regalo a Mamá y ya está. Antes del descabello, hay que tenerla contenta y confiada. Lo que más le gusta a Mamá es un regalo. A dormir. ¡Ay, Mamá, Mamá! Si supieras…

"¿Y USTED, A QUÉ SE DEDICA?"

La llegada a casa triunfante. Me he puesto el gorro de piel para darle más jocosidad a la cosa. Tomás, al verme, ha mostrado su disgusto.

—Señor, con ese gorro está usted ridículo.

Es amable de nacimiento.

—Toma, tíralo. No pienso ir a Rusia en mi vida. ¿Mi madre?

—Su madre en el salón, esperándole. Sigue con el sobre entre los dientes.

En el salón, efectivamente, Mamá. Don Crispín la acompaña y María la doncella permanece en pie en espera de sus órdenes. No exageraba Tomás. Mamá está en su sillón y sujeta con la boca el sobre de la Casa Real.

—Hola, Mamá. ¿Está bueno el papel?

Mi simpática ironía ha surtido efecto. Mamá ha soltado la presa como el pointer a la perdiz y se ha dignado dedicarme una sonrisa.

—Hola, Susú. No sabes lo que siento nuestra discusión de anteayer. Estoy feliz.

Mira.

Me ha alargado el sobre. Tiene la marca de la dentadura de Mamá en la parte posterior. Está dirigido, como Tomás me adelantó a «los Sres. Marqueses de Sotoancho». Primer reproche de mi madre, pese a su alegría.

—No entiendo cómo en la Casa Real, precisamente en la Casa Real, no anteponen el tratamiento debido.

—Habrá sido un descuido, Mamá. No hay que darle importancia. Lo fundamental es que nos han invitado.

—A mí esa boda no me gustaba nada, pero ahora la encuentro idónea y perfecta.

Voy a aprovechar el vestido que me hice para la boda de Doña Elena. Y la pamela, claro.

—No es por alarmarte, Mamá, pero me temo que no te han invitado.

—¡¡¡Cómo!!! ¿Qué dices?

—Está clarísimo. El sobre está dirigido a los «Sres. Marqueses de Sotoancho». Los Reyes no fueron informados del fallecimiento de Marisol. Si te hubieran invitado a ti habrían especificado «Sr. Marqués y Señora Marquesa viuda de Sotoancho».

—No estoy de acuerdo en absoluto. Los Reyes saben perfectamente lo que han hecho. Es más, creo que a ti te han convidado de rebote.

—Hay que hablar con la Casa Real. Me voy a poner en contacto con el Jefe de la Casa, Alberto Aza. Figúrate el bochorno que padecerías si no te deja pasar la Guardia Civil a la Almudena. Y con la pamela.

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