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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Relato

Los ojos del alma (11 page)

BOOK: Los ojos del alma
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Es el desfile de los mejores... después de los mejores, porque la estela de los Juegos Olímpicos recién terminados, los «de verdad», sigue en la memoria de todos, con sus récords, sus luces y sus sombras, sus leyendas, sus éxitos y sus fracasos. Les toca el turno a ellos y saben que, en muchos casos, las personas que antes vibraban con las pruebas olímpicas se sentirán indiferentes frente a sus «hazañas». TVE va a retransmitir 25 minutos diarios de resumen por La 2. Eso es todo.

Pero quizás lo mejor sea esa discreción, al otro lado de las bambalinas.

Edurne levanta el rostro al cielo, se saca el sombrerito y lo agita.

Por su mente pasan las escenas de los cuatro últimos meses, desde aquella noche en la que llamó a Ibai y le dijo: «Voy». La manera en que su vida ha cambiado, y sobre todo la manera en que lo ha hecho su mente. Engordó 8 kilos en apenas nada, fortaleció sus músculos, recuperó su mejor forma y consiguió casi en seguida registros de excepción. Si antes ya era buena, y con sus marcas podía aspirar a lo mejor, ahora es excepcional como minusválida. Es la más joven del equipo español y posiblemente una de las dos o tres más jóvenes de entre todos los participantes. En las pruebas de clasificación para conseguir la mínima, fue la primera de largo en su especialidad, los 100 metros. Ningún problema para estar allí. También se la invitó a correr los 200

metros, pero ella prefirió concentrarse en una sola prueba, porque lo suyo es la explosión, la velocidad pura.

—¡Gracias, Ibai! —le grita a su entrenador exultante de alegría.

—¡Gracias a ti, pequeña!

España interviene en todas las pruebas de atletismo con presencia en los Paralímpicos. No hay competición de lanzamiento de martillo, de salto con pértiga, de carreras de vallas ni de obstáculos. La complejidad de las distintas minusvalías hace que existan muchas pruebas para englobar a los distintos discapacitados. Para deficientes visuales hay tres categorías, las clases 11, 12 y 13. Ella es T12. T por tratarse de carreras. Los que hacen saltos, lanzamiento o pentatlón llevan una F. Son seis Federaciones Internacionales, IOSDs, las que los representan: IBSA para ciegos y deficientes visuales; CP-ISRA para paralíticos cerebrales; ISMWSF para lesionados medulares; INAS-FID para discapacitados intelectuales; ISOD para amputados y otros; y CISS para sordos.

Un complejo mundo para un complejo universo de seres humanos, cada uno con su historia a cuestas y con su peculiar discapacidad por bandera.

Algo que el resto de la humanidad ignora.

Como ella antes.

Edurne saca su móvil y lo intenta. Tiene éxito. La comunicación con su casa se establece en unos segundos. El cambio horario es mínimo. Como si esperasen la llamada, la línea se abre casi antes de que muera el primer tono. La excitada voz de June le atraviesa el tímpano.

—¡Sí!

—¡June!

—¡Te hemos visto, te hemos visto! ¡No ha sido más que un segundo pero te hemos visto cuando saludabas con el sombrero!

—¿Cómo se ve por la tele?

—¡Impresionante, una pasada! ¡La ceremonia está siendo muy bonita! ¡Y la dan toda! ¡Te paso con mamá!

Habla con su madre. Después con su padre. Están emocionados. June grita al fondo. Desearía poder llevarles una recompensa, un premio, un diploma olímpico, una medalla... La guardarían en una vitrina especial, como la del amigo ciego de Ibai. La que tiene un problema visual y puede quedarse ciega es ella, pero sus padres lo han sufrido y mucho. A veces, en silencio.

Vuelve a hablar con June y corta.

Se queda con el teléfono en la mano y está a punto de marcar el número de Antonio.

Algo la detiene.

Estos días tienen que ser decisivos.

A la vuelta tendrán que hablar ya en serio, seguir o dejarlo, diga lo que diga él, se sienta o no débil ella. Durante los Juegos necesita aislarse.

Se guarda el móvil en el bolso.

—¡Hola! —la sacude un grito a su lado.

Le busca con sus ojos de mirada deficiente y le ubica.

Marcos.

Con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡He visto que me llamabas por teléfono pero como estoy aquí...!

—No tengo tu número.

—¿No?

—Y serías la última persona del mundo a la que llamaría ahora.

—¿Por qué?

—Los nadadores estáis locos, todo el día en remojo y llenos de manías. El cloro de las piscinas os ablanda el cerebro.

—¿Manías? ¿Qué manías?

—Eso de depilaros el cuerpo, para ofrecer menos resistencia al deslizaros por el agua, por ejemplo.

—Yo no me depilo. No puedo —le muestra sus brazos artificiales—. Aunque si tuviera novia y ella quisiera hacérmelo... ¿Y

las corredoras no tenéis manías? Tú, por ejemplo, odias correr en la calle 7.

—¿Cómo sabes eso?

—He preguntado —pone cara de malo.

—¿Que has...?

No puede darle con el sombrero, ni con el bolso. Quedaría mal que una cámara les enfocara y pareciera que se peleaban en pleno desfile. Pero le sorprende más y más su desparpajo. Marcos es el minusválido menos minusválido que ha conocido.

Aunque allí hay 4000.

Pasan por delante de la tribuna con las autoridades pertinentes. Saludan como se les ha indicado. El tartán le quema bajo los zapatos. Tiene una cita con esa pista. Y con la historia.

No, no quiere sentirse trascendente.

Sólo una cita.

Tiene dieciocho años, y puede volver a los Juegos a los veintidós, a los veintiséis...

—¿En qué piensas? —Marcos vuelve a dirigirse a ella.

Es guapo, simpático, loco, atrevido, irreverente, divertido, y en el fondo es posible que esté más solo aún que ella misma, como la mayoría de los que parecen tomárselo todo a broma.

Por miedo.

—Supongo que voy a tenerte de satélite artificial todos estos días, ¿no?

—Soy tu Luna, mi Tierra —Marcos se pone apasionadamente serio.

—Pues cuídate de mi Sol, porque va a quemarte —señala a su otro lado, donde Ibai finge no darse cuenta de nada de lo que sucede entre ellos.

El nadador le guiña un ojo y sonríe. Sólo eso.

Siguen caminando, perdidos entre los deportistas paralímpicos, rozándose al andar, y por un momento Edurne se siente en paz.

Como si ahora todo, el mundo, el universo entero, estuvieran en armonía con ella.

3

En un campeonato «normal», las rivales se conocen, hay estadísticas, cualquiera sabe la mejor marca de cada competidora, la mejor del año y en qué momento de forma se encuentra. En unos Juegos Paralímpicos no, todo es relativo. Hay corredoras veteranas con experiencia, medallistas de Juegos anteriores, figuras destacadas que llegan avaladas por sus nombres, y novatas primerizas. Por lo general, los Juegos son una sorpresa y quizás lo mejor es que está abierto a todo el mundo. Cualquiera puede tener una oportunidad.

Ibai es el que la informa.

—Thereza Rebell, la americana, es la mejor. Una gacela.

Corre con la cabeza alta y es muy elegante. Fue plata hace cuatro años y ha venido a desquitarse, aunque ganó el oro en 200 y también con el equipo de 4×100.

—¿No hay ninguna china?

China es el gran dominador de los Paralímpicos. Le siguen Gran Bretaña, Canadá, Estados Unidos y Australia. La pregunta de Edurne tiene todo el sentido del mundo.

—No, pero además de la Rebell hay otra americana, de origen puertorriqueño, Wynona Díaz, que también es muy buena.

Luego están la italiana Damiana Bertolotti, la alemana Uta Kleber y la japonesa Nisao Tokomori.

—¿Y ellas? ¿Saben quién soy yo? —bromea distendida.

—Ten por seguro que sí. Y con tus registros últimos, son las que deberían estar preocupadas. La clave...

—Una buena salida, ya lo sé —asiente con cansancio.

—Te lo diré un millón de veces más. La fuerza con la que se sale de los tacos determina buena parte de la carrera, por más que tú tengas un final explosivo. Si se llega en igualdad de condiciones, las milésimas de segundo conseguidas de más o de menos en la arrancada es la clave.

—Ganará la italiana —se echa a reír—. ¿De verdad corre los 100 metros? ¿Veo peor o eso que tiene son dos inmensos melones? ¡Dios, si cruza la línea sacando pecho matará al público de la curva antes de que pueda frenar!

—¿Ahora estás graciosa? —se enfada Ibai—. ¿La señorita está de coña y se lo pasa todo por el forro? ¡Tú hace cuatro meses eras un esqueleto!

—¡Venga ya, déjame pasarlo bien!

—¡Lo haces luego, con tu pretendiente, porque ahora toca entrenar y para mí da igual que corras en unos Paralímpicos o en unas Olimpíadas!, ¿vale? ¡Aquí se viene a darlo todo!

Antes las broncas le hacían mucha más mella. No ha cambiado nada. Sólo lo justo para no sentirse tan afectada. Ibai ya no es su entrenador, es un segundo padre. Ha hecho un milagro.

—¿Cómo que... «pretendiente»?

—O eso o es una mosca cojonera dando vueltas a tu alrededor a la que nos descuidemos. Espero que el nadador ése compita pronto, porque si no...

—Tranquilo, está loco y nada más.

—Pues que no te despiste.

—¿A mí?

—O tú a él, porque sería terrible.

—¿Has hecho preguntas?

—¿Yo?

—Venga, suéltalo.

Ibai Aguirre se relaja un poco. Lo justo.

—Es bueno, y se ha propuesto ganar un montón de pruebas, 100, 200, 400 libres, 400 estilos, equipo nacional de 4×100 y 4×400... Me dejo alguna, seguro. Su entrenador dice que es un fuera de serie, aunque muy inconstante. Depende de cómo le dé el día. O arrasa o llega el último. Es una de las esperanzas del medallero español.

—¿Ha competido antes?

—Son sus primeros Juegos.

—¿Y por qué...?

—Oye, lo que quieras saber, se lo preguntas a él —la detiene Ibai—. ¿Has terminado los estiramientos?

—Sí.

—¿Segura? Un tirón, por leve que sea, y se acabó.

—Lo sé, y estoy bien —le dice.

—Veamos esas piernas.

Le toca los muslos, los gemelos, le presiona los isquiotibiales.

Edurne suda. Hace mucho calor para estar en septiembre. Y las predicciones son pésimas en este sentido: hará más. El calor no le importa. Su única preocupación sería la lluvia.

La maldita lluvia que la cegaría todavía más.

—Venga, a correr —le da la orden él.

Su primer contacto con la pista. Viejas sensaciones. Nuevos estímulos. Se acerca al grupo y cruza unos primeros saludos. Se trata de mujeres como ella, todas mayores. Sus ojos pueden ver, pero con debilidad. ¿Cuál es la más fuerte, no física, sino mentalmente? ¿Cuál de todas ellas tendrá más necesidad de ganar?

Dicen que a veces la victoria es cuestión de hambre.

Ella piensa que es de desesperación.

¿Y hasta que punto lo está, si desde que ha llegado a la sede de los Paralímpicos se siente más y más en paz?

Hace una primera carrera, distendida.

Una segunda. Apenas de diez o veinte metros.

Se pone en los tacos para probar su salida.

A veces escuchan los gritos de uno de los entrenadores, cada cual en su idioma. Son órdenes secas, precisas, y también recomendaciones, alientos, calor. La forma de corregir un gesto, la manera de entender el lenguaje corporal de las rivales. Son islas, pero en todo caso forman un pequeño archipiélago. Islas unidas por un destino común y por un pasado cercano en torno a una fatalidad.

—Hola, soy Wynona Díaz —la saluda la americana de origen puertorriqueño.

Se besan en la mejilla.

—Te vi correr una vez.

—¿Ah, sí? —se sorprende Edurne.

—Yo también tuve una repentina crisis visual —se lleva la mano al rostro—. De no ser así habríamos corrido las dos hace unos días, en las Olimpíadas, seguro.

Sus sonrisas las envuelven y poco más.

—Suerte.

—Gracias.

Las dos siguen entrenando.

—Ve forzando poco a poco —le dice Ibai desde la banda—.

Haz unas carreras cortas y luego déjame que te cronometre con cincuenta metros, ¿de acuerdo?

Asiente con la cabeza y continúa sus ejercicios, bajo el implacable sol que le cubre con generosidad.

Se cruza con Thereza Rebell.

Y cuando sus ojos casi ciegos se encuentran, Edurne se estremece.

Porque es capaz de ver, en la mirada de su rival, todo el fuego y la furia de una campeona.

4

La noche en la Villa Olímpica es mucho más suave, de temperatura agradable, apta para dormir sin agobios y relajarse, bajar la adrenalina, recuperar las primeras fuerzas quemadas a lo largo de la jornada. No está especialmente cansada, pero sí tensa pese a los masajes y a la distensión muscular. Han sido dos primeras jornadas de rodaje y de iniciación, aunque en la mayoría de los deportes la competición ya está en marcha. Los Juegos Paralímpicos son más apretados de programa que los Olímpicos. Lo que más ansía es comenzar, hacer la primera carrera.

Sólo así sabrá de qué es capaz.

Lo peor siempre es la espera antes de cualquier competición.

Bajo el manto estrellado, los rumores que llegan de su espalda son diversos. A veces surgen explosiones de alegría, otras son gritos perdidos, las más unas risas. Las leyendas de las noches en la Villa Olímpica son mordaces, pero piensa que se trata únicamente de eso, de leyendas. Todos los que están allí persiguen una ambición. Hay que dormir, descansar, aunque siempre queda tiempo para la distensión y la relación, el intercambio con personas de países muy lejanos, de culturas distintas, y de religiones antagónicas.

Esta noche ella prefiere un poco de soledad.

—No huyas también aquí —se dice a sí misma.

Puede dar media vuelta, recorrer los trescientos metros que la separan de la parte en la que habitan los componentes del equipo español, o dejarse caer por las zonas múltiples y buscar nuevas compañías. Puede, pero no lo hace. Quiere atrapar cada segundo de su tiempo en los Juegos. Ni siquiera sabe si dentro de cuatro años será capaz de volver. Y menos de ocho... o de doce. Ahora es ahora y está allí.

Más cantos, más gritos. Se celebra una fiesta en alguna parte.

Para alguno de los que ha ganado en la jornada de hoy.

Edurne llega al límite de la Villa Olímpica. Hay un enrejado y, al otro lado, la protección habitual con vigilantes acompañados de perros. Sus ojos buscan puntos de referencia y encuentran a una pareja besándose no muy lejos de allí. También hay tiempo para el amor.

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