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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Relato

Los ojos del alma (13 page)

BOOK: Los ojos del alma
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Ha preferido sentarse aparte de las demás españolas, para no tener que hablar con nadie, y ahora lo echa de menos. Pero ya es tarde. El autobús, por lo menos, se dirige hacia el estadio.

Tiene tres carreras por delante. Una serie, la semifinal y la final.

Tres carreras si se clasifica en las dos primeras para la siguiente. Por su cabeza pasan todas las frases hechas de rigor: «la hora decisiva», lo de la «cita con el destino», descubrir si el esfuerzo de los cuatro meses anteriores y la pérdida de los exámenes ha valido la pena...

—Lo vale —se alienta a sí misma—. Sólo estar aquí ya lo vale.

Los miembros del equipo paralímpico español se meten con ella por ser la benjamina de la expedición. Cariñosamente la llaman «la niña», y le dicen que como se le ocurra ganar una medalla van a mantearla. A sus dieciocho años contempla a los deportistas de cuarenta y de cincuenta con reverencia y admiración, porque uno de los tiradores con arco se acerca a los sesenta años, y varios de los que compiten en hípica, tiro y vela pasan de los cuarenta. Para la mayoría de ellos, éstos son sus terceros, cuartos y hasta quintos Juegos. Y no todos tienen el premio de haber vuelto a casa con una medalla. Ésas son palabras mayores.

Otra cosa.

—Vamos, concéntrate, piensa en la carrera.

La primera serie debería ser fácil. Al menos con sus tiempos.

Ibai le ha dicho que se entregue al máximo, que no se reserve.

Primero porque le es difícil controlar a las rivales en plena carrera, y segundo para evitar una sorpresa. La verdadera lucha estará en las semifinales, porque ahí el pase a la final será muy caro. Por la mañana se desarrollarán las series y por la tarde, las semifinales. Van a ser siete series y pasarán las dos primeras de cada una, más las dos con los dos mejores tiempos, para determinar las dieciséis semifinalistas.

¿Cómo debe de sentirse Thereza Rebell, medalla de plata en los anteriores Juegos, aunque luego ganara dos oros en otras dos pruebas? ¿Querrá desquitarse? ¿Habrá estado cuatro años preparándose para ello? Cuatro años frente a cuatro meses.

No podrá con ella.

Y Díaz, Kleber, Bertolotti, Tokomori... también parecen tan buenas, tan explosivas.

¿Sabría un diploma olímpico lo mismo que una medalla?

Se hunde en su asiento y entra en una fase de prepánico que no sabe cómo eliminar de su psique. Toda ella exuda tensión.

Apoya la cabeza en el cristal de la ventanilla del autobús y, en ese momento, suceden dos cosas. La primera es que el conductor de un coche, asomado a su ventanilla, la saluda haciendo un expresivo gesto con la mano y luego le lanza un beso. Ella lo ve por su túnel ocular, como si fuera algo difuso, y eso le cambia el ánimo. Libera la tensión mediante un atisbo de carcajada abortada por el encuentro con su respiración agitada. La segunda es que la chica china le tiende un chicle con su pie izquierdo.

Edurne lo toma y centra sus ojos en ella.

—Gracias —susurra.

La deportista mueve la cabeza hacia adelante tres veces y sonríe complacida. Luego la señala y finge que se estremece.Vuelve a sonreír y asiente una cuarta vez.

—Sí, estoy nerviosa —le dice Edurne.

No hay diálogo. No puede haberlo. Pero se han comunicado a través de los gestos y eso las hermana. Abre el chicle y se lo mete en la boca.

Alguien grita una palabra y hace que todos los que pueden ver miren hacia adelante.

El estado olímpico se recorta al frente como una inmensa mole de cemento e ilusiones.

7

Un mediofondista o un fondista tiene tiempo de reaccionar. Los velocistas, no. Un corredor de 1500 metros sabe que su carrera siempre es táctica y que depende de muchos factores como si hay liebres dispuestas a tirar y quemarse, para hacerla rápida, o si los favoritos determinan que sea lenta para forzar en la última curva. Los corredores de 3000 obstáculos, de 5000 o de 10000, sólo tienen que seguir su curso, calcular lo que van a correr por cada vuelta al estadio, administrar energías. Los velocistas, en cambio, han de darlo todo en apenas unos segundos. No hay tiempo para pensar, reflexionar o recapacitar en busca de una segunda opción. Suena la pistola y hay que correr. La respuesta está a unos pocos segundos de donde se encuentran. Así son los 100 y los 200 metros, y también los 400 y las pruebas de vallas.

Los saltadores de altura disponen de tres intentos por salto. Los de distancia de seis para clasificar y luchar por las medallas, lo mismo que los de triple salto.

Todos tienen un momento para la reflexión menos los velocistas.

Para ellos, la carrera sucede en un abrir y cerrar de ojos.

Ha hecho un tiempo discreto en la serie de la mañana. No ha forzado porque se ha sentido cómoda y fuerte, segura de sí misma. Lo malo es que a causa de eso ahora va a correr por la calle que más odia: la siete.

Le trae malas vibraciones.

Sólo se ha caído una vez, y fue en una calle siete.

Las ocho corredoras parcialmente invidentes hacen sus últimos ejercicios alrededor de los tacos de salida. Unas estiran las piernas, otras flexionan las rodillas, otras mueven los brazos y otras prueban los tacos para afianzar su arrancada. De las dieciséis semifinalistas el mejor tiempo ha sido ya para la americana Thereza Rebell. Y la tiene en su semifinal. También están Damiana Bertolotti y Uta Kleber. Demasiado. En la segunda semifinal van a estar Nisao Tokomori y Wynona Díaz. Otras corredoras han realizado tiempos sensacionales, una sueca llamada Larsson y una jamaicana de nombre Spencer. Ellas también están en la segunda semifinal.

Ahora se trata de llegar entre las cuatro primeras.

Si lo consigue estará en la final paralímpica de la prueba reina, la de la máxima velocidad, la que corona a la mujer más rápida del mundo. En su caso del mundo de las T12, en categoría Atletas B-3.

Parece un chiste, pero no lo es.

Otro puñado de segundos más.

—Escucha. No te lo había dicho antes, me lo reservaba, pero es hora de que lo entiendas —le ha dicho Ibai mientras comían, aunque apenas ha probado bocado a causa de los nervios.

—¿He de ponerme a temblar?

—No. Has de ponerte a pensar, sólo eso.

—¿En qué?

—Tú eras una corredora importante en España, a un paso de la elite absoluta. Ibas a conseguirlo el año pasado en los Campeonatos de España logrando la mínima olímpica. Tú habrías estado en los Juegos y ahora, por la razón que sea, estás en los Paralímpicos. ¿Entiendes lo que quiero decirte?

—No.

—Que tú vienes del mundo profesional, y ellas no. En poco más de un año no puede habérsete olvidado esto. Tus competidoras nunca han sido atletas al cien por cien.

—¿Y eso es una ventaja?

—Para ti sí. Olvídate de la retinosis pigmentaria y piensa que corres con las mejores del mundo en la gran final de los Juegos Olímpicos.

—Nunca habría llegado a esa final.

Ibai Aguirre no le ha respondido, pero poco a poco las comisuras de sus labios se han curvado hacia arriba.

Edurne recuerda cada una de sus palabras.

Ibai le ha dicho... que puede ganar.

Ganar la final.

¿Pero cómo pensar en la final si antes tiene que entrar entre las cuatro primeras de su semifinal?

El juez da la orden para que vayan a los tacos. El tiempo de distensión ha terminado. La carrera va a empezar. Una a una, las ocho atletas acuden a sus posiciones. En otra parte del estadio hay expectación por una de las pruebas reinas, el salto de altura, y constantemente se suceden los aplausos y los gritos cada vez que un deportista salta o no la altura exigida. Eso les roba un poco la concentración, pero nada más.

Edurne se coloca en su lugar. Calle siete.

Thereza Rebell corre en la cuatro, Damiana Bertolotti está en la cinco y Uta Kleber, en la tres. En la ocho está situada una coreana llamada Su Gong Park y en la seis, una francesa de nombre Justine Cleveaux. Las otras dos corredoras, en las calles uno y dos, son la polaca Latek y la australiana Connors.

Cuatro sí, cuatro no.

Todas están ya a punto, en posición.

El juez les da el preaviso.

Suben sus traseros, se afianzan con las manos en el suelo, tensan los músculos por última vez.

Una buena salida, una buena salida, una buena salida...

Edurne piensa que va a producirse el disparo.

El juez tarda demasiado.

Ya...

Se deja llevar y no puede evitarlo. Sale de los tacos y arrastra a las demás. El disparo suena una fracción de segundo por detrás de su gesto.

A continuación, casi de inmediato, un segundo disparo avisa la suspensión de la carrera.

El mundo se le cae encima, porque una salida nula es grave.

Una segunda equivocación y será eliminada.

Y eso va a condicionar mucho ahora su siguiente salida, la de verdad.

Con la cabeza baja, sintiendo el peso de su responsabilidad y la mirada de Ibai sobre su espíritu, regresa a los tacos.

Ya no tiene la cabeza sobre los hombros. Revolotea por encima de sí misma y hace un esfuerzo desesperado para atraparla y recuperar la concentración. Mira su calle, la siete. A lo lejos, difusa, está de nuevo la meta. Es cuanto debe importarle.

Tiene que darlo todo.

—No falles ahora.

Las ocho deportistas están de nuevo en sus posiciones.

El juez repite la orden de atención.

Edurne vuelve a sentir aquel atisbo de pánico de la mañana, al ir al estadio en el autobús.Y esta vez nadie le da un chicle con los pies.

Suena el disparo.

Y ella sale tarde. La última.

8

Hace un primer intento y se encuentra con que, en su casa, alguien está hablando por teléfono.

Sabe que como sea June la que esté enrollada...

Espera unos segundos y vuelve a intentarlo con el mismo éxito.

—Tranquila, respira.

Una de las técnicas de autoayuda para su enfermedad ocular es respirar bien. Sirve para combatir el estrés y es determinante.

Nada de inspiraciones profundas. Hay que concentrarse en la expulsión del aire. Aspirar de forma breve y espirar de manera muy lenta. El cuerpo aspira el aire suficiente aún sin ser consciente de ello. Pero no hay que llevar ropa que apriete.

No sólo es la respiración. También cuenta el control de las emociones, sonreír... Cuando el doctor Venancio Ramos le dio todas sus dietas y las instrucciones para llevar una vida mejor y frenar el avance de la retinosis, se quedó bastante perpleja.

Muchas emociones causan un efecto debilitador sobre el organismo, como el odio, la envidia, el miedo, la desconfianza, la culpa; y otras inducen a fortalecerlo, como el amor, la fe, la gratitud, la confianza. En cuanto a la sonrisa... Es el gesto más sencillo, y al mismo tiempo el más gratificante. Activa una serie de músculos y hormonas que producen un efecto terapéutico esencial. El médico le dijo que aunque no tuviera ganas, sonriera.

Ahora tiene ganas.

Marca por tercera vez el número de su casa.

Y escucha el pulso del zumbido al otro lado.

—¿Sí? —aparece la voz precipitada de su hermana pequeña.

—Estabas comunicando —la reprende.

—Perdón, perdón, perdón —es como una ametralladora—.

Va, va ¡va, suéltalo! ¿A qué esperas? ¡Me da algo!, ¿eh?

Son las cuatro palabras más hermosas que puede pronunciar:

—Estoy en la final.

June se vuelve loca. La oye gritar a los cuatro vientos. Se la imagina en la sala dando saltos, con sus padres llorando de felicidad. Es un instante de absoluto frenesí. Las palabras «¡Está en la final!

¡Está en la final!» se repiten una y otra vez. No tiene más remedio que esperar a que vuelva la calma, algo que no parece fácil.

—¿Has ganado? —reaparece la voz de June inesperadamente.

—No.

—¿Cómo que no?

—He quedado cuarta en mi semifinal.

—¿En serio? —su hermana parece no creérselo. Se lo cuenta a sus padres—: Dice que ha quedado cuarta en su semifinal

—luego vuelve a ella.

—¿Pero tú qué te crees, que las demás no corren?

—Pero te ha pasado algo, ¿no?

—Sí, que tres corredoras han llegado antes.

—Porque te has reservado —insiste June.

—He hecho una mala salida primero —se rinde—. Me han enseñado la amonestación y eso me ha coartado mucho en la segunda. No quería ser descalificada, así que he esperado al máximo y entonces he salido la última. No veas lo que me ha costado recuperar. Me ha ido de un pelo. Faltaban treinta metros y aún iba la sexta. A los veinte he pasado a ser quinta.Y la cuarta plaza la he ganado en los metros finales.

—A ti nadie te gana con tu explosión última.

—Ya, ya.

—Bueno, pero estás, ¿no? Eso es lo que cuenta.

Se escucha una pequeña discusión al otro lado. June protesta.

Su padre acaba tomando el teléfono y entra en la comunicación.

—¿Edurne? Soy papá.

—No me digas —bromea.

—¿Cómo te ha ido, hija?

—¿He de repetirlo?

—Venga, que la loca de tu hermana...

—He hecho una salida nula, me ha condicionado en la segunda y he tenido una mala arrancada. Con mucho esfuerzo he conseguido remontar y meterme en la cuarta plaza para llegar a la final. Por delante han quedado tres de las favoritas, una americana, una italiana y una alemana. La verdad es que he estado fatal.

—Ya será menos.

Edurne suspira. Tiene las imágenes vivas en su mente y las sensaciones impresas en su piel. La forma en que ha conseguido ser cuarta ha sido casi milagrosa. Las tres primeras estaban a una distancia insalvable. Un mal presagio para la final.

—Papá —musita agarrada al teléfono móvil como si fuera una tabla de salvación.

—¿Sí, cariño?

La pausa es breve.

—Pase lo que pase en la final... ya no importa, ¿sabes?

—No te entiendo.

—Hace un rato, cuando me he visto perdida, cuando he comprendido que iba a quedarme a las puertas de la final... me ha sucedido algo extraño.

—¿Qué ha sido?

—Por un lado me he relajado, me he dejado llevar por la inercia. Eso ha sido más o menos cuando iba sexta y me he visto sin posibilidades. Entonces, de manera casi inexplicable, mis piernas no sólo me han respondido, sino que me han impulsado más y más hacia arriba. Ha sido como si tocara fondo y algo ahí me impulsara. Pero, por otro lado, cuando he cruzado la línea de meta en cuarto lugar y he comprendido que estaba en la final...

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