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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

Los ojos del sobremundo (4 page)

BOOK: Los ojos del sobremundo
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Cugel avanzó osadamente hasta la puerta de la choza. Dando a su voz el tono más bajo posible, dijo:

—Estoy aquí, reverendos príncipes de Smolod: Squire Bubach Angh de Grodz, que durante treinta y un años ha traído los más escogidos y delicados alimentos al refectorio de Smolod. Ahora acudo en busca de mi elevación al rango de la nobleza.

—Como es tu derecho —dijo el viejo jefe—. Pero pareces un hombre distinto a ese Bubach Angh que durante tanto tiempo viene sirviendo a los príncipes de Smolod.

—He sido transfigurado… por el dolor ante la muerte del príncipe Radkuth Vomin y por el arrebato ante la perspectiva de mi elevación.

—Es algo comprensible. Ven, pues…, prepárate para los ritos.

—Estoy listo desde este mismo instante —dijo Cugel—. De hecho, si me das las lentillas mágicas, yo mismo me las pondré tranquilamente en un lado y me regocijaré con ellas.

El viejo jefe agitó indulgente la cabeza.

—Esto no es acorde con los ritos. Para empezar debes situarte desnudo aquí en medio del patio de armas de este poderoso castillo, y la más hermosa de la doncellas debe untarte con sustancias aromáticas. Luego viene la invocación a Eddith Bran Maur. Y luego…

—Reverendo —dijo Cugel—, concédeme una gracia. Antes de que empiecen las ceremonias, provéeme con las lentillas mágicas a fin de que pueda comprender todo el portento de la ceremonia.

El viejo jefe meditó brevemente.

—La petición no es ortodoxa, pero sí razonable. ¡Traed las lentillas!

Hubo un compás de espera, durante el cual Cugel permaneció de pie, apoyándose primero en uno, luego en el otro. Los minutos se arrastraron a su alrededor; la falsa barba le picaba intolerablemente. Y entonces, en las afueras del poblado, vio acercarse vanas nuevas figuras, procedentes de la dirección de Grodz. Una de ellas era casi con toda seguridad Bubach Angh, mientras que otra parecía haber sido desprovista recientemente de su barba.

El viejo jefe apareció, llevando en cada mano una lentilla violeta.

—¡Da un paso adelante!

—Aquí estoy, señor —dijo Cugel en voz muy alta.

—Ahora te aplicaré la poción que santifica la unión de la lentilla mágica con el ojo derecho.

En la parte de atrás de la multitud, Bubach Angh alzó la voz:

—¡Alto! ¿Qué está ocurriendo aquí?

Cugel se volvió, apuntó con un dedo.

—¿Qué chacal es ése que interrumpe las solemnidades? ¡Sacadlo inmediatamente!

—¡Por supuesto! —dijo el viejo jefe con tono perentorio—. Te estás deshonrando a ti mismo y a la dignidad de esta ceremonia.

Bubach Angh retrocedió unos pasos, momentáneamente acobardado.

—En vista de la interrupción —dijo Cugel—, considero que es mejor que simplemente tome en custodia las lentillas mágicas hasta que esos transgresores hayan sido adecuadamente castigados.

—No —dijo el viejo jefe—. Un tal procedimiento es imposible. —Echó unas gotas de rancio y graso aceite en el ojo derecho de Cugel. Pero entonces el campesino de la barba cortada lanzó un grito:

—¡Mi sombrero! ¡Mi camisa! ¡Mi barba! ¿Acaso no hay justicia?

—¡Silencio! —siseó la multitud—. ¡Ésta es una ceremonia solemne!

—Pero yo soy Bu…

—Inserta la lentilla mágica, señor —dijo Cugel—; ignora a esos transgresores.

—¿Transgresor, me llamas? —rugió Bubach Angh—. ¡Ahora te reconozco, bribón! ¡Detened la ceremonia!

El viejo jefe dijo inexorablemente:

—Te invisto con la lentilla derecha. Deberás mantener temporalmente este ojo cerrado para impedir una discordancia que puede confundir al cerebro y causar estupor. Ahora el ojo izquierdo. —Avanzó un paso con el ungüento, pero Bubach Angh y el campesino sin barba ya no podían ser ignorados.

—¡Detened la ceremonia! ¡Estáis haciendo noble a un impostor! ¡Yo soy Bubach Angh, el noble caballero! ¡El que tenéis ante vosotros es un vagabundo!

El viejo jefe inspeccionó a Bubach Angh con desconcertada sorpresa.

—De hecho, te pareces a ese campesino que durante treinta y un años ha estado trayéndonos carros de víveres a Smolod. Pero si tú eres Bubach Angh, entonces, ¿quién es ése?

El campesino sin barba avanzó tambaleante.

—Es el canalla sin alma que me robó las ropas de mi cuerpo y la barba de mi cara.

—Es un criminal, un bandido, un vagabundo…

—¡Alto! —exclamó el viejo jefe—. Las palabras están mal elegidas. Recordad que ha sido exaltado al rango de príncipe de Smolod.

—¡En absoluto! —exclamó Bubach Angh—. Lleva uno de mis ojos. ¡Exijo el otro!

—Una situación sorprendente —murmuró el viejo jefe. Se dirigió a Cugel—: Aunque antes fueras un vagabundo y un degollador, ahora eres un príncipe, y un hombre de responsabilidad. ¿Cuál es tu opinión?

—Sugiero que nos alejemos de esos vociferantes intrusos. Luego…

Bubach Angh y el campesino sin barba, lanzando gritos de rabia, saltaron contra él. Cugel, haciendo una finta para esquivarles, no pudo controlar su ojo derecho. El párpado se abrió; en su cerebro estalló una maravilla tal de exaltación que el aliento se cortó en su garganta y su corazón casi se detuvo por la sorpresa. Pero al mismo tiempo su ojo izquierdo le mostraba la realidad de Smolod. La disonancia era demasiado enorme para ser tolerada; tropezó y cayó contra una choza. Bubach Angh saltó sobre él, blandiendo una azada, pero el viejo jefe se interpuso entre ellos.

—¿Has perdido el sentido? ¡Este hombre es un príncipe de Smolod!

—¡Es un hombre al que voy a matar, porque tiene mi ojo! ¿Acaso me he pasado treinta y un años de esfuerzos en beneficio de un vagabundo?

—Tranquilízate, Bubach Angh, si ése es tu nombre, y recuerda que las cosas no están aún completamente claras. Es posible que se haya producido un error…, indudablemente un honesto error, puesto que este hombre es ahora un príncipe de Smolod, lo cual es lo mismo que decir la justicia y la sagacidad personificadas.

—No lo era antes de que recibiera la lentilla —argumentó Bubach Angh—, que fue cuando se cometió el delito.

—No puedo ocuparme de distinciones casuísticas —respondió el viejo jefe—. En cualquier caso, tu nombre encabeza la lista y, en la próxima fatalidad…

—¿Dentro de diez o doce años? —exclamó Bubach Angh—. ¿Debo seguir trabajando para vosotros, y recibir mi recompensa en el momento en que el sol se vuelva definitivamente oscuro? ¡No, no, esto no puede ser!

El campesino desbarbado hizo una sugerencia:

—Toma la otra lentilla. De esta forma tendrás al menos la mitad de tus derechos, y así impedirás que ese mangante te engañe del todo.

Bubach Angh asintió.

—Empezaré con una lentilla mágica; luego mataré al que me robó la otra y la tomaré también, y así todo estará bien.

—Un momento —dijo altaneramente el viejo jefe—. ¡Éste no es el tono adecuado con el que referirse a un príncipe de Smolod!

—¡Bah! —bufó Bubach Angh—. ¡Recordad la fuente de vuestros alimentos! Nosotros los de Grodz no vamos a trabajar en balde.

—Muy bien —dijo el viejo jefe—. Deploro tus palabras incontinentes, pero no puedo negar que tienes una cierta medida de razón. Aquí está la lentilla izquierda de Radkuth Vomin. Pasaré de la invocación, el ungüento y el peán congratulatorio. Si tienes la bondad de dar un paso adelante y abrir el ojo izquierdo…, así.

Como había hecho Cugel, Bubach Angh miró con ambos ojos y retrocedió tambaleándose, desorientado. Pero se recobró colocando la mano sobre su ojo izquierdo, y avanzó hacia Cugel.

—Ahora ves la futilidad de tu truco. Dame esta lentilla y sigue tu camino, porque nunca tendrás el uso de las dos.

—Importa muy poco —dijo Cugel—. Gracias a mi amigo Firx, me contento con una.

Bubach Angh rechinó los dientes.

—¿Pretendes engañarme de nuevo? Tu vida está llegando a su fin: ¡no soy yo solo, sino todo Grodz quien te lo garantiza!

—¡No en los limites de Smolod! —advirtió el viejo jefe—. No deben haber peleas entre príncipes: ¡decreto amistad! Vosotros dos habéis compartido las lentillas de Radkuth Vomin y ahora debéis compartir su palacio, sus ropas, sus pertenencias, sus joyas y sus rentas, hasta que llegue esa remota ocasión en la que uno de los dos muera, en cuyo caso el superviviente lo recibirá todo. Ésta es mi decisión; no hay más que decir.

—El momento de la muerte del usurpador está afortunadamente cerca —retumbó Bubach Angh—. !En el instante mismo en que ponga el pie fuera de Smolod, estará muerto! ¡Los ciudadanos de Grodz mantendrán su vigilancia durante cien años si es necesario!

Firx se agitó ante aquellas noticias, y Cugel hizo una mueca de dolor. Se dirigió a Bubach Angh con voz conciliadora:

—Podemos llegar a un compromiso: te cedo la totalidad de la herencia de Radkuth Vomin: su palacio, sus pertenencias, sus rentas. Yo me quedaré solamente con las lentillas mágicas.

Pero Bubach Angh no quiso saber nada de aquello.

—Si valoras en algo tu vida, entrégame esa lentilla en este mismo momento.

—Imposible —dijo Cugel.

Bubach Angh se volvió y habló con el campesino sin barba, que asintió y se fue. Bubach Angh volvió a mirar a Cugel con ojos llameantes, luego se dirigió a la choza de Radkuth Vomin y se sentó en el montón de inmundicias delante de la puerta. Allá experimentó con su nueva lentilla, cerrando cuidadosamente su ojo derecho, abriendo el izquierdo para contemplar maravillado el sobremundo. Cugel pensó en aprovechar la ventaja de su ensimismamiento y se dirigió a toda prisa hacia los límites de la ciudad. Bubach Angh pareció no darse cuenta de su maniobra. ¡Ja!, pensó Cugel. ¡Iba a ser incluso demasiado fácil! ¡Dos zancadas más, y se perdería en la oscuridad!

Preparó sus largas piernas dar esos dos últimos pasos Un ligero sonido —un gruñido, un roce, un agitar de ropas— le hizo saltar a un lado; una azada cayó como un martillo, cortando el aire en el lugar donde había estado su cabeza unos segundos antes. Al débil resplandor arrojado por las lámparas de Smolod, Cugel captó el rostro vindicativo del desbarbado campesino. Tras él apareció toda velocidad Bubach Angh, con la enorme cabeza por delante, como un toro. Cugel lo esquivó y corrió ágilmente de vuelta hacia el centro de Smolod.

Bubach Angh regresó lentamente, con aire decepcionado, y volvió a sentarse en el mismo lugar de antes.

—Nunca escaparás —le dijo a Cugel—. ¡Entrega la lentilla y conserva tu vida!

—Ni lo sueñes —respondió alegremente Cugel— ¡Será mejor que temas más bien por tu declinante vitalidad, que se halla en más peligro que nunca!

—¡Ya basta de estas discusiones! —les llegó la voz admonitoria del viejo jefe desde su choza—. Estoy dedicado a complacer los exóticos caprichos de una hermosa princesa, y no quiero que me distraigan.

Cugel recordó las oleaginosas masas de carne, los rostros planos e inexpresivos, el enmarañado y sucio pelo, los granos y verrugas y horribles olores que caracterizaban a las mujeres de Smolod, y se maravilló una vez más del poder de las lentillas. Bubach Angh estaba probando de nuevo la visión de su ojo izquierdo. Cugel se sentó en un banco e intentó utilizar su ojo derecho, colocando su mano ante el izquierdo…

Cugel llevaba una camisa de suaves escamas plateadas, unos ceñidos pantalones escarlata, una capa azul oscuro. Estaba sentado en un banco de mármol ante una hilera de columnas espiraladas de mármol cubiertas por plantas de oscuro follaje y blancas flores. A ambos lados los palacios de Smolod se alzaban en la noche, uno detrás del otro, con suaves luces resaltando los arcos y las ventanas. El cielo era de un suave azul oscuro, salpicado de grandes y resplandecientes estrellas: entre los palacios había jardines de cipreses, mirtilos, jazmines, laureles, tomillo; el aire estaba inundado por el perfume de las flores y la rumorosa agua. Desde algún lago llegaba el susurro de la música: un murmullo de suaves acordes, un suspiro de melodía. Cugel inspiró profundamente y se puso en pie. Dio unos pasos, avanzando por la terraza. Palacios y jardines cambiaron de perspectiva; en un prado en penumbra tres muchachas vestidas con túnicas de gasa blanca le miraron por encima del hombro.

Cugel dio otro involuntario paso y entonces, recordando la malicia de Bubach Angh, se detuvo para mirar a su alrededor. Al otro lado de la plaza se alzaba un palacio de siete pisos, y cada uno de ellos tenía su terraza jardín, con enredaderas y flores colgando de las paredes. A través de las ventanas Cugel pudo entrever lujosos muebles, lustrosos candelabros, el suave movimiento de mayordomos con librea. En el pabellón delante del palacio se erguía un hombre con aspecto de halcón, una rizada barba de oro y ropas ocres y negras, con hombreras doradas y borceguíes negros. Apoyó un pie sobre la estatua de un grifo de piedra, los brazos apoyados sobre la rodilla doblada, y miró a Cugel con una expresión de meditabundo desagrado. Cugel se maravilló: ¿podía aquel hombre ser Bubach Angh, con su rostro porcino? ¿Podía el magnífico palacio de siete pisos ser la choza de Radkuth Vomin?

Cugel cruzó lentamente la plaza y llegó al pabellón iluminado por los candelabros. Las mesas mostraban delicados platos de carnes, verduras y pasteles más allá de toda descripción; y el estómago de Cugel, alimentado solamente por madera desechada por las aguas y pez ahumado, lo empujó hacia delante. Pasó de mesa en mesa, probando bocados de cada plato y hallándolos todos de la más alta calidad.

—Debo estar devorando pescado ahumado y lentejas —se dijo Cugel a si mismo—, pero hay mucho que decir acerca del encantamiento por el que se convierten en estas exquisiteces. De hecho, hay suertes mucho peores que pasar uno el resto de su vida aquí en Smolod.

Casi como si Firx hubiera estado anticipando el pensamiento, infligió instantáneamente al hígado de Cugel una serie de agonizantes punzadas, y Cugel maldijo amargamente a Iucounu el Mago Reidor y repitió sus votos de venganza.

Recobró su compostura y se dirigió a la zona donde los espléndidos jardines que rodeaban los palacios daban paso a un parque. Miró por encima del hombro y vio al príncipe de rostro de halcón y ropas ocres y negras acercársele, con intenciones manifiestamente hostiles. En la penumbra del parque Cugel observó otros movimientos, y creyó percibir un cierto número de guerreros armados.

Cugel regresó a la plaza, y Bubach Angh volvió de nuevo a su lugar, mirando con ojos furibundos a Cugel frente al palacio de Radkuth Vomin.

—Evidentemente —dijo Cugel en voz alta, casi dirigiéndose a Firx—, no hay forma de marcharse de Smolod esta noche. Por supuesto, me siento ansioso de llevarle la lentilla a Iucounu, pero si resulto muerto ni la lentilla ni el admirable Firx regresarán nunca a Almery.

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