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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

Los ojos del sobremundo (10 page)

BOOK: Los ojos del sobremundo
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Derwe Coreme regresó con una brazada de ramas. Cugel asintió aprobadoramente. Por un breve período de tiempo tras su expulsión de Cil ella se había comportado con una inapropiada altanería, que Cugel había tolerado con una tranquila sonrisa para sí mismo. La primera noche había sido llena de acontecimientos y recompensadora; a partir de entonces Derwe Coreme había empezado a modificar al menos su comportamiento externo. Su rostro, delicado y de francos rasgos, había perdido un poco de su meditativa melancolía, dando paso a una nueva y obervadora apreciación de la realidad.

El fuego crepitaba alegremente; desayunaron nabos y pulposas bayas negras, mientras Cugel hacia preguntas relativas a las tierras al este y al sur. Derwe Coreme solamente podía facilitar muy poca información, y nada de ella era optimista.

—Se dice que el bosque es interminable. He oído llamarlo por varios nombres: el Gran Erm, el Bosque del Este, el Lig Thig. Al sur puedes ver las montañas de Magnatz, que según todos son terribles.

—¿En qué sentido? —preguntó Cugel—. Es importante saberlo; tenemos que cruzar esas montañas en nuestro camino a Almery.

Derwe Coreme agitó la cabeza.

—Solamente he oído cosas sueltas, y no he prestado gran atención, puesto que nunca esperaba visitar esta zona.

—Ni yo —gruñó Cugel—. De no ser por Iucounu, ahora estaría muy lejos de aquí.

Una chispa de interés iluminó el rostro de la muchacha.

—¿Quién es ese Iucounu?

—Un detestable mago de Almery. Tiene una calabaza hervida por cabeza, y exhibe siempre una eterna sonrisa. Es odioso en todos sentidos, y exhibe el rencor de un eunuco escaldado.

La boca de Derwe Coreme se curvó en una pequeña y fría sonrisa.

—Y tú te enfrentaste a ese mago.

—¡Bah! No fue nada. Por una disputa trivial me lanzó al norte en una misión imposible. ¡No es por nada que me llaman Cugel el Astuto! La misión ha sido cumplida, y ahora regreso a Almery.

—¿Y cómo es Almery…, es un lugar agradable?

—Bastante agradable, comparado con esta desolación de bosques y brumas. De todos modos, hay imperfecciones. La magia lo domina todo, y la justicia no es algo invariable, como he podido comprobar muy bien.

—Háblame más de Almery. ¿Hay ciudades? ¿Hay más gente aparte de bribones y magos?

Cugel frunció el ceño.

—Existen algunas ciudades, tristes sombras de una gloria desaparecida. Están Azenomei, donde el Xzan se une con el Scaum, y Kaiin en Ascolais, y otras a lo lago de la orilla opuesta del Kauchique, donde la gente es de una gran sutileza.

Derwe Coreme asintió pensativa.

—Iré a Almery. En tu compañía, de la que pronto podré recobrarme.

Cugel la miró de soslayo, pensando que no le gustaba nada el aroma de su observación, pero antes de que pudiera particularizar sobre el asunto ella preguntó:

—¿Qué tierras se extienden entre nosotros y Almery?

—Son amplias y peligrosas y están pobladas por gids, erbs y deodands, así como por leucomorfos, devoracadáveres y grues. Ignoro todo lo demás. Si sobrevivimos al viaje, será un verdadero milagro.

Derwe Coreme miró pensativamente hacia atrás, hacia Cil, luego se alzó de hombros y guardó silencio.

El frugal desayuno tocó a su fin. Cugel apoyó la espalda en la pared del establo para disfrutar del calor del fuego, pero Firx no estaba dispuesto a darle ningún respiro, y Cugel, haciendo una mueca, saltó en pie.

—Vamos; tenemos que continuar. El ansia de Iucounu no admite menos.

Descendieron la ladera de la colina, siguiendo lo que parecía ser un antiguo camino. El paisaje cambió. Los brezales dieron paso a un húmedo valle; pronto llegaron al bosque. Cugel ojeó las siniestras sombras con desconfianza.

—Tenemos que ir con cuidado y esperar no despertar nada maligno. Yo iré delante y tú detrás, para asegurarnos de que nada nos sigue para saltar sobre nuestras espaldas.

—Perderemos la orientación.

—El sol cuelga al sur: ésta será nuestra guía.

Derwe Coreme se alzó de hombros una vez más; penetraron en las sombras. Los árboles se erguían altos sobre sus cabezas, y la luz del sol, filtrada por el follaje, no hacía más que exagerar la penumbra. Llegaron a un riachuelo, y caminaron siguiendo su orilla, y finalmente entraron en un prado cruzado por un río de abundantes aguas.

En la orilla, cerca de una balsa amarrada, había sentados cuatro hombres de raídas ropas. Cugel miró críticamente a Derwe Coreme y arrancó los enjoyados botones de su ropa.

—A todas luces se trata de bandidos y no debemos alentar su codicia, aunque parecen un grupo más bien miserable.

—Mejor entonces que los eludamos —dijo Derwe Coreme—. No son mejores que animales.

Cugel dudó.

—Necesitamos su balsa y su guía, cosa que podemos ordenarles; si les suplicamos, se creerán que tienen alguna oportunidad y se volverán exigentes. —Echó a andar, y Derwe Coreme se vio obligada, a las buenas o a las malas, a seguirle.

Los cuatro hombres no mejoraron vistos más de cerca. Su pelo era largo y enmarañado, sus rostros ásperos, con ojos como escarabajos y bocas mostrando sucios dientes amarillentos. Sin embargo sus expresiones eran apacibles, y observaron acercarse a Cugel y Derwe Coreme con más cautela que beligerancia. Uno de ellos, al parecer, era una mujer, aunque esto apenas era evidente por sus ropas, rostro y modales. Cugel les dirigió un saludo de señorial condescendencia, ante el que parpadearon asombrados.

—¿Qué gente sois? —preguntó Cugel.

—Nos llaman busiacos —respondió el más viejo de los hombres—. Es a la vez nuestra raza y nuestra familia; no diferenciamos, puesto que somos poliándricos por costumbre.

—¿Vivís en el bosque, estáis familiarizados con sus caminos y senderos?

—Esa es una buena descripción —admitió el hombre—, aunque nuestro conocimiento es local. Recordad, éste es el Gran Erm, que se extiende legua tras legua sin fin.

—No importa —dijo Cugel—. Solamente necesitamos cruzar el río, luego ser guiados hasta un camino seguro a las tierras del sur.

El hombre consultó a los demás miembros de su grupo; todos agitaron negativamente la cabeza.

—No hay tal camino; las montañas de Magnatz se yerguen en medio.

—Por supuesto —dijo Cugel.

—Si os cruzáramos al otro lado del río —prosiguió el viejo busiaco— no tardaríais en estar muertos, pues la región está infestada de erbs y grues. Tu espada seria inútil, y llevas tan sólo una magia muy débil…, lo sé porque nosotros los busiacos olemos la magia tan bien como un erb huele la carne.

—Entonces, ¿cómo podemos alcanzar nuestro destino? —preguntó Cugel.

Los busiacos demostraron muy poco interés en la pregunta. Pero el hombre cuya edad más se acercaba a la del viejo, mirando a Derwe Coreme, tuvo una repentina idea, y observó el otro lado del río, como meditando. Finalmente el esfuerzo pareció abrumarle y agitó derrotado la cabeza.

Cugel, observando atentamente, preguntó:

—¿Qué te preocupa?

—Un problema no de mucha complejidad —respondió el busiaco—. Tenemos poca práctica en lógica y cualquier dificultad nos detiene. Solamente especulaba en cuál de vuestras pertenencias estaríais dispuestos a cambiar por nuestra guía a través del bosque.

Cugel se echó a reír de buena gana.

—Una buena pregunta. Pero solamente tengo lo que veis: es decir ropas, zapatos, capa y espada, todo lo cual me es necesario. De todos modos, conozco un encantamiento que puede producir uno o dos botones enjoyados.

—Eso representa muy poco atractivo para nosotros. En una cripta cercana las joyas están amontonadas hasta casi la altura de mi cabeza.

Cugel se frotó reflexivamente la mandíbula.

—La generosidad de los busiacos es conocida en todas partes; quizá pudieras conducirnos hasta esa cripta.

El busiaco hizo un gesto de indiferencia.

—Si lo deseas, aunque se halla contigua a la morada de una gran madre gid, ahora en estro.

—Entonces iremos directamente hacia el sur —dijo Cugel—. Vamos, partiremos inmediatamente.

El busiaco siguió obstinadamente sentado.

—¿No tenéis realmente nada que ofrecer?

—Sólo mi gratitud, lo cual no es poco.

—¿Qué hay de la mujer? Está un poco flaca, pero no deja de ser atractiva. Puesto que vas a morir en las montañas de Magnatz, ¿por qué malgastar la mujer?

—Cierto. —Cugel se volvió para mirar a Derwe Coreme—. Quizá podamos llegar a un arreglo.

—¿Qué? —jadeó ella, ultrajada—. ¿Te atreves a sugerir algo así? ¡Antes me ahogaré en el río!

Cugel la llevó a un aparte.

—No me llaman Cugel el Astuto por nada —susurro en su oido—. ¡Confía en mí para engañar a esos zoquetes!

Derwe Coreme le observó con desconfianza, luego se alejó, dejando que las lágrimas de amarga rabia corrieran por sus mejillas. Cugel se dirigió al busiaco.

—Tu proposición es claramente fruto de la sabiduría; así que partamos.

—La mujer puede quedarse aquí —dijo el busiaco, poniéndose en pie—. Tendremos que seguir un sendero encantado, y es necesaria una rígida disciplina.

Derwe Coreme avanzó decidida hacia el río.

—¡No! —exclamó rápidamente Cugel—. Ella es de temperamento sentimental, y quiere verme seguro en mi camino a las montañas de Magnatz, aunque eso signifique mi muerte segura.

El busiaco se alzó de hombros.

—Es lo mismo. —Los condujo a bordo de la balsa, soltó la cuerda, y empezó a manejar la pértiga para cruzar el río. El agua parecía poco profunda, la pértiga no descendía nunca mucho más de medio metro. Cugel tuvo la impresión de que vadearlo a pie hubiera sido igual de sencillo.

El busiaco, como si captara sus pensamientos, dijo:

—El río hormiguea con reptiles cristalinos, y un hombre que no lo sepa, apenas empiece a vadearlo, se verá instantáneamente atacado.

—¿De veras? —dijo Cugel, mirando dubitativo el río.

—De veras. Y ahora debo advertiros respecto al sendero. Hallaremos todo tipo de persuasiones, pero si apreciáis en algo vuestras vidas, no deis un paso fuera del lugar por donde yo pise.

La balsa alcanzó la orilla opuesta; el busiaco saltó a tierra y la ató a un árbol.

—Ahora venid tras de mí. —Avanzó confiadamente por entre los árboles. Derwe Coreme le siguió, y Cugel cerró la marcha. El sendero era tan poco señalado que Cugel no podía distinguirlo de la parte no hollada del bosque, pero el Busiaco no dudaba ni un segundo. El sol, colgando bajo detrás de los árboles, podía ser entrevisto solamente a ratos, y Cugel nunca estaba seguro de la dirección que seguían. Pero siguieron avanzando, cruzando la boscosa soledad donde no se oía ni siquiera la llamada de un pájaro.

El sol, cruzando el cenit, empezó a descender, y el rastro siguió sin ser más marcado. Finalmente Cugel llamó:

—¿Estás seguro del sendero? Parece que estamos yendo a derecha e izquierda al azar.

El busiaco se detuvo para explicar:

—Nosotros los habitantes del bosque somos gente ingenua, pero poseemos esa peculiar facilidad —se palmeó significativamente la chata nariz—. Podemos oler la magia. El sendero que seguimos fue trazado en un tiempo demasiado remoto como para ser recordado, y mantiene su dirección solamente para gente como nosotros.

—Es posible —dijo Cugel, malhumorado—. Pero parece que da demasiadas vueltas, y además, ¿dónde están las terribles criaturas que mencionaste? Solamente he visto un ratón de campo, y en ninguna parte he notado el inconfundible olor del erb.

El busiaco agitó perplejo la cabeza.

—Contra su costumbre, están celebrando todos una reunión en otro lugar. Supongo que no te quejarás por ello, ¿verdad? Sigamos, antes de que vuelvan. —Y reanudó la marcha, siguiendo un sendero no más identificable que antes.

El sol se puso. El bosque se hizo un poco menos denso; los últimos rayos escarlata iluminaban oblicuamente su camino, bruñendo las retorcidas raíces, dorando las hojas caídas. El busiaco entró en un claro, donde se dio la vuelta con aire de triunfo.

—¡Hemos llegado felizmente a nuestro destino!

—¿Cómo es eso? —preguntó Cugel—. Todavía nos hallamos en las profundidades del bosque.

El busiaco señaló hacia el otro lado del claro.

—¿Observas los cuatro senderos muy claramente marcados?

—Parece que si —admitió a regañadientes Cugel.

—Uno de ellos conduce al lindero sur. Los otros se hunden en las profundidades del bosque, con numerosas ramificaciones en su trayecto.

Derwe Coreme miró a través de las ramas y dejó escapar una seca exclamación.

—¡Hey, a cincuenta pasos de distancia están el río y la balsa!

Cugel lanzó al busiaco una fulgurante mirada.

—¿Qué dices a eso?

El busiaco asintió solemnemente.

—Esos cincuenta pasos carecen de la protección de la magia. Hubiera traicionado mi responsabilidad si os hubiera traído hasta aquí por una ruta directa. Y ahora… —Avanzó hacia Derwe Coreme, la sujetó por el brazo, luego se volvió de nuevo a Cugel—. Ahora puedes cruzar el claro, y una vez estés al otro lado te indicaré cuál de los senderos conduce al lindero sur. —Y se apresuró a pasar una cuerda en torno a la cintura de Derwe Coreme. Ella se resistió con un fervor que solamente fue refrenado por un golpe y una maldición—. Esto es para impedir deseos repentinos de hacer una excursión hacia otro lado —le dijo el busiaco a Cugel con un guiño de complicidad—. Mis pies no son demasiado ágiles, y cuando quiero a una mujer no me gusta tener que perseguiría de un lado para otro. ¿Pero no tenias prisa? El sol se está poniendo, y con la oscuridad aparecen los leucomorfos.

—Bien, entonces, ¿cuál de los senderos conduce al lindero sur? —preguntó de un modo franco Cugel.

—Cruza el claro y te informaré. Por supuesto, si desconfías de mis instrucciones, puedes elegir por ti mismo. Pero recuerda, me he agotado guiándote a cambio de una irascible, flaca y anémica mujer. Así que ahora estamos a la par.

Cugel miró dubitativo al otro lado del claro, luego a Derwe Coreme, que le contemplaba con abatido desánimo. Habló alegremente.

—Bien, parece que eso es lo mejor. Las montañas de Magnatz son conocidas como muy peligrosas. Al menos, tú estarás segura con este tosco pillastre.

—¡No! —exclamó ella—. ¡Libérame de esta cuerda! ¡Es un engaño, te ha estado tomando el pelo! ¿Cugel el Astuto? ¡Mejor Cugel el Idiota!

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