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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

Los ojos del sobremundo (2 page)

BOOK: Los ojos del sobremundo
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Cugel frunció el ceño. En muchos aspectos, la perspectiva parecía poco práctica. Seguro que Fianosther no iba a pagarle lo que valían realmente todas aquellas cosas suyas o, para decirlo más exactamente, de Iucounu. Podía muy bien enterrar una parte del botín en un lugar aislado… Allí había un amplio nicho en el que Cugel no había reparado antes. Una suave luz se derramaba como agua contra el panel de cristal que separaba el nicho del salón. Una especie de hornacina en la parte de atrás mostraba un complicado objeto de enorme encanto. Por todo lo que Cugel podía distinguir, parecía un carrusel en miniatura, ocupado por una docena de hermosas muñecas de aparente vitalidad. El objeto era a todas luces de gran valor, y Cugel se sintió complacido de hallar una abertura en el panel de cristal.

Lo cruzó, pero a dos pasos de distancia de su presa un segundo panel bloqueaba su camino, estableciendo un camino que evidentemente conducía a la rueda mágica. Cugel avanzó confiadamente, sólo para ser detenido por otro panel que no había visto hasta que chocó con él. Cugel volvió sobre sus pasos y encontró con alivio la que indudablemente era la correcta entrada unos pocos pasos más atrás. Pero aquel nuevo camino le condujo tras varios giros en ángulo recto a otro panel ciego. Cugel decidió olvidar la adquisición del carrusel y marcharse de la casa. Se volvió, pero se encontró un tanto confuso. ¿Había venido de su izquierda… o de su derecha?

Cugel seguía buscando todavía la salida cuando a su debido tiempo Iucounu regresó a su casa.

Deteniéndose junto al nicho, Iucounu lanzó a Cugel una mirada de irónica sorpresa.

—¿Qué tenemos aquí? ¿Un visitante? ¡Y he sido tan poco cortés que te he hecho esperar! De todos modos, veo que te has divertido mientras esperabas, de modo que no necesito sentirme culpable. —Iucounu se permitió una ligera sonrisa. Luego fingió reparar en el saco de Cugel—. ¿Qué es esto? ¿Me has traído objetos para que los examine? ¡Excelente! Siempre me siento ansioso de mejorar mi colección, a fin de compensar el desgaste de los años. ¡Te quedarías sorprendido si supieras la de ladrones que intentan despojarme! Ese comerciante de baratijas en ese destartalado puesto de la feria, por ejemplo… ¡No puedes llegar a concebir sus frenéticos esfuerzos por engañarme! Le he tolerado porque, hasta la fecha, no ha sido tan osado como para aventurarse en mi casa. Pero vamos, sal de ahí y examinaremos el contenido de tu saco.

Cugel hizo una inclinación de cabeza.

—Encantado. Como has supuesto, he estado aguardando tu regreso. Si recuerdo correctamente, la salida es por este pasillo… —Echó a andar, pero de nuevo se vio detenido. Hizo un gesto de hosca renuncia—. Parece que me he equivocado de camino.

—Parece que sí —dijo Iucounu—. Si miras hacia arriba, verás una especie de motivo decorativo en el techo. Si sigues la flexión de las lúnulas encontrarás el camino hasta el salón.

—¡Naturalmente! —Y Cugel avanzó vivamente, siguiendo las instrucciones.

—¡Un momento! —exclamó Iucounu—. ¡Has olvidado tu saco!

Cugel regresó reluctante en busca del saco, siguió de nuevo el camino señalado en el techo, y finalmente salió del nicho.

Iucounu hizo un suave gesto.

—Si quieres pasar por aquí, me encantará examinar tus mercancías.

Cugel miró reflexivamente hacia el corredor que conducía a la entrada principal.

—Sería abusar presuntuosamente de tu paciencia. Mis pequeñas bagatelas no tienen la menor importancia. Con tu permiso, me iré.

—¡Ni pensarlo! —declaró alegremente Iucounu—. Tengo muy pocos visitantes, la mayor parte ladrones y estafadores. ¡Los trato severamente, te lo aseguro! Insisto en que al menos tomes algo. Deja tu saco en el suelo.

Cugel depositó cuidadosamente el saco.

—Recientemente he aprendido un pequeño truco de una bruja marina del Alster Blanco. Creo que te interesará. Necesita algunos trozos de cuerda recia.

—¡Excitas mi curiosidad! —Iucounu extendió un brazo; un panel del revestimiento de la pared se corrió hacia un lado; un rollo de cuerda fue depositado entre sus dedos. Pasándose una mano por el rostro como para ocultar una sonrisa, Iucounu tendió la cuerda a Cugel, que la desenrolló con gran cuidado.

—Debo pedirte tu colaboración —dijo Cugel—. Sólo un pequeño asunto de extender un brazo y una pierna.

—Sí, por supuesto. —Iucounu extendió su mano, apuntó con un dedo. La cuerda se enrolló en torno a brazos y piernas de Cugel, apretándolos de tal modo que se vio incapaz de moverse. La sonrisa de Iucounu casi partía su rostro—. ¡Vaya, eso sí que es sorprendente! ¡Por error, apelé al truco del atrapaladrones! Para tu propia comodidad, te recomiendo que no te muevas demasiado, pues el atrapaladrones está erizado de aguijones. Ahora vamos a ver el contenido de tu saco. —Miró el interior del saco de Cugel y dejó escapar una suave exclamación de desánimo—. ¡Has desvalijado mi colección! ¡Veo algunos de mis tesoros más valiosos!

Cugel hizo una mueca.

—¡Naturalmente! Pero no soy un ladrón; Fianosther me envió aquí para recoger algunos objetos, y yo…

Iucounu alzó una mano.

—El delito es lo suficientemente serio como para no admitir excusas banales. He dejado bien claro ya mi aborrecimiento hacia ladrones y estafadores, y ahora debo aplicarte la justicia en su más estricto rigor…, a menos, por supuesto, que puedas sugerir alguna compensación adecuada.

—Supongo que debe existir esa compensación —admitió Cugel—. Pero esta cuerda raspa mi piel y no me permite pensar.

—No importa. He decidido aplicar el Conjuro del Enquistamiento Remoto, que constriñe al sujeto en un poro a unos setenta kilómetros por debajo de la superficie de la Tierra.

Cugel parpadeó, desanimado.

—Bajo esas condiciones, jamás podré ofrecerte una compensación.

—Cierto —meditó Iucounu—. Me pregunto si después de todo no habría algún pequeño servicio que pudieras prestarme.

—¡La muerte del villano que lo ha originado todo! —exclamó Cugel—. Muy bien. ¡Ahora quitame esas abominables ligaduras!

—No tengo ningún asesinato en especial en mente —dijo Iucounu—. Ven conmigo.

La cuerda se relajó un tanto, permitiendo a Cugel cojear tras Iucounu hasta un salita anexa decorada con tapices intrincadamente bordados. Iucounu extrajo de un armarito una cajita pequeña y la depositó sobre un flotante disco de cristal. Abrió la caja y le hizo un gesto a Cugel que observó que la caja mostraba dos indentaciones rodeadas de terciopelo escarlata, en una de las cuales descansaba un pequeño hemisferio de lustroso cristal violeta.

—Como hombre de mundo y que has viajado mucho —sugirió Iucounu—, conocerás sin duda este objeto. ¿No? Estarás familiarizado, por supuesto, con las Guerras de Cutz del Dieciocheno Eón. ¿No? —Iucounu alzó los hombros, afectando sorpresa—. Durante esos feroces acontecimientos el demonio Unda—Hrada (está listado como 16—04 Verde en el Almanaque de Thrump) quiso ayudar a sus adeptos y con este fin hizo subir a varios agentes suyos del submundo La—Er. A fin de que pudieran ver, los dotó con lentillas similares a ésta que ves ante ti. Cuando las cosas empezaron a ir mal para ellos, el demonio regresó bruscamente a La—Er. Los hemisferios quedaron atrás y se vieron diseminados por todo Cutz. Uno de ellos, como puedes ver, ha llegado a mi poder. Debes procurarme su pareja y traérmela, en cuyo caso tu violación de mi domicilio será olvidada.

Cugel reflexionó.

—La elección, entonces, reside entre una incursión al mundo demoníaco de La—Er y el conjuro del Enquistamiento Remoto, que constriñe al sujeto en un poro a unos setenta kilómetros por debajo de la Tierra. Me resulta difícil tomar una decisión.

Iucounu se echó a reír hasta casi partir en dos la enorme vejiga amarilla que era su cabeza.

—Una visita a La—Er quizá resulte innecesaria. Puedes encontrar este articulo en esa región conocida antiguamente como Cutz.

—Si debo hacerlo, debo hacerlo —gruñó Cugel, terriblemente irritado por la forma como había terminado el trabajo del día—. ¿Quién guarda ese hemisferio violeta? ¿Cuál es su función? ¿Cómo debo ir y cómo volver? ¿Qué armas voy a necesitar, qué talismanes y otros utensilios mágicos puedes proporcionarme para la misión?

—Todo a su debido tiempo —dijo Iucounu—. Primero debo asegurarme de que, una vez en libertad, te portes con una lealtad a toda prueba y cumplas con tu cometido con celo y dedicación.

—No temas —declaró Cugel—. Te aseguro que mi palabra es mi vínculo.

—¡Excelente! —exclamó Iucounu—. Este conocimiento representa para mí una seguridad básica que no voy a tomar a la ligera. El acto que vamos a realizar ahora, por lo tanto, no será más que complementario.

Abandonó la estancia y, al cabo de un momento, regresó con un bol de cristal tapado que contenía una pequeña criatura blanca, toda garras, púas, dientes y garfios, que se agitaba irritadamente.

—Este —dijo Iucounu— es mi amigo Firx, de la estrella Achernar, y es mucho más listo de lo que parece. Firx está irritado porque lo he separado de su camarada, con el que comparte un tanque en mi sala de trabajo. Te hará cumplir con rapidez tus deberes. —Iucounu se acercó y, diestramente, arrojó la criatura contra el abdomen de Cugel. Se hundió en sus vísceras y adoptó una posición vigilante, aferrada en torno al hígado de Cugel.

Iucounu retrocedió, riendo con aquella risa que le había valido su sobrenombre. Los ojos de Cugel se desorbitaron. Abrió la boca para lanzar una maldición, pero en vez de ello cerró apretadamente las mandíbulas e izo girar desesperado los ojos.

La cuerda se desenrolló por sí misma. Cugel permaneció allí, estremeciéndose, sintiendo todos los músculos agarrotados.

La risa se Iucounu se convirtió en una pensativa sonrisa.

—Hablas de utensilios mágicos. ¿Qué hay de esos talismanes cuya eficacia proclamabas desde tu tenderete en Azenomei? ¿Acaso no inmovilizan enemigos, disuelven el hierro, apasionan vírgenes, confieren la inmortalidad?

—Esos talismanes no son de una eficacia uniforme —dijo Cugel—. Necesitaré mayores competencias;

—Las tendrás en tu espada, tu hábil persuasión y la agilidad de tus pies —dijo Iucounu—. De todos modos, has despertado mi preocupación y te ayudaré en cierta medida. —colgó una pequeña tablilla cuadrada del cuello de Cugel—. Ahora puedes echar a un lado todo temor a morirte de hambre. Un toque a este potente objeto inducirá elementos nutritivos a la madera, corteza, hierba, incluso ropas viejas. También hará sonar un carillón en presencia de cualquier veneno. Así que, ahora…, ¡ya no hay nada que nos retenga! Vamos, tenemos que irnos. ¡Cuerda! ¿Dónde está Cuerda?

Obedientemente, la cuerda se enrolló en torno al cuello de Cugel, y Cugel fue obligado a caminar detrás de Iucounu.

Salieron al tejado del antiguo castillo. Hacía rato que la oscuridad había caído sobre el paisaje. Arriba y abajo del valle del Xzan resplandecían débiles luces, mientras que el propio Xzan era un irregular curso más oscuro que la oscuridad.

Iucounu señaló una jaula.

—Este será tu medio de transporte. Entra.

Cugel dudó.

—Preferiría cenar bien, dormir y descansar, y emprender el viaje mañana, fresco y fortalecido.

—¿Qué? —exclamó Iucounu, con una voz como el sonido de un cuerno—. ¿Te atreves a proferir preferencias ante mí? ¿Tú, que viniste furtivamente a mi casa, saqueaste mis objetos más valiosos y lo dejaste todo patas arriba? ¿No te das cuenta de tu suerte? ¿Quizá prefieras el Enquistamiento Remoto?

—¡En absoluto! —protestó Cugel nerviosamente—. ¡Únicamente estoy ansioso por el éxito de la aventura!

—Entonces entra en la jaula.

Cugel volvió unos ojos desesperados al techo del castillo, luego se dirigió lentamente a la jaula y entró.

—Confío en que no sufras deficiencias de memoria —dijo Iucounu—. Pero aunque éste fuera el caso, y por si olvidaras tu primera responsabilidad, es decir, procurarte la lentilla violeta, Firx está a mano para recordártelo.

—Puesto que ahora me veo ligado a esta empresa —dijo Cugel—, y hay pocas posibilidades de que vuelva, me gustaría que supieras mi admiración hacia ti y tu carácter. En primer lugar…

Pero Iucounu alzó una mano.

—No quiero molestarme en escucharte; las críticas malintencionadas hieren mi amor propio, y me siento escéptico ante las alabanzas. Así que… ¡adiós! —Se echó hacia atrás, alzó la vista hacia las tinieblas, luego gritó esa invocación conocida como la Transferencia Laganética de Thasdrubal. De lo alto vino un golpe sordo y una ráfaga, un ahogado mugir de rabia.

Iucounu se retiró unos pasos, gritando palabras en una arcaica lengua; y la jaula, con Cugel acuclillado en su interior, fue arrancada del suelo y proyectada por los aires.

El frío viento mordió el rostro de Cugel. Desde arriba le llegó el batir de grandes alas y un triste lamento; la jaula oscilaba hacia delante y hacia atrás. Debajo todo estaba oscuro, una negrura como de pozo. Por la disposición de las estrellas Cugel dedujo que iban rumbo al norte, y al cabo de un tiempo percibió las dentadas alturas de las montañas Maurenron a sus pies; y luego volaron por encima de aquella desolación conocida como la región del Muro Desmoronante. Una o dos veces captó Cugel las luces de algún castillo aislado, y en una ocasión observó una gran fogata. Durante un rato un espíritu alado vino a volar paralelamente a la jaula y miró dentro. Pareció encontrar divertida la situación de Cugel, y cuando éste le pidió información sobre la zona que sobrevolaban se limitó a emitir roncos gritos divertidos. Luego se cansó y quiso sujetarse a la jaula, pero Cugel lo alejó a patadas, y cayó arrastrado por el viento con un grito de envidia.

Por el Este empezó a asomar el rojo de la sangre vieja, y finalmente apareció el sol, temblando como un viejo resfriado. El suelo estaba cubierto por un manto de bruma; Cugel apenas pudo ver que cruzaban un paisaje de negras montañas y oscuros abismos. Finalmente la bruma se disipó para revelar un plomizo mar. Una o dos veces miró hacia arriba, pero el techo de la caja ocultaba al demonio excepto las puntas de sus correosas alas.

Finalmente el demonio alcanzó la orilla norte del océano. Planeó hacia la playa, lanzó un croar vengativo, y dejó caer la caja desde una altura de cinco metros.

Cugel se arrastró fuera de la rota jaula. Revisó sus contusiones, lanzó una maldición tras el demonio que se alejaba, luego echó a andar por la arena amarilla y húmeda y trepó la pendiente que separaba la playa del resto del terreno. Al norte había una pantanosa desolación y un lejano amontonamiento de colinas bajas, al este y al oeste el océano y una lúgubre playa. Cugel agitó su puño hacia el sur. De alguna forma, en algún momento, no sabía cómo, pero se vengaría del Mago Reidor. Se lo prometió a sí mismo.

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